viernes, 24 de junio de 2011

La Luna teñida de Carmesí...



-Menu'o careto que t'ae, hefa...


La apreciación de Ayubu produjo un sonoro gruñido en la enana de anaranjadas trenzas como respuesta.


A la mañana siguiente, después de que cada uno de los componentes del singular grupo descansaran, o hubieran pasado la noche entretenidos con “otros menesteres”, se reunieron para desayunar algo en el salón de la taberna. Sentados alrededor de la mesa, tres de ellos observaban la cara de pocos amigos que miraba distraída el plato de huevos con tocino dispuesto ante ella.



-¿Eléboro?- preguntó el joven de cabello negro. En realidad, era la tercera vez que la llamaba, pero la enana estaba ausente-. ¿Me estás oyendo?

-¿Eh? ¡Ah! Sí... perdona, “Rüdiger”- contestó, saliendo a medias de su ensimismamiento y mirándolo a la cara.

-Ayubu tiene razón, menuda cara que traes... ¿Tampoco dormiste anoche?

-Al contrario, dormí... pero...

-¿Todavía de das vuedtas ad sueño?- preguntó Puíta, masticando un trozo de tocino.

-¿Qué sueño?- interrogó el joven, enarcando un ceja.

-No tiene importancia- contestó, cogiendo un trozo de pan para acompañar su desayuno-. Seguramente me pasé un poco con el vino y la cena. Sólo fue un sueño...

-Po' cie'to... ¿Que hacíai vosot'os do ju'tos, anoche?- preguntó el trol, con una socarrona sonrisa.

-Dormir... ¿Qué, si no?- fue la respuesta de la enana mientras clavaba en la mesa el cuchillo con el que había cortado el pan, dejando bien claro que su aseveración no se discutía-. A todo esto... ¿Y tú, mi pequeño?- dijo, girándose sonriente hacia el joven-. ¿Valió la pena la pérdida de tiempo? Espero que, por lo menos, hayas dejado el listón bien alto...


El hombre se atragantó ante la espontaneidad de su amiga.


-Fue una velada muy... agradable- respondió, después de haber tomado un sorbo de vino para poder bajar por su garganta el díscolo trocito de pan-. Lo segundo, tendrás que preguntárselo a ella...

-Mejor que no- dijo la enana, riéndose.


-¡Buenos días tenga tan bien avenido grupo!- coreó una cantarina voz femenina.


-Mira hefa, ahí la tiene po' si le quiere pregu'tá...


Eléboro emitió un suspiro de evidente fastidio, mirando al trol, que parecía pasárselo estupendamente.



-Buenos días, Danielle...- dijo la enana, luciendo su más inocente sonrisa-. ¿Habéis descansado bien?-preguntó, enfatizando la frase.

-S-sí, g-gracias por preguntar...- respondió la joven, azorada-. Esto... he venido a deciros que el barco zarpará en una hora.

-Perfecto, nos dará tiempo a comprar algo de avituallamiento para el camino. Nos veremos a bordo, pues.


La joven hizo una educada inclinación de cabeza y se dio media vuelta para marcharse.


-¿Para qué te habré dicho nada?- preguntó el joven, sonriendo.

-Eso digo yo- dijo, masticando tranquilamente lo que quedaba en su plato-. Pero tanta turbación en una doncella tan hermosa...- se levantó de la mesa y se acercó al joven, pellizcándole una mejilla como si fuera un chiquillo-. Bribón desvergonzado, a saber qué le has hecho...



Con una sonrisa de triunfo, la enana se alejó para dirigirse a la barra a ultimar detalles con el posadero, mientras el joven de cabello negro de frotaba la zona del pellizco, meneando a continuación la cabeza en un gesto negativo y dejando escapar una ligera risa.



Unas horas más tarde, disfrutaban de la brisa y el olor salobre del mar, a bordo de “La Fantasía de la Doncella”. El viaje sería largo y la enana no dudaba que aburrido también. Para unos más que para otros, al menos. Subida sobre un cajón y apoyada en la barandilla, observaba el movimiento arrullador del barco...


...hasta que la figura de un enano de cabello y barba castaños se abalanzó rauda por su lado izquierdo para asomar la cabeza lo suficiente. El contenido del estómago del enano fue a parar a las movidas aguas.



-Do siento...

-Joder Puíta, que todavía marees a estas alturas...- le dijo ella, mirando la cara de su compañero, que estaba empezando a tornarse de lívida a verdosa.

-Soy ud enano de secano- aseguró, secándose la boca con el pañuelo que le tendía su amiga.

-Míralo por el lado positivo, con lo que acabas de echar ahí abajo, no vomitarás hasta la cena- aseguró ella, riéndose mientras le daba unas palmaditas en la espalda.



-¡Grumetes, moved el culo! ¡Quiero aballestadas las jarcias del palo de mesana a la de ya, u os echaré de comer a los tiburones!- chillaba la voz del capitán del barco.



-Dezuma simbatía ese goblin...- analizó Puíta, echando una mirada sobre su hombro para ver a la ajetreada tripulación, yendo de un lado a otro, mientras los berridos del capitán resonaban por doquier.

-Es la vida del mar... Anda, busquemos algo que hacer o tú no te olvidarás de tu mareo y a mí no me pasarán las horas...



Después del mediodía y de haber comido algo, menos Puíta, que se negó a probar bocado, charlaban entre los cuatro, sentados donde podían en cubierta, a lo que se les unió Danielle un poco más tarde, para incordio de Eléboro.



-¿Alguien sabe alguna buena historia que nos amenice la travesía?- preguntó uno de los pasajeros del barco, un humano que parecía aburrirse tanto como los demás.

-¡Yo me sé una cuantas, pero harían enrojecer a las damas!- bramó otro en respuesta.


La enana miró de soslayo al joven de cabello negro, con una sonrisa en los labios.


-¿Tendrías alguna para la ocasión, Rüdiger?

-¡Oh! ¿Sabéis contar historias?- preguntó fascinada la joven Danielle.

-¿No os contó ninguna anoche? ¡Imperdonable!- dijo Eléboro burlona, llevándose una mano a la boca en un afectado gesto teatral, sacando de nuevo los colores a la muchacha-. Entonces debes enmendar tu error...



-¿Te animas, chico?- preguntó el interesado.

-¿Sobre qué queréis que trate?

-¡Sobre el honor de la batalla!- bramó un orco.

-¡Yo prefiero que cuente alguna cochinada!

-¡Cállate, Will! ¡Tú mismo eres una cochinada con patas!- respondió el compañero del que había hablado. La broma arrancó las risas de los dos humanos de aspecto desaliñado y las del resto de aquellos que prestaban algo de atención al asunto.

-¡Algo que dé miedo!

-Sí, eso no estaría mal.


Varias respuestas a favor, corearon la petición del relato de miedo.


-Está bien, pero no os aseguro que os vaya a asustar demasiado...

-Mientras nos mantenga entretenidos, lo damos por bueno, muchacho.



El joven de cabello negro como ala de cuervo se sentó sobre un rollo de gruesa maroma y se aclaró la voz, mientras la gente se congregaba a su alrededor y tomaba asiento en el suelo de la cubierta.






“Cuenta una leyenda, que en las noches en las que la luna se tiñe de carmesí, se oye el aullido de un lobo. Según dicen los entendidos en estos temas, tal criatura no es un lobo corriente, sino un perro, venido desde las profundidades del infierno para llevarse con él el alma de los incautos, que someterá a una servidumbre eterna para aterrorizar a los vivos.



El joven que protagonizó ésta historia conocía la leyenda, pero era hombre de mundo y no creía en tales paparruchas creadas para asustar a los niños. Una noche en la que salía de la posada en la que había estado pasando el tiempo con sus amigos, llevó su vista hasta el cielo, totalmente despejado, para descubrir que la luna... se había teñido de carmesí.



-Un fenómeno totalmente explicable- se dijo a sí mismo mientras cogía el camino hacia su casa.



Al rato, el aullido de un lobo rompió el silencio, tan sólo perturbado hasta ese momento por el resonar de sus pisadas. Con un respingo, el hombre agudizó el oído para discernir si el animal podía encontrarse cerca y ser un peligro para él.



Profundo y quejumbroso, el aullido volvió a repetirse. A pesar de que intentaba ubicar la procedencia del sonido, le fue imposible. Parecía sonar en todas partes y en ninguna.



-El eco de las montañas y una casualidad como otra cualquiera- murmuró para sí de nuevo, apretando el paso.



Con un suspiro de alivio, el joven llegó hasta la puerta de su casa y penetró en ella. Despacio, se acercó a tientas hasta las lámparas de aceite dispuestas en el salón para despejar las perturbadoras sombras. Prendió dos de ellas cuya luz sería suficiente hasta que encendiera el fuego del hogar.



Al darse la vuelta, quitándose el abrigo para depositarlo sobre el sillón, las lámparas se apagaron al mismo tiempo...



El joven se giró, confuso. Las ventanas estaban cerradas y no había corrientes de aire de ningún tipo. Comprobó que, efectivamente, el compartimento para el aceite estuviera lleno y la mecha, en perfecto estado. Desconcertado, volvió a prenderlas de nuevo pero al rato... ¡Puf!, volvían a apagarse...


-¡Maldición!- masculló, volviendo a examinar los candiles, no hallando nada extraño en ellos-. Encenderé la chimenea, pues.



