martes, 16 de agosto de 2011

Onírica: Entrevista con el... Pastelero


-¿Estás seguda de que vamos pod ed camino codecto, Elébodo?

-No, pero lo encontraremos, de eso estoy segura...

-Pero... ¿A quién buscamos?- preguntó la arrobadora y profunda voz del Narrador.

-¿Aún no lo sabéis?- dijo con sorna la enana de anaranjadas trenzas, enarcando una ceja en un gesto de falsa incredulidad-. Tsk, tsk...-chasqueó-. Os creía más listos, chicos... Buscamos al Pastelero...

-¿¿Queeeé??- exclamaron los otros tres al unísono. Sus caras de desconcierto arrancaron una carcajada de la garganta de la enana.

-A vé que yo lo e'tienda, que loh tró podemo sé a'go má lento que el re'to...- empezó a decir Ayubu, cruzándose de brazos-. E'tamo aquí, en vete tú a sabé do'de... ¿Po'que quiere hablá có tu Loa?

-Puede ser...- fue la parca respuesta.

-Pó me lo podíah habé dicho a'tes y yo hubiera hablao con é, sin ta'to quilombo...

-Te equivocas en una cosa Ayubu, no quiero hablar con MI Loa... porque es NUESTRO Loa...

-Ah no, eso sí que no; yo te'go loh mío y no le ri'do cu'to a ni'guno má, que ba'tante tengo ya. Ademá, se cabrean si lo hago...

-Tranquilo, creo que los tuyos no se enfadarán con éste si hablas con él un ratito- le aseguró, guiñándole un ojo.

-A todo ésto, Eléboro... yo no quisiera ser descortés pero... ¿Donde se supone que estamos?

-Buena pregunta...



Los cuatro: pareja de enanos, humano y trol, acompañado de su fiel chacal, habían estado caminando por una zona envuelta en una niebla tan espesa que apenas podían verse unos a otros. El suelo no emitía el típico ruido de piedras, tierra u hojarasca al ser pisados, al contrario, el sonido del taconeo de sus botas sonaba con fuerza, extendiéndose en un largo eco que hacía parecer que por allí pasaban una banda de tamborileros, en lugar de cinco compañeros, bastante perdidos, por lo que se veía.



De improviso, la niebla se dispersó, como si hubiera sido barrida por una violenta ráfaga de viento, sólo que allí no había viento alguno. Los cinco, ya que Nzambi no parecía dispuesto a perderse detalle, se encontraron al principio de un larguísimo pasillo, con multitud de puertas a ambos lados. Casi a la vez, giraron sus cabezas con intención de mirar hacia atrás, para asegurarse del camino que habían seguido para llegar hasta allí, pero con un respingo de asombro lo que vieron fue... la nada. Un vacío sin aparente final, sin suelo, ni techo, se extendía a sus espaldas. Delante de ellos, el pasillo y las puertas...


-Estooo... padece que no hay mucho donde elegid ¿no?- pregunto Arcturius al resto, esbozando una sonrisa. Parecía divertido con todo aquello.

-Hefa, no sé do'de nos has metío, pero e'to ape'ta a vudú...

-Hemos llegado hasta aquí, sea donde sea, sigamos entonces. Como dice Puíta, no parece haber mucho donde elegir.

-¿Y esas puertas?

-Me da la impresión de que nuestro objetivo está detrás de una de ellas...

-Si eso, yo dejo que las abdas tú, que pada eso edes la jefa...

-Tu sentido del deber me abruma, querido amigo- dijo, mirándolo con una socarrona sonrisa-. Vale, yo las iré abriendo, pero no pienso entrar si no se ve qué es lo que hay dentro.



Eléboro se acercó a la primera puerta a su izquierda. Cada tres o cuatro metros había una y el pasillo parecía ser muy largo. El color blanco lo inundaba todo, paredes, suelo... Con sumo cuidado, la enana cogió el pomo, blanco como el resto, y lo giró. Con un ¡Click! La puerta se abrió despacio...


Dentro estaba oscuro, pero el dintel se hizo pequeño para albergar las cabezas curiosas del grupo de amigos.


-Yo no veo ná...- susurró Ayubu.

