miércoles, 7 de septiembre de 2011

Oh, oh... ¿Y ahora, qué?

-Bueno, aquí es donde nos despedimos, supongo...- dijo la doncella con los ojos brillantes como cuentas de cristal- Mi querido Rüdiger...- la voz de la joven empezaba a quebrarse, emocionada.

-Danielle...- empezó a decir el joven de cabello negro y profundos ojos grises, tomándola de la mano a continuación- Para mí, estas noches que hemos compartido al amparo del arrullo de las olas y la luz de la luna han sido como un bálsamo para mi espíritu- Mientras hablaba casi en susurros, con su dulce y tranquilizadora voz, por el bello rostro de la dama empezaron a correr raudas las lágrimas-. Debo deciros que, aunque nuestros caminos se separen, jamás abandonaréis el profundo hueco que habéis socavado en mi corazón porque haberos conocido ha sido un regalo de los dioses, que han querido premiar a este nefasto servidor...

-Mi señor... os echaré tantísimo de menos que no sé si mi alma podrá recuperarse. Sin vos, las noches venideras se convertirán en un vacío frío y desolado...

-Shhh, no habléis más, mi señora- le pidió él, poniendo un dedo sobre sus carnosos labios-. Las palabras que podamos decir ahora mismo sólo nos proporcionarían un atisbo de alivio en este triste momento. Prefiero que os llevéis con vos ésto...



El joven tomó a la muchacha por la barbilla y la alzó ligeramente para mirarla a los ojos con intensidad. Despacio, acercó su rostro al de ella y posó los labios en su boca, en un gesto dulce que no tardó demasiado en convertirse en un apasionado beso capaz de avivar las calderas del Infierno de tal forma que el calor llegara a los Cielos...



Mientras la pareja daba rienda suelta a su manifestación amorosa, empezó a oírse el taconeo nervioso de una bota, algún que otro bufido exasperado y una ligera risa proveniente de alguien con la voz grave, que curiosamente cesó de golpe, justo después de que a los oídos del joven llegara un sonoro ¡Cloc!... muy parecido al ruido que hacían los puños enanos al chocar contra una dura cabeza enana...



-Nunca os olvidaré...- dijo la muchacha entre suspiros sofocados, muy cerca de su boca, uniendo así ambos alientos, cuando él se separó ligeramente de ella dando fin a la vehemente caricia.

-Que la Legión Ardiente me lleve si mi corazón algún día deja de latir de forma desaforada al pensar en vos...

-Hasta siempre, mi señor...

-Hasta siempre, mi Luz del Alba...



Poco a poco, la pareja se fue soltando las manos, no sin cierta reticencia. La joven dama se acercó al trío que observaba la escena de despedida y se dirigió directamente a la enana de anaranjadas trenzas que permanecía de pie, con los brazos cruzados al pecho.



-A vos tampoco os olvidaré... Ulricka. Habéis sido una grata compañía.

-Que los dioses os guíen, joven dama. Al menos no podréis decir que el viaje haya sido aburrido...- le dijo, esbozando una traviesa sonrisa.


Las mejillas de la muchacha se arrebolaron. Sonrojo que se convirtió en un tórrido escarlata al mirar hacia el compañero enano que estaba al lado y que lucía una gran sonrisa, mostrando un único diente. Nerviosa, desvió la mirada de nuevo a su interlocutora y carraspeó.


-N-no... desde luego que no. Ha s-sido muy... lúdico...

-Yo no podría haberlo expresado mejor.



La mujer sonrió con gentileza y se inclinó en un saludo cortés que fue devuelto por la enana, para darse la vuelta a continuación y dirigirse hacia sus hombres, que la esperaban sobre sus respectivas monturas.



Con un gesto de la mano a modo de despedida, los tres partieron en pos de lo que quiera que les deparara a ellos el destino, mientras los tres compañeros junto al peludo chacal esperaban a que el cuarto componente de su grupo se decidiera a coger sus bártulos y subirse a lomos del brillante frisón negro que pateaba el suelo.



Cuando el joven se dio la vuelta, el trío lo miraba cada uno a su particular manera: la enana, con una ceja enarcada y una media sonrisa, su compañero, de una forma muy similar pero mucho más sonriente, ambos con un brillo picaresco en los ojos. El trol... el trol ni siquiera lo miraba. Parecía entretenido hurgándose entre los colmillos con una uña.


-Me da la impresión de que queréis decir algo...

-Oh, no nada, Dom...- dijo la enana-. Ha sido muy bonito. He estado a punto de llorar...

-Yo he estado a punto de besadte también... Y lo de la Legión Addiente ha sido demasiado... Me cdeía modid- dijo su compañero, llevando el dorso de su mano hacia la frente, en un afectado gesto.

-¿E'tonces soy yo el único que ha e'tao a pu'to de vomitá?- barbotó el trol, rompiendo su mutismo.

-Está claro que las mieles no han sido creadas para bocas de asno...- dijo el joven, riéndose.

-¡Kiá! No te co'fundas... que a mí me gu'ta la mié... y aquí había ta'ta que casi me cag... Bueno, vamo a sé finolih... que casi me hago de vie'tre... patas p'abajo.


Al terminar la frase, el trol hizo una reverencia y los tres no pudieron contener más la risa, estallando en carcajadas que se vieron coreadas segundos después por el propio Narrador.


-Anda que... Pues que sepáis que la echaré mucho de menos.

-Imagino, sobretodo cuando tengas que dormir entre los ronquidos de éstos dos- dijo la enana, señalando a sus compañeros con el pulgar-. Y sin mimitos...

-Por cierto...- dijo el joven, ignorando la última parte de la frase de la enana y cambiando rápidamente de conversación-. ¿Sigues dándole vueltas a tus sueños?

-Eeer... No, he decidido dejarlos como están. No te preocupes por ellos. Se ve que el mar no es bueno para los enanos...

-¡En eso te doy la dazón!- coreó Puíta, dándole un fuerte palmetazo a su amiga en el hombro.


Antes de que la enana devolviera el enérgico gesto, el trol hizo la pregunta clave:


-Bueno, a tó e'to... ¿Ahora p'a do'de vamo?



Eléboro lo meditó unos segundos antes de contestar.


-Tenemos bastantes provisiones con el añadido extra que nos proporcionó el capitán Cánula... Mmmm, creo que primero deberíamos saber cómo ha quedado toda ésta zona después del follón que montó Alamuerte... Estamos en Trinquete, conseguir información por aquí no es demasiado difícil. Que cada uno se de una vueltecita...



Al cabo de una hora, los cuatro se habían reunido de nuevo, todos llevaban consigo algo que aportar al resto.



-La cosa no pinta bien... He conseguido mapas nuevos.

-¿Y eso?-preguntó asombrado el joven Narrador-. ¿Tanto ha cambiado el continente?

-Los Baldíos están partidos por la mitad, no te digo más... Será cabrona la lagartija...

-A mí me han dicho que en Vallefdesno hay un lío monumental entde la Hodda y la Alianza. Gaddosh quiede suministdos pada la guedda a toda costa y los elfos consedvad sus bosques...

-A mí me han come'tao una to'tería sin i'po'tancia... Un rollo sobre Hyjal y los Aspe'tos de lo Vueloh co' suh avatareh... Ysera, Ma'furion y cuatro gato má, pelea'dose con Ra'naroh... o a'go d'eso... No pre'té mucha ate'ción...


Los otros tres miraron al trol con caras de pasmo, mientras éste se encogía de hombros, con total tranquilidad.


-¿Qué pasa?- preguntó, ofendido.

-Esto... ¿Los trol siempre dais así las noticias “Sin Importancia”?

-Decimo lah cosah tá cuá.

-No me digas, cuando el Portal Oscuro se abrió por segunda vez dijisteis algo así como que un tío feo y ciego se podría colar por él, acompañado de una caterva de demonios ¿no?

-A'go así...


La enana no puedo evitar soltar una carcajada ante el ancestral pragmatismo trol.


-Bueno, entonces dejaremos bien lejos de nosotros la zona norte de Kalimdor, a no ser que os apetezca ejercer de héroes...

-Sea como fuere, me da la impresión de que los problemas nos perseguirán allá donde vayamos. El tema del despertar de Alamuerte y el Culto Crepuscular no creo que vaya a permitirnos llevar las vidas normales y pacíficas que tanto hemos ansiado...- dijo el Narrador con evidente tristeza en la voz.

-Míralo por el lado positivo, pequeño. El revuelo a este lado del Mare Magnum parece mayor que en los Reinos del Este. Digo yo que una enana bastarda a la que persiguen los servicios secretos de nuestro querido rey Varian pasará desapercibida- dijo con sorna, guiñándole un ojo-. ¿Que tal si vamos hacia el oeste?

-¿Feralas?

-Desolace, por ejemplo...

-Mmmm- el joven se acarició la barbilla-. Bastante aislado, sí... pero en esas tierras yermas no sé yo...

-Mira ésto- le dijo la enana, enseñándoles el mapa a todos. Con un dedo señaló la zona de la que hablaban.

-Yo veo ahí demasiá agua p'a sé Desolace...

-Y demasiado vedde...

-Los Cenarión han recuperado una parte de la región y la están convirtiendo en un vergel... Y los druidas Cenarión son...

-...totalmente neutrales... ¡Es perfecto!- exclamó el Narrador.

-Pero e'tá a tomá viento de aquí...



Los tres dirigieron sus miradas al unísono hacia Arcturius, que continuaba mirando el mapa como si con él no fuera el asunto. Cuando se percató de los taladradores ojos de sus compañeros, alzó la cabeza.


-No... no...- empezó a decir mientras meneaba la cabeza-. No, no, no, no... tch, tch- chasqueó.

-Tendrás que volar...

-Ni mueddto, os digo yo que no...

-Propongo una cosa- dijo el joven, tranquilizador-. Tanteemos un poco Los Baldíos, por lo menos hasta llegar a la grieta y ver si se puede llegar al otro lado sin sobrevolar la zona y luego... ya veremos.


Eléboro no dejó de mirar a su amigo, que estaba empezando a ponerse amarillo tan sólo con la idea de subirse a lomos de un bicho que no tuviera las patas sobre la tierra, mientras sopesaba las posibilidades.


-No me parece mala idea, si estamos todos de acuerdo- el enano soltó de golpe el aire que había estado conteniendo hacía rato en un sonoro suspiro de alivio-. Al fin y al cabo, nadie nos espera... creo.



Unas horas más tarde, el grupo llegaba con sus monturas al paso hasta el límite de la brecha que se abría ante sus ojos, dividiendo la región en una garganta tan profunda que mareaba con tan sólo echar un vistazo hacia abajo; no en vano la habían llamado La Gran División.

Descabalgaron y comprobaron, pesarosos, que el ancho de la misma hacia el otro lado era inmenso. Las escarpadas paredes parecían haber sido cortadas con la misma facilidad con la que un cuchillo rebanaría una tajada de queso, tal había sido la fuerza del “aterrizaje” de Alamuerte. El calor proveniente de las rocas fundidas del fondo ascendía hacia ellos en potentes y malsanas vaharadas, que se les antojaron muy similares al aliento de los mismísimos demonios.


-Menudo hijo de la gdan...

-...dragona, sí.


Los cuatro miraban boquiabiertos, procurando no acercarse demasiado al filo de la garganta; la profundidad imponía un soberano respeto.


-Parece una herida...- analizó el joven, en apenas un susurro.

-Es una herida. El rastro que ha dejado ese cabrón en todo Azeroth tardará en sanar. Ha mancillado el elemento que debía proteger y restaurar...- La enana miraba aquella cicatriz con los ojos entrecerrados-. Aspecto de la Tierra... Traidor malnacido...- dijo por último, lanzando un escupitajo hacia aquel abismo incandescente.

-¿Qué hacemo, e'tonceh? ¿Seguimo a vé si te'mina en a'gún lao?

-Es eso, o subir hasta el Cruce, que a ti a lo mejor te reciben con los brazos abiertos, pero a nosotros lo dudo mucho...-su mirada azul se posó sobre su barbudo amigo, que se encogió como un niño- O volar...

-Los dioses me tienen manía, segudo.

-En fin...- suspiró la enana-. Seguimos. Así comprobamos si es cierto eso de que te tienen manía...



Cabalgaron en silencio, siguiendo la linde de la garganta, pero las monturas parecían aterradas, así que se vieron obligados a alejarse del filo, cosa que no importaba en demasía porque era imposible perder de vista la monstruosa grieta. El joven Narrador permanecía taciturno, con la cabeza gacha, sumido en sus pensamientos. La enana de anaranjadas trenzas azuzó a su carnero para ponerlo a la altura del elegante frisón del hombre.



-Estás muy callado, mi galán descarado. ¿En qué piensas?

-Oh, en nada en particular...- dijo, carraspeando-. Bueno, tal vez en el incierto futuro que nos aguarda...

-Dominic, eres un excelente actor, pero cuando se trata de sentimientos, mientes con el culo...

-¿Soy un libro tan abierto?- preguntó él, sonriendo.

-Para mí, sí... ¿Cuánto de lo que le dijiste era verdad?


El joven dio un respingo. La perspicacia de su pequeña amiga era asombrosa.


-Todo...- respondió, después de pensar unos segundos sobre qué decirle-. Adornado con caballerosa galantería claro, pero cuando le dije que la echaría de menos y que no la olvidaría, no le mentí.

-¿No te habrás...?

-¿Enamorado?- el joven se echó a reír-. No, tanto como para eso no. Pero fue agradable sentir su contacto, hablar con ella de temas triviales entre las sábanas. Me sentí...

-...Normal, mi pequeño- dijo ella, concluyendo la frase. Al Narrador no le pasó desapercibido el cambio en el apelativo, volviendo a su dulce e íntima forma de llamarlo y el tono de voz entristecido-. Te sentiste como un chico normal, no como un fugitivo...

-Eléboro... tú me has hecho sentirme como un chico normal desde hace veinte años...

-Te he enseñado a robar, a matar y a esconderte... no sé yo si considerar eso muy “normal”...