Y a ello se dispuso. A los pocos minutos, la leña ardía con intensidad, proporcionando una atmósfera acogedora. Sonriendo ante lo ridículo que le resultaba haberse asustado ligeramente por aquella tontería, se dirigió a su habitación, que se encontraba al fondo de un largo pasillo, para coger algo de lectura y sentarse a disfrutarla mientras esperaba a que el sueño le venciera.



No le hizo falta encender ninguna lamparilla en su cuarto ya que no iba a tardar en coger el libro que reposaba sobre la mesilla y volver por donde había venido. Sin embargo, al girar para regresar al pasillo notó que estaba tan oscuro como antes...


… con un gemido de asombro, el joven constató que la chimenea, llena de troncos resinosos, que debería estar ardiendo enérgicamente, estaba apagada...


...y un estremecimiento recorrió su espalda cuando notó un extraño frío...


El joven profirió un alarido, dejando caer el libro cuando sintió como si algo rozara su espalda, como si una presencia estuviera detrás de él. Girándose lentamente, con la frente perlada en sudor, constató que no había nadie...


-La imaginación me está jugando una mala pasada...- susurró.

-........

-¿Q-qué ha sido eso?

-.........

-¿Quién está ahí?- preguntó, sobresaltado.


A sus oídos llego de nuevo el motivo de su alarma. Un susurro, como si alguien exhalara el aliento...


-¡Ésto no tiene gracia!- aseguró, apresurándose desde el pasillo hasta el salón para coger algo que le sirviera de arma-. ¡Aquí no hay nada que robar!

-........- volvió a oírse.

-¡Salid ahora mismo de donde quiera que os escondáis!- gritó, blandiendo el atizador de la chimenea.



Asustado, miró de hito en hito todos los rincones de la sala. La casa no era demasiado grande, el pasillo daba a su habitación al fondo y se bifurcaba a la izquierda, donde estaba la entrada a la cocina y a la derecha, dando a una puerta que llevaba al patio trasero y de allí, a la letrina situada en el exterior. Sin embargo, el salón era muy amplio, con varios muebles, con un sentido más práctico que estético diseminados aquí y allá. Sobre la mesa del comedor, se hallaban sus herramientas de arqueología, una de sus aficiones favoritas. Allí estaba su visor, con el trípode plegado. La luz del mismo, que indicaba en diferentes tonalidades la cercanía de algún objeto interesante estaba encendida... y se encontraba en verde, señal de que había algo cerca...



-Pero si he mirado los alrededores de esta casa mil veces, y nunca he encontrado nada digno de ser desenterrado...



Con inquietud, se acercó hasta el visor, y extendió la mano para cogerlo, comprobando con ello que temblaba. Extendió el trípode y apoyó el aparato en el suelo. La luz verde brillaba con intensidad. Abrió la mirilla con dedos inseguros y se agachó para mirar a través de ella...



Una neblina verdosa cubría el campo de visión del aparato, algo normal cuando había poca luz. Despacio, fue girando el visor hasta abarcar la totalidad de la sala, deteniéndose a la entrada del pasillo.


-¿Qué coño...?


Ajustó el ángulo y la lente, para enfocar lo que en principio le había parecido una mancha borrosa hasta que pudo ver con claridad aquello que había llamado su atención. El pasillo aparecía en el visor lleno de... ¿cuerdas?. Jirones de cuerda parecían colgar del techo, ajados y bamboleantes, mostrando una macabra escena.



El joven levantó la vista, casi presa del pánico, para constatar que allí no había nada. Sin embargo, al mirar de nuevo por el visor las vio. Las fantasmales cuerdas que no parecían colgar de ningún sitio en concreto...


… y una sombra blanquecina que cruzó por delante de la puerta de su habitación, pasando de un lado de la bifurcación, al otro... lentamente...


Con un respingo, se separó bruscamente del aparato, mientras el sudor bajaba en gruesas gotas por su rostro y su respiración se entrecortaba.



-¡En el pasillo no hay nadie, joder! ¿Me estoy volviendo loco, acaso?


A pesar del terror, la necesidad de saber qué estaba ocurriendo lo instó a mirar de nuevo. Necesidad o necedad...


Porque cuando volvió a hacerlo lo que vio fue una etérea figura plantada justo delante de su cuarto, mirando hacia el salón, hacia él. Parecía una mujer, vestida con un camisón blanco, cuya cara era imposible de ver, oculta bajo una oscura melena. La mujer extendió ambas manos y tocó la pared a su espalda...



Con horror, el joven vio como dejaba impresas unas huellas que se le antojaron grotescas. Huellas que empezaron a reproducirse a lo largo de la pared de ambos lados del pasillo, como si cientos de manos estuvieran apoyándose en ellas, acercándose...

-.......

-.........


Ahora los escalofriantes murmullos, similares al sonido de la respiración, se oían con más claridad y parecían ser muchos.



Con un alarido producto del más absoluto terror, el joven se giró, derribando el visor al suelo y echándose a correr hacia la salida pero al llegar... la puerta se negó a abrirse.



-¡Ábrete, joder! ¡Ábreteee!- gritaba a pleno pulmón, tirando desesperadamente del pomo, pero era como intentar mover a un titán, puesto que no cedía un ápice.


Apunto del colapso, un sonido hizo que se detuviera de golpe, atenazando sus músculos. Un gruñido...


Despacio se giró...

… para ver delante de él la silueta de lo que parecía ser un perro... pero aquello no se parecía a ningún animal que hubiera visto antes.



Sus formas eran jirones brumosos de oscuridad, que fluctuaban y se retorcían a su alrededor. Donde debían estar los ojos, en su lugar brillaban dos ascuas que ardían con el fuego del infierno. Detrás de la bestia, se hallaba la figura de la mujer que había visto a través del visor, pálida, fantasmagórica. Con ojos desorbitados vio como las huellas que estaban impresas en el pasillo avanzaban también por las paredes del salón...


No podía ver su rostro, oculto entre los cabellos, pero sí sus labios, que se retorcieron en una horrorosa mueca a modo de sonrisa, mientras lentamente, extendía los brazos en una invitación...


… y la boca de la bestia se abría desmesuradamente, como ninguna boca podía hacerlo, mostrando a través de ella unos aterradores colmillos...


… y una carcajada demente se oyó desde todos los rincones de aquella casa...”





La voz del joven cesó, esperando por la reacción de los oyentes, que parecían estar expectantes e incluso algo nerviosos.


-¿Q-ué le pasó al hombre?- preguntó alguien, en un tartamudeo atropellado.

-A la mañana siguiente, sus amigos acudieron a su casa, alarmados porque no habían sabido nada de él desde la noche anterior. Al intentar llamar a la puerta, la hallaron abierta... Al penetrar en la casa vieron el visor de arqueología en el suelo, junto al cadáver del joven...

-¿Lo había devorado la bestia?- preguntó el orco que quería un relato sobre batallas.

-¿Encontraron las huellas?- preguntó otro.

-En la casa no había huellas, ni cuerdas, ni ninguna mujer... tampoco había marcas de dentelladas en el cuerpo del joven, ni ningún signo de violencia...; su cabello se había vuelto totalmente blanco, enmarcando un grotesco rostro que expresaba el más absoluto horror, en un gesto desencajado... Había muerto de miedo...



Más de uno de los que habían estado escuchando la historia tragaron saliva ruidosamente.



-Espero que el relato haya sido del agrado de todos- dijo el joven, sonriendo.

-Chico, me has erizado hasta los pelos del cogote...- dijo el hombre al que primero le había apetecido escuchar una historia-. Te mereces un aplauso.


Empezó con unas breves palmadas, que fueron acompañadas sin dudarlo por otras manos, en una ovación que el joven recibió con una educada reverencia. El gesto sirvió también para que la tensión en más de uno de aquellos pasajeros se relajara, agregando unas risillas nerviosas de paso.



Poco a poco se fueron dispersando, dejando al joven con sus compañeros y con Danielle, que parecía lívida.


-¿Os habéis asustado, querida?- preguntó Eléboro, con sorna.

-Me habéis dejado muerta de miedo- dijo la muchacha al joven-. Dudo que pueda conciliar el sueño ésta noche...

-Lo mejor para eso es que no durmáis sola...- aseguró la enana, con un pícaro guiño hacia su apuesto compañero, levantándose para estirar las piernas.



Un rato más tarde, la enana se encontraba en compañía de Puíta, cuyo rostro continuaba pálido.


-¿Aún estás mareado?


El enano negó de forma vehemente con la cabeza.


-Me estoy acoddando del delato...

-¡No jodas! ¿tú también te has acojonado?- preguntó, riéndose.

-Me ha puesto dos pelos de pudta... ¿Tú do te has impdesionado? ¿Ni un poquito?

-Hoombre, para serte sincera, algo sí. Su voz, los gestos de sus manos, la tensión que mantiene... lo hace bien, el puñetero. Y encima va a tener recompensa por ello también esta noche, si es que...


-Hefa...- murmuró Ayubu, que apareció como un fantasma junto a ellos, sobresaltando a ambos, aunque la enana intentó disimular el respingo-. Tá anochecie'do...- anunció. Sus compañeros lo miraron de forma interrogativa.

-¿Y?

-¿Tú ha mirao p'arriba?- preguntó.


Los enanos levantaron las cabezas al unísono como impulsados por un resorte. Entre los restos claroscuros del atardecer, observaron un cielo despejado, que brillaba con una miriada de estrellas, coronado por una hermosa luna llena...


