jueves, 14 de abril de 2011

Y estalla la tormenta...

-Entonces déjame que te cuente una historia...- empezó a decir el hombre sentado junto al fuego del hogar a su expectante oyente que, cuchillo en mano, amenazaba con acabar con su vida si no recibía información, a pesar de que el caballero de cabello rubio y ojos verdes de mediana edad que le hablaba no suponía ninguna amenaza para un asesino a sueldo.




De improviso, la puerta de la habitación se abrió abruptamente e irrumpió a través de ella una figura embozada de negro y pequeña estatura.



El hombre del cuchillo dio un respingo ante la intrusión y con velocidad se colocó detrás del sillón, pasando la hoja por el cuello del caballero.




-¿Eres uno de los de abajo?- preguntó el extraño del cuchillo, con voz ronca.




Ante la pregunta, un gesto de sorpresa cruzó los rasgos del caballero amenazado, al que el otro hombre no podía ver. Con un ágil y veloz movimiento, la mano de aquel caballero de sosegadas maneras se desplazó, agarrando fuertemente la muñeca del hombre del cuchillo para, a continuación, retorcerla hasta que oyó el crujir de los huesos y la hoja cayó al suelo. Con un tirón a la par que se levantaba del asiento puso al agresor frente a él, que gritaba de dolor intentando sujetarse el brazo herido.



-¡Maldito cabrón, me las pag...!- intentó gritar el hombre, pero sólo le dio tiempo a ver cómo se colocaban detrás de él y le aprisionaban la garganta con un recio brazo, impidiéndole emitir sonido alguno.




La figura embozada de pequeño tamaño seguía muda e impasible frente a ellos. Cogiendo lo que parecía un trozo de tela que llevaba entre los pliegues de sus oscuros ropajes y un frasco de una estantería cercana, abrió el tapón y vertió una gotas sobre el pañuelo, para luego lanzarlo al hombre de mediana edad que atenazaba la nuez del hasta entonces agresor, como si estuviera a punto de partirla. Con la mano libre atrapó el pañuelo y lo puso en la boca del hombre, que intentaba librarse de todas las maneras posibles de aquella tenaza que le cortaba la respiración. Entre jadeos, aspiró la sustancia narcótica y lentamente, perdió el sentido, derrumbándose a los pies del caballero.




-No hay tiempo para ésto- dijo la pequeña figura, que se bajó el embozo para dar paso al rostro de la enana de anaranjadas trenzas, que ahora quedaban ocultas por una capucha-. Ha venido con amigos; la casa está rodeada.




El “caballero rubio y de ojos verdes de mediana edad” se quitó con violencia los aderezos de sus histriónicas actuaciones, dejando al joven de pelo azabache y profundos ojos grises que miraba al hombre tirado en el suelo con una máscara de odio sobre sus angulosos rasgos.





-Deberías quedarte aquí...- empezó a decir la enana.

-No- dijo él, cortante-. Estoy recuperado y me necesitarás. No te preocupes por mí, Eléboro; me enseñaste a cuidar de mí mismo-la enana lo miró con cariño y asintió.

-Entonces es hora de que pongas en práctica esas enseñanzas.

-¿Cuántos son?- quiso saber el joven, mientras se quitaba la túnica con la que se había disfrazado, dejando a la vista un sencillo y práctico atuendo también de color negro y poniéndose un jubón de gruesa tela acolchada, diseñado para proporcionar libertad de movimientos, que le pasaba su compañera-. ¿Nos ponemos los de tela?- preguntó al ver que la enana llevaba uno parecido.

-Unos ocho, aunque Ayubu no está seguro de si hay alguno más en camino- contestó-. En cuanto a la tela...; el cuero hace ruido y ésta noche, al amparo de las sombras, en sombras nos convertiremos- al decir ésto la enana sonrió-. He dispuesto algunas “sorpresas” para nuestros invitados...

-Es la primera vez que mandan a tantos...

