domingo, 10 de julio de 2011

Vaya nochecita...



Un cielo coronado por una hermosa luna llena...

...teñida de carmesí...

El aullido de un animal rompiendo la serenidad del sonido de las olas contra el casco del barco en su lento avance...


Una macabra sonrisa en el pintado rostro de un trol y unas siniestras palabras...

”E'ta noche e'tará llena de vudú...”


Sea como fuere, aquella noche en La Fantasía de la Doncella se auguraba cuanto menos, entretenida.


Puíta había hecho acopio de todo su arrojo pidiéndole a Eléboro el dormir con ella también aquella noche...


-Es pod tu segudidad...- le dijo.

-Si ya, y yo voy y me lo creo...- contestó la enana, enarcando una ceja en un gesto burlón-. Vamos anda, con luna carmesí, con aullido o sin él, tengo bastante sueño, así que sí, por mí puedes quedarte, pero ya sabes... las manos donde yo las vea o te quedas sin ellas...


El enano levantó los brazos a la par que ponía su cara más dulce e inocente, indicando a todas luces que iba a portarse tal y como se esperaba de un caballero... cosa bastante curiosa viniendo de un truhán.



Al rato, los dos dormían a pierna suelta en el camarote que se había dispuesto para ellos. El joven Narrador había aceptado a su vez la invitación de Danielle para no dormir sola, ya que el relato que había contado esa tarde le había puesto los pelos de punta. No era cosa de dejar a una dama en apuros...



De repente, un grito desgarrador rompió la quietud de la noche, sobresaltando a la enana de anaranjadas trenzas, que casi se cae del estrecho camastro que compartía con su amigo.


-Puíta, despierta...

-Djjjjjjame...udpoquitomás...- rezongó el enano, poniendo de nuevo la pierna sobre su compañera. A pesar de que aquel alarido tenía que haber despertado a la mitad del barco, el enano ni se había enterado.

-¡Puíta, coño!- masculló Eléboro, propinando un sonoro golpetazo en el férreo muslo del enano.

-¿Eh? ¿Q-qu...? ¿Q-qué pasa?

-Alguien ha gritado ahí fuera...

-¿Un g-gdito?- preguntó, lívido-. ¿Y pod qué no dejamos que se las apañe la tdipulación, si eso?


Eléboro miró a su compañero, que tenía el rostro demudado y dio un bufido exasperado.


-No me jodas que aún tienes canguelo por el relato de Dom... ¡Arcturius, levántate ahora mismo y sal conmigo ahí fuera o el jodido Perro del Infierno parecerá un tierno cachorrito a mi lado!



La enana cogió una de sus dagas, que ocultó entre sus ropas y salió fuera, acompañada de su reticente amigo.


En la cubierta, el capitán parecía estar más que enfadado con un miembro de la tripulación.


-¡O te serenas, o te tiro por la borda, grumete! ¡Cuéntame qué demonios está pasando!

-El fan-fantasma... las hu-huellas... ¡El fantasma está aquí y el Perro vendrá a por nosotros!

-¿Pero qué...? ¿El salitre de la brisa te ha nublado el juicio, marinero?

-Se refiere al relato que contó aquel chico ésta tarde, mi capitán...

-¿Se asusta por un cuento? ¡Ahora mismo lo cuelgo del bauprés y veremos a quién tiene más miedo!

-Es que la luna roja... y el aullido... a lo mejor es verdad...- dijo otro de los marinos.

-¡Estoy rodeado de supersticiosos chalados, por lo que veo!

-¡Vi las huellas, mi capitán! ¡Os juro que las vi! ¡Y una sombra blanca, flotando entre las jarcias de trinquete!


El capitán cogió por la camisa al marinero, que hasta ese momento había permanecido encogido en el suelo de cubierta y lo empujó hacia unos de sus compañeros.


