lunes, 16 de mayo de 2011

Origen: La Princesa Malcriada

El joven de pelo negro como ala de cuervo se aclaró la garganta con un ligero carraspeo; su dulce y arrobadora voz rompió la quietud de la noche, acompañada por el chisporroteo de la fogata.




“La Niña de la Mirada Triste miraba indecisa al enano de cabello negro que había sido como un padre para ella; el hecho de tener que abandonar su compañía para convivir con un extraño la llenaba de inquietud.


Esperaban su llegada, ocultos a la vera de un camino.


-¿Quién es esa persona que se supone va a protegerme?- preguntó la joven.

-Más que protegerte, va a enseñarte a que lo hagas tú misma.

-Tú ya has hecho eso, Brommel...

-Él lo hará mejor, créeme- le dijo el enano, mirándola con seriedad. En ese momento, el golpear de unas pezuñas contra el polvoriento suelo que parecían acercarse, llamó la atención de ambos-. Ya viene...


Hasta ellos llegó una figura embozada en unas sucias ropas que debían haber sido negras antes de comenzar una larga cabalgadura a lomos de un carnero de desgreñado pelaje gris. Sin decir nada a la pareja de enanos que salían agazapados de entre las sombras a recibirle, indicó, con una enguantada mano, que la joven debía subir a la montura sin más dilación.



La Niña de la Mirada Triste se despidió con un abrazo y unas tiernas palabras apenas susurradas al oído de aquel que la había criado. Mientras, la montura del desconocido se removía, transmitiendo la impaciencia de su jinete.


-No tenemos todo el día...- susurró el encapuchado.


Su voz sonaba áspera, con un tono siniestro que puso los pelos de punta a la joven enana de anaranjado cabello. Obedeciendo de forma mecánica, como estaba acostumbrada a hacer, cogió el fardo en el que guardaba sus pocas pertenencias y subió de un salto a la grupa de la bestia. Su nuevo “mentor” espoleó a su montura y salieron raudos en una veloz cabalgada en la que la Niña de la Mirada Triste no volvió la cabeza para mirar a aquel que dejaba atrás, posiblemente para siempre.



-¿Adonde vamos?- preguntó, agarrándose como podía de la capa de aquel extraño sujeto, que olía a tierra, sudor... y sangre.

-Lejos- contestó de forma abrupta-. Y cierra el pico hasta que lleguemos. Ya haremos luego las presentaciones...



La joven enana no tuvo que echar mano de una prodigiosa perspicacia para darse cuenta de que su maestro iba a resultar una compañía un tanto desagradable.



Cabalgaron durante horas por las Tierras Altas de Arathi, en busca de un refugio que solamente él parecía saber donde se encontraba, hasta desviarse por un camino por el que sólo era posible transitar sobre uno de aquellos carneros de fuertes patas. Al rato, llegaron a la entrada de una cueva, hábilmente disimulada entre zarzas y bejucos.


El encapuchado desmontó y la joven enana hizo lo propio. Él golpeó la grupa del animal, acompañado de un chasquido de la lengua y el carnero se alejó trotando. Parecía saber perfectamente donde meterse mientras su dueño estuviera en aquella zona.


-Entra- le dijo a la joven, apartando un poco la maraña de vegetación que ocultaba un umbral de absoluta oscuridad-. Y quédate quietecita hasta que encienda una luz.



La enana de anaranjado cabello penetró en aquellas frías y húmedas tinieblas, cargadas de un olor mohoso. Un humano hubiera sido incapaz de percibir nada en aquella inmensa negrura, pero los ojos de los enanos estaban acondicionados para la vida bajo túneles y vislumbró los tenues contornos de lo que parecía un escondrijo que poco podía tener de hogar.



Con rapidez, el extraño desconocido prendió una débil luz en una lamparilla de aceite. Tal como se imaginaba, la desangelada estancia estaba compuesta por un jergón y unos pocos bártulos dispuestos sin orden ni concierto.