-Si mi madre no hubiera muerto de unas fiebres al poco de darme a luz- empezó a decir con su grave y meliflua voz-. Si mi padre no hubiera sido asesinado por una banda de orcos embrutecidos por la bebida y la sed de sangre humana... Si nada de eso hubiera ocurrido, puede que hubiera tenido eso que tú consideras una vida normal. Puede que estuviera casado, con hijos y tuviera una profesión honrada. Carpintero, por ejemplo, me hubiera gustado ser carpintero. Me gusta el olor de la madera...- en ese instante se giró para mirar a su pequeña amiga a los ojos-. Pero ocurrió... y lo único que me deparaba el futuro era una muerte agónica a manos de aquellas bestias. Sin embargo, los dioses quisieron para mí que un ángel de cabello naranja se cruzara en mi camino y... ¿Sabes qué? Aquel ángel me proporcionó un refugio entre sus propios brazos y entre los de la única persona en la que podía confiar, esa tauren a la que yo llamaría con gusto “Madre”. Nunca le faltó de nada a aquel niño flacucho de pelo negro y asustados ojos grises que yo era. Un techo, comida, calor, una excelente educación y el inmenso amor de unos padres que yo ya no tenía... Me enseñó a protegerme a mí mismo y a proteger a mis seres queridos... A pasar de ser un niño, a un adolescente con las mismas inquietudes que cualquier otro chico de mi edad, ya sabes, el anhelo de conseguir que alguna jovencita de hermosos rasgos e incipientes formas se fijara en mí- le dijo, guiñándole un ojo-. Y al final, me convertí en un hombre... y mírame...No lo has hecho tan mal ¿No? ¿Tú que crees? Yo diría que, hasta este mismo instante en el que estoy hablando contigo, he tenido una vida normal... ¿No dices nada a eso?

-N-no creo que me salgan las palabras...

-...Pues no haber hecho aseveraciones subjetivas de lo que se supone que es normal...- le dijo, con una sonrisa capaz de desarmar al Rey Exánime.

-¿En serio has aprendido de nosotros a ser así? Porque hay veces que no me lo creo...

-Entonces debieras tener más fe en ti misma.

-Eres un hombre maravilloso...

-¿Hombre, no niño?-. Preguntó él, con una ceja alzada y una sonrisa divertida.
-Hace tiempo que no veo un niño en ti y sabes que no tiene nada que ver con tus habilidades seductoras. Eres un hombre maravilloso y tus padres hubieran estado muy orgullosos de ti... como lo estoy yo.

-Al igual que los tuyos... y no me refiero al dueño de la semilla que germinó en el vientre de tu madre, sino a los de verdad, e incluyo también a Björn. Y si el que se sienta ahora mismo en su enjoyado trono te conociera y aún así, no lo estuviera, es que no se merece tener a Arabelle por hija...



De improviso, Eléboro cogió impulso y se puso de pie sobre el carnero, que se asustó ante la inesperada acción. Con un chistido la enana lo calmó y soltando las riendas, saltó hasta la grupa del frisón azabache. Colocándose en la parte de atrás de la silla, abrazó al joven con todas sus fuerzas.


-Shhh, ni una palabra, Dominic- susurró con la voz ahogada por las ropas del hombre-. No digas ni una palabra...


-Ya l'a dao a la hefa... ¿A ti t'abraza así, co'pañero?- preguntó el trol en voz baja y una risilla ahogada.

-No tanto como yo quisieda...

-¡Haz otra mención al número de momento tiernos que hemos tenido tú y yo y probarás cuánta profundidad tiene la garganta ésa!- gritó la enana, sin despegarse de la espalda del Narrador.

-Jodé, bro... menúo oído tiene.

-Ya te digo...




Una hora más tarde seguían viendo la fisura, que parecía interminable. Los únicos ruidos claramente presentes eran el retumbar de los cascos, pezuñas y garras de las monturas, las rachas de viento seco y ululante, y un constante rumor cavernoso que provenía de la grieta y que empezaba a ponerlos nerviosos.


Eléboro estaba a punto de hacer una propuesta para romper la monotonía del sonido cuando el Narrador pareció adivinar sus intenciones y el silencio se hizo añicos, pero de una forma distinta a la que estaban acostumbrados. Con un armonioso tono, el joven comenzó a cantar...



“Alza tus alas, vuela hacia el sol,
No mires hacia abajo, siente su calor,
No oigas la lucha que retumba a tus pies,
No veas las lágrimas y la sangre caer.

Alza tus alas, vuela hacia el sol,
No desvíes la mirada, siente su calor,
Prepara tus garras, hazlas brillar,
Y baja en picado, con honor y lealtad.

Despeja la ira de tu corazón,
Defiende tu causa con orgullo y ardor,
Junto a tus hermanos, con fiereza lucharás,
Y sobre tus enemigos, la sombra caerá...”




Cuando la voz del Narrador cesó, dando por finalizada la tonada, el resto de sus compañeros tardó unos segundos en reaccionar. Ayubu fue el primero en dar unas palmadas aprobatorias.



-Chico, ha'ta a mí me ha i'presionao... y eso que loh tró preferimo loh tambore...

-La leche, Dom... ¿Por qué coño no te he oído cantar antes?

-Porque suelo cantar para... hum...-carraspeó, nervioso-... las damas. ¡N-no me malinterpretes! No estoy diciendo que no seas una dama...

-¡Serás capullo!- estalló ella, dándole un palmetazo en la espalda para luego echarse a reír- ¿Antes o después de levantarles las faldas?

-En... ambas ocasiones...

-Mientdas no sea dudante...

-¿Te imaginah, bro?- dijo el trol, estallando en una de sus típicas risotadas, a la par que se golpeaba el muslo.



En ese instante, pareció como si todos, incluyendo al joven Dominic, se imaginaran la escenita del “durante”. Si había enemigos cerca, cosa de la que no estaban seguros, quedaron avisados con el coro de carcajadas.


-Ay, cómo somos... Tendremos que empezar a llamarte "Trovador"...- suspiró la enana enjugándose las lágrimas, que ésta vez eran de risa, con un dedo-. Ahora en serio... ¿Donde la aprendiste? Porque yo te he enseñado canciones de otro tipo...

-Que segudo que también le canta a las damas...

-Esa me la enseñó Tirma. De hecho me la sé en taurahe también. Estoy pensando que podría contaros aquella vez que... ¡Mierda!


-¿Aquella vez que miedda?- preguntó Arcturius de guasa, hasta que se percató de lo mismo que había llamado la atención del joven-. Miedda...- susurró.

-Me parece que a a'guien má le ha gu'tao tu a'tuación, o eso ehpero...


Eléboro asomó la cabeza por detrás del Narrador para ver que delante de ellos, a unos cuantos metros de distancia, una figura parecía observarlos. Desde la posición en la que se encontraban, el desconocido quedaba de espaldas al sol y a ellos los golpeaba de frente, impidiendo identificar qué tipo de criatura les esperaba, pero a la enana no le hizo falta ver con claridad aquella silueta para saber de qué se trataba. Despacio, su vista se desplazó hacia los promontorios colindantes para constatar lo que en un primer vistazo se temió. Allí estaban los gigantescos zarzales...


-Mecag...- susurró entre dientes-. La fisura nos ha desorientado...y nos hemos metido de cabeza en un poblado de Jabaespines...






N. del P.: El tema "Rosmarin" del grupo (c) Faun podría sonar de fondo en este relato... ;)

martes, 16 de agosto de 2011

Onírica: Entrevista con el... Pastelero


-¿Estás seguda de que vamos pod ed camino codecto, Elébodo?

-No, pero lo encontraremos, de eso estoy segura...

-Pero... ¿A quién buscamos?- preguntó la arrobadora y profunda voz del Narrador.

-¿Aún no lo sabéis?- dijo con sorna la enana de anaranjadas trenzas, enarcando una ceja en un gesto de falsa incredulidad-. Tsk, tsk...-chasqueó-. Os creía más listos, chicos... Buscamos al Pastelero...

-¿¿Queeeé??- exclamaron los otros tres al unísono. Sus caras de desconcierto arrancaron una carcajada de la garganta de la enana.

-A vé que yo lo e'tienda, que loh tró podemo sé a'go má lento que el re'to...- empezó a decir Ayubu, cruzándose de brazos-. E'tamo aquí, en vete tú a sabé do'de... ¿Po'que quiere hablá có tu Loa?

-Puede ser...- fue la parca respuesta.

-Pó me lo podíah habé dicho a'tes y yo hubiera hablao con é, sin ta'to quilombo...

-Te equivocas en una cosa Ayubu, no quiero hablar con MI Loa... porque es NUESTRO Loa...

-Ah no, eso sí que no; yo te'go loh mío y no le ri'do cu'to a ni'guno má, que ba'tante tengo ya. Ademá, se cabrean si lo hago...

-Tranquilo, creo que los tuyos no se enfadarán con éste si hablas con él un ratito- le aseguró, guiñándole un ojo.

-A todo ésto, Eléboro... yo no quisiera ser descortés pero... ¿Donde se supone que estamos?

-Buena pregunta...



Los cuatro: pareja de enanos, humano y trol, acompañado de su fiel chacal, habían estado caminando por una zona envuelta en una niebla tan espesa que apenas podían verse unos a otros. El suelo no emitía el típico ruido de piedras, tierra u hojarasca al ser pisados, al contrario, el sonido del taconeo de sus botas sonaba con fuerza, extendiéndose en un largo eco que hacía parecer que por allí pasaban una banda de tamborileros, en lugar de cinco compañeros, bastante perdidos, por lo que se veía.



De improviso, la niebla se dispersó, como si hubiera sido barrida por una violenta ráfaga de viento, sólo que allí no había viento alguno. Los cinco, ya que Nzambi no parecía dispuesto a perderse detalle, se encontraron al principio de un larguísimo pasillo, con multitud de puertas a ambos lados. Casi a la vez, giraron sus cabezas con intención de mirar hacia atrás, para asegurarse del camino que habían seguido para llegar hasta allí, pero con un respingo de asombro lo que vieron fue... la nada. Un vacío sin aparente final, sin suelo, ni techo, se extendía a sus espaldas. Delante de ellos, el pasillo y las puertas...


-Estooo... padece que no hay mucho donde elegid ¿no?- pregunto Arcturius al resto, esbozando una sonrisa. Parecía divertido con todo aquello.

-Hefa, no sé do'de nos has metío, pero e'to ape'ta a vudú...

-Hemos llegado hasta aquí, sea donde sea, sigamos entonces. Como dice Puíta, no parece haber mucho donde elegir.

-¿Y esas puertas?

-Me da la impresión de que nuestro objetivo está detrás de una de ellas...

-Si eso, yo dejo que las abdas tú, que pada eso edes la jefa...

-Tu sentido del deber me abruma, querido amigo- dijo, mirándolo con una socarrona sonrisa-. Vale, yo las iré abriendo, pero no pienso entrar si no se ve qué es lo que hay dentro.



Eléboro se acercó a la primera puerta a su izquierda. Cada tres o cuatro metros había una y el pasillo parecía ser muy largo. El color blanco lo inundaba todo, paredes, suelo... Con sumo cuidado, la enana cogió el pomo, blanco como el resto, y lo giró. Con un ¡Click! La puerta se abrió despacio...


Dentro estaba oscuro, pero el dintel se hizo pequeño para albergar las cabezas curiosas del grupo de amigos.


-Yo no veo ná...- susurró Ayubu.

-Shhh ¿No oís? Una voces...

-Ya las oigo, padece un cantudeo.

-Yo diría que es una salmodia... y se oye más fuerte ahora.

-¿Qué caraho disen? No e'tiendo ná...


“Y ha ocurrido que el señor de los bosques, siendo... siete y nueve, bajo los escalones de ónix...”


-¿Ein? ¿Qué es eso de siede y nueve y no se qué?

-¡Calla, coño! ¡Déjame oír!


De repente, el canto con aquella frase recurrente cesa, para dar paso a una especie de griterío histérico donde cientos de voces parecen rezar... o llamar... a alguien, o algo...


"Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn..."

"Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn..."


“¡¡PH'NGLUI MGLW'NAFH CHTULHU R'LYEH WGAH'NAGL FHTAGN!!”



-¡Kiá! Ta ge'te parece hablá como mi prima cua'do está cabreá...

-Yo entiendo algo sobde un pingüino endalao que está fatal...


Del interior llega una voz chillona y escalofriante.


-¡Herejes!- grita a voz en cuello-. ¡Herejes entre nosotros!


Más rápido que la vista, un enorme tentáculo emerge de la oscuridad.


-¡Joded! ¡Cieda Elébodo! ¡¡Cieda!!



Entre los cuatro agarran la puerta como pueden y la cierran de un tirón tan fuerte que los deja a todos sentados en el suelo, estupefactos y ¿Por qué no decirlo? Bastante asustados.


-¿Visteis eso?-preguntó el joven Narrador poniéndose en pie.

-Joder, como para no verlo... como que de esa puerta mejor pasamos...

-Sí, mejod...

-¿Táis seguro de queré abrí otra?

-¡Y tan segura! Está jugando con nosotros...

-Po e Pa'telero e un cachondo...



Segunda puerta, pero ésta vez, deciden ir al otro lado del pasillo. Eléboro gira de nuevo el pomo que es exactamente igual al anterior, como parecen serlo todos los que pueden ver desde donde están. Con otro ¡Click! La puerta se abre, despacio...



Ésta vez no hay oscuridad, sino una sala redonda, igual de blanca que el resto, con la particularidad de que las paredes estaban revestidas del suelo hasta el techo con extraños cuadrados de cristal que emiten imágenes de forma aleatoria; cosa de magia, sin duda. En el centro de la estancia, un sillón y una figura de espaldas a ellos que se gira hasta quedar frente a frente. Un hombre de aspecto casi anciano y totalmente vestido de blanco los mira con una media sonrisa bailando en su faz.


-Hola- les dice-. Soy el Arquitecto...

-Buenas, yo la Enana de Anaranjadas Trenzas, encantada.


