lunes, 18 de abril de 2011

Origen: La Niña de la Mirada Triste

A pesar de la sombra de odio que transfiguraba su rostro, la voz del joven de cabello azabache resonó con un eco atenuado entre las húmedas paredes de aquel sótano, dando comienzo a su relato.




“Hace muchos años, Ulricka Piconevado dio a luz una niña. Los nacimientos entre los clanes de enanos son recibidos con gran jolgorio y festejo por parte de todos los miembros. La baja tasa de natalidad entre esa raza es la que propicia tanta felicidad. Sin embargo, Ulricka alumbró a la pequeña sola, con la única ayuda de una anciana matrona, vecina de una aldea cercana y de Brommel Puñoalto, el único enano que conocía su secreto, en una cabaña en las frías y desoladas Montañas de Alterac.




Nadie más debía conocer que el romance que había mantenido oculto con el señor feudal de un conocido clan enano había germinado en su vientre. Por miedo a la reacción del padre de la criatura o de sus propios convecinos, temiendo que la condenaran al ostracismo y la vergüenza, había decidido, nada más enterarse de que estaba encinta, exiliarse de su hogar en las Tierras del Interior, para traer al mundo a su bebé y comenzar una nueva vida.





La niña nació sana, en un parto rápido y sin complicaciones; un hermoso y rollizo bebé con una piel blanca, bellos ojos azules y un anaranjado cabello ensortijado fruto de su herencia paterna, tan diferentes del cabello castaño y los ojos verdes de su madre. Cuando Ulricka tomó a la pequeña en sus brazos, aspirando su dulce olor y acercándola a su pecho para amamantarla, sus miedos se disiparon, dando paso al anhelo de procurar a aquella criatura todo el amor del mundo y un futuro maravilloso.




Decidió ponerle un hermoso nombre para que lo llevara con orgullo y con la ayuda de Brommel, que permaneció fiel a la mujer que amaba, pero a la que nunca se atrevió a profesar sus sentimientos por temor al rechazo, ya que sabía que la enana veía en él a un amigo y no a un amante, dieron una infancia feliz a aquella niña, totalmente ajena al secreto que albergaban sus corazones.




Para la pequeña, su única figura paterna era aquel enano de barba oscura y ojos almendrados, severo pero cariñoso, que la colmaba de atenciones como si fuera suya.




Pero un día, la paz de aquel hogar se hizo pedazos cuando una patrulla de tres jinetes de grifo llegó volando hasta el enclave donde estaba la humilde, pero acogedora cabaña. De uno de aquellos grifos se bajó una imponente figura de largos cabellos y trenzada barba anaranjados, portando una armadura dorada que brillaba como el sol. Aquel extraño se acercó hasta la pequeña, que había dejado de lado sus juegos para mirarle con una mezcla de curiosidad y miedo.




El enano posó una mano sobre su también anaranjada cabeza y le preguntó con una voz grave:


-Tu madre está dentro ¿verdad?- a lo que la pequeña asintió con un leve gesto de la cabeza- Sigue jugando aquí afuera, pequeña, debo hablar a solas con ella.




La niña fue incapaz de moverse de donde estaba, taladrada por la fiera mirada de los dos acompañantes del enano, que se bajaron de sus monturas y aguardaron expectantes la llegada de su señor. En ese momento, Brommel llegaba de su partida habitual de caza, con las provisiones necesarias para varios días. Al ver a los jinetes, lanzó al suelo sus presas y corrió hasta la cabaña, pero fue duramente interceptado por los guerreros, que desenvainaron y cruzaron sus espadas delante de él para cerrarle el paso, impidiéndole acercarse.




La pequeña observaba la escena muda y quieta; a sus oídos llegaban fragmentos de la acalorada discusión que se daba lugar en el interior de la casa.



-¡Nunca te he pedido nada ni he querido nada de ti!- gritaba su madre-. ¿Para qué quieres llevártela ahora? ¿Para tenerla en tu fortaleza, criándola como si fuera de segunda, porque para tu gente no será más que la hija bastarda de un noble?