-No arrugues la nariz, señorita- le dijo, con fastidio-. Estaremos aquí un tiempo así que ve acostumbrándote.

-Estoy más que acostumbrada a éste tipo de “lujos”...


A la frágil luz del candil, la enana pudo apreciar con claridad el aspecto de su nueva compañía, que parecía haber dejado de prestarle atención mientras se afanaba sacando lo que llevaba en una pequeña bolsa que traía consigo y metiéndolo en uno de los fardos amontonados con descuido. Vestido totalmente de cuero negro, no era mucho más alto que ella. La capucha de la raída capa que vestía cubría su cabeza, manteniendo oculto su rostro con un embozo hasta la nariz. Sólo parecía llevar una daga al cinturón, pero el aspecto a todas luces de aquel hombre hacía que a la joven no le apeteciera encontrarse con alguien como él en un oscuro callejón...


-¿Te vas a quedar ahí plantada toda la noche?- le preguntó, terminando de hacer lo que quiera que estuviese haciendo y dirigiéndole una mirada por primera vez-. Búscate un hueco para dormir.



La joven rebuscó con la mirada algún rincón que estuviera lo suficientemente seco y limpio de excrementos de rata como para poner su manta encima, encontrando uno lo más alejado posible del jergón de su simpático compañero.



El hombre se bajó el embozo, para luego retirarse la capucha, dejando su rostro al descubierto. Con asombro la joven descubrió que estaba ante un enano, como ella, con aspecto de no tener muchos más años. Ella misma era una adolescente para su raza y aquel varón apenas parecía haber sobrepasado la edad adulta. Sin embargo no fue ese detalle lo que llamó su atención, sino el hecho de que aquel enano, a pesar de su juventud, tenía el cabello totalmente blanco, al igual que la escasa barba que lucía, recortada en forma de perilla y trenzada bajo la barbilla. En su pálida piel, bajo el ojo derecho, que tenía un poco habitual tono violáceo, lucía un extraño tatuaje que iba de la base del ojo hasta la comisura del labio; el otro ojo aparecía desfigurado por una cicatriz, dejando un globo ocular blanquecino y sin vida. Con los tatuajes y cicatrices, las orejas perforadas luciendo varias argollas de mithril, el cabello largo hasta los hombros y su feroz mirada de un sólo ojo, aquel enano ofrecía un aspecto salvaje y aterrador.


La enana carraspeó para disimular su sorpresa.



-¿Cómo debo llamarte?- preguntó.

-Jorgenssen... el Albino, o Cara Nevada, o Hidelfo, o el Tuerto...

-Prefiero Jorgenssen.

-¿Y yo cómo debo dirigirme hacia la dama Sin Nombre?- le preguntó a su vez con la voz cargada de burla-. Brommel me puso al corriente de tu historia, no hace falta que me des detalles...

-Tampoco tenía intención de dártelos...- respondió ella, desafiante.



El enano sonrió ladino, dejando al descubierto unos incisivos que brillaban con el matiz de la plata o el mithril.


”Es el tipo más “peculiar” que he visto...”-pensó ella, para sí.



-Te llamaré “Ratita”, entonces- sentenció, intentando provocarla.

-Llámame como te de la gana- le dijo en un tono glacial que iba acompañado de la misma mirada-. Pareces el tipo de hombre que se hace acompañar por ratas...

-No lo sabes tú bien, querida mía...



Dándose media vuelta, el enano se despojó de la capa y se tumbó sobre el jergón, tapándose luego con ella.



-Si tienes hambre, en ese saco de ahí hay pan y tocino- señaló, sin mirar siquiera-. Luego duérmete. Mañana empieza tu entrenamiento, Ratita...- dijo, girándose luego de costado y dándole la espalda.



La joven se quedó allí, mirando a aquel que supuestamente iba a garantizar su seguridad, de alguna forma que la enana aún no podía concebir.


”Sé que intentabas protegerme, pero viendo a éste individuo no puedo evitar pensar en si me has hecho un flaco favor, Brommel...”


