martes, 24 de mayo de 2011

Origen: Amistades Peligrosas

-Entonces continúo...- dijo el joven.



“- A eso sí que no estoy acostumbrado...- dijo el enano, en un susurro.

-Pues no lo hagas- replicó la joven.

-Vale, no me acostumbraré a que me ames... pero yo diría que tu cuerpo no me odiaba tanto hace un rato, Princesa...


La enana de anaranjado cabello alzó una mano para posarla sobre los labios del hombre antes de que terminara la frase.


-Vuelve a llamarme así y olvídate de que mi cuerpo vuelva a desobedecer a mi corazón...


Jorgenssen la miró intensamente con su único ojo violáceo y una sonrisa que dejaba ver a todas luces cuáles eran las intenciones ocultas tras aquel silencio...



Al amanecer, la joven despertó en mitad de un caos de prendas esparcidas por el suelo de la cabaña. No necesitó fijarse demasiado para comprobar que sólo estaban las suyas.


Al rato, el enano penetró en la estancia llevando en las manos un extraño artilugio que depositó junto a ella.



-Vístete y ponte con eso- le dijo, señalando el artefacto-. Por lo que he podido comprobar, sigues fallando en cosas tan triviales como desactivar una trampa o abrir una cerradura. Anoche comprobé que no es cuestión de “falta de agilidad” en los dedos, así que tendrás que practicar...- terminó, luciendo una amplia sonrisa que dejaba ver el color plateado de sus dientes.


Con un simple quiebro, el hombre esquivó la bota que se dirigía directa hacia su cabeza.


-Puedes llegar a ser jodidamente desagradable...- dijo la joven, con los dientes apretados y una mirada hosca.

-Y eso me ha mantenido vivo- le dijo, agachándose junto a ella con rapidez para besarla repentinamente.





Lección Número Cuatro:

El latrocinio es un arte. No se trata de coger una cerradura y romperla, se trata de no decirle a la gente quién ha estado allí y que se den cuenta que han sido desvalijados cuando echen en falta algo en concreto y vean que no está. Se trata de cortar una faltriquera sin que su dueño se entere. Se trata de manipular un mecanismo con tus propias herramientas o saber improvisar otras. En definitiva, un buen ladrón sabe hacer un buen trabajo y sobretodo, que sea seguro. Robar una quimera sólo para probar tus habilidades es una acción absurda que te acarreará, más tarde o más temprano, el disgusto de saber lo que raspan las hebras de la soga con la que cuelgan a los ladrones imprudentes...




-¿Y por qué robar?- preguntó la joven una vez, forcejeando con una de las muchas cerraduras que tenía el trasto de “entrenamiento”.

-¡Joder, Prin..., Ratita! ¿Ahora vas a meterte a puta?


La enana lo miró, asombrada ante la pregunta, con la ganzúa aún en la mano, dejando caer la que llevaba sujeta en la boca.


-No me mires con esa cara...- dijo él, divertido ante su reacción-. Con tus secretos y mis antecedentes eso es la única profesión a la que podemos optar y yo no inventé el oro que necesitamos para vivir...

-Cosa que haremos hasta que nos cojan ¿no?- consiguió preguntar ella, después de recuperarse de la impresión.

-No creas; hay sitios en donde la ley es menos dura y no matan a los ladrones...; sólo les cortan las manos...

-Es un alivio saberlo...

-Eso nos lleva a la quinta...





Lección Número Cinco:

Si te ven, eres enana muerta. Si te oyen, eres enana muerta. Si te atrapan, eres enana muerta. Si te encadenan, eres enana muerta. Si te ponen una soga al cuello es, evidentemente, señal de que no me has hecho caso y que serás enana muerta en breve. Se supone que debes creer que eres más inteligente que la caterva de guardias estúpidos que pululan por las ciudades; un consejo, aléjate de los pueblos: no hay nada interesante para robar y los campesinos defienden su miseria con uñas y dientes... y son listos como un zorro. Si te cogen, tendrás que poner en práctica la Lección Número Cuatro para librarte de tus captores...





-Si me cogen, evidentemente me registrarán... por lo tanto ¿Con qué se supone que voy a abrir mis ataduras?

-Escondiendo las herramientas- respondió él, con la boca torcida en un ladino gesto.

-¿Cómo?- preguntó provocadora, para darse cuenta demasiado tarde de las implicaciones de la respuesta.


El color asomó a sus mejillas, con un semblante entre ruborizado por la vergüenza y por la furia ante las risas que habían brotado de la garganta del enano.


-Ni así, Ratita- explicó él-. Los goblins acostumbran a hacer registros... “cuidadosos”...



El gesto de la joven pasó del sonrojo y la cólera a la más absoluta repulsión. Jorgenssen estudiaba las reacciones faciales de su compañera con detenimiento para, a continuación, hacer un “truco” que terminó de asombrar a la enana de anaranjado cabello. Se llevó la mano hasta la manga de su camisa y dejó el antebrazo al descubierto. Palpando con los dedos parecía buscar algo en concreto, al hallarlo, rascó con la uña e hizo una ligera presión para hacer salir una finísima ganzúa que llevaba bajo la piel.




-La herida se cierra rápido cuando la introduces y no se nota- le dijo, levantando el ensangrentado trozo de alambre hasta sus ojos-. Naturalmente corres el riesgo de que se infecte pero... ¿Qué es un poco de fiebre en comparación con la posibilidad de que tu cabeza ruede dando botes?

-Menuda vida me espera...

-No elegimos cuándo vivir, pero podemos decir que tenemos “cierto” control sobre cómo vivir...- dijo, encogiéndose de hombros-. Tú procura que la tuya sea lo más larga posible y reza para que, cuando acabe, lo haga sin que sufras...demasiado...

-Tienes una capacidad asombrosa para dar ánimos- murmuró la joven enana-. ¿”Cierto” control?

-Del pastel de la vida, dividido en seis porciones, una será el destino, otra, tus propias decisiones...; las cuatro restantes, serán fruto del caprichoso azar. No te comas tu linda cabecita buscando más explicaciones- le dijo, dándole golpecitos en la frente con el dedo-. Bueno, ¿Qué?- preguntó de repente, sorprendiendo a la joven-. ¿Practicamos la lección sobre los “registros” más profundamente?

-Serás capullo...

-¿Todavía no has aprendido cuánto?- preguntó, atrayéndola hacia sí.





Con todas esas lecciones, tanto buenas como malas, la Princesa Malcriada iba labrando su destino. Aprendiendo a hacer de aquella profesión la suya; aceptando lo que era, pero sin llegar a despejar del todo su corazón del rencor que lo ennegrecía ligeramente. Sin embargo, la que sería su última lección cambiaría su vida para siempre, tornando aquella oscuridad en una gélida pátina que encerraría su corazón bajo llave.




Tiempo después, en los callejones de un ciudad cuyo nombre ahora mismo es irrelevante, más que nada porque ya no existe como tal, la pareja de enanos volvía de la taberna, de camino a su improvisada guarida, cuando se cruzaron con un grupo que cambió el semblante de Jorgenssen, tornándolo lívido. Con un rápido gesto, agarró por la camisa a la joven para evitar que se tropezara con ellos, arrastrándola hasta las sombras de la callejuela. Con un dedo sobre los labios, el enano exigió absoluto silencio, mirando con su único ojo hacia los tres individuos, goblin, orco y gnoll, que tanto lo habían alterado con su mera visión.


-¿Qué coño hace aquí ese cabrón miserable?- siseó, con la mandíbula apretada y el semblante demudado por el odio.



Sin esperar a que la enana se recuperara y empezara a hacer preguntas, la cogió por un brazo y se deslizaron entre la oscuridad, desapareciendo. Ya en la casa la joven acosó a su compañero, que guardaba silencio sentado en un sillón, con los codos apoyados en sus rodillas y las manos cerrando su boca, ignorando completamente las preguntas de la enana.


-¡Jorgenssen! ¿Me estás escuchando?- la joven se acercó hasta él y lo sacudió por un hombro, para sacarlo de su estupor-. ¡Te he preguntado quiénes eran esos tipos!