Y antes de que el hombre dijera nada más, la enana cerró de un portazo en el que temblaron hasta las jambas.


-¿Por qué has cerrado?- preguntó el Narrador-. A lo mejor era él...
-No era él, de eso estoy segura. Además, se ha presentado como el Arquitecto, no como el Pastelero...

-Tenía pinta de viejo vedde...

-¡Mira quié vino a hablá!- estalló Ayubu, en una sonora carcajada.


Arcturius aguantó la broma con un bufido exasperado.


-Seguimos. Pero ahora... Puíta se presta voluntario para asomarse él primero- dijo la enana, mientras se giraba hacia su amigo con una aviesa sonrisa.

-¡Fuá! Vale, que do se diga que los enanos somos cobaddes...


Siguiente puerta, siguiente ¡Click!...


-¿Qué ves?- preguntan los tres, cuando el enano asoma la cabeza con cautela.

-A un tío dubio... con un tabaddo de fondo dojo y un león dodado, padece estad quemando algo...

-¿Conocemos alguna hermandad con esos colores?

-Ahora mismo no caigo...


Desde dentro oyen la voz del hombre. Parece estar eufórico...


“El invierno se acerca, el invierno se acerca... ¡Toma invierno! ¡Ruge el león!


-Chicos, este tío está pidado...

-Como unah maracah, bro... Vamo a cerrá de'pacio no sea que le cortemo el rollo y se vaya a enfadá o a'go...


Con sumo cuidado, cerraron la puerta del que parecía ser algún tipo de pirómano medieval.


-Ésto puede llevarnos media vida... ni siquiera sabemos cómo es- se quejó el joven de cabello negro como ala de cuervo-. Y no me quiero imaginar qué nos vamos a encontrar en las siguientes puertas...



“No hace falta que sigáis buscando...”

-¿Qué...? ¿Qui...

“Abrid la que tenéis delante vuestro”

-¡Delante nuestro no hay nada! ¡Más pasillo y más puertas a los lados!- gritó la enana, hacia la nada.

“Mirad de nuevo, entonces”-sugirió la etérea voz que parecía muchas y ninguna al mismo tiempo.


Frente a ellos, como si siempre hubiera estado allí, tenían un portón más parecido a lo que estaban acostumbrados. Una recia puerta de madera con un pesado pomo de hierro negro.


-Ya os decía yo que estaba jugando con nosotros...


Al entrar, se encontraron con el espacioso refectorio de un castillo de buena posición. Ricos telares adornaban las paredes, rematados en festones de vivos colores. En el centro, una mesa larga con bancos seguidos a ambos lados. Sobre ella, viandas de todo tipo hicieron la boca agua a los compañeros, que continuaban de pie, sin atreverse a entrar del todo en aquella cámara. Había cordero, cochinillo, pavo y faisán. Pescados de todo tipo e incluso una langosta... ¡en una bañera!. Frutas, pan recién hecho y dulces de apetitoso aspecto. Todo estaba dispuesto y por supuesto, no faltaban las jarras de vino y cerveza por doquier.


“Enseguida estoy con vosotros... mientras ¿Por qué no vais picando algo?”


-¡Espera!- dijo la enana, cogiendo por el brazo a Arcturius que se lanzaba atropelladamente hacia el condumio-. ¿Eres tú el Pastelero?- preguntó en voz alta.

“Sí, yo soy. El vuestro, por lo menos... No seas desconfiada y come. Sé perfectamente qué es lo que más os gusta a cada uno...”

-¿Luego podremos hablar?

“Para eso has venido ¿no?. Sí, hablaremos. Podrás hacerme todas las preguntas que quieras...”

-¿Puedo, Elébodo?- preguntó Puíta con una vocecilla lastimera...

Cuando la enana bajó la vista, vio a su amigo mirarla fijamente con unos ojos que parecían enormes, brillantes y muy suplicantes...

-Ve, anda...


Antes de que terminara de soltarle la manga de la camisa, el enano corrió y de un salto se sentó en el banco. Parecían faltarle manos para escoger lo que quería comerse. Los demás se acercaron con bastante más cautela, pero el olor del yantar era pecaminoso, casi herético.


-Algo que huele así no puede ser tan malo. Además, no creo que ÉL quiera envenenarnos ¿no crees?- dijo perspicaz, el Narrador.

-Vale, me doy por vencida... ¡Joder! Se me está haciendo la boca agua...

-Chicoh, e'te Loa e'tá en tó- dijo, masticando un trozo de carne cruda que había en una fuente, fileteada con delicadeza-. ¡Que me lleve e vudú si e'to no é gnomo!


Sus compañeros pararon bruscamente, mirándolo asombrados. Arcturius tenía un “muslito” de cordero listo para hincarle “el” diente, pero no llegó a su boca. Ayubu los miró a todos y se echó a reír.


-¡Menuo careto habéi pue'to! No creo que sea gnomo pero ¡Kiá! ¡Ta mu bueno!


El resto exhaló el aire al unísono en un sonoro suspiro y parecieron relajarse. Comieron y bebieron hasta hartarse, hasta que el sonido de un cerrojo al descorrerse llamó su atención. A través de una puerta lateral, salió una figura de extraño aspecto, pero claramente femenina. Vestía un pantalón de una tela que parecía ser gruesa y basta, de color azul desvaído. Una camisa adherida a su cuerpo, también de color azul en la que se veía algo escrito que no podían leer, sobre el león dorado, símbolo de la Alianza. El calzado que llevaba era igualmente inusual; en lugar de botas, aquella mujer parecía calzar algún tipo de mocasín cerrado, sin cordón ni entorchado para sujetarlo al pie. La mirada de la compañía se posó en un rostro de facciones redondas, surcado por una afable sonrisa. Sus ojos, una mezcla de azul y verde que daba como resultado un gris gatuno parecían estar escondidos tras unas gafas, mucho más discretas que las que fabrican los ingenieros, pero éstas parecían tener una utilidad diferente. Tenía el cabello largo hasta los hombros, lacio y de color rubio oscuro, con un mechón mucho más claro en un lado de la cabeza.



-Hola chicos...- les dijo, sonriente-. Perdonad la broma de antes con las puertas, os habéis metido sin querer en otros universos de fantasía, paralelos a éste.


Eléboro abrió los ojos como platos y con un trozo de pavo aún en la boca no pudo evitar exclamar:


-¡Jabíaqueedasuna...!- dijo, a medio masticar. Cogió una jarra de cerveza y bebió con avidez, para ayudarse a tragar-. ¡Sabía que eras una mujer! ¡Las manos que vi en mi sueño eran muy finas para ser de un hombre y eran las tuyas!

-Muy avispada...- contestó la joven-. ¿Ha sido de vuestro agrado la comida?

-Es exquisita, os doy las gracias si a bien tenéis aceptar las palabras de éste, vuestro humilde Narrador...- dijo el joven con una reverencia y una galantería sin igual.

-Con ésta no te va a colad...- susurró Arcturius en el tono más bajo que pudo, imposible de oír a la distancia que los separaba de ella. Sin embargo, la mujer se echó a reír como si hubiera escuchado el chascarrillo.

-Mi querido Dominic, siempre tan encantador... Bueno, Arabelle, ¿Qué querías de mí?

-¿Sabes nues...? ¡Joder, qué pregunta más tonta he estado a punto de hacerte!

-Pues sí, porque os los puse yo, esos nombres...

-Así que vos sois nuestra creadora...

-Tutéame Dom, por favor- dijo, sentándose a la mesa con ellos.

-Y ésto... es un sueño, como la otra vez ¿No?

-Éso, o que te has vuelto loca, mi querida y díscola enana. Yo no dejaría que te volvieras loca... aún. Así que nos quedamos con la otra opción. Pero no es eso lo que te ronda la cabeza, si no me equivoco...

-Pues no, la verdad es que no. Básicamente ansiaba preguntarte donde coño estabas metida...

-¡Elébodo!

-Tranquilo Arcturius, tiene razón. Mea Culpa...

-Has sido muy injusta. Tenía la impresión de estar sola en el mundo, de que aquel que guiaba nuestras existencias se había marchado, dejándonos tirados a nuestra suerte...

-Yo jamás haría algo así. Tienes todo el derecho a sentirte enfadada conmigo. Os he tenido un tanto abandonados y eso tiene una explicación, que no justificación. ¿Me permites que te la de?

-Adelante- gruñó la enana, malhumorada.

-Pero antes... ¿Os importa si unos amigos se sientan a la mesa con vosotros?

-Hay hueco y comida de sobra. Además, me huelo que aunque no lo hubiera, lo crearías, así que sí, pueden quedarse tus amigos...

-Chicos...


Poco tuvieron que esperar hasta que las puertas se abrieron de nuevo y por ella penetraron un grupo de criaturas cada cual más extraña a ojos de los cuatro amigos, cinco, si contábamos a Nzambi, que masticaba despreocupadamente los restos de un conejo. Los primeros en entrar fueron una pareja que Eléboro reconoció al instante.


-Vosotros sois los de la otra vez- susurró, apuntándolos con un dedo-. ¡Los que me dijisteis el nombre del lugar en el que me encontraba!


El hombre de piel oscura, casi del color del bronce, cabello blanco y unos hermosísimos ojos de color oro, la miró con gesto afable y asintió. La joven que estaba junto a él, de cabello castaño oscuro, piel bronceada con un ligero matiz dorado y unos sobrenaturales ojos azules con vetas ambarinas la saludó con una mano de forma amigable.


Pero ellos no eran los únicos. Poco a poco, algunos más se fueron uniendo a la particular reunión: un varón de delicado aspecto élfico y piel muy clara, una joven fémina de piel obsidiana y penetrantes ojos rojos, un joven de aspecto demoníaco, con cuernos y unos ojos anaranjados que hicieron estremecer a Eléboro... Y seguían llegando, ésta vez parecían de otro remoto lugar, diferentes totalmente al primer grupo.


-Creo que podemos saltarnos las presentaciones o tardaremos una eternidad...- dijo la mujer-. ¿Les conocéis?

-Yo los vi a ellos en mi sueño- señaló la enana-. Pero eso tú ya lo sabías, supongo...

-Sí, lo sabía y la pregunta que os acabo de hacer no espero que me la respondáis. Es sólo para que ates cabos...

-Ellos me dijeron que todos veníamos del mismo sitio... del...

-”Ánima Mundi”- corearon al unísono todos los allí congregados.

-No me e'toy e'terando de ná... ¿Qué é eso de' sueño y de' Ánima Mu'di ese? ¿Má vudú?

-Si os hubiera contado aquel sueño habríais pensado que estaba chiflada...

-Cosa que es imposible que pensemos ahora...- dijo el Narrador, riéndose-. Más que nada porque estamos contigo...


Eléboro se volvió hacia la mujer.


-Entonces... todos ellos...- dijo señalando a los presentes-. ¿Dependen también de ti?

-Se van uniendo esos cabos...- respondió ella, asintiendo.


-Sin ella, el futuro de los Reinos se hubiera perdido y yo no podría tener la vida libre que tanto ansío- dijo el joven de piel oscura y ojos dorados, que tenía una extraña marca en la frente.


-Sin ella, yo nunca hubiera encontrado el colgante de plata que dio inicio a nuestra aventura- dijo un chico, adelantándose. Un jovencito, de no más de quince año humanos, que pasaba su brazo alrededor del hombro de otro de edad similar, en un afectuoso gesto.


-"Kne shiá, oro'elea kne Telhari, khazud xahé Illiara ur shachsa ner Uchtall Shakur"- dijo una voz masculina, con una melodiosa entonación. El que había hablado se adelantó, mostrando una figura totalmente embozada que apenas dejaba ver algo que no fueran los ojos, ya de por sí bastante extraños, puesto que eran de una tonalidad iridiscente, imposible de concretar.

-Ha dicho que sin ella, nuestro mundo ni siquiera hubiera existido, puesto que fue su mano la que le dio forma a partir del más absoluto Vacío- tradujo un humano, de pie a su lado.


-¿Lo entiendes ahora, Arabelle? Nunca ha sido mi intención acallar la voz del Narrador, ni abandonaros a vuestra suerte. Pero la voz de Dominic es tan hermosa que lo que tenga que decir no puede ser “escupido”, tiene que fluir. Los hilos de vuestro destino están siendo tejidos, al igual que el de todos ellos y tarde o temprano la voz del Narrador volverá a romper la quietud del silencio, mostrando a todos aquellos que quieran escuchar, vuestras aventuras y desventuras. Pero como todo, se necesita un tiempo para evitar que Dom rebuzne, en lugar de hablar. Porque eso es lo que haría si hilara con desgana en vuestro telar particular. Lo mismo se aplica a todos ellos...


-¿Ves? Eda sólo que estaba ocupada... Mida que edes cabezota...

-¡Ey! No me eches a mí toda la culpa que tú también estabas acojonado.

-Vale, lo admito... Esto... Pasteleda... ¿te puedo pdeguntad algo?

-Puedes, pero no, no voy a decirte qué va a pasar con vuestro futuro amoroso... Y no, no te voy a revelar si vas a tener un encuentro con una hermosa dama en breve...

-¡Cachis! Tenía que intentadlo...

-¡Pero mira que eres burro!- espetó Eléboro, dándole una colleja a su pícaro amigo. Luego se volvió hacia la mujer-. Esto... discúlpanos. La verdad es que no fui consciente del hecho de que son muchos los hilos que has decidido tejer y todos necesitan su tiempo... Me siento... avergonzada... y no suelo...-de repente se paró-. ¿No serás tú la que pone esos sentimientos en mí, no?- preguntó, desconfiada.

-No tienes nada de lo que disculparte Arabelle, y no- dijo la mujer, riendo-. Yo os marco el ritmo y vosotros ejecutáis la pieza musical. Cuando lloras, ríes, amas o te cabreas hasta límites insospechados lo haces tú, no yo. Tendría una existencia muy agitada si fuera al contrario...

-Qué cabrona eres...- dijo la enana, riéndose a su vez.


-Ejem... en resumías cuentas. Que no no preocupemoh, que tó llegará ¿no?