Y después de tragar un par de bocados de sus propias provisiones, intentó dormir en aquel frío y duro suelo, pensando en que lo que aquel tipo siniestro pudiera tener preparado para ella...



A la mañana siguiente, salió medio cegada a la intensa luz del día, buscando con la mirada a Jorgenssen, que parecía haber desaparecido. Un chistido que venía de encima de la cueva llamó su atención.



-Por aquí, Ratita- le indicó el enano con un gesto mientras la miraba, divertido-. Hoy empezaremos tu primera lección y para eso tengo que ver si estás en forma, así que sígueme...- la joven vio como Jorgenssen trepaba como una cabra por una escarpada pared, sujetándose a pequeños salientes con apenas dos dedos de espacio-... si puedes...

-Si crees que me voy a achantar, vas listo...- susurró.



Tardó más de media hora en recorrer un tramo que posiblemente a él le llevó unos pocos minutos hacer. Cuando lo hizo, se encontró a Jorgenssen en lo alto del collado, repantigado con una pierna sobre la otra, mascando una brizna de hierbajo despreocupadamente. La enana de anaranjado cabello bufó, restregándose los rasguños que se había hecho en ambas manos y en los brazos, al resbalar en varias ocasiones. Las rodillas también le habían quedado bastante maltrechas.

-Pensé que ya no llegabas, Ratita...-le dijo, burlón-. Bueno, ahora es cuando nos divertimos tú y yo...


Se puso en pie y se quitó la capa, los guantes y el jubón, dejándose sólo la camisa.


-¿Brommel te ha enseñado a pelear?- preguntó, haciendo crujir sus nudillos.

-Sé luchar- respondió ella, con firmeza.

-No te pregunto si te ha enseñado a hacer florituras con un trozo de metal, sino si te ha enseñado a “pelear”- dijo, haciendo hincapié en la palabra-. Y eso, me lo vas a demostrar aquí y ahora...

-¿Quieres que te pegue?- preguntó ella, enarcando una ceja. El enano barbotó en una carcajada.

-Quiero que lo intentes, Ratita... ¿o es que te da miedo hacerme daño?

-Ten por seguro que no- gruñó ella, con los dientes apretados.



La joven alzó los puños y cargó con rabia, intentando enganchar un golpe tras otro, pero el enano se movía con una rapidez asombrosa y ni siquiera trataba de pararlos, simplemente, los esquivaba.



-Me estás defraudando, Ratita...; me parece que voy a tener mucho trabajo contigo...



La enana gruñó, frustrada y siguió encadenando una andanada de golpes que sólo alcanzaban el aire mientras el hombre fintaba, giraba y se retorcía como una serpiente, evitando todos y cada uno de aquellos fútiles intentos.



-No sólo golpeas como una cría asustada, sino que encima no sabes ni donde hay que golpear...



Con un velocidad de la que apenas fue consciente, el puño de Jorgenssen se descargó con dureza sobre su costado, produciéndole un agudísimo dolor, luego sobre uno de sus senos y finalmente sobre la garganta, dejando a la joven sin respiración y presa de un dolor como nunca había sentido. Se desplomó, intentando coger aire a través de una garganta que parecía negarse a hacer su trabajo.



-¿Te duele, Ratita?- preguntó riéndose, mientras la agarraba del cabello sin miramientos para obligarla a levantar la vista-. De eso se trata, no de pegar, sino de saber dónde pegas para hacer sufrir a tu adversario. En el hígado el dolor es insoportable- le dijo, señalando la zona del costado en la que había sido golpeada primero-. Los hombres tenemos nuestro punto débil en una zona de nuestro cuerpo, al igual que las mujeres...- dijo, señalando a continuación el pecho, a la altura de la axila-. En la garganta puede ser mortal...; si sabes cuánta presión ejercer, partirás la traquea de tu contrincante, o le cerrarás la glotis para evitar que respire...- a continuación acarició su cuello y luego apuntó con un dedo hacia su frente, dándole golpecitos con él-. Que te entre en la sesera, a partir de ahora, darás clases “prácticas” de anatomía todos los días...




