jueves, 28 de abril de 2011

Y empieza el viaje: No es un adiós...

La enana de anaranjadas trenzas observaba desde la oscuridad del dintel de la puerta al joven de pelo negro como ala de cuervo, sentado despreocupadamente en el alféizar de la ventana. Los tenues rayos de sol que despuntaban al amanecer tiñeron sus angulosos rasgos de ámbar, dejando en sombras la mitad de su rostro, que se mostraba cansado y ojeroso después de una noche demasiado larga para todos.



Parecía observar el movimiento en las calles a esas horas, pero tan absorto estaba que la pícara no puedo evitar preguntarse qué estaba mirando. Deslizándose con sigilosos pasos avanzó hasta colocarse a su espalda, gesto que él ni siquiera percibió. Poniéndose de puntillas, la enana miró por encima del hombro del joven para ver el origen de tanta distracción.



Una muchacha de largo cabello rubio como el trigo parecía seleccionar flores de una enorme cesta para depositarlas en una más pequeña que llevaba consigo. Con una sonrisa dibujada en los labios, la enana comprendió el motivo de tanto interés. La chica era alta y esbelta; al girarse, pudo ver su rostro de bonitas facciones que se alzó, para dirigir al joven de pelo azabache que la observaba desde el alféizar de la ventana una mirada de complicidad, acompañada de un pícaro guiño. El hombre correspondió al guiño con un leve gesto de la mano; si hubo algo más, la enana no pudo percibirlo desde su posición.



-Tienes buen gusto- le dijo la enana de repente, haciendo que el joven diera tal respingo que a punto estuvo de caerse encima de ella al intentar girarse.

-¡Por los dioses, Eléboro! Menudo susto me has dado...- contestó el joven, a medio resuello.



La enana se acercó a la ventana, risueña, e hizo un gesto de despedida a la chica, que había visto el susto del joven y no había podido evitar echarse a reír. Correspondiendo entre risas al gesto, se dio media vuelta y se dispuso a marcharse hacia la zona de los mercados, portando su cesta repleta de flores.



-Una joven preciosa...- le dijo la enana, con una picaruela sonrisa mientras se giraba hacia él.

-S-sí, es muy guapa...

-Pillín...- susurró ella, dándole un codazo en las costillas.

-¡Oh, vamos! No hay nada...- el joven se paró para mirar a la cara a la enana, que lucía una sonrisa de oreja a oreja cargada de malicia en sus agotados rasgos. Con un chasquido de la lengua, el hombre meneó la cabeza en gesto negativo mientras se echaba a reír débilmente-. No hay nada, en serio. Sólo se que se llama Ayleen y una vez, bueno... tuvimos un encuentro...- el joven se sonrojó y la enana abrió los ojos como platos para, a continuación echarse a reír.

-¡Yo llamándote mi pequeño y tú subiendo faldas por ahí!- le dijo la enana, divertida.

-Eléboro, mira que puedes llegar a ser bruta...- contestó el joven, riendo con ella.



La enana se enjugó las lágrimas con un dedo mientras la risa se iba apagando lentamente hasta quedar callada. Su cansado rostro se tornó ahora un poco más serio y se acercó al joven para sentarse junto a él. Lo cogió por ambas manos, que mantuvo agarradas entre la suyas, mucho más pequeñas y lo miró a los ojos, grises y profundos.



-Precisamente por cosas como ésta me odio a mí misma y a mi linaje...- aseguró, sombría.

-Eléboro...- dijo el joven, intentando interrumpirla, pero ella soltó una de sus manos para ponerle los dedos sobre sus labios, acallándolo.

-Vas a cumplir veintiocho años dentro de muy poco- continuó ella-. Y nunca has tenido la oportunidad de llevar una vida normal, como los demás. Coger a esa muchacha de rubios cabellos de la cintura y llevarla a pasear por el parque. Besar sus labios y levantar sus faldas, si lo deseas, pero con libertad, sin tener que hacer las cosas a hurtadillas, ocultando tu identidad, tu nombre... entre oscuros callejones; pero se acabó- dijo rotundamente-. Estoy harta de todo ésto. Quiero darte una vida y si tengo que recorrer hasta el último rincón de Azeroth para conseguirlo, lo haré.



El joven sostenía la mirada de ojos azules de ella sin decir una palabra. De improviso, soltó sus manos y la abrazó con infinita ternura. La enana recibió aquel gesto haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para no estallar en lágrimas. Ya había vertido bastantes la noche anterior. Colocó sus brazos alrededor de él, agarrándose a su camisa.