...teñida de carmesí...


En ese momento, el aullido de un animal rompió la serenidad del sonido de las olas contra el casco del barco en su lento avance...



-E'ta noche e'tará llena de vudú...- les dijo el trol, luciendo una macabra sonrisa en su rostro pintado, para alejarse luego, silencioso como una sombra.


-¿Elébodo?

-Dime...

-¿T-te impodta que duedma contigo también hoy?- preguntó, tragando saliva.

-En absoluto...

miércoles, 15 de junio de 2011

Ánima Mundi: Onírica.

-Que sí mujer, tú pruébalo y si te gusta, ya sabes...
-Bah, pero no se yo si...
-Hazme caso...



-¿Y esas voces?...¡¡... ¿Y qué le ocurre a la mía? ¡Suena como si fueran muchas y ninguna al mismo tiempo! Y esta oscuridad...


”Con tranquilidad, solo debes escuchar... y esperar...”


La voz resonó en el interior de su cabeza, embotada por la extraña situación, sin embargo, su tono dulce y sereno le transmitió aquello que le pedía a su vez: un sosiego indescriptible.


Respiró hondo y agudizó el oído, para captar los sonidos apagados que llegaban hasta ellos desde algún rincón de aquella oscuridad impenetrable. Poco a poco, los sonidos fueron acercándose hasta convertirse en ruidos de una naturaleza desconocida...


Chasquidos, algo que crepitaba como el fuego, seguido de un extraño zumbido y un pitido...; sin lugar a dudas debía estar escuchando el ajetreo del taller de algún ingeniero gnomo... o magia...


Los sonidos cesaron y sólo quedó la oscuridad durante un tiempo que se le antojó eterno.


De repente, un atisbo de luz en la lejanía, un punto en la inmensidad de la nada, del vacío, que crecía en intensidad, acercándose... ¿O eran los ojos observantes los que llegaban hasta la luz? ¿Es música lo que oyen sus oídos?


Con una oleada, el brillo se intensificó hasta abarcarlo todo, cegando aquellos ojos en un mar de oro, haciendo que los cerrara, impidiéndole ver otra cosa que no fuera luz a su alrededor.


”Abre los ojos”


Obedeció y con asombro descubrió que no estaba sobre suelo firme...


-¿Q-qué es ésto? ¡M-me voy a matar!

”No te vas a matar, cálmate y déjate llevar...”

-Pero... ¿Quién eres?

”Lo sabrás, a su debido tiempo. Ahora, obedéceme”



El tono utilizado fue imperioso, imposible de ignorar, sin embargo no “sintió” que fuera una orden...


Al mirar de nuevo, notó que no caía, simplemente flotaba y bajo sus pies, se extendían los innumerables paisajes de Azeroth en todo su esplendor. “¡Espera! ¿Bajo mis pies? ¡No tengo pies! ¡Ni manos! ¿Acaso estoy...?”


”A su debido tiempo...”



No tuvo otra opción mas que rendirse ante todo aquello. Con un vistazo a su cuerpo constató que no tenía una forma definida; todo su ser era una brumosa y etérea silueta. En principio le pareció que flotaba, pero a medida que iba siendo consciente de su estado, se dio cuenta de que podía manejar a voluntad aquella flotabilidad, lo cierto era que estaba volando... Volando sobre la totalidad de la faz de Azeroth.


”No te asustes a partir de este punto...”

-¿Que no me asust...?



Su cuerpo pareció adquirir consistencia de improviso, haciendo caer en picado al observante, con un desgarrador grito de terror. Unos segundos antes de estrellarse contra el suelo, éste desapareció y la oscuridad volvió a envolverlo todo. Sintió el vacío en su estómago, o donde debería estar su estómago, como cuando caes, y de repente, frío. Mucho frío bajo su cuerpo.



Abrió los ojos lentamente y se encontró con el rostro húmedo y helado.


-Es-estoy... sobre nieve...- al hablar se tocó la garganta con inquietud-. ¡Mi voz! Es muy aguda y... ¡Mis manos!


Se levantó de un brinco y se miró de arriba a abajo. Contemplaba la figura de un gnomo... no, perdón, una gnoma.


-Soy una gnoma y ésto es Dun Morogh...


De repente, el observante se vio inundado por un tumulto de sensaciones que parecían invadirlo en tropel. Satisfacción, complacencia, cierto grado de contento...


”Estás viendo un mundo por primera vez...”

-Es fantástico...- susurró la aguda voz de la gnoma.

”Te llamas... Zaeryel”


Con éstas simples palabras, una cadena de acontecimientos surgió en su mente como si estuviera contemplando la existencia de alguien a través de sus ojos.


Una gnoma que crecía, que aprendía a convertirse en una humilde bruja. Un mundo nuevo, fascinante, pletórico de colores y formas, brillos y matices. Cada invocación, cada hechizo, cada nueva habilidad aprendida transmitía al observante un sinnúmero de sentimientos.


La escena cambió, mostrando a la gnoma acompañada de un varón de su misma raza y un elfo nocturno con nombre de goma de mascar. ¿Cómo sabía ésto el observante? No lo sabía, lo “sentía”. Parecían discutir algo, más bien, barajar los términos de un acuerdo...


Un nombre... un nombre apareció con insistencia en la mente del observante, un nombre para definir a un grupo de seres vivos, un nombre que no les hiciera sentirse ridículos, que pudiera entenderse sin estar en idiomas desconocidos, que fuera sencillo y fácil de recordar, que expresara unos ideales con tan sólo una palabra. Luego apareció una imagen: un color azul vívido, unos leones rampantes dorados...


La escena volvió a cambiar: ahora mostraba a una joven y tímida maga humana, que era tomada de la mano por la pareja de gnomos, acogiéndola entre ellos como una hermana. Los nombres de los demás sonaban confusos en la mente del observante, el de ella empezaba por E...


El tiempo pasaba y aquella gnoma vivía incontables aventuras. Otros seres de muy diversas razas se iban uniendo a ella en su periplo. Pero con el tiempo, el destino de algunos de aquellos seres se dividía, se separaba, bruscamente en ocasiones. A veces herían a la pequeña gnoma, otras veces no. Pero hubo alguno de aquellos seres que dejaron huella en su corazón, como el bravo guerrero cuyo nombre empezaba por R... o la dulce pícara elfa nocturna, Z...


También con el tiempo, la joven maga humana se volvió poderosa, mientras su pequeña amiga tardaba más en completar su aprendizaje...; poco a poco, la joven se fue alejando de la pareja de gnomos, mientras compartía su destino con otros seres...; aunque de vez en cuando se oían las risas conjuntas, con largas conversaciones en las que daban consejo a los dioses sobre cómo cambiar el mundo. En aquellos momentos, la pequeña gnoma parecía feliz... pero no tardaba mucho en alejarse de nuevo, la joven humana.


Llegado el momento, la pequeña gnoma se obligó a luchar como mercenaria en batallas que no eran las suyas, día tras día...; pero un brusco cambio torció su destino. Estaba en un reino peligroso, agresivo, donde los extraños te asesinaban impunemente, donde nadie castigaba los abusos cometidos por los más fuertes y, antes de que el gélido Rasganorte se abriera ante sus ojos, la pequeña gnoma bruja tomó una decisión...



Las imágenes cesaron en la mente del observante y la oscuridad se apoderó de nuevo de su ser. De improviso, algo tiró de su cuerpo con rudeza y volvió a sentir el vacío de la caída en su estómago, o donde debiera estar su estómago...



Abrió los ojos para ver un hermoso prado que se extendía más allá de la vista. Al mirar sus manos, vio que eran enormes, de tres dedos, más parecidas a las de un animal.


-Soy una tauren...- dijo, con una voz grave y profunda-. Y esto debe ser Mulgore.

”Te llamas... Tirma”


Al igual que como pasó con la pequeña gnoma, la mente del observante se vio arrastrada hacia una marea de vivencias y recuerdos. En ellos, la joven tauren, que decantaba su camino por las sendas druídicas, se hallaba en un reino pacífico, donde los asesinos perdían el tiempo esperando en los senderos. Poco tiempo pasó hasta que a la mente del observante acudió una imagen, tal como había pasado la vez anterior: un fondo negro y una cruz dorada...


La tauren desarrolló sus habilidades desde temprana edad con aquel grupo de seres. Para ellos, aquella insignificante tauren se convirtió en “La Orientadora”...; cualquier duda que pudiera surgir en sus mente, era inmediatamente preguntada a la tauren, que respondía de forma educada, despejándolas. No importaba lo que estuviera haciendo, siempre encontraba un hueco para sus hermanos. Así, la joven e inexperta tauren fue granjeándose el cariño y el respeto de aquellos seres, que poco a poco la consideraron una igual.


Mientras crecía, compartió su tiempo con un tímido pícaro elfo de sangre, T... ;que no pertenecía al mismo grupo de seres que ella, sin embargo, eso no fue impedimento para forjar una férrea amistad. Juntos, compartían mil y una aventuras, mil y un peligros, mil y un secretos, mil y una risas pero... el destino los separó y sus caminos tomaron diferentes sendas. Aún así, siempre guardó un hueco para aquel tímido elfo de sangre en su corazón.