-Puedo reconocerla- le decía él.

-¿Le dará eso algún derecho?- quiso saber la mujer.

-Yo ya tengo un heredero, Ulricka...- declaró el hombre, tajante.

-Entonces déjame criar a mi hija como me plazca, para que sea feliz como una niña normal. Olvídate de ella.

-No puedo hacer eso que me pides. El consejo se ha enterado de su existencia y algún día la reclamarán.

-¿Qué?- bramó enfurecida- ¿Por qué? ¿Por miedo a que desbarate tu precioso reino? ¿A que reclame algo en el futuro?- la mujer bajó el tono de voz, tornándola fría como el hielo-. No debes preocuparte, eso no va a ocurrir...

-Te he avisado, al menos mantén a la niña al margen todo lo que puedas y cuando lo desees, si es que alguna vez lo haces, dale ésto como recordatorio de quién es.



El regio enano salió de la cabaña y montó para abandonar el lugar, sin dirigir una sola mirada a la niña ni a su acompañante, que nada más verse libre del acoso de los guerreros, corrió raudo al interior de la cabaña para abrazar a Ulricka, que había roto a llorar desconsoladamente, en un intento de calmarla.




El tiempo fue pasando después de aquella fatídica velada. Su madre hacía como si nada hubiera pasado y la pequeña actuaba sin preguntas, como si nada hubiera escuchado. Brommel la instruía en todo lo que sabía, sin decir una sola palabra sobre aquel suceso acaecido: la enseñó a leer y a escribir, le contó historias sobre las grandes hazañas de los héroes de Azeroth, del pueblo enano y sus costumbres; la enseñó a cazar, a limpiar las pieles, a valerse por sí misma, incluso a manejar un poco las armas, aunque ésto último nunca fue del agrado de su madre.



-Puede que algún día lo necesite- le explicaba Brommel a Ulricka, que bajaba la cabeza apesadumbrada cuando oía aquellas palabras.



Hasta que un aciago día, un mensajero vino a caballo hasta su hogar, portando una carta con un ostentoso lacre, dirigida a su madre. Al leer el pergamino, la mujer se derrumbó, tapándose el rostro con las manos. Brommel cogió el documento para leerlo y una sombra de inquietud veló su rostro.


-¿Qué pasa, mamá?- preguntó la niña, inocente a todo aquello.



Ulricka miró al enano a los ojos y éste asintió con la cabeza, en un mudo gesto que sólo ellos dos entendieron.



-Ven, mi niña, tengo que hablar contigo- le pidió su madre, mientras se sentaba junto al fuego del hogar. La niña entró con miedo; todo aquello la asustaba, las caras de consternación, las prisas de Brommel que parecía estar empaquetando algo...

-Mamá...- susurró la pequeña, sentándose al lado de su madre.

-Mi niña, debo decirte algo y no me interrumpirás- le pidió la mujer, con los ojos anegados en lágrimas-. Debes irte con Brommel lejos de aquí y yo no puedo acompañarte...- la niña abrió sus azules ojos como platos y empezó a emitir protestas pero la mujer chasqueó la lengua, moviendo negativamente la cabeza mientras le posaba un dedo sobre los labios para acallarla-. No, escucha...- siguió-. Es de vital importancia que me hagas caso y obedezcas sin rechistar lo que voy a pedirte. A partir de hoy dejarás de usar tu nombre, no volverás a pronunciarlo jamás. No mencionarás ante nadie ésta casa, ni a mí, ni nada que te relacione con tu pasado. Sé que eres pequeña aún para entenderlo pero algún día lo harás... ;cuando tengas que proteger la vida de alguien a quién quieras más que a ti misma, lo entenderás...