-Creo que no he vuelto a decírtelo desde que era niño...- le susurró él al oído-... pero te quiero, Eléboro. Te quiero muchísimo...; por lo que eres, por cómo eres, por lo que haces... por todo- el joven la agarró por los hombros para separarla ligeramente de él y mirarla a los ojos de nuevo, con una sonrisa-. Y mientras el sitio en el que nos quedemos no esté lleno de goblins, trols y orcos hembra, que no termino yo de verles el atractivo, iré a donde tú vayas y me quedaré donde tú estés- dijo, travieso- ¿Y quién sabe? Algún día me verás de la mano de una muchacha de rubios cabellos, o en un altar casándome, o depositando un bebé sobre las manos de sus abuelas... tauren y enana.


-Y eso que no quería volver a llorar hoy...- dijo la enana sin dejar de mirarlo, mientras las lágrimas se deslizaban inevitablemente por sus mejillas. Él se las enjugó con un dedo y depositó un beso sobre su frente-. Vale, te lo prometo- aseguró con voz temblorosa por la emoción-. No nos quedaremos mucho tiempo en sitios donde no haya féminas de tu gusto...


A pesar de la situación, los dos volvieron a reír. No estaban dispuestos a perder también las esperanzas y el buen humor.



Pasados unos minutos de silencio, éste se rompió con la voz del joven.


-Imagino que tenemos de tiempo hasta el anochecer...; voy a ir recogiendo mis cosas- ella asintió con la cabeza-. ¿Qué harás tú mientras?

-Tengo una cita aquí con ese condenado gnomo... que ya llega tarde- contestó-. Luego iré a despedirme de alguien.



En ese momento, Ayubu entraba por la puerta, llevando a Nzambi a su lado.


-Eléboro, aquí fuera tá e' nomo ese raro... ¿le hago pasá?- preguntó.

-Sí, por favor. Dile que entre y Ayubu...- el trol la miró-... procura no relamer tus labios mientras lo guías por el pasillo...

-No lo pueo evitá jefa, la ca'ne de nomo é un ma'jar e'quisito...



La enana rió ante el comentario y Ayubu la coreó con su habitual y escandalosa risotada, mientras se daba la vuelta y se alejaba por el pasillo. A los pocos minutos, apareció de nuevo acompañado por un gnomo de extravagante aspecto que se quedó esperando en el umbral de la puerta mientras miraba descaradamente cómo se alejaba el trol que lo había guiado hasta allí.



-Buenos días- saludó la enana, alegremente.

-No sabía que tuvieras unos sirvientes tan... particulares- dijo el gnomo, con una aguda voz, sin desviar la vista del pasillo.

-No es mi sirviente; mis amigos son tan... extraordinarios como los tuyos- le dijo ella señalando al pequeño demonio que se agitaba dando saltos detrás de él.



El gnomo se giró para mirarla a través de los cristales de una especie de gafas, o casco, o lo que fuera que llevaba en la cabeza, coronada por un cabello cano, larga barba y un pintoresco y atusado bigote. El resto de su indumentaria iba a la par en cuánto a discreción: una larga toga de colores chillones y un arma de aspecto demoníaco y amenazador que portaba en el cinturón.



-Buenos días- le dijo él, al fin-. ¿Donde quedará mi educación?

-¿Y donde la mía?- preguntó la enana a su vez-. Pasa y siéntate por favor, ¿te apetece tomar algo?

-Ahora que lo preguntas...¿Tienes retículas endoplasmáticas embotelladas?

-¡Por los dioses! ¿No puedes conformarte con un té, como todo el mundo?- rió la enana.

-Vale, que sea té, entonces- contestó él, tranquilamente.

-Yo lo traeré- se ofreció el joven de cabello negro; en ese momento el gnomo reparó en él.

-¡Hombre!- dijo efusivamente-. ¿Tú no eres el chico que tuvo problemas con mi invento? ¿Ya has recuperado tu..., ejem..., eso?

-Sí, gracias por su preocupación- dijo el joven, mirando a la enana que se llevaba una mano a la boca para ahogar la risa-. Me alegro de verle, Maestro Roscatuerca.

-¡Igualmente, chico, igualmente!



El joven salió de la sala, entrando al rato con una bandeja cargada con una tetera y viandas para desayunar, que dejó sobre la mesita dispuesta entre los dos sillones junto al hogar.