Las escenas de la vida de aquella tauren fluctuaban continuamente en la mente del observador, mostrándole nuevos caminos: los de la responsabilidad. Se vio a sí misma comandando a un pequeño ejército de valientes seres, que como ella, apenas tenían la experiencia necesaria para hacer frente a las adversidades de la vida de un héroe. Aún así, aceptó el cargo que se le ofreció, con orgullo, con dignidad. A través del torrente de sensaciones que provenían de la tauren, el observador pudo sentir el miedo y la duda ante el fracaso. Pero aquellos miedos se disiparon cuando unas manos fuertes y experimentadas se apoyaron sobre sus hombros, diciéndole que confiaban en ella para ese cometido.



Así, aquel grupo de humildes seres, encabezados por la inexperta tauren, se engalanaron con sus mejores prendas de batalla y corrieron a hacer frente a las horripilantes y peligrosas criaturas que habitaban el extraño castillo de un mago demente...

Cada vez que un enemigo caía, cada vez que un grito de júbilo de uno de sus compañeros llegaba a sus oídos, la joven tauren transmitía una oleada de sentimientos hacia el observante: alegría, plenitud, dulzura, amistad...



El observante constató que fueron buenos tiempos, pero lo bueno no podía durar demasiado. Cuando los peligros de Rasganorte se abrieron ante los ojos de la tauren, aquellos seres a los que había dado y le habían dado todo, se transformaron en criaturas ávidas de poder, ansiosas de obtener los más valiosos tesoros aún a costa de la vida de los héroes que los acompañaban.


Un día fue invitada a ir con ellos a un escalofriante lugar, situado en las alturas de un nevado y lúgubre paisaje. Una fortaleza dividida en cuatro zonas, donde el hedor de la muerte y la ponzoña impregnaban cada una de sus paredes. La joven tauren se encontraba confusa. Ella estaba acostumbrada a su forma animal de oso temible, llevaba mucho tiempo controlando sus zarpazos, sus rugidos amenazadores, sin embargo, aquellos seres la instaron a cambiar a su forma felina, que desconocía totalmente. Mientras avanzaban entre aquellos tenebrosos pasillos, hubo algo que hizo que un estremecimiento recorriera su espalda: la voz de sus compañeros... era fría, carente de sentimientos, no había satisfacción, ni alegría...; era como oír las gélidas voces de los Caballeros de la Muerte...


El destino volvió a obrar y aquellos a los que una vez había llamado compañeros, se transformaron en desconocidos a sus ojos y la traición se cernió sobre ella, sepultándola en el vacío del olvido.


La joven tauren tomó una decisión que heló la sangre del observante: guardando en un rincón de su corazón los maravillosos momentos pasados juntos a aquellos que consideraba amigos: el adorable cazador H..., los dulces chamán y guerrero C... y S..., las siempre calladitas trol A... y R...; arrojó por un precipicio todos sus arreos de batalla, que tanta codicia despertaban entre los seres de aquel reino y luego se arrojó ella misma, sumiéndose en la oscuridad...


...Tal como le pasó al observante, que sólo pudo sentir la humedad resbalando por sus insustanciales mejillas. Esperó volver a ver la luz de nuevo, sentir el tirón previo que acompañaba la contemplación de una nueva vida ante sus ojos pero nada ocurría.


-¿Ya está?- preguntó-. ¿Así acaba todo?

”No, pero el tiempo pasó sin detenerse hasta ver un nuevo alumbramiento. Ten paciencia y espera...”


Como la voz prometió, al cabo de un largo lapso de tiempo, su etéreo cuerpo se vio impelido de nuevo, arrastrado como un muñeco hacia lo desconocido. Volvió a sentir la humedad y el frío en el rostro...


-¿Estoy de nuevo en Dun Morogh?- preguntó, con una voz femenina de rudo acento.


Bajó la vista para ver un cuerpo ágil y vigoroso, aunque de pequeña estatura.


-Ahora soy una enana...

”Te llamas... Eléboro”


Esta vez, la oleada de sensaciones, recuerdos y vivencias estuvo a punto de colapsar al observante, que jadeó asombrado ante la fuerza de las revelaciones. En primer lugar, sintió una inmensa felicidad por volver a estar entre los suyos, entre el pequeño gnomo extravagante y la joven maga humana. Luego, tal como ya había pasado una vez, constató que no podía estar a la altura de la joven maga, cuya existencia pasaba lejos de la suya, en compañía de otros seres, compartiendo largas conversaciones a través de medios mágicos en los que la joven enana de anaranjadas trenzas no tenía lugar. Pero no le importó, continuó sus andanzas por aquellos terribles caminos plagados de asesinos, ávidos de su sangre y del placer que les proporcionaba ver muerta a una criatura débil que no podía defenderse, pero daba igual, se había impuesto a sí misma la determinación de seguir la senda del héroe.


En esa senda conoció a muchos otros seres y al igual que pasó con la pequeña gnoma, unos dejaron huella y otros no, unos produjeron tristeza, otros enfado e incluso ira, otros, simplemente decepción; pero algunos dejaron su impronta de risas y buenos momentos, dignos de recordar para siempre. Al igual que el recuerdo de tantos otros que quisieron compartir con ella los tortuosos caminos del héroe a partir de aquel momento: B..., D..., G..., S..., V..., I..., E...


Y así lo hicieron, internándose todos juntos en la fortaleza inexpugnable del malvado Rey Exánime, en un sinnúmero de peligros, que aquellas criaturas combatían sin miedo, incluso con descaro y atrevimiento. El observador rió a mandíbula batiente cuando vio a aquellos aguerridos héroes delante de una durmiente hembra de dragón, mientras uno de ellos explicaba a los demás que... “los enemigos que aparecerían por ambas puertas tenían una inclinación sexual específica...; los llamados Geist...”



La conexión mental o más bien, espiritual, se cortó de repente, sumiendo de nuevo al observante en la oscuridad.


-¿Qué ha pasado?- preguntó con una voz que eran todas y ninguna.

”¿Qué has sentido, hasta éste momento?”

-De todo, miedo, ira, decepción, tristeza, pero también alegría, dicha, cariño...

”Ahora, quiero que prestes especial atención...”


Y, como si fuera una mano que se metía en su cerebro, cálida, algo o alguien colocó allí un montón de recuerdos concretos:


El recuerdo de una pequeña bruja recogiendo en sus temblorosas manos un anillo de oro que le entregaba su amado gnomo y que conserva como un tesoro...

...de las conversaciones a altas horas de la madrugada con la joven maga, mientras daban consejos a los mismísimos dioses, hablando de ángeles de buen ver y mejor tomar y de las innumerables bromas pesadas del díscolo gnomo hacia la muchacha...

...de sentir cada vez más lejos a la joven humana hasta verla casi desaparecer, en mas de una ocasión y de dos...

...de una joven cazadora elfa nocturna que conoció a una dulce pícara elfa de sangre...

...de un bravo guerrero, siempre sonriente, que tenía más de una canción en los labios para solazar los espíritus...

...de la despedida de la joven humana que veía desmoronarse su mundo y de las lágrimas de ésta al ver el humilde regalo que le hacía una pequeña bruja...

...de las sensaciones de soledad y traición que provenían de esa misma joven, a la que abandonaron aquellos a los que ella llamaba “amigos”...

...de un trío de taurens sentados al calor de una hoguera, mientras uno de ellos hacía rabiar a su compañera, "resbalando" su martillo sobre las cabezas de perritos de la pradera...

...de escenas de una pareja de gnomo y elfo nocturno, guerrero y sacerdote, respectivamente, que se lo pasaban de lo lindo juntos...

...de los momentos, tanto buenos, como malos, vividos junto a seres a los que llegó a coger mucho cariño a algunos, inquina a otros, la joven tauren druida...

…de los alardes de heroicidad de los que hacía gala una enana de anaranjadas trenzas junto a un grupo de seres con los que compartía carcajadas y botín a partes iguales, sin importar cuántas veces se fuera a visitar al Ángel de Resurrección...



”¿Sabes ahora quién soy?”

-Tú eres... el depósito de estos recuerdos...

”Lo que has visto y oído son las evocaciones contenidas en muchos seres y ninguno. Mira bajo tus pies y dime qué ves... porque ahí obtendrás la respuesta ...”


El observante así lo hizo, a pesar de que en un primer momento sólo veía oscuridad. Al fijar su vista hacia abajo, la visión de estar volando sobre la faz de Azeroth hizo acto de presencia de nuevo, dejando al observante sin habla, con el pecho henchido de una pletórica sensación de libertad...


-¿Qué es todo esto para ti?- preguntó el observante en voz alta, haciéndose oír entre el viento que azotaba sus oídos.

”Recuerda lo que te dije antes... fíjate bien...”


Entre los diferentes paisajes que pasaban raudos ante sus ojos empezó a percibir el débil contorno de lo que parecían ser letras...


...W
...A
...R
...C
...R
...A
...F
...T


Una carcajada gozosa brotó de la garganta del observante.


-¡Eres el puñetero Pastelero!


Con estas palabras, la oscuridad se abatió de nuevo, para dejar paso a la escena más extraña que había visto en su vida:


En ella, sólo se veían unas manos, aparentemente femeninas, sobre una caja de metal negra y gris. Aquellas manos parecían pulsar botones aleatoriamente sobre la parte de abajo de la caja, con forma de libro abierto. Lo que más llamó la atención del observante, fue la superficie brillante y llena de color que exhibía aquel recipiente, si es que eso es lo que era, en la parte superior. Sin duda, lo que contemplaba era una magia poderosa que iba mucho más allá de su comprensión.