El hombre dio un respingo y la miró con intensidad.


-Uno de ellos asesinó a mi hermano...


La enana se quedó estupefacta ante la respuesta, pero sobretodo ante la mirada de odio que destilaba aquel único ojo violáceo. Despacio, se dejó caer de rodillas delante de él y sujetó sus manos.


-Su nombre es Shutterfikk Von Pattel, un capitán esclavista que hace años que se propone erigirse en Príncipe Mercante dentro de su repugnante sociedad. Lo apodan el “Grilletes”... aunque yo prefiero llamarlo simplemente, el “Demonio”...


La joven callaba, escuchando atentamente lo que el turbado hombre le contaba.



-Un par de años antes de conocerte, mi hermano Gunnard y yo “trabajábamos” juntos. Yo era reacio a meterme en los asuntos de esos pequeños hijos de puta verdes, pero a mi hermano le gustaban los retos y se saltó la parte de la Lección Número Cuatro que dice que: “Si intentas robar una quimera...”. Había estado apostando en una taberna a los dados contra Shutterfikk y éste lo dejó sin blanca. Gunnard no era nada malo con el juego y el hecho de que el “Grilletes” le ganara tantas veces le hizo pensar que le había hecho trampas. Cometió el error de tomárselo como algo personal y pensó en cobrarse la parte que le había ganado, robándole a su vez; pero Gunnard no contó con que robar a un ladrón no es tarea sencilla... a un sádico, era una idea nefasta, pero eso él no podía saberlo, lo comprobó después. Ni siquiera llegó a alcanzar su objetivo, nos atraparon a ambos. A él lo mataron delante de mí y luego me hicieron ésto...- dijo, acariciando la cicatriz que surcaba su rostro y le había dejado tuerto-. Esos cabrones son crueles, Ratita...; le hicieron sufrir... y me soltaron, para que nunca olvidara el “favor” que me habían hecho, con la promesa de que, si volvían a verme, iba a suplicar clemencia. No lo he olvidado... ni lo haré jamás...



La joven enana de anaranjado cabello guardó silencio, sujetando firmemente las manos del hombre, que temblaban ligeramente de miedo, rabia o ambas cosas. Se asustó ante la frialdad con la que fueron pronunciadas las últimas palabras.



-Jorgenssen, mírame- le pidió-. ¡Mírame!- insistió. El enano posó su ojo sobre ella ésta vez-. Mañana saldremos de aquí, nos iremos por donde hemos venido ¿De acuerdo?...; no pienses en ninguna locura, por favor...- los ojos suplicantes de ella ablandaron la dura faz del hombre.

-No te preocupes por mí, Ratita...; el tiempo mitiga el dolor- le dijo, pero la joven no creyó aquellas palabras que sonaron vacuas a sus oídos.

-Jorgenssen, por favor... te lo pido por favor...- insistió ella, abrazándose a él.

-Ratita...- susurró el enano, conmovido por la reacción de aquella joven que había asegurado odiarle.

-Por favor...- insistía, con el rostro enterrado en su hombro.

-Está bien, Ratita...- dijo él, acariciando su cabello-. Si así te quedas más tranquila, juro no hacer ninguna locura. Aunque todo depende de lo que confíes tú en la palabra de alguien de mi calaña...




Con aquella promesa en el aire y con las ideas puestas en el día siguiente, en el que abandonarían aquella ciudad para no volver en mucho tiempo, ambos se fueron a dormir. Por desgracia, el azar, el destino, o las decisiones personales de la tarta de la vida de Jorgenssen, o de la misma enana de anaranjado cabello, inclinaron la balanza hacia un fatídico final para aquella noche.




Una mano se cerró con fuerza sobre la boca de la joven, cubriéndole también la nariz y dejándola al borde de la asfixia, mientras la arrastraban fuera de la cama. Con ojos desorbitados por el terror, vio al gigantesco orco dar una patada a Jorgenssen en la cara que lo dejó casi inconsciente; al enano sólo le había dado tiempo de coger el cuchillo con el que dormía siempre, pero éste resbaló de su mano sin alcanzar a su objetivo.



Una fría hoja se colocó al mismo tiempo bajo la garganta de la enana, que pugnaba por liberarse del fétido gnoll que la aplastaba bajo su peluda mole. El orco agarró por el cabello a Jorgenssen, tirando de él para obligarlo a alzar la mirada.



-Buenas noches, mi querrido Björn, aunque ahorra crreo que te haces llamarr Jorrgenssen- dijo una voz chillona con un marcado acento.



De detrás del enorme orco, surgió la pequeña figura del goblin. Lentamente se acercó hasta él, guardando ciertas distancias a pesar de que el gañán orco parecía tenerlo bien sujeto. El goblin la miró antes de seguir hablando. Vestido con caros ropajes de terciopelo y un monóculo sobre su ojo derecho, el aspecto de aquel pequeñajo verdoso hubiera resultado poco intimidador si no hubiera sido por su mirada: sus ojos bullían con el brillo de un demente.



-Siento haberr interrrumpido vuestrro pacífico sueño, señorrita, perro éste caballerro y yo tenemos una cuenta que le dejé pendiente en su día. Parrece que no es hombrre de mantenerr prromesas...; porr cierrto, ni se te ocurrra sacarr el cuchillo que tienes sujeto en los pantalones, mi buen enano... o la garrganta de tu amiga se abrrirrá como si fuerra un cerrdito...


El ojo de Jorgenssen, o Björn como lo había llamado el goblin, centelleó de ira al oír la amenaza, para luego posarse en ella, que intentaba decirle con la mirada que no pensara en su seguridad, sino en la propia.



-¿Qué quieres de mí, maldito cabrón? ¿No tuviste ya suficiente?- preguntó el enano, escupiendo las palabras.

-Al contrrarrio que tú, yo rrecuerrdo las prromesas que hago...¿De verras crreías que no te había visto en aquel callejón? No quierro nada, sólo demostrrarrte que no se juega con un goblin... con un goblin loco, menos aún...



Y con un rápido movimiento, Shutterfikk sacó un cuchillo que pendía de su cinturón y lo enterró en el estómago del enano con una única puñalada. La joven intentó gritar, pero de su boca sólo salió un gruñido amortiguado por la peluda y asfixiante manaza del gnoll.



-Bueno, ya he cobrrado mi deuda...; en cuánto a ti, señorrita, harré contigo lo mismo que hice con él... perro no voy a marrcarr esa agrradable faz. Sólo voy a rrecorrdarrte que tengo buen ojo parra las carras... si vuelvo a verr la tuya...- dijo, pasándose el pulgar de la ensangrentada mano que portaba el cuchillo por el gaznate- Que pases una buena noche...




El gnoll que la sujetaba hizo presión sobre su boca, cortándole el flujo de aire hasta sumirla en las brumas de la inconsciencia. Cuando despertó, no sabía cuánto tiempo había pasado pero no había rastro de ellos en la habitación. Jorgenssen yacía en el suelo, con un charco de vida bajo su cuerpo. La enana llegó hasta él para descubrir con horror que estaba plenamente consciente.



-Ratita...- susurró.

-Shhh, no hables Jorgen, te pondrás bien...- decía ella posando un dedo sobre sus labios. El enano tosió, en un intento de risa.

-Joder... Ratita... que mal mientes...; por cierto, puedes llamarme... Björn...

-Te diré el mío entonces...- le dijo, con los ojos llenos de lágrimas.

-Sé tu nombre... siempre lo he sabido... al igual que todos tus secretos... que me fueron confiados por Brommel...”






Al llegar a éste punto la voz del joven de pelo negro cesó, oyéndose solamente el crepitar de un fuego cada vez más mermado. Posó sus profundos ojos grises sobre la enana, que escuchaba la narración con la cabeza gacha, sin decir una sola palabra. Al sentirse observaba, Eléboro levantó la vista para devolver la mirada al joven, que desvió la suya hacia el elfo de cabello verde que escuchaba la historia junto a ellos, para posarla luego sobre ella de nuevo.



Sin pronunciar frase alguna, la mirada tácita entre los dos y un ligero asentimiento de cabeza por parte de la enana, dieron al joven Narrador las instrucciones para seguir con su relato, sin omisiones.