-Ésto ya parece salirse de los márgenes normalmente establecidos por esos imbéciles del IV:7. Puede que estén empezando a perder la paciencia y con razones, viendo el nuevo “triunvirato” que gobierna entre los enanos- mientras hablaba, sacaba utensilios de una bolsa que llevaba a la espalda. Le pasó al joven una extraña máscara de cuero a la par que se colocaba una similar ella misma-. Usaremos éstas. Es más difícil que nos las quiten en caso de refriega.




El joven la miró, consternado. Su amiga parecía debatirse entre las brumas del cargo de conciencia que le producía el tener que convertirse en una asesina para defender su propia vida y la de aquellos que guardaba en su corazón.




-Eléboro...- empezó a decir el joven, pero la enana lo acalló poniendo una enguantada mano sobre sus labios, con suavidad. Sus ojos azules miraron con intensidad los grises ojos de él.

-No pienso dejar que ninguno de esos desgraciados ponga una mano encima a mi gente- le dijo, tajante-. Mi alma hace tiempo que está condenada y ni ése petulante y jodidamente guapo sacerdote que tenemos como amigo podrá hacer nada para salvarla- el joven la vio sonreír a través de los agujeros que tenía la máscara para respirar, pero la sonrisa se esfumó tan rápido como vino y la frialdad heló su rostro-. No dejaré más rehén que a éste hijo de perra al que luego interrogaré- le dijo con voz carente de sentimientos, señalando al desmayado hombre en el suelo-. Vamos, salgamos por la ventana o tendré que empezar a desmontar trampas para salir de aquí.




Con agilidad, la pequeña y oscura figura se subió al alféizar, agarrándose a continuación de la parte superior del ventanal. Con un impulso, se subió sobre ella y trepó hasta llegar al tejado. El joven la siguió con los mismos movimientos. Al llegar a la parte alta de la casa, pisaron teja sobre teja, sin emitir un sólo sonido.




La noche parecía estar dispuesta a colaborar con el subterfugio. Las nubes, pesadas y grises, tapaban la luz de la luna y todo lo que podían ver estaba cubierto por una calígine neblinosa capaz de ocultar detalles imperceptibles para alguien no acostumbrado a observar fantasmas en la oscuridad; pero la pareja agazapada sobre aquel tejado no era de esos y los agudos ojos de la enana captaron una tercera figura oculta en un rincón. Tumbado sobre su abdomen parecía escrutar lo que ocurría en la callejuela bajo ellos.




El breve chistido de una cuarta figura llegó hasta los oídos de la pareja y del tercer componente, que se giraron al unísono para ver la encorvada y característica silueta de un trol, acompañado de una silenciosa y peluda sombra.




El tercer componente se levantó hasta quedar acuclillado y los miró desde unos dulces ojos azules. La pareja se acercó hasta él y con un silencioso lenguaje de manos, empezaron a comunicarse:



"¿Cuántos?"- preguntó la enana.

"Siete en total. Tres frente a la casa, dos de ellos en el flanco izquierdo, en el callejón. Los otros dos están uno detrás y el otro en la esquina derecha, vigilando por si viene alguien. Un octavo se ha metido en la casa, más el que ya estaba dentro"- le explicó Puíta, moviendo con una vertiginosa velocidad sus cortos dedos.

"Entonces nos quedamos con siete, porque el que estaba con nosotros ya no es un problema y el que acaba de entrar posiblemente ya se haya encontrado con una sorpresa"- explicó Eléboro, girándose luego para encararse con Ayubu, que se acercaba sigiloso a ellos.




El trol se había pertrechado para hacerse uno con la oscuridad. Normalmente llevaba todo tipo de macabros abalorios como adorno. Colmillos, trozos de cuero y huesos formaban parte de su “personal estilo”. Sus azules y trenzados cabellos los adornaba con cuentas de colores, que hacían ruido al moverse. Nada de eso lucía ahora. Se había quitado todo aquello que pudiera estorbarle, amarrándose las trenzas en una prieta cola para evitar que las cuentas repiquetearan; incluso se había cambiado su habitual maquillaje, sustituyéndolo por una grotesca calavera negra que le proporcionaba un aspecto más salvaje y aterrador aún.




