sábado, 7 de mayo de 2011

Piensa en Verde.

En la oscuridad de la noche, cuatro siluetas se perfilaban bajo los débiles haces de luz de luna que se colaban entre los jirones de nubes. Cuatro jinetes que corrían por los polvorientos caminos, llevando a sus respectivas monturas al límite, sin pararse a mirar hacia atrás.


Con un chistido, que interrumpió la cadencia del ritmo marcado por las cabalgaduras, los jinetes encapuchados aminoraron su marcha hasta el medio galope.


-Creo que nos hemos alejado lo suficiente. Refrenemos nuestras monturas o las agotaremos.


Al terminar de hablar, la figura se echó ambas manos hacia la cabeza y se retiró la capucha que la cubría, dejando al descubierto su peculiar cabello anaranjado con trenzas. Uno a uno, los otros tres acompañantes hicieron lo mismo.


-Si marchamos a éste ritmo podremos cabalgar una par de horas más, pero luego tendremos que parar y darles un respiro a los animales- dijo el joven de cabello negro como ala de cuervo.

-No creo que sea necesario- dijo la enana-. Aunque alguien nos hubiera seguido, llevamos una buena ventaja. Lo más sensato sería buscar un sitio donde pasar la noche. Cruzaremos el río y nos meteremos en la espesura del bosque; una complicación extra para los rastreadores, si es que se toman tantas molestias...

-E'to... yo no é po sé páharo de má agüero pe'o...¿Noh vamo a meté en “ése” bo'que?- pregunto el trol, mirando con desconfianza la línea oscura del horizonte más allá del río que delimitaba con su objetivo.


La enana enarcó una ceja ante la pregunta del trol y no hizo nada para disimular una sonrisa socarrona.


-Ayubu...; tú das más miedo que cualquier bicho de ese bosque...- el trol se irguió orgulloso ante lo que para él era un halago.

-No te igo que no hefa, pero ese bo'que tá lleno de vudú... y no-mue'to...

-Precisamente por eso es un lugar ideal para esconderse, porque la gente le tiene pánico al Bosque del Ocaso. Después de los estragos causados por la plaga ¿crees que alguien querría ir hasta allí a pasar un día de pic-nic?- preguntó, sin dejar de sonreír-. Los aldeanos de Villa Oscura se empecinan en seguir defendiendo su pequeño reducto, pero a la mayoría no le agrada la idea de pasar una noche ahí, créeme. Además, no suelo tener miedo a muchas cosas, pero en caso de que algo tuviera que imponerme respeto serían los vivos, no los muertos; y Ayubu... tú también estás lleno de vudú...


El trol levantó sus manos de tres dedos, dando a entender que la lógica de su compañera era irrebatible.


-En doda da boca, Ayubu- dijo el enano, arrancando las risas del resto del grupo.

-Vamos, que tardaremos aún un rato en llegar a nuestro bucólico destino...

-¿A qué parte del bosque nos vas a llevar?- preguntó el joven, con evidente picardía en la voz.

-A la Arboleda del Crepúsculo ¿Dónde si no?. Es un sitio precioso, no me lo negaréis...


Ésta vez fue el enano el que dio un respingo.


-Pdecioso sí...; siembde y cuaddo no apadezca udo de dos Gdandes Ddagones...

-Bah, si aparece le decimos que estamos de paso...- contestó ella, guiñándole un ojo al enano.



Al cabo de una hora estaban ya metidos de lleno en los tétricos caminos surcados de telas de araña a ambos lados. Hacía poco que habían dejado atrás el Cerro del Cuervo y aún podían oír los lamentos de las ánimas en pena que aún erraban en aquel lugar.



-Que tensos estáis chicos- dijo la enana, alegremente.

-Eléboro, ere la leche... ¿a ti no te da ni u' poquito yuyu?

-Durante todo el día de ayer hemos estado recogiendo nuestras cosas y despidiéndonos de nuestros seres queridos para huir de un destino bastante oscuro- respondió, ahora más seria, casi sombría-. La noche anterior torturamos y asesinamos a aquel maldito bastardo y un poco antes de aquello, nos librábamos de una escaramuza de asesinos a sueldo...; no, Ayubu, no me da ni un poquito de yuyu...

-Vale, captao...; hefa dos, Ayubu cero...- ante la respuesta, la enana volvió a recuperar la sonrisa en su agotado y ojeroso rostro.