-Shhh ¿No oís? Una voces...

-Ya las oigo, padece un cantudeo.

-Yo diría que es una salmodia... y se oye más fuerte ahora.

-¿Qué caraho disen? No e'tiendo ná...


“Y ha ocurrido que el señor de los bosques, siendo... siete y nueve, bajo los escalones de ónix...”


-¿Ein? ¿Qué es eso de siede y nueve y no se qué?

-¡Calla, coño! ¡Déjame oír!


De repente, el canto con aquella frase recurrente cesa, para dar paso a una especie de griterío histérico donde cientos de voces parecen rezar... o llamar... a alguien, o algo...


"Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn..."

"Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn..."


“¡¡PH'NGLUI MGLW'NAFH CHTULHU R'LYEH WGAH'NAGL FHTAGN!!”



-¡Kiá! Ta ge'te parece hablá como mi prima cua'do está cabreá...

-Yo entiendo algo sobde un pingüino endalao que está fatal...


Del interior llega una voz chillona y escalofriante.


-¡Herejes!- grita a voz en cuello-. ¡Herejes entre nosotros!


Más rápido que la vista, un enorme tentáculo emerge de la oscuridad.


-¡Joded! ¡Cieda Elébodo! ¡¡Cieda!!



Entre los cuatro agarran la puerta como pueden y la cierran de un tirón tan fuerte que los deja a todos sentados en el suelo, estupefactos y ¿Por qué no decirlo? Bastante asustados.


-¿Visteis eso?-preguntó el joven Narrador poniéndose en pie.

-Joder, como para no verlo... como que de esa puerta mejor pasamos...

-Sí, mejod...

-¿Táis seguro de queré abrí otra?

-¡Y tan segura! Está jugando con nosotros...

-Po e Pa'telero e un cachondo...



Segunda puerta, pero ésta vez, deciden ir al otro lado del pasillo. Eléboro gira de nuevo el pomo que es exactamente igual al anterior, como parecen serlo todos los que pueden ver desde donde están. Con otro ¡Click! La puerta se abre, despacio...



Ésta vez no hay oscuridad, sino una sala redonda, igual de blanca que el resto, con la particularidad de que las paredes estaban revestidas del suelo hasta el techo con extraños cuadrados de cristal que emiten imágenes de forma aleatoria; cosa de magia, sin duda. En el centro de la estancia, un sillón y una figura de espaldas a ellos que se gira hasta quedar frente a frente. Un hombre de aspecto casi anciano y totalmente vestido de blanco los mira con una media sonrisa bailando en su faz.


-Hola- les dice-. Soy el Arquitecto...

-Buenas, yo la Enana de Anaranjadas Trenzas, encantada.


Y antes de que el hombre dijera nada más, la enana cerró de un portazo en el que temblaron hasta las jambas.


-¿Por qué has cerrado?- preguntó el Narrador-. A lo mejor era él...
-No era él, de eso estoy segura. Además, se ha presentado como el Arquitecto, no como el Pastelero...

-Tenía pinta de viejo vedde...

-¡Mira quié vino a hablá!- estalló Ayubu, en una sonora carcajada.


Arcturius aguantó la broma con un bufido exasperado.


-Seguimos. Pero ahora... Puíta se presta voluntario para asomarse él primero- dijo la enana, mientras se giraba hacia su amigo con una aviesa sonrisa.

-¡Fuá! Vale, que do se diga que los enanos somos cobaddes...


Siguiente puerta, siguiente ¡Click!...


-¿Qué ves?- preguntan los tres, cuando el enano asoma la cabeza con cautela.

-A un tío dubio... con un tabaddo de fondo dojo y un león dodado, padece estad quemando algo...

-¿Conocemos alguna hermandad con esos colores?

-Ahora mismo no caigo...


Desde dentro oyen la voz del hombre. Parece estar eufórico...


“El invierno se acerca, el invierno se acerca... ¡Toma invierno! ¡Ruge el león!


-Chicos, este tío está pidado...

-Como unah maracah, bro... Vamo a cerrá de'pacio no sea que le cortemo el rollo y se vaya a enfadá o a'go...


Con sumo cuidado, cerraron la puerta del que parecía ser algún tipo de pirómano medieval.