-¡Llévatelo abajo a ver si se tranquiliza! No permitiré tales idioteces en mi barco. ¡Los demás! ¡Seguid con vuestro trabajo y no quiero volver a oír otra tontería sobre fantasmas en lo que queda de noche u os pongo a calafatear bajo el sol de mediodía!


Sin rechistar, el resto de la tripulación se dirigió a sus quehaceres mientras se llevaban a su histérico compañero y el capitán volvía a su camarote. Los dos enanos presenciaron la escena desde la oscuridad, agazapados para no perderse detalle del asunto.


-¿H-has oído, Elébodo? Ese madinedo hablaba del fantasma...

-¿Sabes que el miedo se contagia, Arcturius?- le dijo, muy seria.

-¿A qué te defiedes?

-Aún no lo sé, pero voy a buscar qué es lo que vio ese hombre, porque yo no creo en espectros...



Con sigilo, la enana se deslizó entre las sombras hasta el palo de trinquete del que había hecho mención el aterrorizado hombre. Tal como se imaginaba, la tripulación había evitado esa zona al oír la explicación de su compañero. Con un rápido vistazo comprobó que el hombre estaba en lo cierto...


-Puíta mira ésto...- dijo, señalando algunas zonas de cubierta alrededor y en el mismo mástil.

-Huellas... ¡Joded, son huellas de manos! ¡Cobo las del delato!

-Shhhh ¡Baja la voz! Y míralas bien...- dijo, tocándolas. Se llevó un manchado dedo a la nariz y luego a los labios.

-¿E-es... es sangde?

-¿Que coño va a ser ésto sangre? Es salsa de tomate. Alguien está jugando, aprovechando el relato para distraer...

El enano arqueó las cejas, comprendiendo.

-Y necesitas distdaed la atención...


-Cua´do tiene inte´ción de mangá- dijo una tercera voz.


Los enanos dieron un respingo al unísono al oírla.


-¡Joder, Ayubu!- masculló Eléboro-. Tú sí que eres un fantasma... ¿Qué llevas ahí?- preguntó, señalando lo que traía consigo el trol, que parecía ser una tela blanca.

-E'to t'aba colgao e'tre la ve'gas de la gavia- le dijo, tendiéndoselo.

-Padece un vestido...

-No lo parece, ES un vestido y me atrevería a decir que es de nuestra amiga Danielle.

-¿Do´de está e galán?

-¿Donde crees tú?- preguntó Eléboro a su vez, sonriendo.

-Po yo diría que tenemo ladrone e' el ba'co, hefa... y no somo nosotroh...

-¿Se lo decibos ad cabitán?


La enana lo pensó unos segundos.


-Si se lo contamos, movilizará a la tripulación y quién quiera que sea, podrá escurrir el bulto...- se giró hacia sus compañeros, con una aviesa sonrisa-. ¿Tenéis sueño, chicos?

-Cada vé me gu'tas más, hefa- dijo el trol, riendose.

-¿Que hacebos, edtodces?

-Los camarotes están hacia la popa, y la jugada de distracción la han hecho en proa. Aún así, han tenido tiempo de pasarse por el camarote de nuestra querida amiga para coger ésto- dijo, levantando el vestido- que no sé por qué me da la impresión de que ya estaba en el suelo y no tuvieron mucho trabajo.

-A lo camarote e'tonces- dijo el trol, adelantándose para pararse a los pocos segundos-. Hefa, ¿pueo...?

-No, si los cogemos, no les harás nada raro. Los entregaremos al capitán y que sea él quién les juzgue...

-¡Kiá!- chasqueó, con fastidio.




Una voces susurraban entre los pasillos de los camarotes situados a estribor.



-Joder, Will, has tenido una idea genial.

-Y tú no querías hacerme caso, botarate. Cuando oí la historia del guaperas aquel se me ocurrió enseguida al ver la cara de acojone del personal cuando vieron la luna roja...

-Sí, pero no me dirás que tú no te asustaste, porque ya era casualidad y el puto aullido...