Con los tres dedos de cada una de sus manos no se podía permitir mucha fluidez en la conversación, pero no le hizo falta. Se señaló a los ojos con dos dedos, que llevó hasta las posiciones de los que estaban delante de la casa y con la otra mano se pasó el pulgar por el cuello en un explícito gesto. La enana asintió, entendiendo perfectamente sus intenciones.




"Ayubu se encarga de esos tres desde aquí arriba, pero no antes de que él y yo nos deshagamos de los de la derecha. Puíta, tú ve a por el que vigila. Dejaremos al de la parte trasera para el final, No dispares hasta que los otros hayan caído y espera a que te avisemos para bajar" -Ayubu levantó el pulgar como respuesta. “Okey Ma'key” dijo con los labios.




Se colocaron en sus respectivas posiciones. El trol se hizo hueco en la parte frontal del tejado para tener a la vista a los tres de la puerta mientras cargaba una flecha en su arco, a la que previamente arrancaba las plumas de un mordisco. El disparo era blanco seguro y necesitaba sigilo. Puíta inició su descenso hasta la posición del vigilante, quedándose colgado sobre su cabeza, a la espera. Eléboro hizo lo propio con los del lado derecho, mientras el joven sacaba un puñal arrojadizo de su brazal. La hoja había sido teñida de negro para evitar el brillo y el olor que desprendía le hizo arrugar la nariz; la enana lo había instruido para tener las armas preparadas a conciencia por si surgían “eventualidades”. Esperó hasta que la pícara quedó por encima de la cabeza del que estaba más pegado a la pared y con un giro de muñeca, el sigiloso asalto dio comienzo.






El puñal se enterró profundamente en la espalda del hombre que se derrumbó con un gemido ahogado y un hilo de saliva sanguinolenta entre sus labios, signo de que le habían perforado un pulmón, al mismo tiempo que una silenciosa enana se descolgaba de la pared con una daga en la mano y aterrizaba junto al desconcertado compañero del caído, clavando la hoja en la nuca del desdichado en su descenso. Ninguno de los dos emitió sonido alguno al morir que pudiera alertar a sus compinches.





Puíta saltó sobre el vigilante, arrollándolo con la caída al tiempo que le tapaba la boca. La hoja se deslizo sobre su garganta para luego ser limpiada en las ropas de aquel desgraciado y dirigirse en sigilo hacia la parte trasera.





El arco de Ayubu resonó con un ligero zumbido y la flecha atravesó el cuello del que estaba junto a la puerta, llamando la atención de sus compañeros al caer al suelo con estrépito. Otra flecha salió presta de su arco, penetrando en la carne del segundo. El tercero corrió raudo hacia el interior de la casa, buscando refugio.



-Mie'da...- susurró el trol con fastidio.




El joven se descolgó con premura para reunirse con su compañera, que se dirigía a la parte trasera del callejón para, junto a Puíta, emboscar por ambos lados al que quedaba detrás. Al llegar, el enano ya había realizado la tarea eficientemente y arrastraba el cadáver hasta la oscuridad de la callejuela, dejándolo junto a los otros dos con la ayuda de la pareja.



"A la puerta trasera"- les indicó la enana, con los dedos.





Al llegar a la parte trasera de la casa, en la que sólo se veía la pared desnuda, la enana murmuró una palabra y un ligero resplandor hizo su aparición entre las junturas de los ladrillos, perfilando la silueta de una entrada. Con un leve rumor, la “puerta” se desplazó, dejando una rendija por la que pasaron los tres. La entrada daba a la parte inferior de la escalera, por debajo de ella. Se colaron hasta el pasillo y vieron el cuerpo moribundo del segundo que había entrado, el que se había escapado de las letales flechas del trol. El primero había activado la trampa más cercana a la puerta y yacía en el suelo, erizado de púas envenenadas. El que aún vivía se hallaba al pie de las escaleras, clavado en el segundo escalón por una hoja que le atravesaba la bota. El veneno paralizante le impedía gritar, pero en su rostro se reflejaba la agonía.




