viernes, 1 de abril de 2011

Si quieres saber, debes escuchar mi relato...



Una embozada figura caminaba despacio hacia su objetivo, que permanecía ajeno a los hechos. Lentamente se acercó por detrás del sillón frente a la lumbre de la chimenea y deslizó la hoja de su cuchillo hacia la garganta de la que iba a ser su víctima, que dio un respingo al notar la gélida hoja contra su piel.


-No chilles, viejo...- susurró con voz ronca- Colabora y dejaré que los años te envíen a la fría tierra... ¿donde está?

-¿Donde está quién?- respondió el amenazado. Un hombre de avanzada edad que temblaba, presa del terror.

-¡No te hagas el inocente conmigo, viejo!- dijo la fría voz masculina, haciendo presión sobre el cuchillo que rasgó ligeramente la arrugada piel, haciendo caer un hilo de sangre- ¡Ella! ¿Donde está?- el anciano suspiró. Ahora parecía saber a quién se refería.

-Aunque estuviera entre éstos muros, mis ojos no podrían verla, joven...



La siniestra y amenazadora figura giró alrededor del sillón para quedar frente a su interlocutor y verle bien el rostro. Vestido con una raída túnica gris, el hombre sentado allí parecía vivir sus últimos momentos. Unos escasos y largos cabellos canos caían sobre sus hombros decrépitos, marcando una ojerosa tez cetrina. Sus ojos hundidos mostraban unas pupilas cubiertas por un velo lechoso. Su mano derecha temblaba con movimientos convulsos.


-Como puedes ver no resulto una amenaza para ti...- le dijo con una voz cascada por la edad.

-Pero seguro que puedes darme la información que busco o de lo contrario aceleraré tu destino...

-¿Y mancharte las manos con la sangre de un anciano?

-No es algo que me importe demasiado, te lo aseguro...- el decrépito hombre se sobresaltó.

-¿No habrás matado a mi sirviente?- preguntó alarmado.

-Por supuesto, viejo. Está en el pasillo, ahogándose en su propia sangre. Te invitaría a verlo, si pudieras, claro...- los labios del anciano temblaron y con voz quejumbrosa le dijo:

-Puedo darte información... pero debes ser paciente. La edad no perdona y mi memoria es... inestable.

-Desembucha.



El anciano permaneció en silencio, parecía estar rebuscando entre los rincones de su ajada mente.


-Recuerdo una historia...- comenzó a decir.

-¡Nada de historias!- lo cortó abruptamente- tan sólo dime lo que quiero saber...

-En la historia está la respuesta- dijo el anciano, con tranquilidad-. Escúchala y se despejarán algunos interrogantes...

-Chocheas, viejo- dijo la oscura figura, haciendo presión sobre el cuchillo.

-¡La historia te dirá donde está!- chilló de repente el anciano, atenazado por el pánico.

-Pues empieza a contarla... y rapidito, no tengo toda la noche.

-Trata... trata sobre un niño y una mujer...- comenzó a relatar el vetusto hombre, ignorando el exasperado suspiro que lanzaba su oyente.




"El niño miraba con ojos desorbitados el interior de la oscura posada donde se encontraba. El olor a orco dominaba la estancia. En las mesas esparcidas por doquier en la espaciosa sala se encontraban los parroquianos, orcos la mayoría, aunque también se veía a un par de gigantescos tauren y algún que otro goblin.



El contacto de una cálida mano lo sobresaltó, cuando se posó sobre la suya, apoyada en la sucia mesa a la que se sentaban.


-Tranquilo...- le dijo el hombre a su lado, su padre-. Sé que impresionan pero no nos pasará nada. Tenemos un salvoconducto de Thrall para pasar por Orgrimmar de camino a Los Baldíos- el hombre lo miraba con ojos confiados-. El camino hacia Vallefresno es muy largo y necesitamos descansar y aprovisionarnos.



Aunque su padre parecía tranquilo ante la situación, el niño, de unos ocho años, no lo estaba tanto. Los presentes en aquella taberna les dirigían hoscas y malhumoradas miradas. Algunos incluso barbotaban alguna palabra en un gutural idioma al pasar junto a ellos. A pesar de desconocer la lengua, el tono de voz dejaba claro que no era algo amistoso.