-¡Buah! No le eches cuentas a eso, hermanito y sigue con lo tuyo. Sólo cosas pequeñas, acuérdate.



Mientras hablaban en susurros, los dos hombres rebuscaban agachados entre una bolsa que habían sacado de uno de los camarotes, donde los pasajeros dormían, ajenos a todo. El sueño pesado parecía ser la tónica dominante aquella noche. Demasiado mar y demasiado ron... El grito del tripulante tampoco hizo mucha mella por aquellos lares.



-Menudos gilipollas, Declan, hermanito. Mira que tragarse semejantes pamplinas ¡Imagino la cara del marinero! ¡BuuuUUuu! ¡FantaaaAAaasmas!- se burlaba el llamado Will, ahogando las risas para no despertar a nadie.




-Cierto, hay que ser gilipollas...- susurró una voz femenina de marcado acento, justo después de que una brillante hoja se colocara en la garganta del ladrón-... para venir a robar a un barco. Ésto no es lo vuestro ¿verdad, chicos?



El hombre se giró para mirar a su hermano y lo vio en la misma situación en la que él se encontraba. A su espalda tenía la silueta de lo que podía ser un enano, por la estatura, con una daga apuntándolo al cuello. El primero subió las manos, en un gesto indefenso.



-P-podemos compartir el botín. No tendríamos ningún inconveniente ¿verdad, Declan?

-Ninguno, Will- coreó el otro, tragando saliva.

-Tsk, tsk...- chasqueó burlona la voz femenina, que no era otra que la de la enana de anaranjadas trenzas-. Nosotros no nos dedicamos a ésto, chicos. No de una forma tan jodidamente chapucera, al menos. Sed buenos, coged ese saquito que tenéis ahí y acompañadnos a dar un paseo hasta el camarote del capitán...



Escoltados por la pareja de enanos, cuchillo en mano ambos y un trol de terrorífico aspecto. Los dos hermanos se encontraron frente a frente con un enfurecido goblin en camisón.



-¡Hay que tener redaños para venir a robar a MÍ barco!- les gritaba-. ¡Robar a Krick Cánula en La Fantasía! No sé si sois valientes o imbéciles... pero habéis asustado a mi tripulación, robado a mis pasajeros y perturbado mi sueño, así que opto por pensar en lo segundo... ¡Llevaos de mi vista a éste par de zoquetes antes de que me de por tirarlos a los tiburones ahora mismo! ¡Bajadlos a bodega y ya decidiré mañana qué hacer con ellos!



Los marinos, enfurecidos por la tomadura de pelo, zarandearon a aquel par de desgraciados, mientras los arrastraban escaleras abajo, para encerrarlos.


A todo ésto, los gritos agudos del capitán sí que habían despertado a todo el mundo y quién más, quién menos, se encontraba en cubierta curioseando la escena.


-Muchas gracias a los tres por la ayuda prestada, cualquier cosa que necesitéis la tendréis a disposición- les dijo el capitán a la enana y sus compañeros-. El ingeniero Ejepar tiene un buen surtido de suministros, los gastos correrán a mi cargo.

-No ha sido nada.

-Siempde es un placed ayudad a atdapad a vulgades laddones- dijo Puíta, hinchando el pecho mientras Eléboro disimulaba una sonrisa.




-Serás cínico...- le dijo, riéndose, cuando estaban ya todos en cubierta.


El enano se encogió de hombros, adoptando de nuevo su faz de inocente viajero que nunca ha roto un plato.


-¿Estás bien, Eléboro?- preguntó el joven, al verla salir del camarote del capitán.

-A buenas horas...- refunfuñó ella-. Estoy perfectamente.

-Lo... lo siento.

-Galán descarado...- le dijo, dándole una palmada en el trasero, gesto que él recibió con una amplia sonrisa-. Por cierto, tenemos algo de tu chica... ¡Ah! Por ahí viene...