La enana se acercó al hombre y le agarró del cabello tirando de su cabeza hacia atrás.



-Jamás activo las trampas de ésta casa- le dijo en un áspero susurro, con los dientes apretados-. No mato a sangre fría a todo aquel que viene a buscar información sobre mi persona; algunos hasta salen vivos y todo...; pero ésto- le dijo, señalando hacia la puerta y al cadáver en ella-, atacarme con una banda de asesinos con las armas prestas mientras uno de vosotros amenazaba a mi pequeño, esperando para dar la orden...; se ha pasado de castaño oscuro.




Con un veloz movimiento hundió la daga en el corazón del hombre.





-Ve a buscar a Ayubu- le dijo al enano mientras se dirigía a la habitación donde había dejado drogado al primer atacante-. Tengo que sacarle información a alguien.





Al rato, el hombre se encontraba atado de pies y manos a una silla en una oscura estancia con olor a humedad. Le habían despertado hacía un rato y la enana intentaba hacerle hablar, sin éxito.




-¿Ésto ha sido cosa del IV:7 o hay alguien más detrás de ésta salvajada?- le preguntó, sin obtener respuesta. Con el revés de la mano le dio un fuerte bofetón que nubló la vista del hombre-. ¡Responde! ¿Quién está detrás de éste ataque directo?




El hombre aguantaba la lluvia de golpes sin inmutarse, mirando provocador a la enana mientras sonreía, ladino. El joven de cabello azabache, en un arrebato de ira, arrancó la camisa del hombre, para descubrir que estaba plagado de cicatrices.



-Es inútil- le dijo a la enana-. Ya lo han torturado antes. No nos va a decir nada.



El asesino rió con ganas, a pesar de la hinchazón que deformaba sus rasgos.



-No te voy a decir una mierda, zorra...- susurró- Ya puedes matarme que no te voy a contar lo que le hice a la elfita cazadora amiga tuya para que me diera la información para llegar hasta aquí...; sus gritos resultaron aún más excitantes... ¡Uy! Eso se me ha escapado...- terminó, riendo de nuevo como un poseso.



La enana abrió los ojos como platos ante aquel dato.




-Ilmara...- susurró la enana. De un salto se subió sobre las rodillas del hombre y descargó con fuerza los puños sobre su rostro hasta que no se supo de quién era la sangre que los manchaba-. ¡¿Qué le has hecho maldito cabrón?!




El joven la agarró por los hombros, intentando separarla del asesino al que acabaría haciendo pedazos.




-Eléboro, vas a matarle...- le dijo, intentando calmarla-. Lo hace para provocarte.




El asesino volvió a reír, con la boca destrozada.




-¿No me crees? Mira entonces en mi faltriquera, verás que bonito el recuerdo que cogí de ella...




La enana corrió hacia la bolsa, desgarrándola al abrirla. Un pequeño paquete cayó al suelo; al abrirlo descubrió horrorizada que se trataba del trozo de piel de un animal, con el mismo color gris atigrado del felino de la cazadora. Envueltos por la piel y manchados de sangre seca, un mechón de largo cabello blanco... y una puntiaguda oreja. Un alarido de rabia brotó de la garganta de la enana, que sacó su daga en un movimiento frenético. Puíta y Ayubu se lanzaron para frenarla.




-¡Enfdía la cabeza, Elébodo!- le pidió su amigo-. Si la ha matado, haz que su muedte vadga pada adgo...; do sabemos quién más code peligdo.

-Eléboro, usa el suero...- le dijo el joven.




La enana inhaló aire con fuerza por la nariz, intentando recobrar la calma para no matar a aquel desgraciado lentamente.




-Vas a hablar pedazo de cabrón...- masculló-. ¡Ya lo creo que vas a hablar!