-Ése de ahí es el sendero ¿no?- preguntó el joven de cabello azabache mientras señalaba una parte del camino que quedaba prácticamente oculta a los ojos. La enana asintió con la cabeza.


Un poco más tarde ya estaban en el destino que se habían fijado para aquella noche.



-Nos quedaremos por aquí- anunció ella, eligiendo un sitio lejos del camino, e igualmente lejos del pórtico central que dominaba la Arboleda-. No me apetece encontrarme con ningún Corruptor Crepuscular ni que a Taerar o a cualquiera de los otros tres les de por hacernos una visita, porque se aburrían en el Sueño Esmeralda.



Dejaron a sus monturas descansando, mientras ellos montaban su improvisado campamento para esa noche. La zona parecía estar bastante tranquila y los fuegos fatuos de los kaldorei flotaban entre los inmensos árboles, dotando a toda la zona del misticismo propio de los lugares élficos. Los carneros de los enanos pacían ajenos a todo, mientras el joven daba a su frisón unos puñados de avena; el raptor del trol miraba con avidez al resto de sus compañeros.



-Voy a í a pilla'le a'go de comé a Bantú o mañana no tenéi cabra ni caballo...

-Ya de paso trae algo para nosotros- pidió la enana-. Fíjate que no esté en estado de no-muerte...; ni que sea bajito y orejudo, como los gnomos, por ejemplo.

-Tú no sabe lo que te pie'de po no comé ca'ne de nomo...- fue la respuesta mientras se alejaba con Nzambi correteando a su lado.




Al cabo de un rato regresó, llevando en el cinturón una ristra de bichos peludos e inertes, que se balanceaban mientras caminaba. Con un gesto los descolgó y agachándose, cogió tres conejos y los separó, llevándose el resto, que parecían ser otro conejo y dos ardillas al raptor, que se le hacía la boca agua pensando en su inminente cena. Ayubu comenzó a hablarle cariñosamente en una extraña lengua mientras lo acariciaba; Bantú parecía más que contento con las atenciones, mientras el trol le lanzaba sus presas recién adquiridas y él las engullía ruidosamente. Eléboro se encontró mirando el festín con la nariz arrugada, mientras veía cómo el raptor tragaba aquellas alimañas con piel y todo junto.



-Se las podías haber limpiado un poco, al menos.

-¡Kiá!- chasqueó el trol, negando con la cabeza-. A Bantú le gu'tan con su'tancia...

-Después de ésta escenita se ha esfumado mi apetito- susurró el joven al oído de la enana, que estaba agachada preparando un pequeño fuego y que no pudo evitar echarse a reír.

-Soi' uno tiqui'miqui...- dijo el trol acercándose a ellos después de que su raptor acabara con la cena. Aún llevaba las manos manchadas de sangre, que se limpió despreocupadamente en el jubón-. Mi cacho me lo podría comé cru'o... pero no quiero hacero vomitá...


Se sentó junto a los demás, a la espera de que los conejos que Puíta había despellejado con una asombrosa rapidez y habilidad, estuvieran listos para comerse.


-¿Hacia donde iremos mañana?- preguntó el joven.


La enana se paró unos segundos a meditar la respuesta.


-Creo que lo mejor sería partir de aquí hacia Tuercespina, con suerte podremos coger un barco hacia Kalim...


Sin terminar la frase, se llevó un dedo a los labios para indicar silencio.


"No estamos solos"- les indicó a sus compañeros mediante el silencioso lenguaje de signos-. "Dejad que crea que ignoramos su presencia..."



Con un imperceptible gesto, la enana deslizó la mano hacia su bota, sacando una afilada daga arrojadiza. En un movimiento más rápido que la vista, la pícara giró la muñeca he hizo volar la hoja hacia las sombras detrás de su espalda. Esperaron unos segundos después de haber oído el ¡Toc! del puñal al clavarse en el tronco de un árbol; al instante, oyeron el sonido de una tela al rasgarse.



-Me encanta que mis amigos intenten asesinarme en la oscuridad- dijo una meliflua y sensual voz masculina-. Elune-Adore...



De las sombras emergió una alta silueta cubierta por una capa verde bosque que ahora lucía un desgarrón a la altura de la cintura. Con lentitud, el extraño se llevó unas enguantadas manos hacia la capucha y la retiró, dejando al descubierto un atractivo rostro enmarcado por una larga melena lacia de color verde brillante. Unos ojos luminosos, con un intenso brillo dorado observaban a los presentes, mientras sus labios se curvaban en una ligera sonrisa.