Su madre se dirigió entonces a un arcón al lado de la chimenea y sacó una cajita de madera. De su interior, la mujer extrajo un medallón con una cadenita de mithril, poniéndolo alrededor del cuello de la pequeña que lo miró interrogante, mientras las lágrimas se deslizaban silenciosas por sus mejillas. La medalla lucía el símbolo de un blasón enano desconocido para ella en aquel entonces y las siglas F.M.S. grabadas en una de sus caras. En aquel entonces, la niña aún no se imaginaba lo que el destino le depararía ni que en un lejano futuro mandaría a grabar aquel medallón para poner, a modo de burla, las siglas de su propio nombre y unas palabras de afecto...



-Ésta es la prueba de tu auténtico linaje, pero jamás ¿me oyes? ¡Jamás! debes mostrarlo a nadie- le pidió su madre, con voz temblorosa-. He intentado librarte de la carga de éste secreto, pero tendrás que llevarlo contigo...



La mente de la pequeña era una explosión de confusión e interrogantes: ¿Por qué tenía que marcharse? ¿Por qué su madre no podía acompañarla? ¿Cual era el significado del medallón y del secreto, de esa carga de la que habían intentado librarla? ¿Por qué no podía volver a usar el nombre que tanto le gustaba? Y sobretodo... ¿Qué iba a pasar con su madre, por qué tanto miedo? Pero antes de que sus labios se abrieran para pronunciarse con algunas de aquellas dudas, Brommel irrumpió en la cabaña con la cara descompuesta.



-¡Siluetas de jinetes de grifo se perfilan en la lejanía!- gritó.



Su madre la sujetó por un brazo y la empujó hacia Brommel.



-¡Llévatela lejos, por los dioses!- la mujer agarró con fuerza la camisa del enano-. Con ella te estoy entregando la razón de mi existencia, por favor... protégela...



El enano cogió a la niña, sacándola a rastras mientras la pequeña se debatía entre mordiscos y patadas, llorando, gritando para llamar a su madre.



-¡Quiero quedarme con ella!- gritaba-. ¡Mamá, no quiero irme! ¡Madre!

-Adios, mi dulce pequeña- le dijo su madre desde la puerta. Sus piernas habían flaqueado por la angustia y estaba arrodillada llorando amargas lágrimas por la pérdida.




Brommel la montó como pudo sobre un carnero ensillado a las puertas de la casa y salió al galope como una exhalación, llevándose con él el cuerpo, pero sobretodo el alma de una niña a la que no le volverían a brillar los ojos nunca más.




Fueron pasando los años y la Niña de la Mirada Triste creció, dando paso a las afeminadas formas de la adolescencia. En todo aquel tiempo su vida se convirtió en un continuo camino errante. Como peregrinos, nunca estaban demasiado tiempo en un lugar. Cuando empezaba a hacer amigos, si es que lograba hacer alguno, Brommel le comunicaba que había llegado la hora de mudarse y comenzaban de nuevo su ciclo sin rumbo fijo.




De manos de aquel enano, que la crió como un padre, dándole todo el cariño que pudo, pero sin conseguir que la pequeña volviera a sonreír, aprendió el manejo rudimentario de las artes de la supervivencia; ésta vez, sin su madre presente para regañar al enano, por desgracia para ella, el aprendizaje en el manejo de las armas se tornó muy en serio, asegurándole él que era necesario para su subsistencia; pero Brommel le confesaba sentirse continuamente vigilado, como si en cada rincón del Azeroth en el que se escondían, más que vivir, ocultara un peligro para ella.




Con el devenir de los años transcurridos y siendo el enano su única compañía, la Niña de la Mirada Triste fue conociendo aquella parte de la historia que le había sido vetada, incluido el dolor de Brommel por no volver a ver a la mujer que había amado más que a su propia vida y a la que nunca le dijo lo que sentía. También le contó sus inquietudes con respecto a su futuro y al hecho de que él sabía que alguien podía estar siguiendo sus pasos. Con reticencia y cierta parte de vergüenza por no poder cumplir él mismo con la promesa de cuidar de ella, le confesó que se había puesto en contacto con una persona que podría garantizar su destino mejor que él.