-Ésto puede llevarnos media vida... ni siquiera sabemos cómo es- se quejó el joven de cabello negro como ala de cuervo-. Y no me quiero imaginar qué nos vamos a encontrar en las siguientes puertas...



“No hace falta que sigáis buscando...”

-¿Qué...? ¿Qui...

“Abrid la que tenéis delante vuestro”

-¡Delante nuestro no hay nada! ¡Más pasillo y más puertas a los lados!- gritó la enana, hacia la nada.

“Mirad de nuevo, entonces”-sugirió la etérea voz que parecía muchas y ninguna al mismo tiempo.


Frente a ellos, como si siempre hubiera estado allí, tenían un portón más parecido a lo que estaban acostumbrados. Una recia puerta de madera con un pesado pomo de hierro negro.


-Ya os decía yo que estaba jugando con nosotros...


Al entrar, se encontraron con el espacioso refectorio de un castillo de buena posición. Ricos telares adornaban las paredes, rematados en festones de vivos colores. En el centro, una mesa larga con bancos seguidos a ambos lados. Sobre ella, viandas de todo tipo hicieron la boca agua a los compañeros, que continuaban de pie, sin atreverse a entrar del todo en aquella cámara. Había cordero, cochinillo, pavo y faisán. Pescados de todo tipo e incluso una langosta... ¡en una bañera!. Frutas, pan recién hecho y dulces de apetitoso aspecto. Todo estaba dispuesto y por supuesto, no faltaban las jarras de vino y cerveza por doquier.


“Enseguida estoy con vosotros... mientras ¿Por qué no vais picando algo?”


-¡Espera!- dijo la enana, cogiendo por el brazo a Arcturius que se lanzaba atropelladamente hacia el condumio-. ¿Eres tú el Pastelero?- preguntó en voz alta.

“Sí, yo soy. El vuestro, por lo menos... No seas desconfiada y come. Sé perfectamente qué es lo que más os gusta a cada uno...”

-¿Luego podremos hablar?

“Para eso has venido ¿no?. Sí, hablaremos. Podrás hacerme todas las preguntas que quieras...”

-¿Puedo, Elébodo?- preguntó Puíta con una vocecilla lastimera...

Cuando la enana bajó la vista, vio a su amigo mirarla fijamente con unos ojos que parecían enormes, brillantes y muy suplicantes...

-Ve, anda...


Antes de que terminara de soltarle la manga de la camisa, el enano corrió y de un salto se sentó en el banco. Parecían faltarle manos para escoger lo que quería comerse. Los demás se acercaron con bastante más cautela, pero el olor del yantar era pecaminoso, casi herético.


-Algo que huele así no puede ser tan malo. Además, no creo que ÉL quiera envenenarnos ¿no crees?- dijo perspicaz, el Narrador.

-Vale, me doy por vencida... ¡Joder! Se me está haciendo la boca agua...

-Chicoh, e'te Loa e'tá en tó- dijo, masticando un trozo de carne cruda que había en una fuente, fileteada con delicadeza-. ¡Que me lleve e vudú si e'to no é gnomo!


Sus compañeros pararon bruscamente, mirándolo asombrados. Arcturius tenía un “muslito” de cordero listo para hincarle “el” diente, pero no llegó a su boca. Ayubu los miró a todos y se echó a reír.


-¡Menuo careto habéi pue'to! No creo que sea gnomo pero ¡Kiá! ¡Ta mu bueno!


El resto exhaló el aire al unísono en un sonoro suspiro y parecieron relajarse. Comieron y bebieron hasta hartarse, hasta que el sonido de un cerrojo al descorrerse llamó su atención. A través de una puerta lateral, salió una figura de extraño aspecto, pero claramente femenina. Vestía un pantalón de una tela que parecía ser gruesa y basta, de color azul desvaído. Una camisa adherida a su cuerpo, también de color azul en la que se veía algo escrito que no podían leer, sobre el león dorado, símbolo de la Alianza. El calzado que llevaba era igualmente inusual; en lugar de botas, aquella mujer parecía calzar algún tipo de mocasín cerrado, sin cordón ni entorchado para sujetarlo al pie. La mirada de la compañía se posó en un rostro de facciones redondas, surcado por una afable sonrisa. Sus ojos, una mezcla de azul y verde que daba como resultado un gris gatuno parecían estar escondidos tras unas gafas, mucho más discretas que las que fabrican los ingenieros, pero éstas parecían tener una utilidad diferente. Tenía el cabello largo hasta los hombros, lacio y de color rubio oscuro, con un mechón mucho más claro en un lado de la cabeza.