“-Quiero... que escuches atentamente...

-¡No te esfuerces o te desangrarás!- suplicó la joven.

-Sabes donde está la herida... porque te lo he enseñado...; tardaré horas en desangrarme... y si mi última lección me evita un poco de agonía, valdrá la pena...


Con jadeos entrecortados, el enano tuerto expuso su última lección.




Lección Número Seis:

No mezcles tu profesión con los sentimientos. Nuestra vida es un diario con las páginas en blanco que no se sabe cuando será arrojado al fuego para que se consuma. Haz lo que tengas que hacer, sin remordimientos, pero mantén al margen la parte más intima de tu corazón o el dolor la consumirá. No te metas nunca en encrucijadas personales, porque tarde o temprano, te arrastrarán y no... no busques venganza, porque la sangre, con sangre se paga...; confórmate con llevar una vida en silencio... y procura que sea larga... con un final digno...para que mis esfuerzos en meter conocimientos... que te ayuden a protegerte... en esa dura mollera tuya... hayan servido para algo...





-Ésta es la lección más... importante que puedo darte, pero sé... que no vas a hacerle ni puto caso...- se rió.

-No puedo mantener al margen la parte más íntima de mi corazón, Björn, porque me enamoré de un enano ladrón, desquiciante y desagradable...

-Nah, yo tampoco me he hecho caso nunca a mí mismo y me salté esa norma... enamorándome de una... enana bastarda, cabezota y huraña; de una Princesa Malcriada...; pero hay cosas que merecen ser vividas.




Con un gruñido de dolor, Björn se inclinó hacia adelante, abriendo aún más la herida con aquella acción. La joven se abrazó a él, sintiendo la calidez que en breve desaparecería de su cuerpo. Un susurro apenas audible salió de los labios del enano, pronunciando sus últimas palabras.



-Te quiero, Arabelle...
-Y yo a ti, Björn...- respondió ella, con la esperanza puesta en que aquellas palabras hubieran llegado a sus oídos antes de que se marchara para siempre-. No sé si hay un ente superior que corte las porciones de nuestra tarta, pero yo maldigo al pastelero...-susurró, abrazada al hombre que le había dado sus más valiosas lecciones."





La voz del joven cesó de nuevo, manteniendo un silencio casi sepulcral que fue roto por unas palabras pronunciadas con un melodioso y dulce tono:



-Eléboro- dijo el druida, haciendo que la enana levantara la vista para mirarlo. Había obviado intencionadamente el hacer mención a su verdadero nombre. Para Llwyn, sería como si jamás lo hubiera escuchado-. No hiciste caso de la Lección Número Seis ¿Verdad?

-Björn tenía razón en decir que no le haría ni puto caso. Vosotros sois la prueba de ello- dijo, mirando directamente al joven de cabello negro como ala de cuervo-. Pero sí respeté una cosa: jamás he vuelto a abrir el rincón más íntimo de mi corazón...

-¿Qué parte fue la primera que te saltaste?- preguntó, casi con timidez, aunque se imaginaba la respuesta.

-”No busques venganza...”

lunes, 16 de mayo de 2011

Origen: La Princesa Malcriada

El joven de pelo negro como ala de cuervo se aclaró la garganta con un ligero carraspeo; su dulce y arrobadora voz rompió la quietud de la noche, acompañada por el chisporroteo de la fogata.




“La Niña de la Mirada Triste miraba indecisa al enano de cabello negro que había sido como un padre para ella; el hecho de tener que abandonar su compañía para convivir con un extraño la llenaba de inquietud.


Esperaban su llegada, ocultos a la vera de un camino.


-¿Quién es esa persona que se supone va a protegerme?- preguntó la joven.

-Más que protegerte, va a enseñarte a que lo hagas tú misma.

-Tú ya has hecho eso, Brommel...

-Él lo hará mejor, créeme- le dijo el enano, mirándola con seriedad. En ese momento, el golpear de unas pezuñas contra el polvoriento suelo que parecían acercarse, llamó la atención de ambos-. Ya viene...


Hasta ellos llegó una figura embozada en unas sucias ropas que debían haber sido negras antes de comenzar una larga cabalgadura a lomos de un carnero de desgreñado pelaje gris. Sin decir nada a la pareja de enanos que salían agazapados de entre las sombras a recibirle, indicó, con una enguantada mano, que la joven debía subir a la montura sin más dilación.



La Niña de la Mirada Triste se despidió con un abrazo y unas tiernas palabras apenas susurradas al oído de aquel que la había criado. Mientras, la montura del desconocido se removía, transmitiendo la impaciencia de su jinete.


-No tenemos todo el día...- susurró el encapuchado.


Su voz sonaba áspera, con un tono siniestro que puso los pelos de punta a la joven enana de anaranjado cabello. Obedeciendo de forma mecánica, como estaba acostumbrada a hacer, cogió el fardo en el que guardaba sus pocas pertenencias y subió de un salto a la grupa de la bestia. Su nuevo “mentor” espoleó a su montura y salieron raudos en una veloz cabalgada en la que la Niña de la Mirada Triste no volvió la cabeza para mirar a aquel que dejaba atrás, posiblemente para siempre.



-¿Adonde vamos?- preguntó, agarrándose como podía de la capa de aquel extraño sujeto, que olía a tierra, sudor... y sangre.

-Lejos- contestó de forma abrupta-. Y cierra el pico hasta que lleguemos. Ya haremos luego las presentaciones...



La joven enana no tuvo que echar mano de una prodigiosa perspicacia para darse cuenta de que su maestro iba a resultar una compañía un tanto desagradable.



Cabalgaron durante horas por las Tierras Altas de Arathi, en busca de un refugio que solamente él parecía saber donde se encontraba, hasta desviarse por un camino por el que sólo era posible transitar sobre uno de aquellos carneros de fuertes patas. Al rato, llegaron a la entrada de una cueva, hábilmente disimulada entre zarzas y bejucos.


El encapuchado desmontó y la joven enana hizo lo propio. Él golpeó la grupa del animal, acompañado de un chasquido de la lengua y el carnero se alejó trotando. Parecía saber perfectamente donde meterse mientras su dueño estuviera en aquella zona.


-Entra- le dijo a la joven, apartando un poco la maraña de vegetación que ocultaba un umbral de absoluta oscuridad-. Y quédate quietecita hasta que encienda una luz.



La enana de anaranjado cabello penetró en aquellas frías y húmedas tinieblas, cargadas de un olor mohoso. Un humano hubiera sido incapaz de percibir nada en aquella inmensa negrura, pero los ojos de los enanos estaban acondicionados para la vida bajo túneles y vislumbró los tenues contornos de lo que parecía un escondrijo que poco podía tener de hogar.



Con rapidez, el extraño desconocido prendió una débil luz en una lamparilla de aceite. Tal como se imaginaba, la desangelada estancia estaba compuesta por un jergón y unos pocos bártulos dispuestos sin orden ni concierto.



-No arrugues la nariz, señorita- le dijo, con fastidio-. Estaremos aquí un tiempo así que ve acostumbrándote.

-Estoy más que acostumbrada a éste tipo de “lujos”...


A la frágil luz del candil, la enana pudo apreciar con claridad el aspecto de su nueva compañía, que parecía haber dejado de prestarle atención mientras se afanaba sacando lo que llevaba en una pequeña bolsa que traía consigo y metiéndolo en uno de los fardos amontonados con descuido. Vestido totalmente de cuero negro, no era mucho más alto que ella. La capucha de la raída capa que vestía cubría su cabeza, manteniendo oculto su rostro con un embozo hasta la nariz. Sólo parecía llevar una daga al cinturón, pero el aspecto a todas luces de aquel hombre hacía que a la joven no le apeteciera encontrarse con alguien como él en un oscuro callejón...


-¿Te vas a quedar ahí plantada toda la noche?- le preguntó, terminando de hacer lo que quiera que estuviese haciendo y dirigiéndole una mirada por primera vez-. Búscate un hueco para dormir.