Un suspiro de asombro brotó de sus labios, cuando una pareja de seres que no había visto en la vida, saludaron alegremente desde aquella brillante superficie. Parecían ser macho y hembra: hermosos, él de piel oscura y blanco cabello, dulces ojos del color del oro y unas puntiagudas orejas. Ella de largo y ondulado cabello castaño, bellos ojos azules, jaspeados de ámbar y piel bronceada, con un ligero matiz dorado.


-¿Quiénes sois y qué es "eso" donde os encontráis?

-No somos muy diferentes de ti...- contestó el varón.

-...Y aunque no te lo creas, estamos en el mismo lugar que tú...- dijo ella, sonriente.

-No entiendo...

-Todo lo que has visto, todo lo que eres y lo que somos nosotros, todo forma parte del mismo universo, el Ánima Mundi del creador.

-Bienvenida a Onírica: Un Mundo de Fantasía...

-¿Q-qué...?

”Es hora de despertar. Hasta la próxima, Eléboro...”




-¿Elébodo? ¡Elébodo!



Sintió como le daban un ligero cachete en la mejilla.


-¿E-eh? ¿Q-qué...?

-Menos mal que despiedtas, me estabas pdeocupando...

-Arcturius...- susurró ella, mirando al enano a los ojos, en los que se veía la inquietud.

-Si soy yo... te quedaste dodmida encima mío ¿Decueddas?- dijo, con una amplia sonrisa en la que mostraba su único diente-. Embezaste a movedte como una loca y tdaté de despedtadte, pedo hija, estabas como un tdonco...

-Arcturius... ¡He tenido un sueño rarísimo, joder...!- aseguró, frotándose la sien como si le doliera la cabeza.

-¿Bueno o malo?

-Ambas cosas...

-¿Sobde qué iba?

-Había gente que he conocido y otros desconocidos para mí, incluso criaturas que no he visto en ninguna parte de Azeroth. En realidad, no tengo ni la más mínima idea sobre qué iba...; pero tengo la impresión de haber soñado con el dueño de mi destino...

-¿¡Con los dioses!?

-No exactamente...- se paró, recordando la extraña evocación-. Onírica: Un Mundo de Fantasía...- susurró, distraída.

-¿Qué has dicho?

-Nada- se apresuró a contestar-. Una cosa, Arcturius...

-Dime.

-Recuérdame que la próxima vez no cene tanto, que no estoy acostumbrada y me da por tener alucinaciones.

-Anda que...



El enano se echó a reír para luego ser coreado por su amiga, todavía confusa.

domingo, 12 de junio de 2011

Carpe Noctem...

-Creo que es hora de ponernos en camino- dijo Eléboro al resto del grupo.



Llwyn los había dejado con la promesa de volver a encontrarse algún día, llevando consigo la noticia de su marcha para comunicarla a su hermano, el sacerdote. Con un abrazo, el druida de largo cabello verde y la enana de anaranjadas trenzas, se despidieron sin decirse nada más, porque no era necesario. Esa noche, ella había decidido abrir su corazón y él había agradecido el gesto, sintiendo cada palabra pronunciada por aquellos labios como sólo un kaldorei podía hacer.




Después de la despedida, decidieron dormir algo hasta el amanecer para luego poner rumbo a Tuercespina. El viaje sería largo y necesitaban descansar, aunque hubo alguien que no pegó ojo en lo que restó de noche. El joven de cabello negro como ala de cuervo abrió los suyos, en el soñoliento estado previo al despertar, para comprobar que su amiga descansaba, mirando el cielo que empezaba a teñirse con las tenues luces del alba. Con una mano apoyada bajo su cabeza y la otra sobre el pecho, el hombre comprobó que la enana sujetaba con fuerza la daga que había cambiado su destino; sus enrojecidos ojos decían a todas luces que no había dormido absolutamente nada, perdida en sus recuerdos.


-Eléboro...¿estás bien?- susurró él, con la preocupación en el rostro. Ella se giró y sonrió débilmente.

-No te preocupes por mí, estoy bien. Vuelve a dormir...

-He dormido suficiente, cosa que no se puede decir de ti.

-Pensaba pequeño, pensaba...- con un rápido movimiento, la enana se puso en pie, guardando la daga a continuación en su bolsa-. Bueno, si te vas a quedar despierto entonces ayúdame a preparar algo para desayunar- le dijo, con una sonrisa.

-¿Y éstos?- preguntó él, señalando a sus compañeros, que dormían a pierna suelta.

-Déjalos roncar un poco más; no sé ni cómo no hemos atraído algún bicho infame con su sutil forma de descansar...



Los dos rieron al unísono, observando a la pareja acostada. Puíta yacía despatarrado sobre su manta, emitiendo estruendosos ronquidos y Ayubu dormía plácidamente con Nzambi encima de su abdomen. En algún momento de la noche el chacal, que descansaba a los pies de su amo, había ido ganando terreno hasta acoplarse en un lugar más acogedor.



Al cabo de un buen rato, los cuatro ya estaban preparados para internarse en los caminos que los llevarían hasta su destino.


-Éste parece ser el recorrido más cercano para llegar a Tuercespina y de ahí, a Bahía del Botín- dijo la enana, señalando la zona en el mapa que llevaba consigo-. Iríamos mucho más rápido si alguien no le tuviera pánico a volar...-terminó, mirando a Puíta con una sonrisa socarrona.

-Do siento Edébodo, pedo soy un enano ad que de gusta sentid da tieda bajo dos pies.

-Ye'do co'migo no vá a tené p'oblema p'a llegá- aseguró Ayubu-. Me cono'co esa se'va como la p'ama de mi mano...

-No lo pongo en duda, pero ni se te ocurra llevarnos a hacer turismo...

-Loh Loa me libren, hefa- dijo, poniéndose una mano sobre el pecho, en un gesto inocente.



Una horas más tarde, bien entrado el día, se internaban en la selvática y peligrosa zona del Norte de la Vega de Tuercespina, tierra de fieras y trols...



-¿Tienes familia por aquí, Ayubu?- preguntó la enana, rompiendo el acompasado sonido de los cascos de las bestias.

-¡Kiá!- chasqueó, negando con la cabeza-. Yo me crié en e' poblao Sañadiente. Au'que mi padre era Secaco'teza...

-¡No jodas!- exclamó Eléboro, con asombro-. Siempre pensé que eras Lanza Negra.

-Y soy La'za Negra... la mitá, a meno. De toas fo'mas no hago mucho caso de la tribu, yo soy tró, a secah, peeeero...

-¿Pero?

-...me llevo mu má co' lo Sa'grapelleho. Te'go un problema pe'soná con Gan'zulah, su hefe...- aseguró, con una sonrisa siniestra.

-Bueno es saberlo, por si nos encontramos con alguno- dijo el joven, con un suspiro.

-Dehemo e'tonce la' ruina' tra'quila, sobretó la' de Zul'kunda...



En ese momento, escucharon un grito desgarrador que parecía provenir no muy lejos de donde estaban.


-¡Eso ha sonado a doncella en apudos!- gritó Puíta, espoleando a su carnero antes de que a sus compañeros les diera tiempo a reaccionar.


Eléboro resopló exasperada.


-Dichoso enano y su debilidad por las faldas...- bufó, restallando las riendas de su animal para ir en pos de su alocado amigo.


Al llegar, vieron a dos hombres y una mujer, montados sobre unas cabalgaduras que estaban atenazadas por el pánico. Frente a ellos se alzaba amenazador un gigantesco tigre blanco que rugía con ferocidad, asustando a los caballos. Uno de los hombres consiguió controlar su bestia lo suficiente como para sacar un rifle que llevaba a la espalda y apuntar con él al felino. Ayubu dio un respingo sobre Bantú, su raptor, al ver el gesto y corrió hacia el humano como una exhalación.



-¡Ni se te ocurra dispará a ese gato!- gritó, bajándose de un salto del raptor antes de frenarlo. Aterrizó ágilmente sobre ambos pies, interponiéndose entre ellos y el tigre-. No atacará si no lo hacéih vosotro primeroh...

-¡Apártate sucio trol, o te abatiré a ti también!- gruñó el hombre.

-Yo de vos no haría eso- dijo Eléboro, con calma-. Ese “sucio trol” es amigo mío...

-¿Y quién demonios eres tú?- preguntó el humano, encarándose con la enana.

-¡Sven!-gritó la mujer-. ¿Qué modales son esos ante quien os trata de vos?- preguntó, indignada.



Haciendo caso omiso de la refriega que estaba a punto de formarse a su alrededor, Ayubu se dio la vuelta y se agachó frente al enorme felino, alzando la mano a la vez que cantaba en una extraña lengua. Todos los presentes dirigieron sus miradas hacia el trol, que continuaba su cántico mientras lentamente, acercaba la mano a la cabeza del animal. Con asombro, el trío de humanos vio como la bestia parecía relajarse, convirtiendo sus rugidos amenazadores en gruñidos roncos hasta que Ayubu consiguió acariciar la testa, cesando así su melodía. Con unas palabras del trol, pronunciadas de forma dulce y tranquilizadora, el tigre echó a correr, desapareciendo entre la espesura de la jungla.



-Habéih e'tao a pu'to de matá a un cachorro de Ba'galash...- dijo, poniéndose en pie. Ignorando al humano que aún sujetaba el rifle entre sus manos, se subió a lomos de Bantú, seguido de cerca por Nzambi, que gruñó al pasar junto al hombre.