El chiquillo intentó relajarse y barrió el lugar con la mirada, posándose en una mesa en concreto. En ella, dos enormes orcos parecían jugar a los dados con un extraño trío. Un hombre, una mujer y una tercera figura de aspecto aterrador a ojos de aquel crío. De piel azul, llevaba el hirsuto cabello atado en numerosas trenzas, también de color azul. Unos enormes colmillos asomaban por la comisura de sus labios y su cara estaba totalmente pintada con motivos tribales. Su porte y sus salvajes vestimentas horrorizaron a la criatura.


De repente una camarera orca interrumpió el juego.


-El perro tiene que quedarse fuera- le dijo a aquel extraño ser.

-¿Perro?- le dijo con una áspera voz-. ¿A quié llama tú perro?

-Yo diría que a eso que se acurruca bajo tus piernas, trol- le dijo la orca.

-¿Nzambi?- preguntó asombrado el ser, que ahora sabía que era un trol, después de que la orca hubiera hecho mención a su raza. El trol rompió a reír a carcajadas dándose palmadas contra la rodilla.- Nzambi no é un perro, o'ca- le dijo con un marcado acento, mirando al animal que permanecía tumbado a sus pies.

-¿Ah, no? ¿entonces que es, un múrloc?- los orcos presentes en el juego rieron ante el atrevido comentario de su congénere. El trol sonrió.

-E'te y su co'pañero merodeaban po mi tierrah bu'cando sangre...- la orca se cruzó de brazos desafiante, mientras escuchaba la excusa del trol-. Pero yo loh encontré y maté a' otro. A e'te le hice vudú... anteh era un o'co, como tú.



La pareja de orcos presente en la mesa se revolvió, nerviosos ante la evidente provocación del salvaje trol. La camarera se giró hacia ellos con una mirada fulminante, aunque tragaba saliva. La superchería y las extrañas habilidades de los trols con la brujería no le pasaron inadvertidas como para comprobar si aquello era verdad o no.



-Muy gracioso...- dijo, envalentonada-. Puedes quedarte con tu sucio chucho, pero que no moleste y vosotros dos- se dirigió hacia los orcos- no quiero peleas en mi posada ¿entendido?- la pareja hizo un ligero asentimiento disgustado.

-¿Se pué queá entonce? Pe'fecto. Pero no lo conve'tí en un perro, é un chacá...



La camarera se alejó y los demás pudieron seguir con su juego.


-No mires demasiado al trol- le avisó su padre-. Lo interpretan como un gesto grosero y son bastante violentos- le explicó.


El chiquillo tragó saliva y siguió observando el juego, sin fijarse demasiado en la azulada criatura. Los dados resonaban en la mesa y los orcos parecían ir perdiendo una importante suma.



-¡Perra!- espetó de repente uno de los orcos con la mirada fija en la mujer-. ¡Has sacado tríos de seis cuatro veces seguidas! ¡Nadie le hace trampa a Gortuck!- dijo, levantándose de la silla que cayó al suelo con estrépito, para desenfundar el arma.



Con un movimiento más rápido que la vista, la mujer desenfundó una daga antes de dar tiempo al otro a sacar su espada y de un ágil salto se colocó frente a él, con la punta de la hoja sobre la entrepierna del asombrado orco, que había dejado su arma a medio salir de la funda.


-¿Me estás llamando tramposa, Gortuck?- le dijo al orco, haciendo presión sobre el cuchillo.


En ese momento, dos soldados orcos fuertemente armados penetraron en la estancia.


-¿Qué pasa aquí?- bramó uno de ellos-. ¿Hay algún problema?

-Ninguno, oficial- respondió la mujer sin soltar el cuchillo.

-¿Entonces por qué lo que le cuelga a ese orco sigue en peligro?- dijo el otro soldado.

-Porque aún no me ha pagado lo que merecidamente he ganado y estábamos “ultimando detalles”.

-¿Es eso cierto?- Gortuck asintió con la cabeza, tragando saliva ante la posibilidad de perder su hombría.

-Pues págale y que se vaya. No quiero un jaleo más por hoy.


El orco sacó a regañadientes una abultada bolsa que tiró con un agrio gesto sobre la mesa.


-Ya se te ha pagado, ahora lárgate.

-Tranquilo oficial, ya nos íbamos- le contestó sin dejar de mirar al orco.