-Hola chicos...- les dijo, sonriente-. Perdonad la broma de antes con las puertas, os habéis metido sin querer en otros universos de fantasía, paralelos a éste.


Eléboro abrió los ojos como platos y con un trozo de pavo aún en la boca no pudo evitar exclamar:


-¡Jabíaqueedasuna...!- dijo, a medio masticar. Cogió una jarra de cerveza y bebió con avidez, para ayudarse a tragar-. ¡Sabía que eras una mujer! ¡Las manos que vi en mi sueño eran muy finas para ser de un hombre y eran las tuyas!

-Muy avispada...- contestó la joven-. ¿Ha sido de vuestro agrado la comida?

-Es exquisita, os doy las gracias si a bien tenéis aceptar las palabras de éste, vuestro humilde Narrador...- dijo el joven con una reverencia y una galantería sin igual.

-Con ésta no te va a colad...- susurró Arcturius en el tono más bajo que pudo, imposible de oír a la distancia que los separaba de ella. Sin embargo, la mujer se echó a reír como si hubiera escuchado el chascarrillo.

-Mi querido Dominic, siempre tan encantador... Bueno, Arabelle, ¿Qué querías de mí?

-¿Sabes nues...? ¡Joder, qué pregunta más tonta he estado a punto de hacerte!

-Pues sí, porque os los puse yo, esos nombres...

-Así que vos sois nuestra creadora...

-Tutéame Dom, por favor- dijo, sentándose a la mesa con ellos.

-Y ésto... es un sueño, como la otra vez ¿No?

-Éso, o que te has vuelto loca, mi querida y díscola enana. Yo no dejaría que te volvieras loca... aún. Así que nos quedamos con la otra opción. Pero no es eso lo que te ronda la cabeza, si no me equivoco...

-Pues no, la verdad es que no. Básicamente ansiaba preguntarte donde coño estabas metida...

-¡Elébodo!

-Tranquilo Arcturius, tiene razón. Mea Culpa...

-Has sido muy injusta. Tenía la impresión de estar sola en el mundo, de que aquel que guiaba nuestras existencias se había marchado, dejándonos tirados a nuestra suerte...

-Yo jamás haría algo así. Tienes todo el derecho a sentirte enfadada conmigo. Os he tenido un tanto abandonados y eso tiene una explicación, que no justificación. ¿Me permites que te la de?

-Adelante- gruñó la enana, malhumorada.

-Pero antes... ¿Os importa si unos amigos se sientan a la mesa con vosotros?

-Hay hueco y comida de sobra. Además, me huelo que aunque no lo hubiera, lo crearías, así que sí, pueden quedarse tus amigos...

-Chicos...


Poco tuvieron que esperar hasta que las puertas se abrieron de nuevo y por ella penetraron un grupo de criaturas cada cual más extraña a ojos de los cuatro amigos, cinco, si contábamos a Nzambi, que masticaba despreocupadamente los restos de un conejo. Los primeros en entrar fueron una pareja que Eléboro reconoció al instante.


-Vosotros sois los de la otra vez- susurró, apuntándolos con un dedo-. ¡Los que me dijisteis el nombre del lugar en el que me encontraba!


El hombre de piel oscura, casi del color del bronce, cabello blanco y unos hermosísimos ojos de color oro, la miró con gesto afable y asintió. La joven que estaba junto a él, de cabello castaño oscuro, piel bronceada con un ligero matiz dorado y unos sobrenaturales ojos azules con vetas ambarinas la saludó con una mano de forma amigable.