-Sven, creo que le debes una disculpa a éstos caballeros... y a la dama- dijo la joven.

-Lo siento, me ofusqué y actué pensando que iba a devorarnos...- dijo, casi a regañadientes.

-Discu'pas ace'tadas. Pero tené en cue'ta que las be'tias tamién se asu'tan. Ya basta'te tienen co' lo' chiflao de Nesi'wary.

-Os pido disculpas yo también. Somos viajeros e íbamos camino de Bahía del Botín cuando fuimos sorprendidos por el animal- dijo la mujer, mirando directamente a la enana.

-No tenéis por qué, se aceptan igualmente. Si no os importa, proseguiremos nuestro cam...

-Tal vez podríamos acompañaros, si mis compañeros no tienen inconveniente. Vamos en la misma dirección.



Eléboro se giró, fulminando con la mirada al dueño de aquella arrobadora voz. Con sorpresa descubrió que el joven de oscuro cabello observaba a la mujer con un brillo de complacencia en sus profundos ojos grises.


-¿Haríais eso? Sois todo un caballero, sin duda alguna...
-Una agradable compañía siempre viene bien y vuestra obnubilante presencia es más que bienvenida...


El enano tuvo que contener la risa que amenazaba con brotar de su garganta, provocada a partes iguales entre el énfasis poético del joven y la cara de “Yo a éste lo mato” de su amiga de anaranjadas trenzas.



-No tengo... inconveniente alguno...- masculló Eléboro entre dientes, sin apartar la mirada del joven.

-A mí lo mi'mo me da, sie'pre y cua'do no vayáih a matá a otro gato...

-Pod mí, pedfecto.

-¡Sea pues! Os estoy realmente agradecida.



Y así, los siete se pusieron en camino de nuevo, con sus nuevos acompañantes encabezando la marcha.


-¿Y yo soy el de las faddas?- preguntó el enano, sonriendo abiertamente mientras dirigía un pícaro guiño a la malhumorada enana.


Ésta se adelantó hasta ponerse a la altura del joven, al que agarró por una manga para obligarlo a refrenar su montura hasta quedar al paso junto a ella.


-¿”Obnubilante presencia”?- preguntó en un susurro-. Sólo te faltó decir: “Oh, en verdad os digo que sois una gran beldad...y bajo vuestras calzas deseo reposar...” aunque, no me lo digas, eso viene después ¿no?

-¿Qué tiene de malo que escoltemos a ésta gente hasta que lleguemos a Bahía del Botín?

-De malo nada, sólo si tenemos en cuenta que estamos “huyendo”...

-Eléboro, no tienen pinta de ser del IV:7...



En eso tenía razón: los hombres llevaban ropas de calidad y la experiencia le había dado la habilidad de detectar el peligro en los rostros y la forma de moverse de las personas; éstos no parecían ni siquiera saber defenderse a sí mismos. Ella llevaba un vestido, a todas luces caro, que la obligaba a mostrar más piel de la debida a la altura de los muslos, al montar a horcajadas. Un hermoso cabello castaño, cuyas ondulaciones caían sobre sus hombros, un físico atractivo, una piel fina y unas manos bien cuidadas, la identificaban como una joven de buena posición, poco acostumbrada al polvo del camino. La enana se resignó al mirar a aquella mujer; no le extrañó que hubiera desatado pasiones entre sus compañeros...



-Haz que merezca la pena la pérdida de tiempo, como mínimo. Tienes dotes para eso, galán descarado...- dijo al final, dándose por vencida.


Al joven se le iluminó el rostro ante el beneplácito de su amiga, aunque fuera con un refunfuño.


-Te debo una- dijo él, acercando su montura para tomar a la enana de la mano y depositar un caballeroso beso sobre ella.

-Me la cobraré, no te quepa duda...- contestó, dando una palmada a la grupa del frisón negro del joven, que corrió presto hacia la chica-. ¡Tsé! ¡Tú quieto aquí!- dijo, sujetando por la brida el carnero de Puíta, que parecía ir en la misma dirección-. Olvídate de esa falda...

-¡Oh, vaya!... ¿No poddé competid?... ¡E-eda bdoma!- agregó al ver la furibunda mirada de su amiga.

-¿Eres tú el único que piensa con la cabeza, Ayubu?- le preguntó la enana al trol, cuando pasó por su lado.

-No me gu'ta esa humana flacucha- dijo él, encogiéndose de hombros-. De toas fo'mas loh tró noh apareamo una vé en la vida... y no pensamo demasiao...


La respuesta arrancó la risa de la pareja de enanos.



Llegaron a las puertas de Bahía del Botín siendo ya de noche, para constatar que el retraso sufrido por ir acompañados les había supuesto perder el último barco que zarparía ese día rumbo a Trinquete.

-El “Fantasía de la Doncella” no partirá de nuevo hasta el amanecer- les aseguró un marinero que recogía unas jarcias.

-¡Oh vaya!...- murmuró la joven, que parecía hasta sorprendida-. Entonces tendremos que quedarnos aquí ésta noche. ¿Nos hacéis el honor de aceptar una cena con nosotros? ¡Por cierto! Tú eres Rüdiger- dijo, señalando al joven de cabello negro, lo que provocó que la enana arqueara las cejas en un curioso gesto-. Mi nombre es Danielle, ellos son Sven y Ulmar...¿y el vuestro?

-Gustav Puño de Hieddo, pada sedvidos- contestó Puíta, haciendo una profunda reverencia.

-Ayubu.

-¡Qué pintoresco! ¿Significa algo en vuestra lengua?

-E' Devoradó...- contestó, pasándose la lengua por los labios en un gesto que casi hizo gritar a la muchacha. Luego se marchó, sin más, con Nzambi correteando a su lado.

-No le hagáis caso- dijo la enana, sacando a la joven de su horrorizado estupor-. Yo soy... Ulricka. Y sí, estaremos encantados de que nos “invitéis” a una cena...; nos vemos en la posada.



La joven aceptó el compromiso con una educada inclinación de cabeza. Creyó recordar haberlos invitado a compartir con ellos una cena, no a hacerse cargo del pago, pero Eléboro había torcido la situación a su favor, cambiando una simple palabra que sabía que la muchacha no iba a discutir. Se notaba una mujer refinada que no podía permitirse el rebatir asuntos que concerniesen al vil metal...


Con una sonrisa de triunfo, la enana de anaranjados cabellos arrastró consigo al joven, dirigiéndose junto al resto de sus compañeros a la posada.


-¿¿Rüdiger??- le preguntó, cuando estuvieron lo suficientemente lejos.

-Fue el primer nombre que se me vino a la cabeza. Tirma tenía un amigo de la sociedad de Boticarios que se llamaba así...

-Entre ese y lo de “Gustav Puño de Hierro” me habéis matado...- dijo riéndose, pero al poco se paró, pensativa.

-¿Ocurre algo?

-Ocurre... que acabo de darme cuenta de que llevas tanto tiempo ocultando tu nombre que ya lo haces instintivamente...- contestó, apenada-. Ya no tienes que distraer “las atenciones” de aquellos que intentaban saber sobre mí...; estás conmigo, soy yo la que te protege ahora...


El joven la miró emocionado para tomarla luego de la mano y evitar que siguiera andando. Se arrodilló a su lado sin importar quién estuviera observando y le depositó un beso sobre la frente.


-Eléboro...no, Arabelle... eres el sol que ilumina mis mañanas...

La enana lo abrazó a su vez.

-Y tú eres el apuesto joven que tiene mi corazón guardado bajo llave, mi pequeño Dominic...


-¡Qué momento más bonito! ¿No, Gossyk?


La frase, proferida en un grosero tono, con una chillona voz, hizo que ambos se giraran para encontrarse con una pareja de guardias goblins.


-¡Id a una posada, joder!- les espetó el tal Gossyk-. Qué asco me dan éstos que se lo montan con cualquier raza...- susurró al pasar por su lado, para luego escupir en el suelo mientras se alejaba con su compañero, emitiendo sonoras risotadas.


El joven se crispó ante el comentario y se levantó hecho una furia con la intención de hacerles pagar caro el insulto.


-¡No! Déjalo estar...- pidió Eléboro, sujetándolo por la camisa-. Estamos en su ciudad, son sus normas, no quiero problemas...

-¡Les padtía la cada a patadas!- rezongó Puíta, que permanecía junto a ellos.

-Hace tiempo que aprendí que si por cada afrenta que recibimos pagásemos a cambio con los puños, no tendríamos más que dos muñones en lugar de manos...; no merece la pena. Vamos, que no quiero hacer esperar a nuestra anfitriona, ni quiero que la comida me siente mal. Además, hay que alquilar las habitaciones- dijo, al tiempo que se levantaba y se encaminaba hacia la taberna.

-Mmmm ¿Una pada cada uno?- preguntó el enano risueño, para suavizar la tensión del ambiente.

-Ni de coña, cogeremos dos y las compartimos... ¡Yo con él y tú con Ayubu!- aclaró, viendo las aviesas intenciones de su amigo-. Que entre los ronquidos de los dos, ni os enteráis...



Poco después estaban disfrutando de una opípara cena, regada con excelente vino, patrocinada por Danielle y sus acompañantes. Charlaban alegremente, pero la trivialidad de dicha conversación y las miradas penetrantes, casi apasionadas que se dirigían Danielle y “Rüdiger”, empezaban a cansar a la enana, agotada ya de por sí. Sucedería lo que tuviera que suceder y Eléboro no tenía dudas sobre las altas probabilidades de que la noche acabara para ellos dos entre un revoltijo de encajes, pololos y piel regalada con caricias...