Como una centella anaranjada abandonó la estancia, para volver a los pocos minutos con un frasco en la mano, lleno de un líquido negro de horroroso aspecto.




-Me dije a mí misma que no usaría ésto con nadie...- le explicó, mientras se acercaba a él-. La Sociedad de Boticarios puede ser exageradamente cruel; creo que no hace falta que te recuerde los hechos acaecidos en Rasganorte y la Puerta de Cólera. Ésto te arrancará la verdad de tu corazón entre gritos de agonía...- con un violento gesto destapó el frasco y derramó su contenido en la boca del hombre, que el joven de cabello azabache agarró para obligarlo a tragárselo-. Espero que lo disfrutes...





Sólo tuvieron que esperar unos segundos a que el brebaje hiciera efecto; pasado ese tiempo un grito desgarrador brotó de la garganta de aquel hombre, con tanta fuerza que los hizo estremecer. Su cuerpo se convulsionó, cortándose la piel con las ataduras, en un intento por liberarse. Los alaridos agónicos inundaron aquel húmedo sótano, sin ablandar el corazón de los presentes, que observaban el dantesco espectáculo enmudecidos e impertérritos.





Los ojos del hombre se velaron y el color de la esclerótica cambió, tornándose negro. El estallido de dolor inicial pareció remitir, permitiendo que el asesino dejara de gritar, pero manteniendo su cuerpo tenso como la cuerda de un arco, mientras emitía siseos angustiosos.




-Creo que ahora pareces más locuaz- susurró la enana, fríamente-. Vayamos por partes ¿para quién trabajas?

-P-para... el IV:7, aunque eso... ya lo sabías...- respondió el hombre entre jadeos.

-¿Por qué?- preguntó, intentando disimular su asombro- ¿Por qué el servicio de espionaje de nuestro “querido rey” está usando éstos métodos?

-P-porque... están desesperados...- ahora sí, la sorpresa se hizo patente en el rostro de la enana.

-¿Qué quieren?

-M-matarte... y harán todo... lo que esté.. en su mano para conseguirlo...; todo...

-Sigue- exigió la enana-. Explícate.

-Ahora más que nunca, tienen miedo de... tu linaje...; si te da por... reclamar el trono, como legítima heredera del mamón... de tu padre- el hombre sonrió ante la baladronada del insulto, a pesar del dolor-los reinos enanos, podrían entrar en guerra civil... y con ellos, el resto de la Alianza...; eso... daría pie a Garrosh a entablar... un conflicto abierto entre ambas facciones...




La enana escuchaba todo aquello con la mandíbula apretada y los puños cerrados con tanta fuerza que hacía tiempo que la sangre había dejado de correr por ellos.




-Por eso... el IV:7 y algunos grupos más, están poniendo precio... a tu cabeza... entre bandas de asesinos mercenarios, como la mía...- siguió explicando el hombre, mientras el efecto del suero seguía fustigando su cuerpo y su mente, obligándolo a hablar-. Y si para eso... tienen que remover cielo y tierra, buscando a todos tus amiguitos... para acabar con ellos y que... saques tu asquerosa cabeza naranja de debajo... de los caminos, lo harán...; la orden de matar... a tu amiguita de orejas picudas vino de arriba...- el hombre tragó saliva- Te has... quedado muda... ¿no dices nada?- rió, tosiendo al mismo tiempo.