La joven rebuscó con la mirada algún rincón que estuviera lo suficientemente seco y limpio de excrementos de rata como para poner su manta encima, encontrando uno lo más alejado posible del jergón de su simpático compañero.



El hombre se bajó el embozo, para luego retirarse la capucha, dejando su rostro al descubierto. Con asombro la joven descubrió que estaba ante un enano, como ella, con aspecto de no tener muchos más años. Ella misma era una adolescente para su raza y aquel varón apenas parecía haber sobrepasado la edad adulta. Sin embargo no fue ese detalle lo que llamó su atención, sino el hecho de que aquel enano, a pesar de su juventud, tenía el cabello totalmente blanco, al igual que la escasa barba que lucía, recortada en forma de perilla y trenzada bajo la barbilla. En su pálida piel, bajo el ojo derecho, que tenía un poco habitual tono violáceo, lucía un extraño tatuaje que iba de la base del ojo hasta la comisura del labio; el otro ojo aparecía desfigurado por una cicatriz, dejando un globo ocular blanquecino y sin vida. Con los tatuajes y cicatrices, las orejas perforadas luciendo varias argollas de mithril, el cabello largo hasta los hombros y su feroz mirada de un sólo ojo, aquel enano ofrecía un aspecto salvaje y aterrador.


La enana carraspeó para disimular su sorpresa.



-¿Cómo debo llamarte?- preguntó.

-Jorgenssen... el Albino, o Cara Nevada, o Hidelfo, o el Tuerto...

-Prefiero Jorgenssen.

-¿Y yo cómo debo dirigirme hacia la dama Sin Nombre?- le preguntó a su vez con la voz cargada de burla-. Brommel me puso al corriente de tu historia, no hace falta que me des detalles...

-Tampoco tenía intención de dártelos...- respondió ella, desafiante.



El enano sonrió ladino, dejando al descubierto unos incisivos que brillaban con el matiz de la plata o el mithril.


”Es el tipo más “peculiar” que he visto...”-pensó ella, para sí.



-Te llamaré “Ratita”, entonces- sentenció, intentando provocarla.

-Llámame como te de la gana- le dijo en un tono glacial que iba acompañado de la misma mirada-. Pareces el tipo de hombre que se hace acompañar por ratas...

-No lo sabes tú bien, querida mía...



Dándose media vuelta, el enano se despojó de la capa y se tumbó sobre el jergón, tapándose luego con ella.



-Si tienes hambre, en ese saco de ahí hay pan y tocino- señaló, sin mirar siquiera-. Luego duérmete. Mañana empieza tu entrenamiento, Ratita...- dijo, girándose luego de costado y dándole la espalda.



La joven se quedó allí, mirando a aquel que supuestamente iba a garantizar su seguridad, de alguna forma que la enana aún no podía concebir.


”Sé que intentabas protegerme, pero viendo a éste individuo no puedo evitar pensar en si me has hecho un flaco favor, Brommel...”


Y después de tragar un par de bocados de sus propias provisiones, intentó dormir en aquel frío y duro suelo, pensando en que lo que aquel tipo siniestro pudiera tener preparado para ella...



A la mañana siguiente, salió medio cegada a la intensa luz del día, buscando con la mirada a Jorgenssen, que parecía haber desaparecido. Un chistido que venía de encima de la cueva llamó su atención.



-Por aquí, Ratita- le indicó el enano con un gesto mientras la miraba, divertido-. Hoy empezaremos tu primera lección y para eso tengo que ver si estás en forma, así que sígueme...- la joven vio como Jorgenssen trepaba como una cabra por una escarpada pared, sujetándose a pequeños salientes con apenas dos dedos de espacio-... si puedes...

-Si crees que me voy a achantar, vas listo...- susurró.



Tardó más de media hora en recorrer un tramo que posiblemente a él le llevó unos pocos minutos hacer. Cuando lo hizo, se encontró a Jorgenssen en lo alto del collado, repantigado con una pierna sobre la otra, mascando una brizna de hierbajo despreocupadamente. La enana de anaranjado cabello bufó, restregándose los rasguños que se había hecho en ambas manos y en los brazos, al resbalar en varias ocasiones. Las rodillas también le habían quedado bastante maltrechas.

-Pensé que ya no llegabas, Ratita...-le dijo, burlón-. Bueno, ahora es cuando nos divertimos tú y yo...


Se puso en pie y se quitó la capa, los guantes y el jubón, dejándose sólo la camisa.


-¿Brommel te ha enseñado a pelear?- preguntó, haciendo crujir sus nudillos.

-Sé luchar- respondió ella, con firmeza.

-No te pregunto si te ha enseñado a hacer florituras con un trozo de metal, sino si te ha enseñado a “pelear”- dijo, haciendo hincapié en la palabra-. Y eso, me lo vas a demostrar aquí y ahora...

-¿Quieres que te pegue?- preguntó ella, enarcando una ceja. El enano barbotó en una carcajada.

-Quiero que lo intentes, Ratita... ¿o es que te da miedo hacerme daño?

-Ten por seguro que no- gruñó ella, con los dientes apretados.



La joven alzó los puños y cargó con rabia, intentando enganchar un golpe tras otro, pero el enano se movía con una rapidez asombrosa y ni siquiera trataba de pararlos, simplemente, los esquivaba.



-Me estás defraudando, Ratita...; me parece que voy a tener mucho trabajo contigo...



La enana gruñó, frustrada y siguió encadenando una andanada de golpes que sólo alcanzaban el aire mientras el hombre fintaba, giraba y se retorcía como una serpiente, evitando todos y cada uno de aquellos fútiles intentos.



-No sólo golpeas como una cría asustada, sino que encima no sabes ni donde hay que golpear...



Con un velocidad de la que apenas fue consciente, el puño de Jorgenssen se descargó con dureza sobre su costado, produciéndole un agudísimo dolor, luego sobre uno de sus senos y finalmente sobre la garganta, dejando a la joven sin respiración y presa de un dolor como nunca había sentido. Se desplomó, intentando coger aire a través de una garganta que parecía negarse a hacer su trabajo.



-¿Te duele, Ratita?- preguntó riéndose, mientras la agarraba del cabello sin miramientos para obligarla a levantar la vista-. De eso se trata, no de pegar, sino de saber dónde pegas para hacer sufrir a tu adversario. En el hígado el dolor es insoportable- le dijo, señalando la zona del costado en la que había sido golpeada primero-. Los hombres tenemos nuestro punto débil en una zona de nuestro cuerpo, al igual que las mujeres...- dijo, señalando a continuación el pecho, a la altura de la axila-. En la garganta puede ser mortal...; si sabes cuánta presión ejercer, partirás la traquea de tu contrincante, o le cerrarás la glotis para evitar que respire...- a continuación acarició su cuello y luego apuntó con un dedo hacia su frente, dándole golpecitos con él-. Que te entre en la sesera, a partir de ahora, darás clases “prácticas” de anatomía todos los días...




Aún dolorida y jadeante, la joven enana sintió una profunda rabia hacia aquel hombre y sus aires de suficiencia. No había tenido reparos a la hora de golpearla y no dudó de que hubiera podido matarla sólo con sus manos. Estando sentada, de improviso descargó su puño contra la ingle de Jorgenssen, sin embargo el golpe no llegó a su destino. Con un giro de la cadera, el enano evitó el puño y estampó a su vez la rodilla contra la cara de la muchacha, que se dobló hacia atrás, tapándose la ensangrentada boca a continuación.



-Buen intento, has sido rápida; pero hay más cosas dañinas en nuestro cuerpo aparte de los puños, ya lo irás aprendiendo, Ratita...

-Sí, la lengua, por ejemplo...- dijo ella, escupiendo la sangre que le inundaba la boca.

-Eso ha sido muy hábil, vas pillando el concepto, no está mal para una rata de campo...; tus días conmigo van a ser una fiesta...





Y lo fueron, aunque no del tipo que ella hubiera elegido. Durante los días que estuvieron en aquella zona, Jorgenssen se encargó de hacérselo saber a diario, con todas y cada una de las lecciones que le brindaba.