-Señores, señorita..., si me dispensáis, me retiro a descansar- anunció, reprimiendo un falso bostezo-. Ha sido una agradable velada.

-Lo mismo os digo Ulricka, vuestra compañía ha sido un placer- contestó la joven.

-Que paséis buena noche...- se despidió con una sonrisa traviesa, para luego acercarse al joven, haciendo ver que le daba un casto beso en la mejilla-. A ti ni te espero...-le susurró al oído.



Con paso decidido subió las escaleras que la conducían a su habitación, en la que tendría toda la noche para dormir... o pensar...


Una horas más tarde, alguien tocó débilmente a su puerta.


-¿Elébodo?- preguntó la voz de Puíta, con timidez.

-Pasa, estoy despierta...- contestó ella. El enano penetró en la estancia, iluminada con el tenue resplandor de un candil.

-No puedo dodmid con los donquidos de Ayubu... de todas fod...- se interrumpió al ver a su amiga, sentada en la cama con la espalda apoyada en el cabecero y los ojos lacrimosos-. Elébodo...

-Estoy bien, no me pasa nada- dijo ella, sorbiendo por la nariz-. Es sólo que yo tampoco puedo dormir... ¿Qué haces?- preguntó al ver que el enano se quitaba las botas y se subía de un salto a la cama, acomodándose junto a ella.

-Haced compañía a una insomne. Si no bodemos dodmid ninguno de los dos...; si quiedes me voy.

-No, quédate.


Durante unos minutos permanecieron en silencio, mirando al vacío, hasta que Eléboro preguntó:


-¿La echas de menos, Arcturius?


El enano enarcó una ceja, interrogante, hasta que comprendió.


-Bastante- contestó-. Aunque guaddo esa noche como un tesodo aquí dentdo...- dijo, señalándose el pecho con un rechoncho dedo-. Tú también do echas de menos ¿veddad?

-Demasiado...; anoche fui plenamente consciente de hasta qué punto.


Unas silenciosas lágrimas bajaron por sus mejillas.


-Ven aquí, anda- dijo él, cogiéndola por los hombros y acercándola a sí-. Mida que buedes llegad a sed tedca. Siempde disimulando pada que los demás sigamos con nuestdas vidas; pedo yo soy enano, no gidipollas. Además, sólo be llabas Adctudius cuando estás tdiste o sedia...


Eléboro emitió una ligera y cansada risa.


-Me tienes calada, puñetero enano- dijo, aceptando los brazos que se le tendían-. No sabes cuánto necesitaba ésto...

-Pues cuando quiedas un abdazo, no tienes más que pedídmelo. Tú pide pod esa boquita, que si quiedes adgo más...

-Ni lo sueñes- contestó ella-. Baja un poco más la mano y despídete de ella.

-No peddía nada pod pdobad.

-Capullo...

-Yo también te quiedo...



Y así, los dos enanos se quedaron abrazados en el silencio de aquella habitación. Él con la espalda apoyada en el cabecero de la cama y ella acurrucada entre sus piernas, apoyada sobre su pecho. Escuchando la acompasada respiración de su compañero, Eléboro se quedó profundamente dormida, mientras él no tardaba mucho más en rendirse al cansancio.


Sólo aquel enano de barba y cabello castaño y dulces ojos azules que, como bien le había dicho ella una vez, no era una belleza, conocía las auténticas debilidades de la amiga que se cubría con una gélida coraza de fuerza desde que la había conocido.


Curiosamente, Arcturius ni se movió, ni roncó aquella noche...



*N. del A.: Carpe Noctem significa: "Disfruta la noche". Literalmente, "cosecha la noche" en latín. Como se puede ver, cada uno lo hizo a su manera...

miércoles, 1 de junio de 2011

Origen: Fría es la venganza, amargo el asesinato.


-¿Qué parte fue la primera que te saltaste?- preguntó, casi con timidez, aunque se imaginaba la respuesta.

-”No busques venganza...”



Los luminosos ojos dorados de Llwyn se entrecerraron, pero su rostro permaneció imperturbable. Era complicado leer entre líneas en los posibles pensamientos de un kaldorei.



-Imagino que no estarás interesado en escuchar esa parte de la historia...- dijo Eléboro, mirando directamente al elfo nocturno de cabello verde tumbado junto a ella-. Los druidas sentís un gran respeto por la vida; en esa parte de mi pasado me pasé de largo ciertas doctrinas...

-Al contrario- aseguró Llwyn-. Me gustaría conocer también esa parte de ti.

-¿Es curiosidad lo que anida en tu alma? ¿Como la vez en la que desafiaste a tu gente cometiendo el ignominioso acto de yacer con una enana?- preguntó, torciendo la comisura de sus labios en una burlona sonrisa.



El joven de cabello negro disimuló con un carraspeo el hecho de que su garganta había desobedecido y la saliva había tomado el camino que no era al intentar tragarla, después de escuchar las palabras de su amiga, pronunciadas con total tranquilidad. Puíta sacudió la cabeza en un gesto negativo a la par que sonreía y Ayubu soltó un “¡Kiá!”, lo suficientemente bajo como para no despertar la ira de su compañera.



-Reconozco que cuando éste joven comenzó a narrar tu historia, lo que sentía era mera curiosidad- explicó Llwyn, sin dejar de mirar a la enana. Los dos parecían no prestar atención a las reacciones de los demás-. Pero después de saber que bajo esa gélida coraza con la que llevas años cubriéndote late un corazón que es capaz de amar... me gustaría conocer la oscuridad que zanjó la deuda de sangre.

-Como quieras, pero posiblemente no vuelvas a tener la misma opinión sobre mí...

-En eso te equivocas- le dijo el druida, con seriedad.

-Muy bien, entonces permitiré que la voz de mi pequeño descanse, contándote yo misma lo que sucedió a partir de aquella noche...






“Después de verter toda mi rabia y mi dolor en forma de lágrimas sobre el cuerpo ya frío del único hombre al que he amado, tomé la determinación de pasar por alto la Lección Número Seis con todas sus consecuencias.




Con los ojos enrojecidos y la cabeza embotada, lo primero que hice fue intentar proporcionar descanso eterno a aquel mancillado cuerpo, que había cubierto como podía con sábanas. Salí fuera en dirección al cementerio. Incapaz de razonar, mi mente ni siquiera era consciente de que aún podía estar deambulando por allí aquel que le había arrebatado la vida a Björn; lo único que deseaba era encontrar al sepulturero y cuando lo hice, le pagué lo suficiente como para que se llevara el cadáver y lo enterrara donde yo le indiqué, sin hacer preguntas de ningún tipo. Esa noche aprendí otra lección al percatarme de la cara de codicia de aquel desdentado y sucio humano al ver las monedas brillar a la luz de la luna: con oro también se consiguen doblegar las voluntades...



Después de asegurarme de que Björn descansaría bajo la tierra de la que provenimos los enanos, regresé a la casa para hacer algo por lo que ya no podía ser regañada: registrar sus pertenencias. Después de limpiar la sangre que encharcaba el suelo, me dirigí hacia su bolsa y vacié su contenido sobre la cama: un par de mudas de ropa y una capa de repuesto, algunas piezas de oro ocultas bajo el fondo de la bolsa y una daga en una sencilla funda de cuero negro, aparte de las que solía llevar encima que descansaban sobre la silla; sin embargo, algo llamó mi atención: nunca había visto aquella daga, cuya hoja, del más puro mithril y surcada de runas la identificaban como pieza de manufactura enana; la empuñadura, cubierta de ébano y engastada con adornos de obsidiana y jade, era en sí misma una obra de arte, aunque tenía un detalle: una tira de cuero enrollada a su alrededor y pendiendo de ella, un colgante de plata con forma de pieza de ajedrez, el rey.




Observando aquel hermoso puñal y preguntándome el significado de aquel colgante, si es que tenía alguno, reparé por el rabillo del ojo en algo que antes se me había pasado por alto: junto al resto de las pertenencias que yacían esparramadas encima de la colcha, asomando por debajo de la capa, había un apretado rollo de pergamino. Al abrirlo comprobé que eran varios documentos, unas listas de nombres, cantidades y transacciones; en todos ellos aparecía un sello con un símbolo, la palabra “Gadgetzan” y una firma ilegible, encima de la cual se leía “El Príncipe Mercante:”. Al leer aquellas listas descubrí que algo más se repetía: los nombres de Shutterfikk Von Pattel y Syzzix Potterfate aparecían en todas ellas...



Unas semanas después de aquello me encontraba recordando los hechos, ahogando mis penas en una jarra de cerveza aguada en una posada de mala muerte. Recordaba las últimas palabras de Björn, su cuerpo frío horas después, su entierro, la visión de las pertenencias que no me había quedado ardiendo en el fuego del hogar... Nada me importaba en aquel momento, me daba igual que entraran por aquella sucia puerta una caterva de enanos de brillante armadura que habían dejado sus grifos fuera, gritando: “¡Apresad a esa bastarda de pelo naranja!”.