-Llwyn...- susurró la enana, reconociendo al recién llegado.

-Yo también me alegro de verte...; creo que ésto es tuyo- le dijo, tendiéndole la daga y mirando luego al resto del grupo-. Ishnu-alah a todos.



La enana se levantó para coger la daga sin dejar de mirar al elfo nocturno que tenía ante ella y, al hacerlo, bajó la vista para posarla sobre la hoja, ennegrecida y mortal.




-Joder Llwyn, casi te mato...- susurró atónita. Cuando levantó la vista se encontró con el rostro afable del elfo y estalló en cólera-. ¿Tu hermano no te ha dicho que no es buena idea espiarme oculto entre las sombras?

-Mi hermano no sabe que te has ido sin despedirte de él...



Ante la mención de ese hecho a Eléboro le cambió el semblante y una sombra de aflicción nubló sus rasgos. Con los hombros hundidos, desvió la vista para posarla en el suelo, mordiéndose ligeramente el labio, en un gesto nervioso.


-No, no me despedí de él...- dijo con un hilo de voz-. No podía...

-...Y tampoco de mí...

-De ti menos...- la enana alzó la vista de nuevo, clavándola en aquellos ojos resplandecientes.




De improviso, el elfo se arrodilló junto a la enana y la abrazó, en un gesto que dejó boquiabiertos a los presentes, incluida ella misma.



-Verde...- dijo ella, en un susurro.



Él se separó un poco de aquel abrazo, con las manos sobre los hombros de ella; con una sonrisa, cogió el mentón de la enana con suavidad y depositó un beso sobre sus labios, que poco a poco se fue tornando apasionado. Puíta sonrió y sacudió la cabeza ante la escenita, pero el joven y el trol tenían ambos la boca abierta, estupefactos como estaban.


-Si do ceddáis da boca os entdadán dos bichos...- les dijo Puíta a los otros dos, risueño.


Al separarse, el elfo observaba la reacción de la enana que simplemente se había quedado allí plantada, con los ojos cerrados, saboreando aún el momento.



-Debería darte una bofetada por ésto...- le dijo, sin abrir aún los ojos.

-Pero no me la has dado...; es más, yo diría que tus labios no estaban en desacuerdo con mi acción. Me ha gustado que sigas llamándome por ese nombre. Hacía tiempo que no lo oía.

-Y yo hacía tiempo que no sentía ésos labios, díscolo druida...- contestó ella, más para sí misma que para los demás. A continuación abrió los ojos y carraspeó, en un intento de recuperar la compostura. Miró a sus compañeros y vio al joven y al trol mirándolos a ambos con caras de pasmo y al enano intentando aguantar la risa sin mucho éxito-. Chicos... éste es Llwyn- el elfo hizo una inclinación respetuosa que fue devuelta a duras penas por el joven; el trol seguía aguardando, con expectativas de que sucediera algo más-. Me lo habéis oído nombrar más veces como “Verde”.

-¿Verde... y Azul?- preguntó el joven, con timidez.

-Azul es el sacerdote, Lázarus...

-Mi hermano gemelo- dijo el elfo, amistosamente.

-Y éste chicos, es ed que de pdepada das podquedías a nuestda jefa...

-Precisamente por eso estaba aquí- explicó el druida-. Buscaba plantas que sólo se dan en ésta zona en concreto para mis pociones de alquimia cuando oí vuestras voces y me acerqué. Sin embargo, en lugar de dar la bienvenida a un viejo amigo, a la pícara no se le ocurre otra cosa que lanzarme una daga...

-No te lancé una daga- cortó la enana-. Se la lancé a un intruso. Ya sabes, atacar primero, preguntar después es mi norma. De haber sabido que eras tú... a lo mejor hubiera lanzado dos...- le dijo, mirándolo con una traviesa sonrisa-. Ya que estás aquí ¿quieres quedarte a cenar con nosotros?


El elfo miró los conejos asados, atravesados por los espetones y arrugó la nariz en un gesto de desagrado.


-Sabes que no como carne, pero no me importará acompañaros.

-Ya lo sé, por eso te he invitado a quedarte...- le dijo, guiñándole un ojo, para luego acercarse hasta el fuego, junto a sus compañeros.