Enfundó su arma con la misma velocidad con la que la había sacado, cogió la bolsa y salió de la posada, acompañada por el otro hombre. El trol salió unos segundos después y detrás de él, la pareja de soldados.



-Perros de Thrall...- susurró Gortuck, escupiendo en el suelo-. ¡Quiero bebida!- bramó, sentándose de nuevo. La mirada de ojos rojos del orco se posó sobre el niño, que no se había perdido detalle de la escena.- ¿Y tú qué coño miras, cachorro?- le dijo. El chiquillo bajó la cabeza aterrado.


Los orcos bebieron más de la cuenta, a lo que se les unió un tercer acompañante de su misma raza. Las miradas de los tres se cruzaban con las del niño y su padre. En sus ojos había sed de sangre.


-Padre...- susurró el chico.

-Será mejor que nos vayamos- le dijo, cogiéndole de la mano-. No me gustan esas miradas.


El niño y su padre salieron al exterior dirigiéndose a la carreta atada a una pareja de mulas que cargaba con sus bienes de comercio. Una pareja de hombres de aspecto rudo los saludaron al llegar.

-¿Nos vamos ya, señor?- preguntó uno de ellos.

-Coged vuestros caballos- dijo nervioso el padre del niño-. Partimos de inmediato. El camino es largo y puede que no sea seguro...


Los dos hombres se miraron entre ellos y sin rechistar, cogieron sus respectivas monturas para escoltar a su jefe.


Pronto estaban en camino hacia el cruce que unía Durotar con Los Baldíos."



-¡Me estoy cansando del cuento, viejo!- dijo el oscuro hombre, interrumpiendo la narración y haciendo presión sobre la hoja en el cuello del anciano.

-Eres un joven impetuoso...- contestó éste, sin inmutarse demasiado-. Te dije que la respuesta a tu pregunta estaba en la historia, pero si me cortas el relato, mi debilitada mente tardará más en hilar los acontecimientos...

-¡Joder! Tenía que haber exigido más en pago por esta misión...- masculló.


El anciano carraspeó y siguió con su historia...




"Llevaban ya varias horas de camino y hacía rato que habían pasado el cruce. El polvoriento y desierto camino que cruzaba Los Baldíos hacia el norte se abría ante ellos. A los lados, unos pocos matorrales secos y algún que otro árbol de corteza arrugada eran la única vegetación visible en aquel desolado lugar. De repente oyeron el ruido del pisar de varias patas detrás de ellos. Al girarse, los hombres a caballo vieron la polvareda que levantaban a su paso.


-¡Jinetes de lobos, señor!- dijo uno de ellos.


El padre del chico giró la cabeza asustado, para ver quién se acercaba. Con horror descubrió que se trataba de los orcos de la posada, pero en lugar de tres, eran cinco. A sus oídos llegó un escalofriante grito de batalla que provenía de la garganta del llamado Gortuck.


El hombre se volvió hacia su hijo y lo cogió por un brazo, empujándole a la parte trasera de la carreta. Con nerviosismo, tapó al chiquillo como pudo.


-No te muevas de ahí- le pidió en un asustado susurro-. Veas lo que veas y lo que oigas, por La Luz, no salgas de tu escondite.


En la mirada de su padre se reflejó el pánico. Aquellos orcos sabían que el
hombre iba acompañado de un niño. Si lo que querían era desquitarse del agravio de haber perdido todo su oro jugando a los dados, bajo el influjo del alcohol y la imprevisible naturaleza orca, podían darse por muertos.



Los hombres desenfundaron sus armas, haciendo caracolear a sus caballos para ponerlos frente a la amenaza. Se perdieron de la vista de aquel niño, que observaba con ojos desorbitados por el miedo a través de la rendija de la tela que lo cubría. Desde donde estaba podía ver el asiento de la carreta y las cabezas de las mulas, que agitaban las orejas, nerviosas. Sólo pudo oír el fragor de una batalla. Acero contra acero, los cascos y relinchos de los caballos, los gruñidos de los lobos que montaban los orcos y los gritos de excitación de éstos, junto a los alaridos agónicos de los hombres que acompañaban a su padre.