-Así es.

-¿Y donde estaremos ahora, cuando salgamos de aquí?

-Donde mismo estabais. A bordo del Fantasía de la Doncella después de haberos visto inmiscuidos en una vorágine desenfrenada, pasional y muy rocambolesca... pero esperad, agudizad vuestros oídos...

“¡Tierra a la vista!”
“¡¡Tierra a la vistaaaaaa!!”



Con una última sonrisa de la mujer, la escena que transcurría delante del grupo de amigos se fue desvaneciendo. La enorme mesa, la comida, las paredes del refectorio se fueron diluyendo como si hubieran estado pintadas y alguien les arrojara agua. Todos los presentes, que no eran pocos, se dieron media vuelta y salieron silenciosamente, mientras la mujer se giraba y les decía “Hasta Pronto” acompañándose con un gesto de la mano.



-¡Tierra a la vista!

-Elébodo... ¡Elébodo!

-¿Mmmmm?

-¿Te has vuedto a quedad dodmida?

-¡Uau! ¿A que ha sido increíble?- dijo la enana de anaranjadas trenzas, casi eufórica, al despertar sobre el fornido hombro de su amigo.


Estaban en la cubierta del barco, sentados entre las jarcias y los aparejos, esperando a que el barco tomara tierra. Por lo visto habían avisado a todos los viajeros para que salieran de sus respectivos camarotes pero Eléboro no parecía recordar nada de cómo es que estaba afuera y no en el catre. La enana miró a sus compañeros y la sonrisa que portaba en su rostro se esfumó al ver sus caras de desconcierto.


-¿El qué ha sido increíble?- preguntó el Narrador, con una ceja alzada.

-Pada mí no mides, yo no le he hecho nada. No se deja...

-El sueño...

-¿Qué sueño?

-Hefa ¿Tú ta bien? ¿Quiere que te de mojo p'a evitá malo e'píritu?

-¡Mecagoenlaleche!- exclamó, después de darse cuenta-. ¡Nada! No me hagáis caso, que últimamente tengo unos sueños bastante... intensos...; eso es todo.

-¿Estaba yo en ellos?- preguntó Puíta.

-Por desgracia...

Al enano se le iluminó el rostro al oír aquella revelación y Eléboro se percató de la pregunta que vendría a continuación...

-...No... estábamos... haciendo... nada de lo que... puedas pensar- le dijo con los ojos entrecerrados, dejando apenas dos rendijas y los dientes apretados-... Mente sucia...

-No hay fodma... ni así, oye.


Todos se rieron y a la enana no le quedó más remedio que corear aquellas risas, mientras el resto de pasajeros, con Danielle, Sven y Ulmar incluidos, miraban a aquel dispar grupo, que parecían estar pasándoselo en grande, mientras la Fantasía de la Doncella se encontraba próxima a realizar la maniobra de atraque.



Nadie percibió una voz femenina que reía con ellos, mientras miraba la escena desde algún punto del universo.


“Menuda cara ha puesto, la pobre...”- dijo una voz masculina, perteneciente al joven de piel oscura y cabello blanco.

“Tú no hables muy alto Varaxe, que lo que pasaron tus propios compañeros con tus evocaciones oníricas también tuvo su aquel... y lo que te queda...”

“¡Cierto, ahí te ha pillado!”
- coreó entre risas la voz de la chica que lo acompañaba siempre.

“Sea como fuere, estoy segura de que a Eléboro le costará olvidar los sueños que está teniendo últimamente... Y de otra cosa estoy segura: de que en éstos mismos instantes me está llamando cabrona...”






*N. de la A.: Ante todo perdonad la tardanza. Como podéis ver, había explicación, que no justificación. Todo a su debido tiempo... ;) (Espero que os haya gustado, al menos)

domingo, 10 de julio de 2011

Vaya nochecita...



Un cielo coronado por una hermosa luna llena...

...teñida de carmesí...

El aullido de un animal rompiendo la serenidad del sonido de las olas contra el casco del barco en su lento avance...


Una macabra sonrisa en el pintado rostro de un trol y unas siniestras palabras...

”E'ta noche e'tará llena de vudú...”


Sea como fuere, aquella noche en La Fantasía de la Doncella se auguraba cuanto menos, entretenida.


Puíta había hecho acopio de todo su arrojo pidiéndole a Eléboro el dormir con ella también aquella noche...


-Es pod tu segudidad...- le dijo.

-Si ya, y yo voy y me lo creo...- contestó la enana, enarcando una ceja en un gesto burlón-. Vamos anda, con luna carmesí, con aullido o sin él, tengo bastante sueño, así que sí, por mí puedes quedarte, pero ya sabes... las manos donde yo las vea o te quedas sin ellas...


El enano levantó los brazos a la par que ponía su cara más dulce e inocente, indicando a todas luces que iba a portarse tal y como se esperaba de un caballero... cosa bastante curiosa viniendo de un truhán.



Al rato, los dos dormían a pierna suelta en el camarote que se había dispuesto para ellos. El joven Narrador había aceptado a su vez la invitación de Danielle para no dormir sola, ya que el relato que había contado esa tarde le había puesto los pelos de punta. No era cosa de dejar a una dama en apuros...



De repente, un grito desgarrador rompió la quietud de la noche, sobresaltando a la enana de anaranjadas trenzas, que casi se cae del estrecho camastro que compartía con su amigo.


-Puíta, despierta...

-Djjjjjjame...udpoquitomás...- rezongó el enano, poniendo de nuevo la pierna sobre su compañera. A pesar de que aquel alarido tenía que haber despertado a la mitad del barco, el enano ni se había enterado.

-¡Puíta, coño!- masculló Eléboro, propinando un sonoro golpetazo en el férreo muslo del enano.

-¿Eh? ¿Q-qu...? ¿Q-qué pasa?

-Alguien ha gritado ahí fuera...

-¿Un g-gdito?- preguntó, lívido-. ¿Y pod qué no dejamos que se las apañe la tdipulación, si eso?


Eléboro miró a su compañero, que tenía el rostro demudado y dio un bufido exasperado.


-No me jodas que aún tienes canguelo por el relato de Dom... ¡Arcturius, levántate ahora mismo y sal conmigo ahí fuera o el jodido Perro del Infierno parecerá un tierno cachorrito a mi lado!



La enana cogió una de sus dagas, que ocultó entre sus ropas y salió fuera, acompañada de su reticente amigo.


En la cubierta, el capitán parecía estar más que enfadado con un miembro de la tripulación.


-¡O te serenas, o te tiro por la borda, grumete! ¡Cuéntame qué demonios está pasando!

-El fan-fantasma... las hu-huellas... ¡El fantasma está aquí y el Perro vendrá a por nosotros!

-¿Pero qué...? ¿El salitre de la brisa te ha nublado el juicio, marinero?

-Se refiere al relato que contó aquel chico ésta tarde, mi capitán...

-¿Se asusta por un cuento? ¡Ahora mismo lo cuelgo del bauprés y veremos a quién tiene más miedo!

-Es que la luna roja... y el aullido... a lo mejor es verdad...- dijo otro de los marinos.

-¡Estoy rodeado de supersticiosos chalados, por lo que veo!

-¡Vi las huellas, mi capitán! ¡Os juro que las vi! ¡Y una sombra blanca, flotando entre las jarcias de trinquete!


El capitán cogió por la camisa al marinero, que hasta ese momento había permanecido encogido en el suelo de cubierta y lo empujó hacia unos de sus compañeros.


-¡Llévatelo abajo a ver si se tranquiliza! No permitiré tales idioteces en mi barco. ¡Los demás! ¡Seguid con vuestro trabajo y no quiero volver a oír otra tontería sobre fantasmas en lo que queda de noche u os pongo a calafatear bajo el sol de mediodía!


Sin rechistar, el resto de la tripulación se dirigió a sus quehaceres mientras se llevaban a su histérico compañero y el capitán volvía a su camarote. Los dos enanos presenciaron la escena desde la oscuridad, agazapados para no perderse detalle del asunto.


-¿H-has oído, Elébodo? Ese madinedo hablaba del fantasma...

-¿Sabes que el miedo se contagia, Arcturius?- le dijo, muy seria.

-¿A qué te defiedes?

-Aún no lo sé, pero voy a buscar qué es lo que vio ese hombre, porque yo no creo en espectros...



Con sigilo, la enana se deslizó entre las sombras hasta el palo de trinquete del que había hecho mención el aterrorizado hombre. Tal como se imaginaba, la tripulación había evitado esa zona al oír la explicación de su compañero. Con un rápido vistazo comprobó que el hombre estaba en lo cierto...


-Puíta mira ésto...- dijo, señalando algunas zonas de cubierta alrededor y en el mismo mástil.

-Huellas... ¡Joded, son huellas de manos! ¡Cobo las del delato!

-Shhhh ¡Baja la voz! Y míralas bien...- dijo, tocándolas. Se llevó un manchado dedo a la nariz y luego a los labios.

-¿E-es... es sangde?

-¿Que coño va a ser ésto sangre? Es salsa de tomate. Alguien está jugando, aprovechando el relato para distraer...

El enano arqueó las cejas, comprendiendo.

-Y necesitas distdaed la atención...


-Cua´do tiene inte´ción de mangá- dijo una tercera voz.


Los enanos dieron un respingo al unísono al oírla.


-¡Joder, Ayubu!- masculló Eléboro-. Tú sí que eres un fantasma... ¿Qué llevas ahí?- preguntó, señalando lo que traía consigo el trol, que parecía ser una tela blanca.

-E'to t'aba colgao e'tre la ve'gas de la gavia- le dijo, tendiéndoselo.

-Padece un vestido...

-No lo parece, ES un vestido y me atrevería a decir que es de nuestra amiga Danielle.

-¿Do´de está e galán?

-¿Donde crees tú?- preguntó Eléboro a su vez, sonriendo.

-Po yo diría que tenemo ladrone e' el ba'co, hefa... y no somo nosotroh...

-¿Se lo decibos ad cabitán?


La enana lo pensó unos segundos.


-Si se lo contamos, movilizará a la tripulación y quién quiera que sea, podrá escurrir el bulto...- se giró hacia sus compañeros, con una aviesa sonrisa-. ¿Tenéis sueño, chicos?

-Cada vé me gu'tas más, hefa- dijo el trol, riendose.

-¿Que hacebos, edtodces?

-Los camarotes están hacia la popa, y la jugada de distracción la han hecho en proa. Aún así, han tenido tiempo de pasarse por el camarote de nuestra querida amiga para coger ésto- dijo, levantando el vestido- que no sé por qué me da la impresión de que ya estaba en el suelo y no tuvieron mucho trabajo.

-A lo camarote e'tonces- dijo el trol, adelantándose para pararse a los pocos segundos-. Hefa, ¿pueo...?

-No, si los cogemos, no les harás nada raro. Los entregaremos al capitán y que sea él quién les juzgue...

-¡Kiá!- chasqueó, con fastidio.




Una voces susurraban entre los pasillos de los camarotes situados a estribor.



-Joder, Will, has tenido una idea genial.

-Y tú no querías hacerme caso, botarate. Cuando oí la historia del guaperas aquel se me ocurrió enseguida al ver la cara de acojone del personal cuando vieron la luna roja...

-Sí, pero no me dirás que tú no te asustaste, porque ya era casualidad y el puto aullido...

-¡Buah! No le eches cuentas a eso, hermanito y sigue con lo tuyo. Sólo cosas pequeñas, acuérdate.



Mientras hablaban en susurros, los dos hombres rebuscaban agachados entre una bolsa que habían sacado de uno de los camarotes, donde los pasajeros dormían, ajenos a todo. El sueño pesado parecía ser la tónica dominante aquella noche. Demasiado mar y demasiado ron... El grito del tripulante tampoco hizo mucha mella por aquellos lares.



-Menudos gilipollas, Declan, hermanito. Mira que tragarse semejantes pamplinas ¡Imagino la cara del marinero! ¡BuuuUUuu! ¡FantaaaAAaasmas!- se burlaba el llamado Will, ahogando las risas para no despertar a nadie.




-Cierto, hay que ser gilipollas...- susurró una voz femenina de marcado acento, justo después de que una brillante hoja se colocara en la garganta del ladrón-... para venir a robar a un barco. Ésto no es lo vuestro ¿verdad, chicos?



El hombre se giró para mirar a su hermano y lo vio en la misma situación en la que él se encontraba. A su espalda tenía la silueta de lo que podía ser un enano, por la estatura, con una daga apuntándolo al cuello. El primero subió las manos, en un gesto indefenso.



-P-podemos compartir el botín. No tendríamos ningún inconveniente ¿verdad, Declan?

-Ninguno, Will- coreó el otro, tragando saliva.

-Tsk, tsk...- chasqueó burlona la voz femenina, que no era otra que la de la enana de anaranjadas trenzas-. Nosotros no nos dedicamos a ésto, chicos. No de una forma tan jodidamente chapucera, al menos. Sed buenos, coged ese saquito que tenéis ahí y acompañadnos a dar un paseo hasta el camarote del capitán...



Escoltados por la pareja de enanos, cuchillo en mano ambos y un trol de terrorífico aspecto. Los dos hermanos se encontraron frente a frente con un enfurecido goblin en camisón.



-¡Hay que tener redaños para venir a robar a MÍ barco!- les gritaba-. ¡Robar a Krick Cánula en La Fantasía! No sé si sois valientes o imbéciles... pero habéis asustado a mi tripulación, robado a mis pasajeros y perturbado mi sueño, así que opto por pensar en lo segundo... ¡Llevaos de mi vista a éste par de zoquetes antes de que me de por tirarlos a los tiburones ahora mismo! ¡Bajadlos a bodega y ya decidiré mañana qué hacer con ellos!



Los marinos, enfurecidos por la tomadura de pelo, zarandearon a aquel par de desgraciados, mientras los arrastraban escaleras abajo, para encerrarlos.


A todo ésto, los gritos agudos del capitán sí que habían despertado a todo el mundo y quién más, quién menos, se encontraba en cubierta curioseando la escena.