Aún dolorida y jadeante, la joven enana sintió una profunda rabia hacia aquel hombre y sus aires de suficiencia. No había tenido reparos a la hora de golpearla y no dudó de que hubiera podido matarla sólo con sus manos. Estando sentada, de improviso descargó su puño contra la ingle de Jorgenssen, sin embargo el golpe no llegó a su destino. Con un giro de la cadera, el enano evitó el puño y estampó a su vez la rodilla contra la cara de la muchacha, que se dobló hacia atrás, tapándose la ensangrentada boca a continuación.



-Buen intento, has sido rápida; pero hay más cosas dañinas en nuestro cuerpo aparte de los puños, ya lo irás aprendiendo, Ratita...

-Sí, la lengua, por ejemplo...- dijo ella, escupiendo la sangre que le inundaba la boca.

-Eso ha sido muy hábil, vas pillando el concepto, no está mal para una rata de campo...; tus días conmigo van a ser una fiesta...





Y lo fueron, aunque no del tipo que ella hubiera elegido. Durante los días que estuvieron en aquella zona, Jorgenssen se encargó de hacérselo saber a diario, con todas y cada una de las lecciones que le brindaba.



Lección Número Uno:

Tu cuerpo es un arma por sí mismo. Sólo tienes que saber donde vas a propinar el golpe que te dará la victoria. En tu caso, eso puede ser la diferencia entre estar viva, o muerta. No vas a darle un puñetazo o un tirón de pelos como harías con una gatita furiosa, vas a intentar producir dolor, mucho dolor. Vas a romper, a asfixiar, a desgarrar órganos internos, a destrozar los cojones de un hombre de una patada...; manos, codos, pies, rodillas, cabeza, dientes... todo sirve para ese único fin, dejar a tu contrario tan maltrecho como para que no pueda atravesarte el estómago con su hoja. Y créeme, se necesita pericia para romper el cuello de alguien con un sólo movimiento, como una rama seca...




Cuando terminaba su lección, Jorgenssen se reía de ella haciendo el movimiento en el aire, girando las manos mientras hacía un ¡Crack! Con la boca.



Lo siguiente fueron las armas. Brommel la había enseñado a usar una espada, pero para su desgracia, comprobó que las habilidades de Jorgenssen con el manejo de cualquier cosa que cortara iban mucho más allá de lo que ella hubiera visto antes.



-Aprende a moverte como si fueras una serpiente- le decía en una ocasión, mientras le vendaba una fea herida que le había hecho en el hombro-. Gira, retuércete, usa la fuerza y el movimiento de tu rival en su contra, deja que cargue él siempre, a no ser que lo cojas por sorpresa, que sería lo interesante...

-Sabes manejar todo tipo de armas... ¿Por qué siempre usas dagas?- preguntó, reprimiendo un siseo de dolor.



El enano respondió con un rápido gesto que ella no llegó a percibir siquiera, pero en lo que duraba un pestañeo, tenía sobre su garganta una fría y afilada hoja que no sabía exactamente de donde había sacado.



-Porque se pueden ocultar fácilmente, son letales cuando se saben usar, se pueden lanzar para atravesar a tus enemigos en silencio... y vienen bien para cortar el pan- le dijo por último, sonriendo mientras apartaba la hoja.


La joven no pudo evitar echarse a reír.


-¡Vaya! Sabes reír y todo...; deberías hacerlo más a menudo o te quedarás con ese gesto ceñudo toda tu vida- dijo, risueño.