Lección Número Uno:

Tu cuerpo es un arma por sí mismo. Sólo tienes que saber donde vas a propinar el golpe que te dará la victoria. En tu caso, eso puede ser la diferencia entre estar viva, o muerta. No vas a darle un puñetazo o un tirón de pelos como harías con una gatita furiosa, vas a intentar producir dolor, mucho dolor. Vas a romper, a asfixiar, a desgarrar órganos internos, a destrozar los cojones de un hombre de una patada...; manos, codos, pies, rodillas, cabeza, dientes... todo sirve para ese único fin, dejar a tu contrario tan maltrecho como para que no pueda atravesarte el estómago con su hoja. Y créeme, se necesita pericia para romper el cuello de alguien con un sólo movimiento, como una rama seca...




Cuando terminaba su lección, Jorgenssen se reía de ella haciendo el movimiento en el aire, girando las manos mientras hacía un ¡Crack! Con la boca.



Lo siguiente fueron las armas. Brommel la había enseñado a usar una espada, pero para su desgracia, comprobó que las habilidades de Jorgenssen con el manejo de cualquier cosa que cortara iban mucho más allá de lo que ella hubiera visto antes.



-Aprende a moverte como si fueras una serpiente- le decía en una ocasión, mientras le vendaba una fea herida que le había hecho en el hombro-. Gira, retuércete, usa la fuerza y el movimiento de tu rival en su contra, deja que cargue él siempre, a no ser que lo cojas por sorpresa, que sería lo interesante...

-Sabes manejar todo tipo de armas... ¿Por qué siempre usas dagas?- preguntó, reprimiendo un siseo de dolor.



El enano respondió con un rápido gesto que ella no llegó a percibir siquiera, pero en lo que duraba un pestañeo, tenía sobre su garganta una fría y afilada hoja que no sabía exactamente de donde había sacado.



-Porque se pueden ocultar fácilmente, son letales cuando se saben usar, se pueden lanzar para atravesar a tus enemigos en silencio... y vienen bien para cortar el pan- le dijo por último, sonriendo mientras apartaba la hoja.


La joven no pudo evitar echarse a reír.


-¡Vaya! Sabes reír y todo...; deberías hacerlo más a menudo o te quedarás con ese gesto ceñudo toda tu vida- dijo, risueño.





Lección Número Dos:

Las armas son una prolongación de tus brazos y teniendo dos como tienes, siempre será mejor llevar dos armas que una. Cada una tiene una finalidad en concreto: las espadas te permiten un largo alcance; las hachas, pueden estar equilibradas para ser lanzadas y su peso puede ocasionar grandes cortes que desangrarán al contrario en menos que canta un gallo; las mazas aplastan, aunque son un poco incómodas de manejar, habrá adversarios cuya dura testa pueda ser quebrada como un huevo; las armas de puño rompen huesos o desgarran si tienen diseños “sofisticados”...; por último, dagas y cuchillos: pequeños, livianos, mortales... nadie puede saber cuántos ocultas en tu cuerpo, ni con qué velocidad pueden ser desenfundados. No se necesita un gran destrozo para acabar con la vida de alguien, un corte o pinchazo en un sitio vital y puedes dejar que rece a sus dioses mientras se muere y te encargas de otro...




-¿Por qué?- preguntó un día la enana a su mentor. Él la miró enarcando una ceja de forma interrogativa-. ¿Por qué haces ésto? ¿Por qué hablas con tanta frialdad a la hora de sesgar una vida?

-Es curioso que precisamente tú me preguntes eso, cuando tu vida pende de un hilo y no vale una mierda para aquellos que te buscan- le dijo, con tranquilidad-. Si te encuentran, te eliminarán como se hace con los insectos molestos. La respuesta a tu pregunta es sencilla, Ratita: lo hago porque soy un asesino, porque no me dieron opción a ser otra cosa, igual que tú lo eres ahora...

-Yo no he matado a nadie...- masculló ella, con los dientes apretados.

-Estás aprendiendo a hacerlo y créeme, algún día lo harás, te verás obligada a hacerlo y cuando veas que has arrebatado una vida con tus propias manos, ya no volverás a caminar por éste mundo observando con ojos de niña lo que tienes a tu alrededor.




Los días pasaron y las lecciones continuaron, haciendo mella en el alma de la Niña de la Mirada Triste, oscureciéndola a la par que comprobaba que las duras palabras de Jorgenssen estaban cargadas de verdad. Viajaron a través de innumerables caminos, hacia una gran ciudad: Ventormenta. Tenía que aprender a ocultarse a ojos de los demás, a adoptar un disfraz, una farsa, a moverse entre las sombras, al amparo de la oscuridad... y para eso necesitaban una gran ciudad, para adaptarse al subterfugio que podían proporcionar sus innumerables callejones.



Por aquel entonces, el rey Varian Wrynn aún no había nacido pero a la pareja de enanos poco podía importarle qué rey o de qué dinastía era el que se sentaba en el trono en aquel momento. Necesitaban alejarse de tierras enanas.



En las sombras de aquellos callejones, aprendió también cuánta oscuridad podían albergar los corazones y en una ocasión en la que iba sola, constató cuánto de realidad había en las palabras pronunciadas por Jorgenssen unos meses atrás.



-Vaya, vaya... qué tenemos aquí...- susurró una voz a su espalda, mientras caminaba de regreso a la casa que habían tomado como guarida temporal.



Al girarse, vio a dos humanos de aspecto sucio y siniestro. Vestidos con oscuros ropajes raídos y portando amenazadores cuchillos largos, los dos hombres se acercaron a ella, provocándole arcadas cuando hasta su nariz llegó la mezcla entre sudor rancio y vino barato.


-Mira qué bonito pelo tiene la enana... me gusta...- dijo el que había hablado, un hombre joven de mirada perdida y dientes carcomidos que alzó una mano para tocar su cabello.



La joven se apartó de aquel gesto desviando el intento de rozarla con un fuerte manotazo instintivo.



-Es rebelde, la muy perra...- contestó el otro.

-Mejor, así disfrutaré más... ¡agárrala!



Las manos del segundo se clavaron sobre sus hombros, atenazándolos y la muchacha se revolvió como pudo, intentando evitar aquellos sucios cuerpos, bastante más grandes que ella. Con un giro de la cabeza, mordió con fuerza la mano derecha del gañán que la agarraba que profirió un grito y la soltó, sujetándose la mano herida.


-¡Me ha hecho sangre!- bramó-. ¡La muy zorra me ha hecho sangre! ¡Mira ésto, Randalf!- dijo, enseñándole la herida a su compañero.

-¡Deja de quejarte y sujétala de nuevo! Más la vamos a hacer sangrar nosotros ahora...



El hombre al que el otro había llamado Randalf se abalanzó sobre ella con la intención de rasgar su camisa, pero se quedó quieto cuando la agarró, mirándola al mismo tiempo que pestañeaba estupefacto. Con un par de tambaleantes pasos hacia atrás, se separó de ella, sujetándose la empuñadura de la daga que sobresalía de su pecho.



-Hija...de...puta...-susurró el desdichado, con un hilo de sangre brotando de sus labios, antes de caer desplomado al suelo.

-¡Randalf! ¡Has matado a Randalf, zo...!



El insulto se interrumpió con un sofocado gemido y un ligero estremecimiento del cuerpo del segundo hombre, antes de caer como un fardo, a los pies de la asustada enana. Detrás suyo, la silueta embozada de Jorgenssen sujetaba una daga que relucía con la sangre impregnada en la hoja.



-He m-mata...do... he matado a un... hombre...- susurraba ella, presa del terror.



Jorgenssen limpió tranquilamente la hoja sobre las ropas del desgraciado al que había asesinado.



-No, has matado a una bestia que no hubiera dudado en hacer lo mismo contigo después de haberte violado entre los dos...; bienvenida al Mundo de las Tinieblas...- le dijo, a la vez que se agachaba para tocarla.



La enana se apartó de aquel gesto, retrocediendo todo lo que podía, como si quisiera atravesar la pared que tenía a su espalda. Jorgenssen la miró y despacio, se acercó hasta ella y la cubrió en un abrazo protector. La joven intentó retorcerse ante el contacto, hasta que su mente se aclaró y fue consciente de quién la sujetaba. Como una niña, se agarró a aquellos brazos tantas veces manchados de sangre...