-Muchas gracias a los tres por la ayuda prestada, cualquier cosa que necesitéis la tendréis a disposición- les dijo el capitán a la enana y sus compañeros-. El ingeniero Ejepar tiene un buen surtido de suministros, los gastos correrán a mi cargo.

-No ha sido nada.

-Siempde es un placed ayudad a atdapad a vulgades laddones- dijo Puíta, hinchando el pecho mientras Eléboro disimulaba una sonrisa.




-Serás cínico...- le dijo, riéndose, cuando estaban ya todos en cubierta.


El enano se encogió de hombros, adoptando de nuevo su faz de inocente viajero que nunca ha roto un plato.


-¿Estás bien, Eléboro?- preguntó el joven, al verla salir del camarote del capitán.

-A buenas horas...- refunfuñó ella-. Estoy perfectamente.

-Lo... lo siento.

-Galán descarado...- le dijo, dándole una palmada en el trasero, gesto que él recibió con una amplia sonrisa-. Por cierto, tenemos algo de tu chica... ¡Ah! Por ahí viene...

-¡Por la Luz! ¿Os habéis enterado? ¡Hay ladrones en el barco!- dijo la joven, asombrada.



Eléboro levantó una ceja en un gesto irónico.


-Sí querida, algo hemos oído... Las noticias vuelan, ya sabéis... ¿Habéis echado en falta algo?- le dijo, a la par que le daba el vestido-. Algo más, me refiero...

-N-no, creo q-que no- dijo la joven, cogiendo la prenda a toda velocidad a la vez que la sangre subía toda de golpe hacia sus mejillas.

-Buedo, yo no se vosotdos, pedo a mí me ha quedado algo de sueño y voy a apdovechadlo- dijo el enano, bostezando.

-Sí, creo que será lo mejor- coreó su compañera mientras se dirigía a su camarote, cuando se percató de que el joven iba con ellos-. ¿Y tú a donde vas?

-No voy a dejarte sola.

-Ah no, no, no, no- le dijo, meneando un dedo-. Tú a dormir con tu avispada joven que yo ya tengo compañía para ésta noche...

-¿Ah, sí?- preguntaron al unísono enano, humano y trol.


Eléboro cogió bruscamente por la camisa a Puíta, arrastrándolo consigo mientras dejaba a los otros dos con la boca abierta.


-¿Pe-pedo qué se van a pensad?

-¿De nosotros?- preguntó, riéndose-. Nada que tenga que ver con tórridas escenas, seguro. Vamos anda, antes de que me arrepienta y te mande con Ayubu. Y-no-ron-ques...



Una hora más tarde, Will y Declan se lamentaban de su mala suerte.



-Será zorra la enana...

-¿Qué crees que nos harán, Will?

-Con suerte sólo colgarnos por los pulgares... pedazo de hijadep... silacojola...- rezongaba, mientras continuaba con la interminable lista de improperios hacia la enana de anaranjadas trenzas.

-Bueno, algo nos ha quedado...

-¿El qué Declan, zoquete? ¡Nos lo han quitado todo!

-Todo no, ésto no se lo llevaron- le dijo, mostrando algo que sacaba de su harapienta camisa.

-¿Y eso qué coño es?

-Parece una flauta...

-¡Bravo hermanito! ¡Mañana podremos ser torturados felizmente porque tenemos una flauta! Madre tenía razón al decir que eras cortito...

-A lo mejor es valiosa...

-Declan, métete la flauta por donde te quepa...



Sin poder reprimirse, el hombre se la llevó a los labios y sopló... quedándose atónito ante la dulce melodía que salía a través de ella, sin que él usara los dedos para marcar las notas.



-¿Desde cuando sabes tú tocar algo que no sean las narices?

-¡Yo no he sido! Ha sonado ella sola... ¿Ves como puede que tenga valor?

-Valor no sé si tendrá alguno, pero de repente me ha dado por encontrarte jodidamente irresistible, hermanito...



La melodía de aquella flauta se coló por los entresijos del barco, llegando a todos los oídos, o a casi todos...




Alguien llamó a la puerta del camarote de Eléboro, casi con timidez, despertándola de nuevo.



-Joder, vaya nochecita- masculló, quitándose de encima la pierna de Puíta, que había ido a para de nuevo encima de ella.

-Eléboro, soy yo, por favor abre...

-¿Dom?- preguntó, abriendo la puerta-. ¿Qué haces aquí a ésta hora? ¿Qué ha pasado?



El joven de pelo negro como ala de cuervo la miró con una intensidad inusitada en él. Empujando la puerta penetró en el camarote, acercándose a su amiga. Sus mejillas estaban teñidas de rojo, como si estuviera turbado por algo...



-¿Dom? ¿Qué te pasa?

-Eléboro... no sé lo que me pasa pero yo... yo...- empezó a decir, para luego arrodillarse junto a ella y agarrarla por los hombros-. Yo...

-Me estás asustando, pequeño...

-No me llames así...

-¿Qué coño te pasa?



La enana sintió cómo el agarre se hacía más intenso, más... anhelante. De repente, el joven la abrazó y un susurro con una voz grave y sensual llegó hasta su oído.


-Te deseo, Eléboro...

-¡¿QUEEEÉ?!

-Que te deseo, deseo mezclar nuestras pieles en un paroxismo de placer infinito hasta que nuestros sentidos queden adormecidos por...

-¡Pero que te calles, coño! ¿Qué estás diciendo? ¿Has tomado Champiñón Fantasma?

-Elédodo, ¿Qué pasa?

-¡No lo sé! ¡Es Dom!

-No me rechaces Eléboro, quiero yacer contigo en...

-¡Pero quita, niño! ¡Arcturius, ayúdame a quitármel...!



-¡Oh! Mi gentil caballero enano, vuestra belleza me eclipsó desde el mismo momento en que os vi...- dijo la voz de Danielle, que había entrado en el camarote y se acercaba rauda al lecho.

-¿Quién, yo?- preguntó un asombrado Arcturius, mientras se señalaba a sí mismo con un rechoncho dedo.

-Sí, vos- dijo ella, saltando a la cama como una gata-. Vuestra gallardía, vuestro cuerpo, que despierta en mí la más absoluta de las lujurias, vuestra sonrisa...- continuaba ella, deshaciéndose en halagos mientras colmaba al enano de caricias.

-¡Arcturius!

-¡Pedo si no soy yo, es ella!

-¡Están hechizados, joder!



-¿A'guien me pué explicá qué si'nifica tó ésto?- preguntó Ayubu desde la puerta, levantado la pierna para enseñar al gnomo que tenía enganchado a ella-. No se ha de'pegao de mí de'de que oímo la flauta ¿Y vosotros qué coño hacéi ahí refocilao?

-¡No estamos...! ¡Joder, no es lo que parece!

-¿Y qué es lo que padece ésta locuda?


La escena en aquel camarote mostraba al joven de cabello negro abrazado a la enana, mientras colmaba su cuello de besos. A la educada dama, encima de un asombrado y la vez encantado enano mientras el trol seguía de pie, con un enamoradizo gnomo que se deshacía en halagos hacia su persona.


-¿Qué es eso de la flauta? ¡Coño, Dom, estate quieto ya!

-¿Tú no la oíte? A'tes se oyó una musiquilla que parecía vení de la bodega...


Eléboro pensó en las palabras de su compañero y a su mente acudió un recuerdo.


-¡Oh, no! ¿Recordáis la flauta que encontramos en Stratholme?

-¿La que hacía bailad?

-¿Y si ésto es parecido, pero hace que... que...?

-¿Que la ge'te se po'ga co'tenta? Pó eso e'plicaría po'qué ahí fuera hay una bacaná...



De improviso, el joven agarró el rostro de su amiga y la besó con pasión en los labios. Eléboro intentó zafarse, pero era inútil. Las manos de él atraparon sus muñecas, inmovilizándola. Cuando la enana sintió la lengua del joven intentar abrirse paso juguetona, recordó de improviso una de la lecciones de Björn. Con toda la fuerza de la que fue capaz en tan incómoda postura, descargó una patada en la ingle del joven, que se quedó sin respiración y se soltó para agarrarse las nobles y magulladas partes.


-Lo siento Dom... dos veces...-le dijo, para soltarle luego un sonoro bofetón que hizo sisear a los otros dos, que bregaban a su vez con sus sendos pretendientes.



El joven parpadeó estupefacto, como si acabara de despertar de un sueño, encontrándose de frente con el acalorado rostro de su amiga, que aún se sacudía la mano.


-¿Q-qué?... ¿Eléboro?

-¿Dom? ¿Estás bien? ¿Eres tú?

-¿Por qué preguntas eso? ¡Claro que soy yo!


La enana lo cogió por el rostro, mientras él seguía doblado por el dolor, con ambas manos en la entrepierna.


-Estamos sobre un lecho de satén mientras mi cuerpo desnudo se funde con el tuyo en un... paroxismo de algo...- le dijo atropelladamente, mirándolo a los ojos.

-¡Por la Luz!- exclamó, asombrado.

-Vale, eres tú... Eso significa que si ha funcionado contigo, también lo hará con los demás...

-E'cantao de abofeteá a e'te pi'trafilla- dijo el trol, sujetando al gnomo por la camisa y alzándolo en vilo.

-No os paséis...

-¡Yo do puedo pegad a una dama!



Eléboro dio media vuelta y se encaminó hacia la cama. Sin mediar palabra, descargó una bofetada sobre la joven, que se quedó perpleja, frotándose la zona dolorida.



-Yo sí. Arreglemos este desaguisado cuanto antes.




-¡Inconcebible!- bramaba el capitán Cánula momentos después, cuando tripulantes y pasajeros habían recobrado parte de la compostura que habían esparcido por doquier-. ¡Mi barco convertido en una... en una...!

-¿Orgía?- dijo tímidamente uno de los marinos, para ayudar a su capitán a acabar la frase. Éste lo fulminó con la mirada.

-¡En una juerga desenfrenada!

-Pero, mi capitán, vos tambi...

-¡Estaba hechizado, patán!- se apresuró a decir el goblin-. Dijiste que el sonido venía de la bodega ¿no?- el trol asintió-. Traedme aquí a esos dos, inmediatamente...- masculló, entrecerrando los ojos hasta dejar dos rendijas.



En unos instantes, tenía frente a él a los dos hermanos, que estaba colorados como tomates, puesto que el hechizo les había afectado también a ellos.



-¡La justicia goblin es conocida por todo Azeroth y mi barco no es ninguna excepción!


Eléboro apretó la mandíbula al oír lo de “justicia goblin”.



-Entre la tripulación, se castigan duramente los desmanes y la falta de disciplina. Podíamos haber sufrido un accidente, habernos perdido para siempre en el Mare Magnum o haber ido a parar a la Vorágine ¡Todo por culpa de éste par de rufianes! ¡En un barco el capitán hace la ley! ¡Y yo os condeno a arrojaros por la borda al amanecer! Que sirva de lección a todos... con Krick Cánula no se juega...



-Yo didía que eso es un poquito excesivo ¿do?- susurró Puíta al oído de Eléboro.



-Capitá... ¿Pueo hablá?- preguntó Ayubu, con tranquilidad.

-Adelante.

-Yo soy el p'imero que di'frutaría có la mue'te de e'tos desdichaos pero... mi ge'te usa otro métodoh p'a ca'tigar con dureza, igua'mente efe'tivos...- dijo, sonriendo de oreja a oreja.


Los hombres se encogieron ante la perspectiva de ser torturados por un trol, o devorados por los tiburones...


-Explícate.

-Yo pueo hacé que e'tos dos no vue'van a meté la pata... jamá...

-¿Y cómo harás eso?

-Con vudú, hefe. Oh aseguro que no vo'verán a robá en la vía... A' fin y 'a cabo, ello no sabían p'a qué se'vía la flauta. Sólo necesito una olla y a´guna ot'a cosilla...


El goblin pareció meditarlo.


-¡Ejepar! ¡Proporciónele a este trol lo que necesite! Quiero ver cómo lo haces...- le dijo, señalándolo con un dedo.

-Como quiera, hefe.



Instantes después, los dos hombres habían sido despojados de las camisas y sus cuerpos aparecían pintarrajeados con intrincados símbolos que Ayubu había trazado sobre ellos y en el suelo de cubierta. En un perol en la cocina, burbujeaba una pócima de repugnante olor que ninguno sabía cómo había preparado, puesto que los ingredientes ya los llevaba él, salvo el detalle de la rata, que el trol había usado para coger unos cuantos pelos y verterlos sobre el mejunje.



Vestido para la ocasión, Ayubu presentaba un aspecto que parecía estar sacado de alguna pesadilla. Salvaje y tribal, cantaba y daba estrambóticos saltos a modo de danza.


-¡Clamo a lo Loa, en e'pecial al Barón Zul'medi, señó de tó lo o'curo! ¡Que me den podé p'a maldecí e mojo que beberán e'tos de'dichaos!


Yendo hacia la olla, metió una jarra en ella y le ofreció su contenido a los dos hermanos.


-De u' trago. No dejéi ná en e' vaso, o lo Loa se cabrearán má aú.

-¿Q-qué nos pasará?

-E'taréi ma'ditos p'a sie'pre. Si inte'táis vo'vé a robá, se os caerán lah mano y vomitaréi lah entrañah...



Los hombres estuvieron a punto de desfallecer. Las leyendas hablaban del terrorífico poder de la magia trol. Era de necios ponerla en duda.



Al beber el mejunje, los hermanos se retorcieron en un espasmo, sujetándose el vientre. Ayubu rió satisfecho mientras los demás observaban asombrados el macabro espectáculo.


-¡E' vudú ya e'tá hecho! ¡Lo Loa han hablao!



Y así, la ceremonia terminó, salvando la vida de aquellos hombres, pero condenándoles por toda la eternidad. Siempre era mejor eso que ser comido por los tiburones que infestaban aquellas aguas, eso sin contar a los nagas...



Momentos después, los cuatro compañeros se encontraban en su camarote, hablando sobre los acontecimientos.