Lección Número Dos:

Las armas son una prolongación de tus brazos y teniendo dos como tienes, siempre será mejor llevar dos armas que una. Cada una tiene una finalidad en concreto: las espadas te permiten un largo alcance; las hachas, pueden estar equilibradas para ser lanzadas y su peso puede ocasionar grandes cortes que desangrarán al contrario en menos que canta un gallo; las mazas aplastan, aunque son un poco incómodas de manejar, habrá adversarios cuya dura testa pueda ser quebrada como un huevo; las armas de puño rompen huesos o desgarran si tienen diseños “sofisticados”...; por último, dagas y cuchillos: pequeños, livianos, mortales... nadie puede saber cuántos ocultas en tu cuerpo, ni con qué velocidad pueden ser desenfundados. No se necesita un gran destrozo para acabar con la vida de alguien, un corte o pinchazo en un sitio vital y puedes dejar que rece a sus dioses mientras se muere y te encargas de otro...




-¿Por qué?- preguntó un día la enana a su mentor. Él la miró enarcando una ceja de forma interrogativa-. ¿Por qué haces ésto? ¿Por qué hablas con tanta frialdad a la hora de sesgar una vida?

-Es curioso que precisamente tú me preguntes eso, cuando tu vida pende de un hilo y no vale una mierda para aquellos que te buscan- le dijo, con tranquilidad-. Si te encuentran, te eliminarán como se hace con los insectos molestos. La respuesta a tu pregunta es sencilla, Ratita: lo hago porque soy un asesino, porque no me dieron opción a ser otra cosa, igual que tú lo eres ahora...

-Yo no he matado a nadie...- masculló ella, con los dientes apretados.

-Estás aprendiendo a hacerlo y créeme, algún día lo harás, te verás obligada a hacerlo y cuando veas que has arrebatado una vida con tus propias manos, ya no volverás a caminar por éste mundo observando con ojos de niña lo que tienes a tu alrededor.




Los días pasaron y las lecciones continuaron, haciendo mella en el alma de la Niña de la Mirada Triste, oscureciéndola a la par que comprobaba que las duras palabras de Jorgenssen estaban cargadas de verdad. Viajaron a través de innumerables caminos, hacia una gran ciudad: Ventormenta. Tenía que aprender a ocultarse a ojos de los demás, a adoptar un disfraz, una farsa, a moverse entre las sombras, al amparo de la oscuridad... y para eso necesitaban una gran ciudad, para adaptarse al subterfugio que podían proporcionar sus innumerables callejones.



Por aquel entonces, el rey Varian Wrynn aún no había nacido pero a la pareja de enanos poco podía importarle qué rey o de qué dinastía era el que se sentaba en el trono en aquel momento. Necesitaban alejarse de tierras enanas.



En las sombras de aquellos callejones, aprendió también cuánta oscuridad podían albergar los corazones y en una ocasión en la que iba sola, constató cuánto de realidad había en las palabras pronunciadas por Jorgenssen unos meses atrás.



-Vaya, vaya... qué tenemos aquí...- susurró una voz a su espalda, mientras caminaba de regreso a la casa que habían tomado como guarida temporal.



Al girarse, vio a dos humanos de aspecto sucio y siniestro. Vestidos con oscuros ropajes raídos y portando amenazadores cuchillos largos, los dos hombres se acercaron a ella, provocándole arcadas cuando hasta su nariz llegó la mezcla entre sudor rancio y vino barato.


-Mira qué bonito pelo tiene la enana... me gusta...- dijo el que había hablado, un hombre joven de mirada perdida y dientes carcomidos que alzó una mano para tocar su cabello.



La joven se apartó de aquel gesto desviando el intento de rozarla con un fuerte manotazo instintivo.



-Es rebelde, la muy perra...- contestó el otro.

-Mejor, así disfrutaré más... ¡agárrala!



Las manos del segundo se clavaron sobre sus hombros, atenazándolos y la muchacha se revolvió como pudo, intentando evitar aquellos sucios cuerpos, bastante más grandes que ella. Con un giro de la cabeza, mordió con fuerza la mano derecha del gañán que la agarraba que profirió un grito y la soltó, sujetándose la mano herida.


-¡Me ha hecho sangre!- bramó-. ¡La muy zorra me ha hecho sangre! ¡Mira ésto, Randalf!- dijo, enseñándole la herida a su compañero.