Lección Número Tres:

Las sombras son nuestras aliadas, y también nuestras enemigas. Entre ellas nos ocultamos pero también lo hacen aquellos que, como nosotros, ejercen una labor de dudosa reputación, con más o menos desatino. En éste mundo existe la locura y los locos se sentirán atraídos por la oscuridad como las polillas a la luz. Aprende a interpretar sus signos, a moverte en el más absoluto silencio, a formar parte de ellas, a encontrar la ventaja que te pueden proporcionar... como hacen los gatos... y los asesinos...





A partir de aquel momento, el hielo hizo su aparición en el corazón de la Niña de Mirada Triste, congelando cada rincón de su ser y convirtiéndola en una autómata, que hacía más por instinto que por motivación. Jorgenssen comprobó que tenía una alumna aventajada: había adquirido velocidad, agilidad y fuerza; hacía gala de una perspicacia impresionante, anticipándose a la mayoría de los movimientos de aquellos que acechaban, al igual que ella, aunque tuvieran otros intereses muy diferentes a los suyos, que se reducían a la mera necesidad de aprender a sobrevivir en un mundo implacable.




Un día, en una destartalada cabaña a las orillas de un lago, Jorgenssen esperaba el regreso de la joven de anaranjado cabello a la que había bautizado como “Ratita”. Al rato, una oscura figura encapuchada hizo su aparición, portando una bolsa en la mano que tiró a los pies del enano con desdén.



-Hay sangre en tus ropas...- dijo él, al ver las manchas que salpicaban la bolsa y parte de su camisa.

-Es mía- explicó con una voz carente de sentimientos-. Había una trampa en la casa que no desactivé a tiempo. No te preocupes, no he matado a nadie...

-No me preocupa que hayas matado a alguien Ratita, me preocupa que te hayan herido...

-Pues deberías preocuparte más por lo primero...- masculló, con los dientes tan apretados que si hubiera querido, el enano los habría oído chirriar-. ¿No crees? Y ya tienes tu dinero...



El enano alzó una ceja con un respingo, ofendido.



-¿A qué demonios ha venido eso, Ratita?

-Deja... de llamarme... así...

-¿Así, cómo? ¿Ratita? Muy bien pues... te cambiaré el nombre- dijo en un susurro-. A partir de hoy serás la Princesa Malcriada...

-¿Cómo has dicho?- susurró ella, destilando odio en la mirada y en todo su ser.

-¿No te gusta, acaso?- preguntó, son una sonrisa burlona en los labios.

-No soy ninguna maldita princesa...

-¡Pues te comportas como tal!- le espetó él, de improviso, sobresaltándola con el estallido de ira-. ¡Como una niña que ha visto un suceso terrible y se encierra en sí misma, adornando su apatía con una máscara de frialdad que no es tal, haciendo ver que el mundo le importa una mierda, cuando en realidad se deshace poco a poco por dentro! ¿Tienes remordimientos de conciencia? ¡Desde que mataste a aquel hombre actúas como una muñeca, haciendo las cosas sólo porque yo te las digo, encerrándote en tu cascarita privada en la que nadie más puede entrar!



La joven no podía dejar de mirar al hombre que le espetaba todo lo que en realidad sentía. Con la muerte de aquel desgraciado había firmado una sentencia con sangre, condenando su alma por una existencia que ella jamás pidió, obligándola a llevar una vida que ella nunca hubiera elegido para sí. Poco a poco se dejó caer al suelo de rodillas, abatida. Jorgenssen tenía razón, había estado disfrazando su culpabilidad, negándose a hacer frente a los hechos que marcaban su destino como un hierro candente. Necesitaba hacerlo, pero sobretodo necesitaba culpar a alguien por ello, a quién fuera: a su padre, a su madre, a Brommel, a Jorgenssen...



Levantó la vista para mirar al único ojo violáceo en aquel rostro de dura expresión.



-Soy... una asesina...

-Yo sólo veo a una Princesa Malcriada que se lamenta de la vida que le ha tocado vivir, en lugar de poner fuego en su corazón para prenderlo con el anhelo de conseguir algo mejor.

-Soy una... asesina...- repitió de nuevo, intentando convencer al mundo.

-Yo sólo veo a alguien que nunca ha matado a un inocente... que nunca ha matado por dinero...

-Soy una asesina... y una ladrona...

-Yo sólo veo a alguien que sustrae lo que no es suyo, porque por desgracia se necesita oro para subsistir y no puede desempeñar un oficio más “honrado”...

-Mírame...- pidió ella, suplicante.

-Lo estoy haciendo...- se acercó, para agacharse junto a ella-. Y sólo veo a una niña cuyo corazón está roto en mil pedazos, que ya no siente que merezca la pena estar viva...; que no siente nada...



Con delicadeza, sujetó la barbilla de la joven y la atrajo hacia sí, uniendo sus labios en un íntimo gesto que ella no rechazó. Al separarse, él volvió a fijar su violáceo ojo sobre los azules iris de ella.



-Y al mismo tiempo, veo a una mujer que pugna por liberarse, pero que no sabe cómo...



Volvió a besarla y ésta vez, sus labios se unieron con el ardor de las pasiones contenidas, encerradas durante el tiempo que la joven enana de anaranjado cabello se había estado negando a sí misma la posibilidad de romper el yugo que la mantenía sujeta a una existencia sin sentido. Con el deseo de aquellos que necesitan un refugio, la pareja de enanos se perdió en un mar de sensaciones y sentimientos, entre caricias anhelantes, mientras el tiempo detenía su flujo y todo dejaba de tener sentido entre las paredes de aquella destartalada cabaña.




La voz de ella rompió el silencio posterior a aquel encuentro, en que los dos habían utilizado sus cuerpos como cálida guarida.




-En una cosa te equivocabas antes, Jorgenssen...- susurró. Él levantó una ceja esperando por la respuesta-. En decir que no siento nada...; te odio...

-Estoy acostumbrado a despertar esos sentimientos...- respondió él, picaresco.

-...Y me odio a mí misma...- continuó ella, ignorando su comentario-... por amarte al mismo tiempo...



Jorgenssen la miró fijamente, ya sin atisbo de burla en su semblante.


-A eso sí que no estoy acostumbrado...”







La voz del joven cesó, reverberando entre los mudos y arbóreos testigos de aquella historia. Él sabía que la enana de anaranjadas trenzas era capaz de querer; se lo demostraba todos los días, con cada uno de los actos que realizaba, sacrificando su existencia para salvaguardar la de los demás, la suya, la del joven Narrador de pelo negro como ala de cuervo que había derretido su gélida armadura desde el día que lo encontró, siendo un niño indefenso. Pero, al mismo tiempo, el joven era el único que conocía aquella parte de su ser que había sido capaz de amar, como se ama a un hombre y no a un niño.




Puíta y Ayubu observaban al Narrador, guardando un silencio que ninguno de los dos era capaz de romper. Llwyn, el druida, miraba fijamente a aquella enana que cabizbaja, pero con la ligera sonrisa cálida que transmiten nuestros labios cuando recordamos algo que queremos conservar, había escuchado todas y cada una de las palabras que en su día había contado a aquel joven.



-Eléboro...- dijo el joven-. Fui yo el que tuvo la desatinada idea de contar precisamente ésta historia... ¿Quieres que cese en éste punto?



Ella levantó la vista y lo miró con toda la dulzura de la que fue capaz.



-Fue idea mía primero que la contaras, sabiendo lo que había entre sus rincones. Te dije que necesitaba escucharla de tus labios y he comprobado que las palabras que un día brotaron hacia tus oídos, han sido conservadas en su totalidad. No me enorgullezco de mi pasado, pero ese pasado hizo posible que te encontrara, al igual que a todos vosotros- dijo, mirando al resto-. Y de eso sí que me siento llena de orgullo...; por favor, mi pequeño, continúa... deja que sepan lo que ocurrió con las siguientes lecciones de aquella Princesa Malcriada...

sábado, 7 de mayo de 2011

Piensa en Verde.