Los cuatro comieron animadamente, mientras Llwyn charlaba con ellos, contando anécdotas de tiempos pasados pero omitiendo descaradamente aquello que los había relacionado a ambos de una manera en la que él se podía permitir el gesto de hacía unos instantes sin temor a acabar con las tripas en el suelo. Al terminar, el elfo no pudo evitar hacer la pregunta que le rondaba por la cabeza hacía rato:

-¿Por qué no nos dijiste que te ibas, Eléboro?

-Porque había demasiada gente inmiscuida. Porque ya bastantes habían sufrido y no quería que os hicieran a vosotros lo mismo que le hicieron a Ilmara...; de nada os hubiera servido saber que me marchaba, era mejor así. Y no podía...

-Eres una tonta...- le susurró el druida, acariciando su rostro-. Sabemos cuidarnos solos y habríamos podido ayudarte...

-Lo hecho, hecho está...- contestó ella cogiendo a su vez la mano que la acariciaba. Estuvieron así unos minutos, en silencio, hasta que Ayubu decidió poner fin al asunto carraspeando y ambos se separaron.



-A vé que yo lo e'tienda...- empezó a decir el trol, meneando una mano en la que lucía un pringoso trozo de conejo asado-. Tú ere Ve'de... el e'fo a'quimista que prepara e' vudú de la hefa...; ere el h'emano gemelo de' Lazario, e' sace'dote... y... ¿vosotro do, estái liaos?- preguntó, sin ambages-. Po'que yo no me e'toy e'terando de ná, sólo sé que le ha so'tao un beso a la hefa que e'tre mi ge'te, si tú le hace eso a una tró, es p'a casáte con ella o echa'te a corré...

-Me encanta tu sinceridad, trol- respondió Llwyn, sonriente. Sin embargo la enana lo fulminó con la mirada.

-E una cualidá que tenemo lo tró...; no sabemo anda'nos con rodeo...

-No hay nada más que amistad entre nosotros- respondió la enana, tajante-. En el pasado...- resopló, buscando qué decirles-...en el pasado hubo algo, pero no tuvo más importancia que la que queráis darle vosotros.

-¿Cómo lo llamáis en común?- preguntó el druida, con cara de inocente- Mmm ¿escarceo?

-Joder, Llwyn, no intentes arreglarlo, en serio...- bufó la enana, incómoda, no pudiendo evitar dirigir una mirada al joven de cabello negro como ala de cuervo, que la miraba con un inmenso afecto-. Vamos a cambiar de tema, si no os importa...

-¿Así que tú eres el joven del que tanto habla ella?- preguntó Llwyn, haciendo caso a la enana y cambiando bruscamente de conversación-. El que tiene un don especial para contar historias...



El joven hizo una educada reverencia ante el halago y miró a la enana con una sonrisa entre aviesa y divertida.



-¿Te gustaría oír alguna?- le preguntó.

-Me encantaría...; sería una bonita despedida.

-¿Do tedías que contadnos adgo de su antediod tutod? ¿Adgo en do que tedías que ahodadte detalles?- pregunto Puíta maliciosamente, oliéndose las intenciones del joven.



La enana le dirigió a ambos una mirada asesina que decía sin palabras: “Os voy a matar...”


-Soy todo oídos- contestó el druida, repantigándose cómodamente.

3 comentarios:

  1. Que tendrán los druidas que a los desvergonzados diminutos, como nosotros, nos vuelven locos ¡¡Y ademas con el pelo verde!! se nota que tienes buen gusto.

    Ardo de ganas de conocer esa historia sobre el otro tutor de Eléboro. Tengo la sensación de que habrá que clasificar algunos tramos como XXX.

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  2. Recostada en mi lecho,abro lentamente los ojos,

    -Verde y Azul...Llwin y Lázarus...

    Una historia del pasado,un "escarceo",mis sueños cada vez son mas interesantes... :)

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  3. La historia que pretendí contar hizo que mi querida amiga estuviera a punto de asesinarme con la mirada, pero no lo pude evitar.

    Sin embargo, al comenzar el relato y ver la intensidad de la mirada del elfo y la absoluta tristeza en los de ella al llegar a cierta parte...

    Mejor lo escucháis junto a nosotros, compartiendo el calor de una fogata...; mientras en las brumas de lo onírico, el chisporroteo del fuego acompaña a mis palabras, transportándolas hasta los sueños de una dama dormida...

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