-¡Por la Luz! ¿Os habéis enterado? ¡Hay ladrones en el barco!- dijo la joven, asombrada.



Eléboro levantó una ceja en un gesto irónico.


-Sí querida, algo hemos oído... Las noticias vuelan, ya sabéis... ¿Habéis echado en falta algo?- le dijo, a la par que le daba el vestido-. Algo más, me refiero...

-N-no, creo q-que no- dijo la joven, cogiendo la prenda a toda velocidad a la vez que la sangre subía toda de golpe hacia sus mejillas.

-Buedo, yo no se vosotdos, pedo a mí me ha quedado algo de sueño y voy a apdovechadlo- dijo el enano, bostezando.

-Sí, creo que será lo mejor- coreó su compañera mientras se dirigía a su camarote, cuando se percató de que el joven iba con ellos-. ¿Y tú a donde vas?

-No voy a dejarte sola.

-Ah no, no, no, no- le dijo, meneando un dedo-. Tú a dormir con tu avispada joven que yo ya tengo compañía para ésta noche...

-¿Ah, sí?- preguntaron al unísono enano, humano y trol.


Eléboro cogió bruscamente por la camisa a Puíta, arrastrándolo consigo mientras dejaba a los otros dos con la boca abierta.


-¿Pe-pedo qué se van a pensad?

-¿De nosotros?- preguntó, riéndose-. Nada que tenga que ver con tórridas escenas, seguro. Vamos anda, antes de que me arrepienta y te mande con Ayubu. Y-no-ron-ques...



Una hora más tarde, Will y Declan se lamentaban de su mala suerte.



-Será zorra la enana...

-¿Qué crees que nos harán, Will?

-Con suerte sólo colgarnos por los pulgares... pedazo de hijadep... silacojola...- rezongaba, mientras continuaba con la interminable lista de improperios hacia la enana de anaranjadas trenzas.

-Bueno, algo nos ha quedado...

-¿El qué Declan, zoquete? ¡Nos lo han quitado todo!

-Todo no, ésto no se lo llevaron- le dijo, mostrando algo que sacaba de su harapienta camisa.

-¿Y eso qué coño es?

-Parece una flauta...

-¡Bravo hermanito! ¡Mañana podremos ser torturados felizmente porque tenemos una flauta! Madre tenía razón al decir que eras cortito...

-A lo mejor es valiosa...

-Declan, métete la flauta por donde te quepa...



Sin poder reprimirse, el hombre se la llevó a los labios y sopló... quedándose atónito ante la dulce melodía que salía a través de ella, sin que él usara los dedos para marcar las notas.



-¿Desde cuando sabes tú tocar algo que no sean las narices?

-¡Yo no he sido! Ha sonado ella sola... ¿Ves como puede que tenga valor?

-Valor no sé si tendrá alguno, pero de repente me ha dado por encontrarte jodidamente irresistible, hermanito...



La melodía de aquella flauta se coló por los entresijos del barco, llegando a todos los oídos, o a casi todos...




Alguien llamó a la puerta del camarote de Eléboro, casi con timidez, despertándola de nuevo.



-Joder, vaya nochecita- masculló, quitándose de encima la pierna de Puíta, que había ido a para de nuevo encima de ella.

-Eléboro, soy yo, por favor abre...

-¿Dom?- preguntó, abriendo la puerta-. ¿Qué haces aquí a ésta hora? ¿Qué ha pasado?



El joven de pelo negro como ala de cuervo la miró con una intensidad inusitada en él. Empujando la puerta penetró en el camarote, acercándose a su amiga. Sus mejillas estaban teñidas de rojo, como si estuviera turbado por algo...



-¿Dom? ¿Qué te pasa?

-Eléboro... no sé lo que me pasa pero yo... yo...- empezó a decir, para luego arrodillarse junto a ella y agarrarla por los hombros-. Yo...

-Me estás asustando, pequeño...

-No me llames así...

-¿Qué coño te pasa?