-¡Deja de quejarte y sujétala de nuevo! Más la vamos a hacer sangrar nosotros ahora...



El hombre al que el otro había llamado Randalf se abalanzó sobre ella con la intención de rasgar su camisa, pero se quedó quieto cuando la agarró, mirándola al mismo tiempo que pestañeaba estupefacto. Con un par de tambaleantes pasos hacia atrás, se separó de ella, sujetándose la empuñadura de la daga que sobresalía de su pecho.



-Hija...de...puta...-susurró el desdichado, con un hilo de sangre brotando de sus labios, antes de caer desplomado al suelo.

-¡Randalf! ¡Has matado a Randalf, zo...!



El insulto se interrumpió con un sofocado gemido y un ligero estremecimiento del cuerpo del segundo hombre, antes de caer como un fardo, a los pies de la asustada enana. Detrás suyo, la silueta embozada de Jorgenssen sujetaba una daga que relucía con la sangre impregnada en la hoja.



-He m-mata...do... he matado a un... hombre...- susurraba ella, presa del terror.



Jorgenssen limpió tranquilamente la hoja sobre las ropas del desgraciado al que había asesinado.



-No, has matado a una bestia que no hubiera dudado en hacer lo mismo contigo después de haberte violado entre los dos...; bienvenida al Mundo de las Tinieblas...- le dijo, a la vez que se agachaba para tocarla.



La enana se apartó de aquel gesto, retrocediendo todo lo que podía, como si quisiera atravesar la pared que tenía a su espalda. Jorgenssen la miró y despacio, se acercó hasta ella y la cubrió en un abrazo protector. La joven intentó retorcerse ante el contacto, hasta que su mente se aclaró y fue consciente de quién la sujetaba. Como una niña, se agarró a aquellos brazos tantas veces manchados de sangre...





Lección Número Tres:

Las sombras son nuestras aliadas, y también nuestras enemigas. Entre ellas nos ocultamos pero también lo hacen aquellos que, como nosotros, ejercen una labor de dudosa reputación, con más o menos desatino. En éste mundo existe la locura y los locos se sentirán atraídos por la oscuridad como las polillas a la luz. Aprende a interpretar sus signos, a moverte en el más absoluto silencio, a formar parte de ellas, a encontrar la ventaja que te pueden proporcionar... como hacen los gatos... y los asesinos...





A partir de aquel momento, el hielo hizo su aparición en el corazón de la Niña de Mirada Triste, congelando cada rincón de su ser y convirtiéndola en una autómata, que hacía más por instinto que por motivación. Jorgenssen comprobó que tenía una alumna aventajada: había adquirido velocidad, agilidad y fuerza; hacía gala de una perspicacia impresionante, anticipándose a la mayoría de los movimientos de aquellos que acechaban, al igual que ella, aunque tuvieran otros intereses muy diferentes a los suyos, que se reducían a la mera necesidad de aprender a sobrevivir en un mundo implacable.




Un día, en una destartalada cabaña a las orillas de un lago, Jorgenssen esperaba el regreso de la joven de anaranjado cabello a la que había bautizado como “Ratita”. Al rato, una oscura figura encapuchada hizo su aparición, portando una bolsa en la mano que tiró a los pies del enano con desdén.



-Hay sangre en tus ropas...- dijo él, al ver las manchas que salpicaban la bolsa y parte de su camisa.

-Es mía- explicó con una voz carente de sentimientos-. Había una trampa en la casa que no desactivé a tiempo. No te preocupes, no he matado a nadie...

-No me preocupa que hayas matado a alguien Ratita, me preocupa que te hayan herido...

-Pues deberías preocuparte más por lo primero...- masculló, con los dientes tan apretados que si hubiera querido, el enano los habría oído chirriar-. ¿No crees? Y ya tienes tu dinero...



El enano alzó una ceja con un respingo, ofendido.



-¿A qué demonios ha venido eso, Ratita?

-Deja... de llamarme... así...