De repente uno de aquellos alaridos hendió el aire a su alrededor. El que gritaba era su padre que caía, o era lanzado, sobre el asiento del carro, de manera que el chiquillo pudo ver aquel rostro ensangrentado. Con un gemido ahogado, el niño se tapó la boca con las manos, para evitar hacer ruido mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Una mirada llorosa llegó hasta él, y de los labios de su padre, aún vivo, se formaron las palabras: “Te quiero”, sin sonido alguno. Un respingo agitó aquel cuerpo al clavarle una afilada hoja por la espalda para rematarlo y el niño vio como su padre moría ante sus ojos.


-¡Había un mocoso con ellos!- bramó la voz de Gortuck.


De improviso, hasta los oídos del niño llegó el sonido de la cuerda de un arco y una sibilante flecha a continuación. El pesado cuerpo del orco cayó delante de él, sobre el de su padre, con una flecha atravesando su cuello.



Los gritos de sorpresa y terror de los orcos inundaron la escena. No oía otras voces, sólo los agónicos lamentos de aquellas salvajes criaturas, que se acallaron poco después.



La tela que lo cubría se levantó de repente, mostrando al azulado trol que estaba horas antes en la posada.



-¡E'tá aquí!- avisó. El niño chilló como un loco cuando se vio descubierto-. T'anquilo chico. No vamo a hacerte ná. Hemo llegao ta'de p'a salvá a tu pad'e.

-Apártate Ayubu, le estás asustando- dijo una voz femenina.



Una cálidas y fuertes manos lo agarraron, sacándolo de su escondite. El
chiquillo gritaba y pataleaba, intentando zafarse.


-Tranquilo muchacho- le dijo aquella voz, suavemente. Una mano se posó sobre la cabeza del pequeño, acariciándola.- Shhh, ya está... ya estás a salvo.


El niño miró aterrorizado a su alrededor y se encontró con unos azules y profundos ojos que lo miraban afligidos. Un suave y amistoso rostro acompañaba aquellos ojos, que el niño no podría olvidar jamás.


-Lo siento pequeño- le dijo-. No hemos podido llegar antes. De veras, lo siento.


Aquel rostro femenino parecía estar realmente compungido por los hechos acaecidos. El niño, indefenso, se aferró al cuello de su protectora y lloró desconsoladamente.


-Llora, llora todo que tu alma te pida...- le susurró al oído, sin dejar de acariciar su cabeza.

-Do fodemo dejadle aquí- dijo una voz grave y masculina. El niño ladeó la cabeza para ver al que había hablado y se encontró con un rostro barbudo, con la boca ensangrentada. Era el hombre que acompañaba a aquella mujer en la posada.

-Y no lo dejaremos- respondió la mujer-. Lo llevaremos con ella. Tiene que echarte un vistazo a ti también.

-Yo effoy fien...- decía mientras la sangre manaba a raudales de su boca.

-¿Qué vá a está tú bien si el a'queroso o'co te ha tirao tó loh diente de un masaso?

-Do, zodos do, be queda udo- dijo, abriendo la boca en señal de respuesta, mostrando un único diente en pie.



El niño se desmayó en los brazos de aquella mujer..."



La voz del anciano cesó.



-¿Qué? ¡Sigue!- exigió el hombre del cuchillo.

-No hay más, ésta es la historia y ya tienes tu respuesta.

-¿Qué?- chilló el hombre-. ¿Pero qué mierda...? ¿Qué coño tienen que ver esos humanos y el jodido chiquillo con lo que quiero saber?

-¿Quién te ha dicho que la mujer era humana?- dijo el anciano, con un escalofriante cambio en la voz. Ya no parecía la voz de un viejo.- Te dije que la respuesta estaba en la historia...; el “jodido chiquillo” era yo... y el lugar donde está ella...

-...es detrás tuyo, botarate- dijo una femenina voz con un fuerte acento.



El embozado hombre arqueó la espalda y emitió un gorgoteo cuando la hoja de una daga envenenada se hundió, atravesando su pulmón. El cuchillo con el que amenazaba al anciano resbaló de su mano y su cuerpo se derrumbó. De detrás de la oscura figura emergió una silueta entre las sombras. Portando una ensangrentada daga en la mano, con la otra se quitó el negro paño que le cubría la cara, sacándose a continuación la capucha que tapaba su cabeza. El rostro de una enana de anaranjadas trenzas y profundos ojos azules miró al anciano.