-Eléboro yo... ya no sé cómo pedirte disculpas por lo que hice. Estoy más que avergonzado...- decía cabizbajo el joven.

-Créeme, da gracias a que no pasó de ahí, entonces sí que te hubieras avergonzado...- contestó ella, riéndose.

-Esto es muy serio, Eléboro...

-Ya lo sé, bobo. No tienes de qué preocuparte, no eras dueño de tus actos. Ni Danielle tampoco- dijo, mirando a Puíta con reprobación-. Recordemos lo sucedido como una anécdota para reírnos en las noches largas, como ésta.

-Me pdegunto pod qué a nosotdos no nos afectó.

-A Ayubu tampoco...

-Yo soy resiste'te a lo hechizo, lo Loa me protegen...

-Sí, ya...; vete a saber, igual los enanos somos también resistentes a ese tipo de encantamientos.

-O tenemos una miedda de oído pada la música.



Los cuatro estallaron en carcajadas.



-A todo ésto ¿Qué les hiciste en realidad a aquellos hombres?

-Leh dí una receta de mi madre p'a aflojá la barriga. Lo demá era tó pa'tomima. No creo que te'gan való p'a i'tentar robá a'go y enfurecé con ello a loh Loa.

-¿Y tus Loas no se enfadan por usar sus nombres en vano?

-Loh Loa me dan po i'posible...



Más risas resonaron en el pequeño habitáculo.



-¿Y la luna doja? ¿Y el aullido?

-Lo de la luna fue un eclipse- dijo el joven-. Ya os lo explicaré, tal como Tirma me lo explicó a mí- aclaró, al ver las caras de confusión de sus compañeros.

-A Nzambi le gu'ta aullá a la luna. Imagino que si e'tá roja, mejó p'a él...

-Anda que menudo éxito ha tenido tu historia, pequeño.

-Si lo llego a saber, cuanto una más... picante.

-Calla, que de ese tipo ya tuvimos, sin ser conscientes. Pero bueno, el viaje se ha hecho ameno y siempre puede ser útil...

-¿Útil? ¿El qué?



La enana metió la mano en el interior de la camisa y mostró a todos el objeto que llevaba escondido.


-Con el revuelo que montó Ayubu nadie la echó en falta...- dijo, moviendo la flauta entre sus ágiles dedos.

-¡¡No jodas, Eléboro!!- exclamaron los tres al unísono.

viernes, 24 de junio de 2011

La Luna teñida de Carmesí...



-Menu'o careto que t'ae, hefa...


La apreciación de Ayubu produjo un sonoro gruñido en la enana de anaranjadas trenzas como respuesta.


A la mañana siguiente, después de que cada uno de los componentes del singular grupo descansaran, o hubieran pasado la noche entretenidos con “otros menesteres”, se reunieron para desayunar algo en el salón de la taberna. Sentados alrededor de la mesa, tres de ellos observaban la cara de pocos amigos que miraba distraída el plato de huevos con tocino dispuesto ante ella.



-¿Eléboro?- preguntó el joven de cabello negro. En realidad, era la tercera vez que la llamaba, pero la enana estaba ausente-. ¿Me estás oyendo?

-¿Eh? ¡Ah! Sí... perdona, “Rüdiger”- contestó, saliendo a medias de su ensimismamiento y mirándolo a la cara.

-Ayubu tiene razón, menuda cara que traes... ¿Tampoco dormiste anoche?

-Al contrario, dormí... pero...

-¿Todavía de das vuedtas ad sueño?- preguntó Puíta, masticando un trozo de tocino.

-¿Qué sueño?- interrogó el joven, enarcando un ceja.

-No tiene importancia- contestó, cogiendo un trozo de pan para acompañar su desayuno-. Seguramente me pasé un poco con el vino y la cena. Sólo fue un sueño...

-Po' cie'to... ¿Que hacíai vosot'os do ju'tos, anoche?- preguntó el trol, con una socarrona sonrisa.

-Dormir... ¿Qué, si no?- fue la respuesta de la enana mientras clavaba en la mesa el cuchillo con el que había cortado el pan, dejando bien claro que su aseveración no se discutía-. A todo esto... ¿Y tú, mi pequeño?- dijo, girándose sonriente hacia el joven-. ¿Valió la pena la pérdida de tiempo? Espero que, por lo menos, hayas dejado el listón bien alto...


El hombre se atragantó ante la espontaneidad de su amiga.


-Fue una velada muy... agradable- respondió, después de haber tomado un sorbo de vino para poder bajar por su garganta el díscolo trocito de pan-. Lo segundo, tendrás que preguntárselo a ella...

-Mejor que no- dijo la enana, riéndose.


-¡Buenos días tenga tan bien avenido grupo!- coreó una cantarina voz femenina.


-Mira hefa, ahí la tiene po' si le quiere pregu'tá...


Eléboro emitió un suspiro de evidente fastidio, mirando al trol, que parecía pasárselo estupendamente.



-Buenos días, Danielle...- dijo la enana, luciendo su más inocente sonrisa-. ¿Habéis descansado bien?-preguntó, enfatizando la frase.

-S-sí, g-gracias por preguntar...- respondió la joven, azorada-. Esto... he venido a deciros que el barco zarpará en una hora.

-Perfecto, nos dará tiempo a comprar algo de avituallamiento para el camino. Nos veremos a bordo, pues.


La joven hizo una educada inclinación de cabeza y se dio media vuelta para marcharse.


-¿Para qué te habré dicho nada?- preguntó el joven, sonriendo.

-Eso digo yo- dijo, masticando tranquilamente lo que quedaba en su plato-. Pero tanta turbación en una doncella tan hermosa...- se levantó de la mesa y se acercó al joven, pellizcándole una mejilla como si fuera un chiquillo-. Bribón desvergonzado, a saber qué le has hecho...



Con una sonrisa de triunfo, la enana se alejó para dirigirse a la barra a ultimar detalles con el posadero, mientras el joven de cabello negro de frotaba la zona del pellizco, meneando a continuación la cabeza en un gesto negativo y dejando escapar una ligera risa.



Unas horas más tarde, disfrutaban de la brisa y el olor salobre del mar, a bordo de “La Fantasía de la Doncella”. El viaje sería largo y la enana no dudaba que aburrido también. Para unos más que para otros, al menos. Subida sobre un cajón y apoyada en la barandilla, observaba el movimiento arrullador del barco...


...hasta que la figura de un enano de cabello y barba castaños se abalanzó rauda por su lado izquierdo para asomar la cabeza lo suficiente. El contenido del estómago del enano fue a parar a las movidas aguas.



-Do siento...

-Joder Puíta, que todavía marees a estas alturas...- le dijo ella, mirando la cara de su compañero, que estaba empezando a tornarse de lívida a verdosa.

-Soy ud enano de secano- aseguró, secándose la boca con el pañuelo que le tendía su amiga.

-Míralo por el lado positivo, con lo que acabas de echar ahí abajo, no vomitarás hasta la cena- aseguró ella, riéndose mientras le daba unas palmaditas en la espalda.



-¡Grumetes, moved el culo! ¡Quiero aballestadas las jarcias del palo de mesana a la de ya, u os echaré de comer a los tiburones!- chillaba la voz del capitán del barco.



-Dezuma simbatía ese goblin...- analizó Puíta, echando una mirada sobre su hombro para ver a la ajetreada tripulación, yendo de un lado a otro, mientras los berridos del capitán resonaban por doquier.

-Es la vida del mar... Anda, busquemos algo que hacer o tú no te olvidarás de tu mareo y a mí no me pasarán las horas...



Después del mediodía y de haber comido algo, menos Puíta, que se negó a probar bocado, charlaban entre los cuatro, sentados donde podían en cubierta, a lo que se les unió Danielle un poco más tarde, para incordio de Eléboro.



-¿Alguien sabe alguna buena historia que nos amenice la travesía?- preguntó uno de los pasajeros del barco, un humano que parecía aburrirse tanto como los demás.

-¡Yo me sé una cuantas, pero harían enrojecer a las damas!- bramó otro en respuesta.


La enana miró de soslayo al joven de cabello negro, con una sonrisa en los labios.


-¿Tendrías alguna para la ocasión, Rüdiger?

-¡Oh! ¿Sabéis contar historias?- preguntó fascinada la joven Danielle.

-¿No os contó ninguna anoche? ¡Imperdonable!- dijo Eléboro burlona, llevándose una mano a la boca en un afectado gesto teatral, sacando de nuevo los colores a la muchacha-. Entonces debes enmendar tu error...



-¿Te animas, chico?- preguntó el interesado.

-¿Sobre qué queréis que trate?

-¡Sobre el honor de la batalla!- bramó un orco.

-¡Yo prefiero que cuente alguna cochinada!

-¡Cállate, Will! ¡Tú mismo eres una cochinada con patas!- respondió el compañero del que había hablado. La broma arrancó las risas de los dos humanos de aspecto desaliñado y las del resto de aquellos que prestaban algo de atención al asunto.

-¡Algo que dé miedo!

-Sí, eso no estaría mal.


Varias respuestas a favor, corearon la petición del relato de miedo.


-Está bien, pero no os aseguro que os vaya a asustar demasiado...

-Mientras nos mantenga entretenidos, lo damos por bueno, muchacho.



El joven de cabello negro como ala de cuervo se sentó sobre un rollo de gruesa maroma y se aclaró la voz, mientras la gente se congregaba a su alrededor y tomaba asiento en el suelo de la cubierta.






“Cuenta una leyenda, que en las noches en las que la luna se tiñe de carmesí, se oye el aullido de un lobo. Según dicen los entendidos en estos temas, tal criatura no es un lobo corriente, sino un perro, venido desde las profundidades del infierno para llevarse con él el alma de los incautos, que someterá a una servidumbre eterna para aterrorizar a los vivos.



El joven que protagonizó ésta historia conocía la leyenda, pero era hombre de mundo y no creía en tales paparruchas creadas para asustar a los niños. Una noche en la que salía de la posada en la que había estado pasando el tiempo con sus amigos, llevó su vista hasta el cielo, totalmente despejado, para descubrir que la luna... se había teñido de carmesí.



-Un fenómeno totalmente explicable- se dijo a sí mismo mientras cogía el camino hacia su casa.



Al rato, el aullido de un lobo rompió el silencio, tan sólo perturbado hasta ese momento por el resonar de sus pisadas. Con un respingo, el hombre agudizó el oído para discernir si el animal podía encontrarse cerca y ser un peligro para él.



Profundo y quejumbroso, el aullido volvió a repetirse. A pesar de que intentaba ubicar la procedencia del sonido, le fue imposible. Parecía sonar en todas partes y en ninguna.



-El eco de las montañas y una casualidad como otra cualquiera- murmuró para sí de nuevo, apretando el paso.



Con un suspiro de alivio, el joven llegó hasta la puerta de su casa y penetró en ella. Despacio, se acercó a tientas hasta las lámparas de aceite dispuestas en el salón para despejar las perturbadoras sombras. Prendió dos de ellas cuya luz sería suficiente hasta que encendiera el fuego del hogar.



Al darse la vuelta, quitándose el abrigo para depositarlo sobre el sillón, las lámparas se apagaron al mismo tiempo...



El joven se giró, confuso. Las ventanas estaban cerradas y no había corrientes de aire de ningún tipo. Comprobó que, efectivamente, el compartimento para el aceite estuviera lleno y la mecha, en perfecto estado. Desconcertado, volvió a prenderlas de nuevo pero al rato... ¡Puf!, volvían a apagarse...


-¡Maldición!- masculló, volviendo a examinar los candiles, no hallando nada extraño en ellos-. Encenderé la chimenea, pues.



Y a ello se dispuso. A los pocos minutos, la leña ardía con intensidad, proporcionando una atmósfera acogedora. Sonriendo ante lo ridículo que le resultaba haberse asustado ligeramente por aquella tontería, se dirigió a su habitación, que se encontraba al fondo de un largo pasillo, para coger algo de lectura y sentarse a disfrutarla mientras esperaba a que el sueño le venciera.



No le hizo falta encender ninguna lamparilla en su cuarto ya que no iba a tardar en coger el libro que reposaba sobre la mesilla y volver por donde había venido. Sin embargo, al girar para regresar al pasillo notó que estaba tan oscuro como antes...


… con un gemido de asombro, el joven constató que la chimenea, llena de troncos resinosos, que debería estar ardiendo enérgicamente, estaba apagada...


...y un estremecimiento recorrió su espalda cuando notó un extraño frío...


El joven profirió un alarido, dejando caer el libro cuando sintió como si algo rozara su espalda, como si una presencia estuviera detrás de él. Girándose lentamente, con la frente perlada en sudor, constató que no había nadie...


-La imaginación me está jugando una mala pasada...- susurró.

-........

-¿Q-qué ha sido eso?

-.........

-¿Quién está ahí?- preguntó, sobresaltado.


A sus oídos llego de nuevo el motivo de su alarma. Un susurro, como si alguien exhalara el aliento...


-¡Ésto no tiene gracia!- aseguró, apresurándose desde el pasillo hasta el salón para coger algo que le sirviera de arma-. ¡Aquí no hay nada que robar!

-........- volvió a oírse.

-¡Salid ahora mismo de donde quiera que os escondáis!- gritó, blandiendo el atizador de la chimenea.



Asustado, miró de hito en hito todos los rincones de la sala. La casa no era demasiado grande, el pasillo daba a su habitación al fondo y se bifurcaba a la izquierda, donde estaba la entrada a la cocina y a la derecha, dando a una puerta que llevaba al patio trasero y de allí, a la letrina situada en el exterior. Sin embargo, el salón era muy amplio, con varios muebles, con un sentido más práctico que estético diseminados aquí y allá. Sobre la mesa del comedor, se hallaban sus herramientas de arqueología, una de sus aficiones favoritas. Allí estaba su visor, con el trípode plegado. La luz del mismo, que indicaba en diferentes tonalidades la cercanía de algún objeto interesante estaba encendida... y se encontraba en verde, señal de que había algo cerca...