En la oscuridad de la noche, cuatro siluetas se perfilaban bajo los débiles haces de luz de luna que se colaban entre los jirones de nubes. Cuatro jinetes que corrían por los polvorientos caminos, llevando a sus respectivas monturas al límite, sin pararse a mirar hacia atrás.


Con un chistido, que interrumpió la cadencia del ritmo marcado por las cabalgaduras, los jinetes encapuchados aminoraron su marcha hasta el medio galope.


-Creo que nos hemos alejado lo suficiente. Refrenemos nuestras monturas o las agotaremos.


Al terminar de hablar, la figura se echó ambas manos hacia la cabeza y se retiró la capucha que la cubría, dejando al descubierto su peculiar cabello anaranjado con trenzas. Uno a uno, los otros tres acompañantes hicieron lo mismo.


-Si marchamos a éste ritmo podremos cabalgar una par de horas más, pero luego tendremos que parar y darles un respiro a los animales- dijo el joven de cabello negro como ala de cuervo.

-No creo que sea necesario- dijo la enana-. Aunque alguien nos hubiera seguido, llevamos una buena ventaja. Lo más sensato sería buscar un sitio donde pasar la noche. Cruzaremos el río y nos meteremos en la espesura del bosque; una complicación extra para los rastreadores, si es que se toman tantas molestias...

-E'to... yo no é po sé páharo de má agüero pe'o...¿Noh vamo a meté en “ése” bo'que?- pregunto el trol, mirando con desconfianza la línea oscura del horizonte más allá del río que delimitaba con su objetivo.


La enana enarcó una ceja ante la pregunta del trol y no hizo nada para disimular una sonrisa socarrona.


-Ayubu...; tú das más miedo que cualquier bicho de ese bosque...- el trol se irguió orgulloso ante lo que para él era un halago.

-No te igo que no hefa, pero ese bo'que tá lleno de vudú... y no-mue'to...

-Precisamente por eso es un lugar ideal para esconderse, porque la gente le tiene pánico al Bosque del Ocaso. Después de los estragos causados por la plaga ¿crees que alguien querría ir hasta allí a pasar un día de pic-nic?- preguntó, sin dejar de sonreír-. Los aldeanos de Villa Oscura se empecinan en seguir defendiendo su pequeño reducto, pero a la mayoría no le agrada la idea de pasar una noche ahí, créeme. Además, no suelo tener miedo a muchas cosas, pero en caso de que algo tuviera que imponerme respeto serían los vivos, no los muertos; y Ayubu... tú también estás lleno de vudú...


El trol levantó sus manos de tres dedos, dando a entender que la lógica de su compañera era irrebatible.


-En doda da boca, Ayubu- dijo el enano, arrancando las risas del resto del grupo.

-Vamos, que tardaremos aún un rato en llegar a nuestro bucólico destino...

-¿A qué parte del bosque nos vas a llevar?- preguntó el joven, con evidente picardía en la voz.

-A la Arboleda del Crepúsculo ¿Dónde si no?. Es un sitio precioso, no me lo negaréis...


Ésta vez fue el enano el que dio un respingo.


-Pdecioso sí...; siembde y cuaddo no apadezca udo de dos Gdandes Ddagones...

-Bah, si aparece le decimos que estamos de paso...- contestó ella, guiñándole un ojo al enano.



Al cabo de una hora estaban ya metidos de lleno en los tétricos caminos surcados de telas de araña a ambos lados. Hacía poco que habían dejado atrás el Cerro del Cuervo y aún podían oír los lamentos de las ánimas en pena que aún erraban en aquel lugar.



-Que tensos estáis chicos- dijo la enana, alegremente.

-Eléboro, ere la leche... ¿a ti no te da ni u' poquito yuyu?

-Durante todo el día de ayer hemos estado recogiendo nuestras cosas y despidiéndonos de nuestros seres queridos para huir de un destino bastante oscuro- respondió, ahora más seria, casi sombría-. La noche anterior torturamos y asesinamos a aquel maldito bastardo y un poco antes de aquello, nos librábamos de una escaramuza de asesinos a sueldo...; no, Ayubu, no me da ni un poquito de yuyu...

-Vale, captao...; hefa dos, Ayubu cero...- ante la respuesta, la enana volvió a recuperar la sonrisa en su agotado y ojeroso rostro.

-Ése de ahí es el sendero ¿no?- preguntó el joven de cabello azabache mientras señalaba una parte del camino que quedaba prácticamente oculta a los ojos. La enana asintió con la cabeza.


Un poco más tarde ya estaban en el destino que se habían fijado para aquella noche.



-Nos quedaremos por aquí- anunció ella, eligiendo un sitio lejos del camino, e igualmente lejos del pórtico central que dominaba la Arboleda-. No me apetece encontrarme con ningún Corruptor Crepuscular ni que a Taerar o a cualquiera de los otros tres les de por hacernos una visita, porque se aburrían en el Sueño Esmeralda.



Dejaron a sus monturas descansando, mientras ellos montaban su improvisado campamento para esa noche. La zona parecía estar bastante tranquila y los fuegos fatuos de los kaldorei flotaban entre los inmensos árboles, dotando a toda la zona del misticismo propio de los lugares élficos. Los carneros de los enanos pacían ajenos a todo, mientras el joven daba a su frisón unos puñados de avena; el raptor del trol miraba con avidez al resto de sus compañeros.



-Voy a í a pilla'le a'go de comé a Bantú o mañana no tenéi cabra ni caballo...

-Ya de paso trae algo para nosotros- pidió la enana-. Fíjate que no esté en estado de no-muerte...; ni que sea bajito y orejudo, como los gnomos, por ejemplo.

-Tú no sabe lo que te pie'de po no comé ca'ne de nomo...- fue la respuesta mientras se alejaba con Nzambi correteando a su lado.




Al cabo de un rato regresó, llevando en el cinturón una ristra de bichos peludos e inertes, que se balanceaban mientras caminaba. Con un gesto los descolgó y agachándose, cogió tres conejos y los separó, llevándose el resto, que parecían ser otro conejo y dos ardillas al raptor, que se le hacía la boca agua pensando en su inminente cena. Ayubu comenzó a hablarle cariñosamente en una extraña lengua mientras lo acariciaba; Bantú parecía más que contento con las atenciones, mientras el trol le lanzaba sus presas recién adquiridas y él las engullía ruidosamente. Eléboro se encontró mirando el festín con la nariz arrugada, mientras veía cómo el raptor tragaba aquellas alimañas con piel y todo junto.



-Se las podías haber limpiado un poco, al menos.

-¡Kiá!- chasqueó el trol, negando con la cabeza-. A Bantú le gu'tan con su'tancia...

-Después de ésta escenita se ha esfumado mi apetito- susurró el joven al oído de la enana, que estaba agachada preparando un pequeño fuego y que no pudo evitar echarse a reír.

-Soi' uno tiqui'miqui...- dijo el trol acercándose a ellos después de que su raptor acabara con la cena. Aún llevaba las manos manchadas de sangre, que se limpió despreocupadamente en el jubón-. Mi cacho me lo podría comé cru'o... pero no quiero hacero vomitá...


Se sentó junto a los demás, a la espera de que los conejos que Puíta había despellejado con una asombrosa rapidez y habilidad, estuvieran listos para comerse.


-¿Hacia donde iremos mañana?- preguntó el joven.


La enana se paró unos segundos a meditar la respuesta.


-Creo que lo mejor sería partir de aquí hacia Tuercespina, con suerte podremos coger un barco hacia Kalim...


Sin terminar la frase, se llevó un dedo a los labios para indicar silencio.


"No estamos solos"- les indicó a sus compañeros mediante el silencioso lenguaje de signos-. "Dejad que crea que ignoramos su presencia..."



Con un imperceptible gesto, la enana deslizó la mano hacia su bota, sacando una afilada daga arrojadiza. En un movimiento más rápido que la vista, la pícara giró la muñeca he hizo volar la hoja hacia las sombras detrás de su espalda. Esperaron unos segundos después de haber oído el ¡Toc! del puñal al clavarse en el tronco de un árbol; al instante, oyeron el sonido de una tela al rasgarse.