La enana sintió cómo el agarre se hacía más intenso, más... anhelante. De repente, el joven la abrazó y un susurro con una voz grave y sensual llegó hasta su oído.


-Te deseo, Eléboro...

-¡¿QUEEEÉ?!

-Que te deseo, deseo mezclar nuestras pieles en un paroxismo de placer infinito hasta que nuestros sentidos queden adormecidos por...

-¡Pero que te calles, coño! ¿Qué estás diciendo? ¿Has tomado Champiñón Fantasma?

-Elédodo, ¿Qué pasa?

-¡No lo sé! ¡Es Dom!

-No me rechaces Eléboro, quiero yacer contigo en...

-¡Pero quita, niño! ¡Arcturius, ayúdame a quitármel...!



-¡Oh! Mi gentil caballero enano, vuestra belleza me eclipsó desde el mismo momento en que os vi...- dijo la voz de Danielle, que había entrado en el camarote y se acercaba rauda al lecho.

-¿Quién, yo?- preguntó un asombrado Arcturius, mientras se señalaba a sí mismo con un rechoncho dedo.

-Sí, vos- dijo ella, saltando a la cama como una gata-. Vuestra gallardía, vuestro cuerpo, que despierta en mí la más absoluta de las lujurias, vuestra sonrisa...- continuaba ella, deshaciéndose en halagos mientras colmaba al enano de caricias.

-¡Arcturius!

-¡Pedo si no soy yo, es ella!

-¡Están hechizados, joder!



-¿A'guien me pué explicá qué si'nifica tó ésto?- preguntó Ayubu desde la puerta, levantado la pierna para enseñar al gnomo que tenía enganchado a ella-. No se ha de'pegao de mí de'de que oímo la flauta ¿Y vosotros qué coño hacéi ahí refocilao?

-¡No estamos...! ¡Joder, no es lo que parece!

-¿Y qué es lo que padece ésta locuda?


La escena en aquel camarote mostraba al joven de cabello negro abrazado a la enana, mientras colmaba su cuello de besos. A la educada dama, encima de un asombrado y la vez encantado enano mientras el trol seguía de pie, con un enamoradizo gnomo que se deshacía en halagos hacia su persona.


-¿Qué es eso de la flauta? ¡Coño, Dom, estate quieto ya!

-¿Tú no la oíte? A'tes se oyó una musiquilla que parecía vení de la bodega...


Eléboro pensó en las palabras de su compañero y a su mente acudió un recuerdo.


-¡Oh, no! ¿Recordáis la flauta que encontramos en Stratholme?

-¿La que hacía bailad?

-¿Y si ésto es parecido, pero hace que... que...?

-¿Que la ge'te se po'ga co'tenta? Pó eso e'plicaría po'qué ahí fuera hay una bacaná...



De improviso, el joven agarró el rostro de su amiga y la besó con pasión en los labios. Eléboro intentó zafarse, pero era inútil. Las manos de él atraparon sus muñecas, inmovilizándola. Cuando la enana sintió la lengua del joven intentar abrirse paso juguetona, recordó de improviso una de la lecciones de Björn. Con toda la fuerza de la que fue capaz en tan incómoda postura, descargó una patada en la ingle del joven, que se quedó sin respiración y se soltó para agarrarse las nobles y magulladas partes.


-Lo siento Dom... dos veces...-le dijo, para soltarle luego un sonoro bofetón que hizo sisear a los otros dos, que bregaban a su vez con sus sendos pretendientes.



El joven parpadeó estupefacto, como si acabara de despertar de un sueño, encontrándose de frente con el acalorado rostro de su amiga, que aún se sacudía la mano.


-¿Q-qué?... ¿Eléboro?

-¿Dom? ¿Estás bien? ¿Eres tú?

-¿Por qué preguntas eso? ¡Claro que soy yo!


La enana lo cogió por el rostro, mientras él seguía doblado por el dolor, con ambas manos en la entrepierna.