-Pero si he mirado los alrededores de esta casa mil veces, y nunca he encontrado nada digno de ser desenterrado...



Con inquietud, se acercó hasta el visor, y extendió la mano para cogerlo, comprobando con ello que temblaba. Extendió el trípode y apoyó el aparato en el suelo. La luz verde brillaba con intensidad. Abrió la mirilla con dedos inseguros y se agachó para mirar a través de ella...



Una neblina verdosa cubría el campo de visión del aparato, algo normal cuando había poca luz. Despacio, fue girando el visor hasta abarcar la totalidad de la sala, deteniéndose a la entrada del pasillo.


-¿Qué coño...?


Ajustó el ángulo y la lente, para enfocar lo que en principio le había parecido una mancha borrosa hasta que pudo ver con claridad aquello que había llamado su atención. El pasillo aparecía en el visor lleno de... ¿cuerdas?. Jirones de cuerda parecían colgar del techo, ajados y bamboleantes, mostrando una macabra escena.



El joven levantó la vista, casi presa del pánico, para constatar que allí no había nada. Sin embargo, al mirar de nuevo por el visor las vio. Las fantasmales cuerdas que no parecían colgar de ningún sitio en concreto...


… y una sombra blanquecina que cruzó por delante de la puerta de su habitación, pasando de un lado de la bifurcación, al otro... lentamente...


Con un respingo, se separó bruscamente del aparato, mientras el sudor bajaba en gruesas gotas por su rostro y su respiración se entrecortaba.



-¡En el pasillo no hay nadie, joder! ¿Me estoy volviendo loco, acaso?


A pesar del terror, la necesidad de saber qué estaba ocurriendo lo instó a mirar de nuevo. Necesidad o necedad...


Porque cuando volvió a hacerlo lo que vio fue una etérea figura plantada justo delante de su cuarto, mirando hacia el salón, hacia él. Parecía una mujer, vestida con un camisón blanco, cuya cara era imposible de ver, oculta bajo una oscura melena. La mujer extendió ambas manos y tocó la pared a su espalda...



Con horror, el joven vio como dejaba impresas unas huellas que se le antojaron grotescas. Huellas que empezaron a reproducirse a lo largo de la pared de ambos lados del pasillo, como si cientos de manos estuvieran apoyándose en ellas, acercándose...

-.......

-.........


Ahora los escalofriantes murmullos, similares al sonido de la respiración, se oían con más claridad y parecían ser muchos.



Con un alarido producto del más absoluto terror, el joven se giró, derribando el visor al suelo y echándose a correr hacia la salida pero al llegar... la puerta se negó a abrirse.



-¡Ábrete, joder! ¡Ábreteee!- gritaba a pleno pulmón, tirando desesperadamente del pomo, pero era como intentar mover a un titán, puesto que no cedía un ápice.


Apunto del colapso, un sonido hizo que se detuviera de golpe, atenazando sus músculos. Un gruñido...


Despacio se giró...

… para ver delante de él la silueta de lo que parecía ser un perro... pero aquello no se parecía a ningún animal que hubiera visto antes.



Sus formas eran jirones brumosos de oscuridad, que fluctuaban y se retorcían a su alrededor. Donde debían estar los ojos, en su lugar brillaban dos ascuas que ardían con el fuego del infierno. Detrás de la bestia, se hallaba la figura de la mujer que había visto a través del visor, pálida, fantasmagórica. Con ojos desorbitados vio como las huellas que estaban impresas en el pasillo avanzaban también por las paredes del salón...


No podía ver su rostro, oculto entre los cabellos, pero sí sus labios, que se retorcieron en una horrorosa mueca a modo de sonrisa, mientras lentamente, extendía los brazos en una invitación...


… y la boca de la bestia se abría desmesuradamente, como ninguna boca podía hacerlo, mostrando a través de ella unos aterradores colmillos...


… y una carcajada demente se oyó desde todos los rincones de aquella casa...”





La voz del joven cesó, esperando por la reacción de los oyentes, que parecían estar expectantes e incluso algo nerviosos.


-¿Q-ué le pasó al hombre?- preguntó alguien, en un tartamudeo atropellado.

-A la mañana siguiente, sus amigos acudieron a su casa, alarmados porque no habían sabido nada de él desde la noche anterior. Al intentar llamar a la puerta, la hallaron abierta... Al penetrar en la casa vieron el visor de arqueología en el suelo, junto al cadáver del joven...

-¿Lo había devorado la bestia?- preguntó el orco que quería un relato sobre batallas.

-¿Encontraron las huellas?- preguntó otro.

-En la casa no había huellas, ni cuerdas, ni ninguna mujer... tampoco había marcas de dentelladas en el cuerpo del joven, ni ningún signo de violencia...; su cabello se había vuelto totalmente blanco, enmarcando un grotesco rostro que expresaba el más absoluto horror, en un gesto desencajado... Había muerto de miedo...



Más de uno de los que habían estado escuchando la historia tragaron saliva ruidosamente.



-Espero que el relato haya sido del agrado de todos- dijo el joven, sonriendo.

-Chico, me has erizado hasta los pelos del cogote...- dijo el hombre al que primero le había apetecido escuchar una historia-. Te mereces un aplauso.


Empezó con unas breves palmadas, que fueron acompañadas sin dudarlo por otras manos, en una ovación que el joven recibió con una educada reverencia. El gesto sirvió también para que la tensión en más de uno de aquellos pasajeros se relajara, agregando unas risillas nerviosas de paso.



Poco a poco se fueron dispersando, dejando al joven con sus compañeros y con Danielle, que parecía lívida.


-¿Os habéis asustado, querida?- preguntó Eléboro, con sorna.

-Me habéis dejado muerta de miedo- dijo la muchacha al joven-. Dudo que pueda conciliar el sueño ésta noche...

-Lo mejor para eso es que no durmáis sola...- aseguró la enana, con un pícaro guiño hacia su apuesto compañero, levantándose para estirar las piernas.



Un rato más tarde, la enana se encontraba en compañía de Puíta, cuyo rostro continuaba pálido.


-¿Aún estás mareado?


El enano negó de forma vehemente con la cabeza.


-Me estoy acoddando del delato...

-¡No jodas! ¿tú también te has acojonado?- preguntó, riéndose.

-Me ha puesto dos pelos de pudta... ¿Tú do te has impdesionado? ¿Ni un poquito?

-Hoombre, para serte sincera, algo sí. Su voz, los gestos de sus manos, la tensión que mantiene... lo hace bien, el puñetero. Y encima va a tener recompensa por ello también esta noche, si es que...


-Hefa...- murmuró Ayubu, que apareció como un fantasma junto a ellos, sobresaltando a ambos, aunque la enana intentó disimular el respingo-. Tá anochecie'do...- anunció. Sus compañeros lo miraron de forma interrogativa.

-¿Y?

-¿Tú ha mirao p'arriba?- preguntó.


Los enanos levantaron las cabezas al unísono como impulsados por un resorte. Entre los restos claroscuros del atardecer, observaron un cielo despejado, que brillaba con una miriada de estrellas, coronado por una hermosa luna llena...


...teñida de carmesí...


En ese momento, el aullido de un animal rompió la serenidad del sonido de las olas contra el casco del barco en su lento avance...



-E'ta noche e'tará llena de vudú...- les dijo el trol, luciendo una macabra sonrisa en su rostro pintado, para alejarse luego, silencioso como una sombra.


-¿Elébodo?

-Dime...

-¿T-te impodta que duedma contigo también hoy?- preguntó, tragando saliva.

-En absoluto...

miércoles, 15 de junio de 2011

Ánima Mundi: Onírica.

-Que sí mujer, tú pruébalo y si te gusta, ya sabes...
-Bah, pero no se yo si...
-Hazme caso...



-¿Y esas voces?...¡¡... ¿Y qué le ocurre a la mía? ¡Suena como si fueran muchas y ninguna al mismo tiempo! Y esta oscuridad...


”Con tranquilidad, solo debes escuchar... y esperar...”


La voz resonó en el interior de su cabeza, embotada por la extraña situación, sin embargo, su tono dulce y sereno le transmitió aquello que le pedía a su vez: un sosiego indescriptible.


Respiró hondo y agudizó el oído, para captar los sonidos apagados que llegaban hasta ellos desde algún rincón de aquella oscuridad impenetrable. Poco a poco, los sonidos fueron acercándose hasta convertirse en ruidos de una naturaleza desconocida...


Chasquidos, algo que crepitaba como el fuego, seguido de un extraño zumbido y un pitido...; sin lugar a dudas debía estar escuchando el ajetreo del taller de algún ingeniero gnomo... o magia...


Los sonidos cesaron y sólo quedó la oscuridad durante un tiempo que se le antojó eterno.


De repente, un atisbo de luz en la lejanía, un punto en la inmensidad de la nada, del vacío, que crecía en intensidad, acercándose... ¿O eran los ojos observantes los que llegaban hasta la luz? ¿Es música lo que oyen sus oídos?


Con una oleada, el brillo se intensificó hasta abarcarlo todo, cegando aquellos ojos en un mar de oro, haciendo que los cerrara, impidiéndole ver otra cosa que no fuera luz a su alrededor.


”Abre los ojos”


Obedeció y con asombro descubrió que no estaba sobre suelo firme...


-¿Q-qué es ésto? ¡M-me voy a matar!

”No te vas a matar, cálmate y déjate llevar...”

-Pero... ¿Quién eres?

”Lo sabrás, a su debido tiempo. Ahora, obedéceme”



El tono utilizado fue imperioso, imposible de ignorar, sin embargo no “sintió” que fuera una orden...


Al mirar de nuevo, notó que no caía, simplemente flotaba y bajo sus pies, se extendían los innumerables paisajes de Azeroth en todo su esplendor. “¡Espera! ¿Bajo mis pies? ¡No tengo pies! ¡Ni manos! ¿Acaso estoy...?”


”A su debido tiempo...”



No tuvo otra opción mas que rendirse ante todo aquello. Con un vistazo a su cuerpo constató que no tenía una forma definida; todo su ser era una brumosa y etérea silueta. En principio le pareció que flotaba, pero a medida que iba siendo consciente de su estado, se dio cuenta de que podía manejar a voluntad aquella flotabilidad, lo cierto era que estaba volando... Volando sobre la totalidad de la faz de Azeroth.


”No te asustes a partir de este punto...”

-¿Que no me asust...?



Su cuerpo pareció adquirir consistencia de improviso, haciendo caer en picado al observante, con un desgarrador grito de terror. Unos segundos antes de estrellarse contra el suelo, éste desapareció y la oscuridad volvió a envolverlo todo. Sintió el vacío en su estómago, o donde debería estar su estómago, como cuando caes, y de repente, frío. Mucho frío bajo su cuerpo.



Abrió los ojos lentamente y se encontró con el rostro húmedo y helado.


-Es-estoy... sobre nieve...- al hablar se tocó la garganta con inquietud-. ¡Mi voz! Es muy aguda y... ¡Mis manos!


Se levantó de un brinco y se miró de arriba a abajo. Contemplaba la figura de un gnomo... no, perdón, una gnoma.


-Soy una gnoma y ésto es Dun Morogh...


De repente, el observante se vio inundado por un tumulto de sensaciones que parecían invadirlo en tropel. Satisfacción, complacencia, cierto grado de contento...


”Estás viendo un mundo por primera vez...”

-Es fantástico...- susurró la aguda voz de la gnoma.

”Te llamas... Zaeryel”


Con éstas simples palabras, una cadena de acontecimientos surgió en su mente como si estuviera contemplando la existencia de alguien a través de sus ojos.


Una gnoma que crecía, que aprendía a convertirse en una humilde bruja. Un mundo nuevo, fascinante, pletórico de colores y formas, brillos y matices. Cada invocación, cada hechizo, cada nueva habilidad aprendida transmitía al observante un sinnúmero de sentimientos.


La escena cambió, mostrando a la gnoma acompañada de un varón de su misma raza y un elfo nocturno con nombre de goma de mascar. ¿Cómo sabía ésto el observante? No lo sabía, lo “sentía”. Parecían discutir algo, más bien, barajar los términos de un acuerdo...


Un nombre... un nombre apareció con insistencia en la mente del observante, un nombre para definir a un grupo de seres vivos, un nombre que no les hiciera sentirse ridículos, que pudiera entenderse sin estar en idiomas desconocidos, que fuera sencillo y fácil de recordar, que expresara unos ideales con tan sólo una palabra. Luego apareció una imagen: un color azul vívido, unos leones rampantes dorados...


La escena volvió a cambiar: ahora mostraba a una joven y tímida maga humana, que era tomada de la mano por la pareja de gnomos, acogiéndola entre ellos como una hermana. Los nombres de los demás sonaban confusos en la mente del observante, el de ella empezaba por E...


El tiempo pasaba y aquella gnoma vivía incontables aventuras. Otros seres de muy diversas razas se iban uniendo a ella en su periplo. Pero con el tiempo, el destino de algunos de aquellos seres se dividía, se separaba, bruscamente en ocasiones. A veces herían a la pequeña gnoma, otras veces no. Pero hubo alguno de aquellos seres que dejaron huella en su corazón, como el bravo guerrero cuyo nombre empezaba por R... o la dulce pícara elfa nocturna, Z...


También con el tiempo, la joven maga humana se volvió poderosa, mientras su pequeña amiga tardaba más en completar su aprendizaje...; poco a poco, la joven se fue alejando de la pareja de gnomos, mientras compartía su destino con otros seres...; aunque de vez en cuando se oían las risas conjuntas, con largas conversaciones en las que daban consejo a los dioses sobre cómo cambiar el mundo. En aquellos momentos, la pequeña gnoma parecía feliz... pero no tardaba mucho en alejarse de nuevo, la joven humana.


Llegado el momento, la pequeña gnoma se obligó a luchar como mercenaria en batallas que no eran las suyas, día tras día...; pero un brusco cambio torció su destino. Estaba en un reino peligroso, agresivo, donde los extraños te asesinaban impunemente, donde nadie castigaba los abusos cometidos por los más fuertes y, antes de que el gélido Rasganorte se abriera ante sus ojos, la pequeña gnoma bruja tomó una decisión...