-Os dejo solos, que aproveche- dijo el joven, haciendo una inclinación de cabeza ante el gnomo, a modo de saludo cortés y saliendo de nuevo.



No necesitaba escuchar para saber de qué iba a ir la conversación. Aún sin querer, no pudo evitar oír a Eléboro diciéndole al gnomo: “Despídeme de Zaeryel, yo no podría...”. El joven de cabello negro se dispuso a entrar en su cuarto y recoger sólo los enseres imprescindibles para hacer frente a su largo e incierto viaje.



Pasadas unas horas, Eléboro llamó a la puerta de la habitación del joven y la abrió un poco al escuchar el: “Pasa”, desde el interior. Asomó su rostro a través de ella y el joven pudo apreciar que la charla con el gnomo había resultado dolorosa para la enana, acentuando aún más el cansancio que tenía impreso en la cara y que se marcaba en sus profundas ojeras.



-Tengo que ir a hacer una cosa, pequeño- le dijo-. No creo que tarde demasiado.


El joven se fijó en la mochila que llevaba al hombro.


-Ten cuidado ¿vale?- le pidió él.

-Lo tendré, mi sol. Hasta dentro de un rato- dijo, cerrando la puerta a continuación.



La enana bajó hasta las dependencias que usaban como establos en aquella casa. No era propiamente un lugar para guardar animales, pero si para hacer invocaciones de criaturas que posiblemente causarían el terror entre las gentes normales. Eléboro eligió la que se había convertido en su favorita; una montura mucho más práctica que los carneros que tanto le gustaban...



Con unas palabras, de la oscuridad de aquel lugar emergió la figura de un caballo de aspecto terrorífico. Negro como la noche, con elementos malignos que deformaban su cuerpo con púas y cuernos y una enfermiza neblina verdosa alrededor de los cascos, que también salía por boca y ollares, al respirar. Los ojos poseían aquel mismo brillo vil.



-Menudo trabajito me costó arrebatarte de las manos de aquel pirado del Jinete Decapitado...- dijo la enana, acercándose para acariciar a la bestia- Pero entre más veces te veo, más feo me pareces...; no te ofendas...




Con un relincho sobrenatural que indicaba lo bien poco que le importaba a él la opinión de su actual dueña, se dejó montar por la enana, que tiró de las riendas para dirigirse a una abertura en la parte trasera que estaba diseñada para disimular las salidas de sus grotescos “compañeros” a la luz del día. Con un chasquido del cuero, el fantasmagórico animal remontó el vuelo, alejándose de la zona a una velocidad pasmosa.




Poco tiempo después, la enana caminaba entre los bucólicos parques de una hermosa zona ajardinada donde se encontraba la casa que sería su objetivo. Sabía que la dueña de la misma no estaría en ella y por eso precisamente había elegido aquel momento. Deslizándose furtivamente entre los angostos callejones colindantes, trepó por uno de ellos hasta llegar a los tejados. Desde allí echó un vistazo para localizar la casa y se dispuso a entrar en ella a la manera habitual de los pícaros...



Se deslizó con los pies por delante hasta el balcón del piso superior, asegurándose de que nadie había visto sus taimados movimientos. Aguzó el oído y captó ruidos en el interior de la casa, parecía que no iba a estar a solas. Con un rápido movimiento abrió el pestillo sin emitir sonido alguno y se escurrió entre las sombras del interior. Los sonidos parecían provenir del piso de abajo y sus anaranjadas cejas se arquearon cuando percibió los matices con más claridad, sabiendo a ciencia cierta de qué “ruidos” se trataba.



Con una sonrisa socarrona y la curiosidad pintada en el rostro, la enana bajó con sumo cuidado un par de tramos de la escalera, evitando que las tablas crujieran y alertaran a los “intrusos”. Asomando la cabeza, vio a una particular pareja que parecían estar llegando a un “acuerdo mutuo” entre gemidos y suspiros en medio del salón. Reconociendo a los amantes, se dio media vuelta para seguir con lo que la había traído hasta aquí, ignorándolos y dejando que dieran rienda suelta a sus impulsos sin ser molestados, no sin pensar que tendrían una ardua tarea para evitar que la maga se enterase del uso que se le estaba haciendo s su sala de estar. Recorrió en silencio el pasillo hasta llegar al dormitorio y cuando terminó aquello que tenía que hacer, con el mismo silencio se deslizó de nuevo hasta el balcón y subió por el tejado, abandonando la zona a lomos de su monstruosa montura.