-Estamos sobre un lecho de satén mientras mi cuerpo desnudo se funde con el tuyo en un... paroxismo de algo...- le dijo atropelladamente, mirándolo a los ojos.

-¡Por la Luz!- exclamó, asombrado.

-Vale, eres tú... Eso significa que si ha funcionado contigo, también lo hará con los demás...

-E'cantao de abofeteá a e'te pi'trafilla- dijo el trol, sujetando al gnomo por la camisa y alzándolo en vilo.

-No os paséis...

-¡Yo do puedo pegad a una dama!



Eléboro dio media vuelta y se encaminó hacia la cama. Sin mediar palabra, descargó una bofetada sobre la joven, que se quedó perpleja, frotándose la zona dolorida.



-Yo sí. Arreglemos este desaguisado cuanto antes.




-¡Inconcebible!- bramaba el capitán Cánula momentos después, cuando tripulantes y pasajeros habían recobrado parte de la compostura que habían esparcido por doquier-. ¡Mi barco convertido en una... en una...!

-¿Orgía?- dijo tímidamente uno de los marinos, para ayudar a su capitán a acabar la frase. Éste lo fulminó con la mirada.

-¡En una juerga desenfrenada!

-Pero, mi capitán, vos tambi...

-¡Estaba hechizado, patán!- se apresuró a decir el goblin-. Dijiste que el sonido venía de la bodega ¿no?- el trol asintió-. Traedme aquí a esos dos, inmediatamente...- masculló, entrecerrando los ojos hasta dejar dos rendijas.



En unos instantes, tenía frente a él a los dos hermanos, que estaba colorados como tomates, puesto que el hechizo les había afectado también a ellos.



-¡La justicia goblin es conocida por todo Azeroth y mi barco no es ninguna excepción!


Eléboro apretó la mandíbula al oír lo de “justicia goblin”.



-Entre la tripulación, se castigan duramente los desmanes y la falta de disciplina. Podíamos haber sufrido un accidente, habernos perdido para siempre en el Mare Magnum o haber ido a parar a la Vorágine ¡Todo por culpa de éste par de rufianes! ¡En un barco el capitán hace la ley! ¡Y yo os condeno a arrojaros por la borda al amanecer! Que sirva de lección a todos... con Krick Cánula no se juega...



-Yo didía que eso es un poquito excesivo ¿do?- susurró Puíta al oído de Eléboro.



-Capitá... ¿Pueo hablá?- preguntó Ayubu, con tranquilidad.

-Adelante.

-Yo soy el p'imero que di'frutaría có la mue'te de e'tos desdichaos pero... mi ge'te usa otro métodoh p'a ca'tigar con dureza, igua'mente efe'tivos...- dijo, sonriendo de oreja a oreja.


Los hombres se encogieron ante la perspectiva de ser torturados por un trol, o devorados por los tiburones...


-Explícate.

-Yo pueo hacé que e'tos dos no vue'van a meté la pata... jamá...

-¿Y cómo harás eso?

-Con vudú, hefe. Oh aseguro que no vo'verán a robá en la vía... A' fin y 'a cabo, ello no sabían p'a qué se'vía la flauta. Sólo necesito una olla y a´guna ot'a cosilla...


El goblin pareció meditarlo.


-¡Ejepar! ¡Proporciónele a este trol lo que necesite! Quiero ver cómo lo haces...- le dijo, señalándolo con un dedo.

-Como quiera, hefe.



Instantes después, los dos hombres habían sido despojados de las camisas y sus cuerpos aparecían pintarrajeados con intrincados símbolos que Ayubu había trazado sobre ellos y en el suelo de cubierta. En un perol en la cocina, burbujeaba una pócima de repugnante olor que ninguno sabía cómo había preparado, puesto que los ingredientes ya los llevaba él, salvo el detalle de la rata, que el trol había usado para coger unos cuantos pelos y verterlos sobre el mejunje.