Pero ellos no eran los únicos. Poco a poco, algunos más se fueron uniendo a la particular reunión: un varón de delicado aspecto élfico y piel muy clara, una joven fémina de piel obsidiana y penetrantes ojos rojos, un joven de aspecto demoníaco, con cuernos y unos ojos anaranjados que hicieron estremecer a Eléboro... Y seguían llegando, ésta vez parecían de otro remoto lugar, diferentes totalmente al primer grupo.


-Creo que podemos saltarnos las presentaciones o tardaremos una eternidad...- dijo la mujer-. ¿Les conocéis?

-Yo los vi a ellos en mi sueño- señaló la enana-. Pero eso tú ya lo sabías, supongo...

-Sí, lo sabía y la pregunta que os acabo de hacer no espero que me la respondáis. Es sólo para que ates cabos...

-Ellos me dijeron que todos veníamos del mismo sitio... del...

-”Ánima Mundi”- corearon al unísono todos los allí congregados.

-No me e'toy e'terando de ná... ¿Qué é eso de' sueño y de' Ánima Mu'di ese? ¿Má vudú?

-Si os hubiera contado aquel sueño habríais pensado que estaba chiflada...

-Cosa que es imposible que pensemos ahora...- dijo el Narrador, riéndose-. Más que nada porque estamos contigo...


Eléboro se volvió hacia la mujer.


-Entonces... todos ellos...- dijo señalando a los presentes-. ¿Dependen también de ti?

-Se van uniendo esos cabos...- respondió ella, asintiendo.


-Sin ella, el futuro de los Reinos se hubiera perdido y yo no podría tener la vida libre que tanto ansío- dijo el joven de piel oscura y ojos dorados, que tenía una extraña marca en la frente.


-Sin ella, yo nunca hubiera encontrado el colgante de plata que dio inicio a nuestra aventura- dijo un chico, adelantándose. Un jovencito, de no más de quince año humanos, que pasaba su brazo alrededor del hombro de otro de edad similar, en un afectuoso gesto.


-"Kne shiá, oro'elea kne Telhari, khazud xahé Illiara ur shachsa ner Uchtall Shakur"- dijo una voz masculina, con una melodiosa entonación. El que había hablado se adelantó, mostrando una figura totalmente embozada que apenas dejaba ver algo que no fueran los ojos, ya de por sí bastante extraños, puesto que eran de una tonalidad iridiscente, imposible de concretar.

-Ha dicho que sin ella, nuestro mundo ni siquiera hubiera existido, puesto que fue su mano la que le dio forma a partir del más absoluto Vacío- tradujo un humano, de pie a su lado.


-¿Lo entiendes ahora, Arabelle? Nunca ha sido mi intención acallar la voz del Narrador, ni abandonaros a vuestra suerte. Pero la voz de Dominic es tan hermosa que lo que tenga que decir no puede ser “escupido”, tiene que fluir. Los hilos de vuestro destino están siendo tejidos, al igual que el de todos ellos y tarde o temprano la voz del Narrador volverá a romper la quietud del silencio, mostrando a todos aquellos que quieran escuchar, vuestras aventuras y desventuras. Pero como todo, se necesita un tiempo para evitar que Dom rebuzne, en lugar de hablar. Porque eso es lo que haría si hilara con desgana en vuestro telar particular. Lo mismo se aplica a todos ellos...


-¿Ves? Eda sólo que estaba ocupada... Mida que edes cabezota...

-¡Ey! No me eches a mí toda la culpa que tú también estabas acojonado.

-Vale, lo admito... Esto... Pasteleda... ¿te puedo pdeguntad algo?

-Puedes, pero no, no voy a decirte qué va a pasar con vuestro futuro amoroso... Y no, no te voy a revelar si vas a tener un encuentro con una hermosa dama en breve...

-¡Cachis! Tenía que intentadlo...

-¡Pero mira que eres burro!- espetó Eléboro, dándole una colleja a su pícaro amigo. Luego se volvió hacia la mujer-. Esto... discúlpanos. La verdad es que no fui consciente del hecho de que son muchos los hilos que has decidido tejer y todos necesitan su tiempo... Me siento... avergonzada... y no suelo...-de repente se paró-. ¿No serás tú la que pone esos sentimientos en mí, no?- preguntó, desconfiada.