La Niña de Mirada Triste, sintiéndose abandonada de nuevo, no puso objeción alguna. Sabía que aquel hombre la quería como a una hija y a la hora de la despedida, con un fuerte abrazo y unas lágrimas asomando a los ojos almendrados del enano y a los azules de ella, la joven de anaranjado cabello le susurró al oído:


-Me has dado cuidados, protección y cariño, lo único que una niña necesita. Rezaré a los dioses para que nuestros caminos se vuelvan a encontrar algún día... padre.




Y aquella chiquilla enana, apenas una adolescente, cogió de nuevo sus pocas pertenencias para acompañar a su recién conocido tutor, al que odiaría y amaría al mismo tiempo y que le enseñó a ver la vida con otros ojos, los ojos de aquel que hace del silencio su armadura y de las sombras, sus armas.




Como las marcas dejadas por el viento en la arena del desierto, el destino de la Niña de la Mirada Triste se desdibujó, para volver a trazar nuevas formas en su superficie...”







La voz del joven cesó y su mirada se centró a su alrededor. Perdido en las brumas de aquel doloroso relato, no había sido consciente de que sus manos seguían en el cuello de aquel hombre, que hacía rato había dejado de moverse.




Lo soltó y el cuerpo cayó como un fardo, con la silla incluida. Sólo en ese momento sintió la tensión de sus músculos, que habían estado sujetando a aquel desgraciado durante la narración del relato. Posó la mirada en cada uno de sus compañeros, que habían observado mudos la escena, sin querer ni poder interrumpirle. Al llegar a la enana, arrodillada en el suelo, cansada y con los hombros hundidos, su corazón se hizo pedazos como el cristal y corrió hasta ella para estrecharla entre sus brazos.




-Yo no voy a abandonarte...- le susurró, mientras le acariciaba el cabello-. Jamás...

-Ni yo...- oyeron a sus espaldas la voz del enano que en ese momento era Arcturius, no el Puíta.

-Yo ta'poco...- coreó el trol.





Eléboro levantó sus enrojecidos ojos para mirarlos de hito en hito y, aspirando aire con fuerza, pronunció las palabras, amortiguadas entre aquellos asfixiantes muros como únicos testigos, que cambiarían sus vidas a partir de aquel momento:



-Debemos irnos- anunció, cariacontecida-. Nos marcharemos por un tiempo u os pondré en peligro a todos vosotros y a mis compañeros de Hermandad- se giró para encararse con el joven de pelo negro como ala de cuervo, al que tomó del rostro con ambas manos, clavando la mirada en sus profundos ojos grises-. Y mientras caminamos hacia un lugar más seguro, no dejes de contar mi historia, mi dulce niño. Sólo quiero oír tu voz...; necesito escucharla de tus labios...- se paró, tragando saliva- ¿Y sabes qué?- le preguntó a lo que él respondió con una silenciosa espera- Hace veinte años que entendí el significado de las palabras que me dirigió mi madre: “Cuando tengas que proteger la vida de alguien a quién quieras más que a ti misma, lo entenderás..."




El joven la abrazó con fuerza, posando un beso sobre su coronilla y por un momento, los ojos de la Niña de la Mirada Triste volvieron a brillar de nuevo.

2 comentarios:

  1. Despierto entre lagrimas recordando mi sueño y un susurro escapa de mis labios:

    -Es una promesa un tanto extraña pero debo hacerla...esta maga tampoco te abandonara...

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  2. *Un susurro acude a tu mente como la reminiscencia del sueño recién terminado y tal como creíste oír una vez, la suave voz del Narrador hace acto de presencia de nuevo...:

    "Nosotros tampoco- te dice su arrobadora voz-. Nunca estarás sola..."

    Como si fuera un brizna de aire, crees sentir el suave contacto de unos dedos enjugándote las lágrimas, llevándoselas consigo...*

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