Las imágenes cesaron en la mente del observante y la oscuridad se apoderó de nuevo de su ser. De improviso, algo tiró de su cuerpo con rudeza y volvió a sentir el vacío de la caída en su estómago, o donde debiera estar su estómago...



Abrió los ojos para ver un hermoso prado que se extendía más allá de la vista. Al mirar sus manos, vio que eran enormes, de tres dedos, más parecidas a las de un animal.


-Soy una tauren...- dijo, con una voz grave y profunda-. Y esto debe ser Mulgore.

”Te llamas... Tirma”


Al igual que como pasó con la pequeña gnoma, la mente del observante se vio arrastrada hacia una marea de vivencias y recuerdos. En ellos, la joven tauren, que decantaba su camino por las sendas druídicas, se hallaba en un reino pacífico, donde los asesinos perdían el tiempo esperando en los senderos. Poco tiempo pasó hasta que a la mente del observante acudió una imagen, tal como había pasado la vez anterior: un fondo negro y una cruz dorada...


La tauren desarrolló sus habilidades desde temprana edad con aquel grupo de seres. Para ellos, aquella insignificante tauren se convirtió en “La Orientadora”...; cualquier duda que pudiera surgir en sus mente, era inmediatamente preguntada a la tauren, que respondía de forma educada, despejándolas. No importaba lo que estuviera haciendo, siempre encontraba un hueco para sus hermanos. Así, la joven e inexperta tauren fue granjeándose el cariño y el respeto de aquellos seres, que poco a poco la consideraron una igual.


Mientras crecía, compartió su tiempo con un tímido pícaro elfo de sangre, T... ;que no pertenecía al mismo grupo de seres que ella, sin embargo, eso no fue impedimento para forjar una férrea amistad. Juntos, compartían mil y una aventuras, mil y un peligros, mil y un secretos, mil y una risas pero... el destino los separó y sus caminos tomaron diferentes sendas. Aún así, siempre guardó un hueco para aquel tímido elfo de sangre en su corazón.



Las escenas de la vida de aquella tauren fluctuaban continuamente en la mente del observador, mostrándole nuevos caminos: los de la responsabilidad. Se vio a sí misma comandando a un pequeño ejército de valientes seres, que como ella, apenas tenían la experiencia necesaria para hacer frente a las adversidades de la vida de un héroe. Aún así, aceptó el cargo que se le ofreció, con orgullo, con dignidad. A través del torrente de sensaciones que provenían de la tauren, el observador pudo sentir el miedo y la duda ante el fracaso. Pero aquellos miedos se disiparon cuando unas manos fuertes y experimentadas se apoyaron sobre sus hombros, diciéndole que confiaban en ella para ese cometido.



Así, aquel grupo de humildes seres, encabezados por la inexperta tauren, se engalanaron con sus mejores prendas de batalla y corrieron a hacer frente a las horripilantes y peligrosas criaturas que habitaban el extraño castillo de un mago demente...

Cada vez que un enemigo caía, cada vez que un grito de júbilo de uno de sus compañeros llegaba a sus oídos, la joven tauren transmitía una oleada de sentimientos hacia el observante: alegría, plenitud, dulzura, amistad...



El observante constató que fueron buenos tiempos, pero lo bueno no podía durar demasiado. Cuando los peligros de Rasganorte se abrieron ante los ojos de la tauren, aquellos seres a los que había dado y le habían dado todo, se transformaron en criaturas ávidas de poder, ansiosas de obtener los más valiosos tesoros aún a costa de la vida de los héroes que los acompañaban.


Un día fue invitada a ir con ellos a un escalofriante lugar, situado en las alturas de un nevado y lúgubre paisaje. Una fortaleza dividida en cuatro zonas, donde el hedor de la muerte y la ponzoña impregnaban cada una de sus paredes. La joven tauren se encontraba confusa. Ella estaba acostumbrada a su forma animal de oso temible, llevaba mucho tiempo controlando sus zarpazos, sus rugidos amenazadores, sin embargo, aquellos seres la instaron a cambiar a su forma felina, que desconocía totalmente. Mientras avanzaban entre aquellos tenebrosos pasillos, hubo algo que hizo que un estremecimiento recorriera su espalda: la voz de sus compañeros... era fría, carente de sentimientos, no había satisfacción, ni alegría...; era como oír las gélidas voces de los Caballeros de la Muerte...


El destino volvió a obrar y aquellos a los que una vez había llamado compañeros, se transformaron en desconocidos a sus ojos y la traición se cernió sobre ella, sepultándola en el vacío del olvido.


La joven tauren tomó una decisión que heló la sangre del observante: guardando en un rincón de su corazón los maravillosos momentos pasados juntos a aquellos que consideraba amigos: el adorable cazador H..., los dulces chamán y guerrero C... y S..., las siempre calladitas trol A... y R...; arrojó por un precipicio todos sus arreos de batalla, que tanta codicia despertaban entre los seres de aquel reino y luego se arrojó ella misma, sumiéndose en la oscuridad...


...Tal como le pasó al observante, que sólo pudo sentir la humedad resbalando por sus insustanciales mejillas. Esperó volver a ver la luz de nuevo, sentir el tirón previo que acompañaba la contemplación de una nueva vida ante sus ojos pero nada ocurría.


-¿Ya está?- preguntó-. ¿Así acaba todo?

”No, pero el tiempo pasó sin detenerse hasta ver un nuevo alumbramiento. Ten paciencia y espera...”


Como la voz prometió, al cabo de un largo lapso de tiempo, su etéreo cuerpo se vio impelido de nuevo, arrastrado como un muñeco hacia lo desconocido. Volvió a sentir la humedad y el frío en el rostro...


-¿Estoy de nuevo en Dun Morogh?- preguntó, con una voz femenina de rudo acento.


Bajó la vista para ver un cuerpo ágil y vigoroso, aunque de pequeña estatura.


-Ahora soy una enana...

”Te llamas... Eléboro”


Esta vez, la oleada de sensaciones, recuerdos y vivencias estuvo a punto de colapsar al observante, que jadeó asombrado ante la fuerza de las revelaciones. En primer lugar, sintió una inmensa felicidad por volver a estar entre los suyos, entre el pequeño gnomo extravagante y la joven maga humana. Luego, tal como ya había pasado una vez, constató que no podía estar a la altura de la joven maga, cuya existencia pasaba lejos de la suya, en compañía de otros seres, compartiendo largas conversaciones a través de medios mágicos en los que la joven enana de anaranjadas trenzas no tenía lugar. Pero no le importó, continuó sus andanzas por aquellos terribles caminos plagados de asesinos, ávidos de su sangre y del placer que les proporcionaba ver muerta a una criatura débil que no podía defenderse, pero daba igual, se había impuesto a sí misma la determinación de seguir la senda del héroe.


En esa senda conoció a muchos otros seres y al igual que pasó con la pequeña gnoma, unos dejaron huella y otros no, unos produjeron tristeza, otros enfado e incluso ira, otros, simplemente decepción; pero algunos dejaron su impronta de risas y buenos momentos, dignos de recordar para siempre. Al igual que el recuerdo de tantos otros que quisieron compartir con ella los tortuosos caminos del héroe a partir de aquel momento: B..., D..., G..., S..., V..., I..., E...


Y así lo hicieron, internándose todos juntos en la fortaleza inexpugnable del malvado Rey Exánime, en un sinnúmero de peligros, que aquellas criaturas combatían sin miedo, incluso con descaro y atrevimiento. El observador rió a mandíbula batiente cuando vio a aquellos aguerridos héroes delante de una durmiente hembra de dragón, mientras uno de ellos explicaba a los demás que... “los enemigos que aparecerían por ambas puertas tenían una inclinación sexual específica...; los llamados Geist...”



La conexión mental o más bien, espiritual, se cortó de repente, sumiendo de nuevo al observante en la oscuridad.


-¿Qué ha pasado?- preguntó con una voz que eran todas y ninguna.

”¿Qué has sentido, hasta éste momento?”

-De todo, miedo, ira, decepción, tristeza, pero también alegría, dicha, cariño...

”Ahora, quiero que prestes especial atención...”


Y, como si fuera una mano que se metía en su cerebro, cálida, algo o alguien colocó allí un montón de recuerdos concretos:


El recuerdo de una pequeña bruja recogiendo en sus temblorosas manos un anillo de oro que le entregaba su amado gnomo y que conserva como un tesoro...

...de las conversaciones a altas horas de la madrugada con la joven maga, mientras daban consejos a los mismísimos dioses, hablando de ángeles de buen ver y mejor tomar y de las innumerables bromas pesadas del díscolo gnomo hacia la muchacha...

...de sentir cada vez más lejos a la joven humana hasta verla casi desaparecer, en mas de una ocasión y de dos...

...de una joven cazadora elfa nocturna que conoció a una dulce pícara elfa de sangre...

...de un bravo guerrero, siempre sonriente, que tenía más de una canción en los labios para solazar los espíritus...

...de la despedida de la joven humana que veía desmoronarse su mundo y de las lágrimas de ésta al ver el humilde regalo que le hacía una pequeña bruja...

...de las sensaciones de soledad y traición que provenían de esa misma joven, a la que abandonaron aquellos a los que ella llamaba “amigos”...

...de un trío de taurens sentados al calor de una hoguera, mientras uno de ellos hacía rabiar a su compañera, "resbalando" su martillo sobre las cabezas de perritos de la pradera...

...de escenas de una pareja de gnomo y elfo nocturno, guerrero y sacerdote, respectivamente, que se lo pasaban de lo lindo juntos...

...de los momentos, tanto buenos, como malos, vividos junto a seres a los que llegó a coger mucho cariño a algunos, inquina a otros, la joven tauren druida...

…de los alardes de heroicidad de los que hacía gala una enana de anaranjadas trenzas junto a un grupo de seres con los que compartía carcajadas y botín a partes iguales, sin importar cuántas veces se fuera a visitar al Ángel de Resurrección...



”¿Sabes ahora quién soy?”

-Tú eres... el depósito de estos recuerdos...

”Lo que has visto y oído son las evocaciones contenidas en muchos seres y ninguno. Mira bajo tus pies y dime qué ves... porque ahí obtendrás la respuesta ...”


El observante así lo hizo, a pesar de que en un primer momento sólo veía oscuridad. Al fijar su vista hacia abajo, la visión de estar volando sobre la faz de Azeroth hizo acto de presencia de nuevo, dejando al observante sin habla, con el pecho henchido de una pletórica sensación de libertad...


-¿Qué es todo esto para ti?- preguntó el observante en voz alta, haciéndose oír entre el viento que azotaba sus oídos.

”Recuerda lo que te dije antes... fíjate bien...”


Entre los diferentes paisajes que pasaban raudos ante sus ojos empezó a percibir el débil contorno de lo que parecían ser letras...


...W
...A
...R
...C
...R
...A
...F
...T


Una carcajada gozosa brotó de la garganta del observante.


-¡Eres el puñetero Pastelero!


Con estas palabras, la oscuridad se abatió de nuevo, para dejar paso a la escena más extraña que había visto en su vida:


En ella, sólo se veían unas manos, aparentemente femeninas, sobre una caja de metal negra y gris. Aquellas manos parecían pulsar botones aleatoriamente sobre la parte de abajo de la caja, con forma de libro abierto. Lo que más llamó la atención del observante, fue la superficie brillante y llena de color que exhibía aquel recipiente, si es que eso es lo que era, en la parte superior. Sin duda, lo que contemplaba era una magia poderosa que iba mucho más allá de su comprensión.



Un suspiro de asombro brotó de sus labios, cuando una pareja de seres que no había visto en la vida, saludaron alegremente desde aquella brillante superficie. Parecían ser macho y hembra: hermosos, él de piel oscura y blanco cabello, dulces ojos del color del oro y unas puntiagudas orejas. Ella de largo y ondulado cabello castaño, bellos ojos azules, jaspeados de ámbar y piel bronceada, con un ligero matiz dorado.


-¿Quiénes sois y qué es "eso" donde os encontráis?

-No somos muy diferentes de ti...- contestó el varón.

-...Y aunque no te lo creas, estamos en el mismo lugar que tú...- dijo ella, sonriente.

-No entiendo...

-Todo lo que has visto, todo lo que eres y lo que somos nosotros, todo forma parte del mismo universo, el Ánima Mundi del creador.

-Bienvenida a Onírica: Un Mundo de Fantasía...

-¿Q-qué...?

”Es hora de despertar. Hasta la próxima, Eléboro...”




-¿Elébodo? ¡Elébodo!



Sintió como le daban un ligero cachete en la mejilla.


-¿E-eh? ¿Q-qué...?

-Menos mal que despiedtas, me estabas pdeocupando...

-Arcturius...- susurró ella, mirando al enano a los ojos, en los que se veía la inquietud.

-Si soy yo... te quedaste dodmida encima mío ¿Decueddas?- dijo, con una amplia sonrisa en la que mostraba su único diente-. Embezaste a movedte como una loca y tdaté de despedtadte, pedo hija, estabas como un tdonco...

-Arcturius... ¡He tenido un sueño rarísimo, joder...!- aseguró, frotándose la sien como si le doliera la cabeza.

-¿Bueno o malo?

-Ambas cosas...

-¿Sobde qué iba?

-Había gente que he conocido y otros desconocidos para mí, incluso criaturas que no he visto en ninguna parte de Azeroth. En realidad, no tengo ni la más mínima idea sobre qué iba...; pero tengo la impresión de haber soñado con el dueño de mi destino...

-¿¡Con los dioses!?

-No exactamente...- se paró, recordando la extraña evocación-. Onírica: Un Mundo de Fantasía...- susurró, distraída.

-¿Qué has dicho?

-Nada- se apresuró a contestar-. Una cosa, Arcturius...

-Dime.

-Recuérdame que la próxima vez no cene tanto, que no estoy acostumbrada y me da por tener alucinaciones.

-Anda que...



El enano se echó a reír para luego ser coreado por su amiga, todavía confusa.