Vestido para la ocasión, Ayubu presentaba un aspecto que parecía estar sacado de alguna pesadilla. Salvaje y tribal, cantaba y daba estrambóticos saltos a modo de danza.


-¡Clamo a lo Loa, en e'pecial al Barón Zul'medi, señó de tó lo o'curo! ¡Que me den podé p'a maldecí e mojo que beberán e'tos de'dichaos!


Yendo hacia la olla, metió una jarra en ella y le ofreció su contenido a los dos hermanos.


-De u' trago. No dejéi ná en e' vaso, o lo Loa se cabrearán má aú.

-¿Q-qué nos pasará?

-E'taréi ma'ditos p'a sie'pre. Si inte'táis vo'vé a robá, se os caerán lah mano y vomitaréi lah entrañah...



Los hombres estuvieron a punto de desfallecer. Las leyendas hablaban del terrorífico poder de la magia trol. Era de necios ponerla en duda.



Al beber el mejunje, los hermanos se retorcieron en un espasmo, sujetándose el vientre. Ayubu rió satisfecho mientras los demás observaban asombrados el macabro espectáculo.


-¡E' vudú ya e'tá hecho! ¡Lo Loa han hablao!



Y así, la ceremonia terminó, salvando la vida de aquellos hombres, pero condenándoles por toda la eternidad. Siempre era mejor eso que ser comido por los tiburones que infestaban aquellas aguas, eso sin contar a los nagas...



Momentos después, los cuatro compañeros se encontraban en su camarote, hablando sobre los acontecimientos.



-Eléboro yo... ya no sé cómo pedirte disculpas por lo que hice. Estoy más que avergonzado...- decía cabizbajo el joven.

-Créeme, da gracias a que no pasó de ahí, entonces sí que te hubieras avergonzado...- contestó ella, riéndose.

-Esto es muy serio, Eléboro...

-Ya lo sé, bobo. No tienes de qué preocuparte, no eras dueño de tus actos. Ni Danielle tampoco- dijo, mirando a Puíta con reprobación-. Recordemos lo sucedido como una anécdota para reírnos en las noches largas, como ésta.

-Me pdegunto pod qué a nosotdos no nos afectó.

-A Ayubu tampoco...

-Yo soy resiste'te a lo hechizo, lo Loa me protegen...

-Sí, ya...; vete a saber, igual los enanos somos también resistentes a ese tipo de encantamientos.

-O tenemos una miedda de oído pada la música.



Los cuatro estallaron en carcajadas.



-A todo ésto ¿Qué les hiciste en realidad a aquellos hombres?

-Leh dí una receta de mi madre p'a aflojá la barriga. Lo demá era tó pa'tomima. No creo que te'gan való p'a i'tentar robá a'go y enfurecé con ello a loh Loa.

-¿Y tus Loas no se enfadan por usar sus nombres en vano?

-Loh Loa me dan po i'posible...



Más risas resonaron en el pequeño habitáculo.



-¿Y la luna doja? ¿Y el aullido?

-Lo de la luna fue un eclipse- dijo el joven-. Ya os lo explicaré, tal como Tirma me lo explicó a mí- aclaró, al ver las caras de confusión de sus compañeros.

-A Nzambi le gu'ta aullá a la luna. Imagino que si e'tá roja, mejó p'a él...

-Anda que menudo éxito ha tenido tu historia, pequeño.

-Si lo llego a saber, cuanto una más... picante.

-Calla, que de ese tipo ya tuvimos, sin ser conscientes. Pero bueno, el viaje se ha hecho ameno y siempre puede ser útil...

-¿Útil? ¿El qué?



La enana metió la mano en el interior de la camisa y mostró a todos el objeto que llevaba escondido.


-Con el revuelo que montó Ayubu nadie la echó en falta...- dijo, moviendo la flauta entre sus ágiles dedos.

-¡¡No jodas, Eléboro!!- exclamaron los tres al unísono.