-Me encanta que mis amigos intenten asesinarme en la oscuridad- dijo una meliflua y sensual voz masculina-. Elune-Adore...



De las sombras emergió una alta silueta cubierta por una capa verde bosque que ahora lucía un desgarrón a la altura de la cintura. Con lentitud, el extraño se llevó unas enguantadas manos hacia la capucha y la retiró, dejando al descubierto un atractivo rostro enmarcado por una larga melena lacia de color verde brillante. Unos ojos luminosos, con un intenso brillo dorado observaban a los presentes, mientras sus labios se curvaban en una ligera sonrisa.

-Llwyn...- susurró la enana, reconociendo al recién llegado.

-Yo también me alegro de verte...; creo que ésto es tuyo- le dijo, tendiéndole la daga y mirando luego al resto del grupo-. Ishnu-alah a todos.



La enana se levantó para coger la daga sin dejar de mirar al elfo nocturno que tenía ante ella y, al hacerlo, bajó la vista para posarla sobre la hoja, ennegrecida y mortal.




-Joder Llwyn, casi te mato...- susurró atónita. Cuando levantó la vista se encontró con el rostro afable del elfo y estalló en cólera-. ¿Tu hermano no te ha dicho que no es buena idea espiarme oculto entre las sombras?

-Mi hermano no sabe que te has ido sin despedirte de él...



Ante la mención de ese hecho a Eléboro le cambió el semblante y una sombra de aflicción nubló sus rasgos. Con los hombros hundidos, desvió la vista para posarla en el suelo, mordiéndose ligeramente el labio, en un gesto nervioso.


-No, no me despedí de él...- dijo con un hilo de voz-. No podía...

-...Y tampoco de mí...

-De ti menos...- la enana alzó la vista de nuevo, clavándola en aquellos ojos resplandecientes.




De improviso, el elfo se arrodilló junto a la enana y la abrazó, en un gesto que dejó boquiabiertos a los presentes, incluida ella misma.



-Verde...- dijo ella, en un susurro.



Él se separó un poco de aquel abrazo, con las manos sobre los hombros de ella; con una sonrisa, cogió el mentón de la enana con suavidad y depositó un beso sobre sus labios, que poco a poco se fue tornando apasionado. Puíta sonrió y sacudió la cabeza ante la escenita, pero el joven y el trol tenían ambos la boca abierta, estupefactos como estaban.


-Si do ceddáis da boca os entdadán dos bichos...- les dijo Puíta a los otros dos, risueño.


Al separarse, el elfo observaba la reacción de la enana que simplemente se había quedado allí plantada, con los ojos cerrados, saboreando aún el momento.



-Debería darte una bofetada por ésto...- le dijo, sin abrir aún los ojos.

-Pero no me la has dado...; es más, yo diría que tus labios no estaban en desacuerdo con mi acción. Me ha gustado que sigas llamándome por ese nombre. Hacía tiempo que no lo oía.

-Y yo hacía tiempo que no sentía ésos labios, díscolo druida...- contestó ella, más para sí misma que para los demás. A continuación abrió los ojos y carraspeó, en un intento de recuperar la compostura. Miró a sus compañeros y vio al joven y al trol mirándolos a ambos con caras de pasmo y al enano intentando aguantar la risa sin mucho éxito-. Chicos... éste es Llwyn- el elfo hizo una inclinación respetuosa que fue devuelta a duras penas por el joven; el trol seguía aguardando, con expectativas de que sucediera algo más-. Me lo habéis oído nombrar más veces como “Verde”.

-¿Verde... y Azul?- preguntó el joven, con timidez.

-Azul es el sacerdote, Lázarus...

-Mi hermano gemelo- dijo el elfo, amistosamente.

-Y éste chicos, es ed que de pdepada das podquedías a nuestda jefa...

-Precisamente por eso estaba aquí- explicó el druida-. Buscaba plantas que sólo se dan en ésta zona en concreto para mis pociones de alquimia cuando oí vuestras voces y me acerqué. Sin embargo, en lugar de dar la bienvenida a un viejo amigo, a la pícara no se le ocurre otra cosa que lanzarme una daga...

-No te lancé una daga- cortó la enana-. Se la lancé a un intruso. Ya sabes, atacar primero, preguntar después es mi norma. De haber sabido que eras tú... a lo mejor hubiera lanzado dos...- le dijo, mirándolo con una traviesa sonrisa-. Ya que estás aquí ¿quieres quedarte a cenar con nosotros?


El elfo miró los conejos asados, atravesados por los espetones y arrugó la nariz en un gesto de desagrado.


-Sabes que no como carne, pero no me importará acompañaros.

-Ya lo sé, por eso te he invitado a quedarte...- le dijo, guiñándole un ojo, para luego acercarse hasta el fuego, junto a sus compañeros.



Los cuatro comieron animadamente, mientras Llwyn charlaba con ellos, contando anécdotas de tiempos pasados pero omitiendo descaradamente aquello que los había relacionado a ambos de una manera en la que él se podía permitir el gesto de hacía unos instantes sin temor a acabar con las tripas en el suelo. Al terminar, el elfo no pudo evitar hacer la pregunta que le rondaba por la cabeza hacía rato:

-¿Por qué no nos dijiste que te ibas, Eléboro?

-Porque había demasiada gente inmiscuida. Porque ya bastantes habían sufrido y no quería que os hicieran a vosotros lo mismo que le hicieron a Ilmara...; de nada os hubiera servido saber que me marchaba, era mejor así. Y no podía...

-Eres una tonta...- le susurró el druida, acariciando su rostro-. Sabemos cuidarnos solos y habríamos podido ayudarte...

-Lo hecho, hecho está...- contestó ella cogiendo a su vez la mano que la acariciaba. Estuvieron así unos minutos, en silencio, hasta que Ayubu decidió poner fin al asunto carraspeando y ambos se separaron.



-A vé que yo lo e'tienda...- empezó a decir el trol, meneando una mano en la que lucía un pringoso trozo de conejo asado-. Tú ere Ve'de... el e'fo a'quimista que prepara e' vudú de la hefa...; ere el h'emano gemelo de' Lazario, e' sace'dote... y... ¿vosotro do, estái liaos?- preguntó, sin ambages-. Po'que yo no me e'toy e'terando de ná, sólo sé que le ha so'tao un beso a la hefa que e'tre mi ge'te, si tú le hace eso a una tró, es p'a casáte con ella o echa'te a corré...

-Me encanta tu sinceridad, trol- respondió Llwyn, sonriente. Sin embargo la enana lo fulminó con la mirada.

-E una cualidá que tenemo lo tró...; no sabemo anda'nos con rodeo...

-No hay nada más que amistad entre nosotros- respondió la enana, tajante-. En el pasado...- resopló, buscando qué decirles-...en el pasado hubo algo, pero no tuvo más importancia que la que queráis darle vosotros.

-¿Cómo lo llamáis en común?- preguntó el druida, con cara de inocente- Mmm ¿escarceo?

-Joder, Llwyn, no intentes arreglarlo, en serio...- bufó la enana, incómoda, no pudiendo evitar dirigir una mirada al joven de cabello negro como ala de cuervo, que la miraba con un inmenso afecto-. Vamos a cambiar de tema, si no os importa...

-¿Así que tú eres el joven del que tanto habla ella?- preguntó Llwyn, haciendo caso a la enana y cambiando bruscamente de conversación-. El que tiene un don especial para contar historias...



El joven hizo una educada reverencia ante el halago y miró a la enana con una sonrisa entre aviesa y divertida.



-¿Te gustaría oír alguna?- le preguntó.

-Me encantaría...; sería una bonita despedida.

-¿Do tedías que contadnos adgo de su antediod tutod? ¿Adgo en do que tedías que ahodadte detalles?- pregunto Puíta maliciosamente, oliéndose las intenciones del joven.



La enana le dirigió a ambos una mirada asesina que decía sin palabras: “Os voy a matar...”


-Soy todo oídos- contestó el druida, repantigándose cómodamente.