-Tengo más años de los que deseo recordar...- susurró la enana, abatida y cabizbaja-. Durante todo ese tiempo mi vida ha estado marcada por el simple hecho de que un noble, el señor feudal de un clan enano se encaprichara de mi madre, siendo yo el condenado fruto de aquella unión. Durante años he ocultado mi existencia a ojos de todos, mi nombre, mi identidad, mi pasado. Intentando no vincular a nadie en esa fatal cadena- en el momento en que decía esas palabras, sus ojos se posaron en los del joven de pelo negro, que la miraba cargado de dolor-. Todo porque mi madre me pidió, con lágrimas de desesperación en los ojos, que así lo hiciera, cuando me obligaron a abandonarla. Supuestamente mi “amantísimo padre”, no se enteró de mi existencia hasta bastante después de haber nacido- mientras hablaba, la enana iba alzando la voz, presa de una cólera como nunca le habían visto- ¡Jamás he querido una mierda de él! ¡Sólo he anhelado una vida normal, como cualquier otra persona! ¡Ni tronos, ni sandeces de ese tipo se me hubieran antojado posibles, ni siquiera deseables! ¡En los últimos años me han perseguido como a un perro, controlando siempre donde pudiera estar por si un día me daba la rabieta de presentarme a mi padre para decirle “Hola, papi, cuánto te he echado de menos”!- las lágrimas surcaban sus mejillas, encendidas por la rabia- ¡¡Y ahora que está sentado en un trono importante es cuando vienen a por los míos, a poner en peligro todo lo que amo, pensando que, muerto el perro, se acabó la rabia!!- estalló para luego bajar la voz de nuevo-. Todo por unos putos intereses políticos...- se echó a reír con amargura-. Tu rey no tiene nada que temer...; nunca ha sido mi intención reclamar un trono que supondría una guerra. Se lo puede meter por el culo...

-No conozco tu historia... y realmente me importa una mierda...- le dijo el hombre-. Sólo me pagaron... para que hiciera un trabajito... y así lo hice... al menos en parte...- al decir ésto se pasó una lengua por los labios y sonrió.





Un puñetazo hizo volar uno de los dientes del hombre, que ladeó la cabeza para ver al joven de pelo negro como el ala de un cuervo mirarle con unos profundos ojos grises cargados de odio, mientras se frotaba los nudillos. El joven lo agarró por el cuello, alzándolo con tanta fuerza que levantó la silla ligeramente.





-No sabes su historia ¿no?- masculló entre dientes-. Y no te importa una mierda...; pues va a resultar curioso que sea lo último que oigas, escoria...

5 comentarios:

  1. Presa aún de la ensoñacion,voy poco a poco,despertando.
    Rememorando mi sueño con un sabor agridulce...aquella enana a la que no pude ver el rostro...su histora a medio contar...me resulta fascinante.

    Levemente vuelvo a escuchar la familiar,agradable y encantadora voz masculina que me susurra:

    "Volveré a mostrarte un dulce sueño la próxima noche..."

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  2. Aunque sucio e ingrato, la manera en que habeis superado la escaramuza del IV:7 demuestra que sois unos pícaros sobresalientes y que sois capaces de adaptaros a cualquier circunstancia.

    Lo lamento por la pobre elfa, pero no podeis dejar que su muerte sea en vano. Solo espero que, un dia de estos, consigas tener la vida tranquila que tanto anhelas.

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  3. La muerte de Ilmara supone una tragedia que difícilmente podrá superar mi querida amiga, más cuando se siente terriblemente culpable por la misma.

    Los pícaros tienen una vida azarosa y dura. De ahí que las páginas de sus diarios estén en blanco, pero juntos, debemos hacer de tripas corazón y ejercer nuestra profesión. Por elección del destino o por el nuestro propio, eso es lo que somos...; algún día Eléboro tendrá la paz que ansía.

    *La voz vibrante del Narrador acude a los recovecos de la mente de Evenstarson mientras se despereza de las brumas de lo onírico:

    "...Pero lamento que ésta vez, el dulce sueño tenga que tornarse pesadilla..."*

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  4. "pues va a resultar curioso que sea lo último que oigas, escoria..."

    Si para leer la proxima historia debiera morir; soy capaz de enfrentarme a esa terrible condicion.
    cp.

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  5. Tu seguridad está garantizada, al igual que la de aquellos que escuchan al Narrador, desde las sombras...
    La de aquel que se sienta en la silla delante de mí...
    ... ya no tanto.

    Aún así, serías capaz de enfrentarte a un incierto destino por escuchar el próximo relato...

    Gracias. De todo corazón.

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