-¿Así, cómo? ¿Ratita? Muy bien pues... te cambiaré el nombre- dijo en un susurro-. A partir de hoy serás la Princesa Malcriada...

-¿Cómo has dicho?- susurró ella, destilando odio en la mirada y en todo su ser.

-¿No te gusta, acaso?- preguntó, son una sonrisa burlona en los labios.

-No soy ninguna maldita princesa...

-¡Pues te comportas como tal!- le espetó él, de improviso, sobresaltándola con el estallido de ira-. ¡Como una niña que ha visto un suceso terrible y se encierra en sí misma, adornando su apatía con una máscara de frialdad que no es tal, haciendo ver que el mundo le importa una mierda, cuando en realidad se deshace poco a poco por dentro! ¿Tienes remordimientos de conciencia? ¡Desde que mataste a aquel hombre actúas como una muñeca, haciendo las cosas sólo porque yo te las digo, encerrándote en tu cascarita privada en la que nadie más puede entrar!



La joven no podía dejar de mirar al hombre que le espetaba todo lo que en realidad sentía. Con la muerte de aquel desgraciado había firmado una sentencia con sangre, condenando su alma por una existencia que ella jamás pidió, obligándola a llevar una vida que ella nunca hubiera elegido para sí. Poco a poco se dejó caer al suelo de rodillas, abatida. Jorgenssen tenía razón, había estado disfrazando su culpabilidad, negándose a hacer frente a los hechos que marcaban su destino como un hierro candente. Necesitaba hacerlo, pero sobretodo necesitaba culpar a alguien por ello, a quién fuera: a su padre, a su madre, a Brommel, a Jorgenssen...



Levantó la vista para mirar al único ojo violáceo en aquel rostro de dura expresión.



-Soy... una asesina...

-Yo sólo veo a una Princesa Malcriada que se lamenta de la vida que le ha tocado vivir, en lugar de poner fuego en su corazón para prenderlo con el anhelo de conseguir algo mejor.

-Soy una... asesina...- repitió de nuevo, intentando convencer al mundo.

-Yo sólo veo a alguien que nunca ha matado a un inocente... que nunca ha matado por dinero...

-Soy una asesina... y una ladrona...

-Yo sólo veo a alguien que sustrae lo que no es suyo, porque por desgracia se necesita oro para subsistir y no puede desempeñar un oficio más “honrado”...

-Mírame...- pidió ella, suplicante.

-Lo estoy haciendo...- se acercó, para agacharse junto a ella-. Y sólo veo a una niña cuyo corazón está roto en mil pedazos, que ya no siente que merezca la pena estar viva...; que no siente nada...



Con delicadeza, sujetó la barbilla de la joven y la atrajo hacia sí, uniendo sus labios en un íntimo gesto que ella no rechazó. Al separarse, él volvió a fijar su violáceo ojo sobre los azules iris de ella.



-Y al mismo tiempo, veo a una mujer que pugna por liberarse, pero que no sabe cómo...



Volvió a besarla y ésta vez, sus labios se unieron con el ardor de las pasiones contenidas, encerradas durante el tiempo que la joven enana de anaranjado cabello se había estado negando a sí misma la posibilidad de romper el yugo que la mantenía sujeta a una existencia sin sentido. Con el deseo de aquellos que necesitan un refugio, la pareja de enanos se perdió en un mar de sensaciones y sentimientos, entre caricias anhelantes, mientras el tiempo detenía su flujo y todo dejaba de tener sentido entre las paredes de aquella destartalada cabaña.




La voz de ella rompió el silencio posterior a aquel encuentro, en que los dos habían utilizado sus cuerpos como cálida guarida.




-En una cosa te equivocabas antes, Jorgenssen...- susurró. Él levantó una ceja esperando por la respuesta-. En decir que no siento nada...; te odio...

-Estoy acostumbrado a despertar esos sentimientos...- respondió él, picaresco.

-...Y me odio a mí misma...- continuó ella, ignorando su comentario-... por amarte al mismo tiempo...