Encima de la mesa donde la enana sabía que la dueña de la casa se sentaba a estudiar sus pergaminos, había depositado dos objetos: una cajita de madera y nácar de elaborado diseño, que contenía cierto frasco con forma de lágrima en su interior y una jarra de barro que despedía un intenso olor ácido, con un trozo de lienzo al lado con unas palabras escritas en una bonita y apretada letra:

“Cuídamelo hasta que vuelva. Firmado:E.”



-Ya he vuelto- anunció-. ¿Has recogido ya tus cosas?- le preguntó al joven.

-Sí, sólo me falta ultimar un par de detalles... ¿estaba en casa?- la enana sonrió ante la perspicacia de aquel joven.

-No, ésa era mi intención. Voy a preparar el resto de mis pertenencias- se giró para marcharse e interrumpió el movimiento a medio camino-. Por cierto, ¿has visto a Puíta?

-Hace nada, le he visto entrar enfurruñado. Creo que ha estado ocupándose también de sus asuntos antes de irnos- la enana se quedó en silencio y despacio, se encaminó hacia el pasillo que daba a la habitación del enano.


-Arcturius...- dijo, llamando a la puerta con suavidad; ésta se abrió y el rostro de dulces ojos azules del enano apareció por ella.

-Do be pasa dada...- le aseguró-. Be llabas así cuaddo estás pdeocupada.

-¿Puedo pasar?- preguntó ella. El enano se apartó de la entrada a modo de respuesta. Eléboro lo miró a los enrojecidos ojos cuando se quedó a solas con él en la habitación; el enano apartó la mirada y se sentó en la cama, terminando de recoger algunas prendas de recambio para meterlas luego en un petate-. ¿Has terminado con tus asuntos?


El enano respondió en silencio, con un movimiento de cabeza sin dejar lo que tenía entre manos. Eléboro se sentó en la cama junto a él y emitió un prolongado suspiro.


-Arcturius...- dijo, pero él parecía distraído o ausente- Arcturius, mírame...


El tono cariñoso en la voz de ella lo sacó de su ensimismamiento y se encontró mirándola a los ojos. La enana lo tomó de la barbilla con suavidad.


-Es la sacerdotisa ¿verdad?- aseguró ella, con ternura. El enano intentó desviar la mirada pero ella le cogió el rostro con ambas manos-. Arcturius, no soy tonta ni nací ayer. Sé que sientes algo por esa draenei y no es una mera atracción por unas largas piernas como es tu costumbre...- Eléboro acarició la barbuda mejilla del enano, que la miraba ahora con ojos acuosos-. Si no fuera así, jamás habrías incurrido en tentar a tu suerte, desatando mi ira por llevarte la Rosa que Nunca se Marchita...

-Do se te escapa dada...- murmuró él.

-Arcturius... te han visto en mi compañía en contadas ocasiones. Los que lo han hecho no viven para contarlo, o recuerdan siquiera quiénes son. Coge lo que guarda tu corazón y llévatelo con ella, marchaos lejos si temes por su seguridad, pero no deseches ese sentimiento por mí. Jamás me lo perdonaría, sería una carga aún más pesada sobre mis hombros de lo que lo es ya.


Ahora fue el enano el que alzó las manos para sujetar el sorprendido rostro de su amiga.


-Be sadvaste la vida- le dijo él en un susurro, mirándola con intensidad-. Has sido bi abiga duradte todos estos años. ¿De vedas se te pasaba pod la cabeza pensad que te dejadía sola? Do voy a negadte que siento adgo más que atdacción pod esa saceddotisa, bedo las ddaeneis viven bucho tiebpo, tad vez me espede- una sonrisa que mostraba su único diente iluminó su rostro-. De bobento, be queda un pdecioso decueddo suyo...



De improviso, la puerta se abrió y Ayubu asomó por ella, con Nzambi detrás moviendo la cola. Se paró y arqueó una ceja al ver la escena de dos enanos sentados en una cama, sujetando sus rostros como si hubieran estado dispuestos a unirlos en un romántico beso.


-¿Tú do sabes llabad a la puedta?- dijo Puíta con fastidio.

-Loh tró no usamo pue'ta...- fue la escueta respuesta-. Sie'to i'terrumpí e' momento tie'no pero e' chico y yo ya tamo li'toh p'a partí y en ná se hará o'curo...

-¿Tú no te dejas nada atrás, Ayubu?- preguntó Eléboro.