-No tienes nada de lo que disculparte Arabelle, y no- dijo la mujer, riendo-. Yo os marco el ritmo y vosotros ejecutáis la pieza musical. Cuando lloras, ríes, amas o te cabreas hasta límites insospechados lo haces tú, no yo. Tendría una existencia muy agitada si fuera al contrario...

-Qué cabrona eres...- dijo la enana, riéndose a su vez.


-Ejem... en resumías cuentas. Que no no preocupemoh, que tó llegará ¿no?

-Así es.

-¿Y donde estaremos ahora, cuando salgamos de aquí?

-Donde mismo estabais. A bordo del Fantasía de la Doncella después de haberos visto inmiscuidos en una vorágine desenfrenada, pasional y muy rocambolesca... pero esperad, agudizad vuestros oídos...

“¡Tierra a la vista!”
“¡¡Tierra a la vistaaaaaa!!”



Con una última sonrisa de la mujer, la escena que transcurría delante del grupo de amigos se fue desvaneciendo. La enorme mesa, la comida, las paredes del refectorio se fueron diluyendo como si hubieran estado pintadas y alguien les arrojara agua. Todos los presentes, que no eran pocos, se dieron media vuelta y salieron silenciosamente, mientras la mujer se giraba y les decía “Hasta Pronto” acompañándose con un gesto de la mano.



-¡Tierra a la vista!

-Elébodo... ¡Elébodo!

-¿Mmmmm?

-¿Te has vuedto a quedad dodmida?

-¡Uau! ¿A que ha sido increíble?- dijo la enana de anaranjadas trenzas, casi eufórica, al despertar sobre el fornido hombro de su amigo.


Estaban en la cubierta del barco, sentados entre las jarcias y los aparejos, esperando a que el barco tomara tierra. Por lo visto habían avisado a todos los viajeros para que salieran de sus respectivos camarotes pero Eléboro no parecía recordar nada de cómo es que estaba afuera y no en el catre. La enana miró a sus compañeros y la sonrisa que portaba en su rostro se esfumó al ver sus caras de desconcierto.


-¿El qué ha sido increíble?- preguntó el Narrador, con una ceja alzada.

-Pada mí no mides, yo no le he hecho nada. No se deja...

-El sueño...

-¿Qué sueño?

-Hefa ¿Tú ta bien? ¿Quiere que te de mojo p'a evitá malo e'píritu?

-¡Mecagoenlaleche!- exclamó, después de darse cuenta-. ¡Nada! No me hagáis caso, que últimamente tengo unos sueños bastante... intensos...; eso es todo.

-¿Estaba yo en ellos?- preguntó Puíta.

-Por desgracia...

Al enano se le iluminó el rostro al oír aquella revelación y Eléboro se percató de la pregunta que vendría a continuación...

-...No... estábamos... haciendo... nada de lo que... puedas pensar- le dijo con los ojos entrecerrados, dejando apenas dos rendijas y los dientes apretados-... Mente sucia...

-No hay fodma... ni así, oye.


Todos se rieron y a la enana no le quedó más remedio que corear aquellas risas, mientras el resto de pasajeros, con Danielle, Sven y Ulmar incluidos, miraban a aquel dispar grupo, que parecían estar pasándoselo en grande, mientras la Fantasía de la Doncella se encontraba próxima a realizar la maniobra de atraque.



Nadie percibió una voz femenina que reía con ellos, mientras miraba la escena desde algún punto del universo.


“Menuda cara ha puesto, la pobre...”- dijo una voz masculina, perteneciente al joven de piel oscura y cabello blanco.

“Tú no hables muy alto Varaxe, que lo que pasaron tus propios compañeros con tus evocaciones oníricas también tuvo su aquel... y lo que te queda...”

“¡Cierto, ahí te ha pillado!”
- coreó entre risas la voz de la chica que lo acompañaba siempre.

“Sea como fuere, estoy segura de que a Eléboro le costará olvidar los sueños que está teniendo últimamente... Y de otra cosa estoy segura: de que en éstos mismos instantes me está llamando cabrona...”






*N. de la A.: Ante todo perdonad la tardanza. Como podéis ver, había explicación, que no justificación. Todo a su debido tiempo... ;) (Espero que os haya gustado, al menos)