-¿Ha matado a Roderic?- preguntó él, con una voz fuerte y joven.

-No- contestó la enana-. Sólo se estaba marcando un farol. Está donde le dijimos que se metiera.



La enana se agachó para rebuscar entre los bolsillos del cadáver. Con un gesto brusco le quitó la capucha, mirando indiferente aquel rostro. Tirando la tela sobre el cuerpo, siguió con la labor de buscar.



-¿Le conoces?

-No. Como a casi todos los demás que han venido hasta ahora. Mira ésto- le dijo sacando un pergamino y mostrándoselo al anciano que hizo un gesto hacia sus ojos-. Ah, es verdad. Creo que ya te puedes quitar toda esa parafernalia.

-Uff, menos mal, porque con ésto no veo ni media- aseguró el “viejo”, que poco a poco fue retirando pegotes elásticos de su piel para luego quitarse la prótesis que hacía su boca desdentada y los guantes que envejecían sus manos.


Con ganas se desprendió de la peluca y de las láminas acuosas que le velaban los ojos. Un apuesto hombre de largo pelo negro como el ala de un cuervo y unos intensos ojos grises se ocultaba detrás de aquella máscara de vejez. Con un gesto cogió el trozo de pergamino que aún le mostraba la enana.


-¡Será imbécil! Llevaba la petición encima...

-Y eso no es todo- le dijo, lanzándole una bolsita con unas pocas monedas y enseñándole un pañuelo de mujer ensangrentado que llevaba entre sus ropas- Ni siquiera era un mercenario si aceptó el trabajo por esa miseria. Y esto...- dijo,
alzando el pañuelo-. Un asesino. Posiblemente aceptó el encargo por el placer de cobrarse una presa impunemente, amparado por la “ley”.



La enana miró aquel cuerpo con desagrado, una sombra de amargura cubrió sus ojos. El joven de pelo negro la miró, apenado. Imaginaba el sufrimiento que le provocaba todo ésto a su amiga.



-¿Que tal mi interpretación?- le preguntó de repente, para sacarla de sus pensamientos.

-Magistral, como siempre- le contestó ella, apartando su vista del cadáver para mirarlo a él-. El temblor de tu mano me ha conmovido y todo- el joven sonrió radiante ante el halago-. ¡Ah! Y quédate con esas monedas para que puedas arreglar el desastre que éste patán ocasionó en tu cerradura...

-Ven aquí, anda. Pareces cansada- le dijo amablemente él, extendiendo sus brazos hacia ella.



La enana de anaranjadas trenzas aceptó de buen grado la oferta y con un suspiro, se sentó sobre el regazo de aquel hombre, que la cubrió en un abrazo.


-Lo estoy, mi pequeño- susurró, alzando una mano para acariciar el apuesto rostro-. Lo estoy...

-¿Cuando dejarás de llamarme pequeño? Creo que he crecido bastante desde aquel día hace...

-Hace veinte años...; tienes razón, eres todo un hombre, aunque para mí siempre serás mi pequeño niño.



Cogiendo el rostro de aquel joven con ambas manos, unió sus labios a los de él, en un largo y cariñoso beso. Al separarse él le preguntó, sonriente:

-La próxima vez...-"porque por desgracia, habrá una próxima" pensó para sí, sin apenar más a su pequeña amiga-. ¿Qué historia quieres que les cuente?


La enana se paró a meditarlo unos segundos.



-Podrías contarles el motivo de mi nombre, la vez en la que lo conocí a él, o al Maestro, o a mi pequeña amiguita y sus demonios. O podrías contarles la de tu magnífica tutora, o aquella orgía draénica qué...- se echó a reír ante la cara de asombro del hombre-. Lo que tú quieras...- le dijo, dándole otro beso.

4 comentarios:

  1. Escondida tras la puerta observa la escena,intentando acomodarse para no perder detalle...

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  2. Ahora te haces una idea de qué le pasó a la desdentada boca de nuestro libidinoso amigo.

    Pronto contaré otra historia. Tan pronto como otro individuo, ansioso de respuestas, rompa la quietud de mis noches juntos al fuego...

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  3. me ha gustado tu relato!

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  4. Muchísimas gracias. Me alegra que haya sido de tu agrado.

    Me anima a seguir contando mis relatos, escondido entre las sombras...

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