-No, hefa. He cogío cuat'o t'apo y mih cosah p'a hacé vudú. A'co y flecha, no me hace fa'ta má. ¡Ah! Y he ap'ovechao p'a quita'le a'guna pu'ga a' Nzambi...- terminó, para echarse a reír a continuación.

-A veces, desearía ser un trol...

-E'taría mucho má guapa, la ve'dá...- le dijo, con otra sinfonía de risotadas.




Al amparo de la noche, la enana de anaranjadas trenzas hizo una última cosa antes de partir. Leyendo en voz baja un pergamino de valor incalculable y activando el hechizo escrito en él, lo que hasta ahora había sido como un hogar para ella, a pesar de que la mayoría de la veces no podía quedarse a disfrutarlo, fue cambiando, desdibujando sus formas, hasta convertirse en una anodina casa gris, con ventanas y puertas tapiadas y un aspecto ruinoso que parecía indicar que estaba a punto de derrumbarse.



Se quedaron mirando el efecto del hechizo, viendo aquel lugar que tantos recuerdos tanto buenos, como malos, albergaba en su interior. Eléboro enrolló con cuidado el pergamino y lo guardó, montando luego en un precioso carnero marrón, mucho más sutil que su horripilante corcel. El joven montó en un garañón frisón de anchas patas, el enano en un carnero blanco y el trol, en un discretísimo raptor de color azul, a juego con él mismo. Lentamente, abandonaron aquella ciudad al paso, dejando atrás un trocito de sus vidas.




Horas más tarde, cuando se encontraban ya en los caminos, siendo de madrugada, la arrobadora voz del joven rompió la quietud de la noche.



-Cuando acampemos...¿Qué parte de tu historia quieres escuchar de mis labios? -preguntó.


La enana lo pensó unos segundos...


-Podrías contar la parte de mi existencia que compartí con aquel tutor con el que me dejó Brommel...; pero ahórrate los detalles...- le dijo, con una sonrisa maliciosa.

-¡Ah! ¿Pedo hay detalles?- preguntó Puíta- Pues yo quiedo escuchaddos...

-¡Y yo!-coreó el trol-. No me pe'dería po ná de' mu'do vé a la hefa en una situació comp'ometía...



El ¡Zing! de una daga al ser desenfundada interrumpió sus risas y la enana se quedó con la cabeza gacha, los ojos cerrados y el brillante y letal puñal sobre su rostro, mostrando su sonrisa más pérfida.



-Bueno, tamié te pué ahorrá a'guno... si quiere...; lo tró le tenemo mucho ap'ecio a cie'ta p'ate de nueht'a anatomía...




Ésta vez, las risas prorrumpieron en las cuatro gargantas, acompañadas por cortos ladridos de Nzambi, el chacal que supuestamente fue orco en algún momento...

5 comentarios:

  1. Despierto triste de mi sueño,el amargo paladeo de la tristeza y el llanto de una sacerdotisa que esperara...

    Miro a mi escritorio y la cajita y la jarra de barro con la nota en lienzo se hallan sobre el.

    -Los cuidare...pero vuelve a por ellos"-susurro.

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  2. Esta historia ya me suena, la de un ser querido que por los avatares de la vida se tiene que marchar por una temporada a afrontar un incierto destino cargado de incertidumbres. Solo espero que esta despedida sea un auténtico "hasta luego", sino ya me veo en el edificio del IV:7 montando la matanza de Stratholme, versión gnomo.

    Suerte en tu largo viaje, querida enana picaruela.

    PD: Juraria que mi cartera con 100 monedas de oro la habia dejado en el cuarto de invitados ¿sabes donde puede haber ido a parar?.

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  3. No sé si será un Adiós...
    Tampoco sé si será un Hasta Luego...
    Ahora nuestro destino está entre el polvo de los caminos...

    "Pronto volveré a mostraros un dulce sueño... desde donde quiera que me encuentre..."

    P.D: Eléboro me jura y me perjura que tus 100 monedas de oro, con 43 de plata y 7 de cobre, en faltriquera marrón de piel con doble cierre, han tenido un final que ella desconoce...

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  4. Nzambi, el chacal que supuestamente fue orco en algún momento...? Interesante!

    Algun dia cuando me decida a escribir en algun pergamino, me honrraria que el Narrador y sus compañeros leyeran mis relatos....
    cp.

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  5. El honor sería todo nuestro. Ten por seguro que cuando lo hagas, y desde aquí te animo a plasmar tus palabras, mis compañeros y yo nos sentaremos al calor de una lumbre a disfrutar de ellos.

    Gracias, de corazón.

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