Jorgenssen la miró fijamente, ya sin atisbo de burla en su semblante.


-A eso sí que no estoy acostumbrado...”







La voz del joven cesó, reverberando entre los mudos y arbóreos testigos de aquella historia. Él sabía que la enana de anaranjadas trenzas era capaz de querer; se lo demostraba todos los días, con cada uno de los actos que realizaba, sacrificando su existencia para salvaguardar la de los demás, la suya, la del joven Narrador de pelo negro como ala de cuervo que había derretido su gélida armadura desde el día que lo encontró, siendo un niño indefenso. Pero, al mismo tiempo, el joven era el único que conocía aquella parte de su ser que había sido capaz de amar, como se ama a un hombre y no a un niño.




Puíta y Ayubu observaban al Narrador, guardando un silencio que ninguno de los dos era capaz de romper. Llwyn, el druida, miraba fijamente a aquella enana que cabizbaja, pero con la ligera sonrisa cálida que transmiten nuestros labios cuando recordamos algo que queremos conservar, había escuchado todas y cada una de las palabras que en su día había contado a aquel joven.



-Eléboro...- dijo el joven-. Fui yo el que tuvo la desatinada idea de contar precisamente ésta historia... ¿Quieres que cese en éste punto?



Ella levantó la vista y lo miró con toda la dulzura de la que fue capaz.



-Fue idea mía primero que la contaras, sabiendo lo que había entre sus rincones. Te dije que necesitaba escucharla de tus labios y he comprobado que las palabras que un día brotaron hacia tus oídos, han sido conservadas en su totalidad. No me enorgullezco de mi pasado, pero ese pasado hizo posible que te encontrara, al igual que a todos vosotros- dijo, mirando al resto-. Y de eso sí que me siento llena de orgullo...; por favor, mi pequeño, continúa... deja que sepan lo que ocurrió con las siguientes lecciones de aquella Princesa Malcriada...

3 comentarios:

  1. La niña que se alimentó
    bebiendo sangre del seno de las sombras
    está destinada a crecer
    regada por la sangre de sus enemigos

    ¿Me pregunto que fruto saldrá
    de las retorcidas ramas
    de aquella que abona la tierra que pisa
    con los cadáveres de culpables e inocentes?
    La muerte tiene muchos sabores
    y el que brota de sus tallos
    sabe al ponzoñoso Eléboro.


    Tu ni caso al de arriba. Como bien has dicho no hay que arrepentirse de lo que hemos hecho, sino de lo que no hemos hecho y gracias a tus actos, tanto nobles como licenciosos, eres nuestra amada pícara a la que entregamos con confianza una parcela importante de nuestra corazones, esperando que algún dia encuentre refugio al arruyo de nuestro cariño.

    (Me a encantado, so´jodia. Eres una artista).

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  2. Vuelvo a despertar y entre mis sabanas aun calidas, retazos de inseguridad,soledad y amor perdido en el vacío...¿o quizas no? debo esperar para un dulce sueño la próxima noche...

    (Entre los dos me dejais a la altura del betún,joios!)

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  3. Las palabras de un dios antiguo recorren mi espalda con un gélido estremecimiento.

    Pero como bien has dicho, mi querida amiga aprendió a no arrepentirse de sus actos, por muy deleznables que algunos de ellos pudieran resultar...

    ...Y agradecerá eternamente esa parcela de vuestros corazones, sabiendo que le brindáis vuestro cariño sin juzgar las circunstancias que la llevaron a ésta existencia, que lleva el salado y metálico sabor de la sangre entre sus rincones.



    *Un susurro acaricia la mente de una maga como si fueran unos dedos vestidos con la más suave de las sedas...

    "Nunca pongas en entredicho tu propia valía, porque la blancura de las plumas de una lechuza nival nunca es igual a otra, pero todas son hermosas en la misma medida.

    La próxima noche deslizaré mi voz entre las brumas espectrales de tus sueños para que tu corazón no sienta esa soledad que atenaza con romperlo en mil pedazos..."*

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