Incluso pensaba que me harían un favor quitándome de en medio, pero no fueron unos guardias los que entraron por aquella puerta, aunque sí era enanos. Mi vista se desvió de la jarra para observar a aquellos que habían tapado la luz del exterior con sus cuerpos y vi a una pareja penetrar en la posada. Él no se parecía en nada a Björn y a ella me dio la impresión de que la había sacado de un prostíbulo, pero fue la actitud lo que hizo que me fijara en ellos: sonrientes y abrazados se sentaron a una mesa y charlaron animadamente, ajenos a las miradas furtivas de una joven embozada en una capa negra que parecía un poco grande para ella. Una muchacha que intentaba tragar, deshaciendo el nudo que le oprimía la garganta, reprimiendo las reveladoras lágrimas que hacían amago de acudir a sus ojos.



-¿Otra?- preguntó una voz ronca, que al principio decidí ignorar-. Te he preguntado si te pongo otra, muchacha...



Miré al que me hablaba, un humano de mediana edad con una bandeja en la mano, el posadero. Negué con la cabeza y el hombre se dio media vuelta para largarse cuando, sin saber muy bien por qué, le pregunté:



-¿Qué es Gadgetzan?


El posadero se giró y me miró como si le hubiera mentado a su madre, dudando de su honradez...


-¿Para qué quiere saber eso una joven como tú?

-¿Una joven como yo?- le pregunté, riéndome-. Vos no sabéis nada sobre mí...- acordándome de lo que eran capaces de hacer algunos metales para obtener colaboración, eché mano de mi bolsa y deslicé una moneda de oro sobre la mesa-. Tal vez antes no me expresé bien... ¿Qué es Gadgetzan?


El hombre cogió rápidamente la moneda antes de que alguien más posara la vista sobre ella y se inclinó para acercarse a mí.


-Una ciudad- me contestó-. Por llamarlo algo...; un antro goblin donde se manejan putas, juego y dinero a partes iguales.

-¿Donde está?

-Muy lejos de aquí. Olvídalo chica, ese sitio no es recomendable para una mujer...- me dijo, intentando zanjar aquella conversación.



Sin intención de hacerle daño, mi mano salió disparada y agarré la suya para evitar que se marchara. Lo miré y algo debió ver en mis ojos, porque tragó saliva y se agachó de nuevo para susurrarme:


-Está al otro lado del mar, en Kalimdor, en el desierto de Tanaris...

-¿Cómo llego hasta allí?

-Tendrás que coger un barco primero. Desde allí, busca información sobre rutas comerciales u otros medios menos “legales”. Controlan bastante quién entra y quién sale de su territorio. Te diré el nombre de alguien que puede conseguirte un mapa si tantas ganas tienes de que te maten... si es que están de buen humor y eso es lo que deciden hacer contigo...



"Gadgetzan..."-pensé después con el mapa en la mano y el bolsillo un poco más vacío-. "No se por qué... pero me han entrado una ganas locas de hacer turismo..."



Durante los meses posteriores hice averiguaciones sobre el tal Potterfate, que parecía ser el que menos cuidado ponía en sus “transacciones”. No obtuve rastro alguno sobre Von Pattel, así que decidí mover los hilos de Syzzix Potterfate para que me llevaran hasta aquel malnacido. Sin embargo, la jugada no salió exactamente como yo esperaba, hecho del que puede dar fe mi querido Arcturius, y acabé en una celda, para ser colgada al día siguiente. Algo gané con todo aquello, aparte de arriesgar mi vida tal como Björn me dijo que no hiciera: una amistad inquebrantable...



Escapamos, estuvimos a punto de morir en el condenado Desierto de Sal, fuimos salvados por alguien que también añadió importantes lecciones a mi vida y el tiempo pasó...




Durante la temporada que viví junto a aquella dulce druida tauren de ojos azules, a mi mente acudían una y otra vez las palabras de Björn: “No busques venganza...” “No te metas nunca en encrucijadas personales...” “Haz que tu vida sea larga, con un final digno...”



Tal vez aquella pacífica existencia había calmado mis deseos de pagar con sangre, la sangre vertida; sin embargo, yo sabía que aquello no era más que una quimera que yo no podía robar, a la que no podía optar. Si me quedaba allí, tarde o temprano arrastraría a Tirma conmigo, porque no importaba a donde fuese, o lo que hiciese, mi pastel había sido cortado ya y los pedazos repartidos entre azar, destino y mis propios actos...


Pero alguien decidió compartir aquel pastel...”




-¿Verdad, Arcturius?


El enano la miró con sus dulces ojos azules y una sonrisa en su desdentada boca.


-Ciedto, do me abetecía dejadte sola... y be caíste bien...

-Las mujeres son tu condena...

-Y mi sadvación...




Se quedaron un rato cruzando las miradas, agradeciéndose el uno al otro en silencio, las siete décadas de amistad compartidas. La enana carraspeó y prosiguió con su relato...





“En el momento en que decidí marcharme de Mulgore, la rabia que prendía mi corazón como si fuera una brasa había dado paso a la fría indiferencia de la aceptación de mi auténtico destino: aquel por el que mi madre había entregado su vida. Von Pattel se convirtió en un fantasma, arrinconado en la oscuridad que Tirma había visto en mi alma.




Pasaron tres años y descubrí que el “Pastelero” es un jodido cabrón al que le gusta jugar con los mortales. Un día, estando ambos en una ciudad, en busca de algún botín que llevarnos a nuestras vacías faltriqueras, pasamos por delante de una posada que despertó un especial interés en mí. Con aspecto de ser un poco más cara de lo que nosotros nos podíamos permitir en aquel momento, el cartel con el nombre de aquella posada prendió una chispa en mis recuerdos y sin darme cuenta, mi mano se cerró instintivamente sobre un objeto que no se había separado de mí...



El cartel que colgaba chirriante sobre la puerta tenía pintada en su superficie una pieza de ajedrez, con unas letras doradas que decían: “Jaque al Rey”...



Al entrar, las miradas se posaron sobre ambos. Ignorándolas, me acerqué a la barra y pedí al posadero un par de jarras de la mejor cerveza que tuvieran, que pagué con las últimas monedas que nos quedaban. Sentándonos a una mesa, observé el ir y venir de los parroquianos hasta que mi vista se desplazó hacia un grupo en concreto que hizo que me atragantara: jugando a las cartas, se encontraban tres individuos de presencia poco amigable. Mis ojos se clavaron en uno de ellos, era el orco que había mantenido sujeto a Björn...



-El Pastelero es un hijo de la gran puta...- susurré, casi riéndome.


Arcturius me miró como si estuviera chiflada.



La mesa estaba rodeada de espectadores, que parecían observar con detenimiento la buena racha de suerte que tenía el orco, que desplumaba a los otros dos. Sin pensármelo dos veces, me levanté de mi asiento y me dirigí a la mesa, dejando a mi querido amigo con la duda de si seguirme o no. Mi mente no parecía ser consciente del hecho de que podía ser reconocida por aquel cabronazo; realmente quería comprobar si así era. Me puse a un lado y fijé mis ojos provocadoramente sobre la figura del orco, que seguía con su jugada, ajeno al odio que se destilaba hacia su persona como la hiel. Me miró y con sorpresa descubrí que me ignoraba; nada iba a sacarlo de su estado de concentración, ni siquiera una insignificante perra enana...



"No me recuerda..."-pensé- "Posiblemente ni siquiera se fijó en mi cara...; ayudó a destruir una parte de mi existencia y siguió con la suya, tan tranquilo..."



En un arrebato de ira, me di media vuelta y salí fuera a coger algo del aire frío de la noche, que parecía negarse a entrar en mis pulmones hasta que aspiré profundamente para calmar los desbocados latidos de mi corazón.



"Si él está aquí es posible que..."



-Eléboro ¿Qué te ocurre?- preguntó una voz a mis espaldas, haciéndome girar bruscamente para encontrarme con la preocupada mirada de Arcturius.



Tardé en responder más de lo que mi amigo hubiera deseado, haciendo bullir en mi mente un abanico de posibilidades con el que aplastar entre mis dedos todos los pedazos de mi pastel de la vida: el azar, el destino y mis acciones. Puse mis manos sobre sus hombros y las palabras brotaron de mi boca antes de darme cuenta que las había pronunciado.



-Arcturius, prométeme una cosa...

-¿Pero qué...?

-¡Prométemelo!

-Vale, lo prometo aún sin saber sobre qué estoy dando mi palabra...

-Haga lo que haga, oigas lo que oigas, no me sigas ésta noche. Márchate y busca un sitio donde alojarte...

-Me estás asustando- me dijo, con la desazón pintada en su rostro.

-Lo has prometido...




Y sin decir nada más, me introduje de nuevo en la oscura sala comunal y me dirigí a la mesa en la que me iba a apostar la vida...



-¿Puedo jugar?- pregunté. Los tres me echaron una mirada de arriba a abajo, calibrando la respuesta.

-¿Tienes dinero?- me preguntó el orco, a su vez.

-Tengo algo mejor...- dije, alzando la mano derecha mientras la izquierda se dirigía a mi bolsa para sacar lo que, a continuación, deposité despacio sobre la mesa-. Mírala si quieres.


"Si ésto significa algo para él, estás muerta..."-pensé.



El orco desplazó la mano y aceptó la invitación de ver si la apuesta merecía la pena. Con un rápido gesto desenfundó la daga y la observó con atención. La visión de aquella brillante hoja despertó más de un suspiro de admiración.



-Parece buena- dijo el humano que había estado jugando con ellos-. Yo de todas formas me retiro ya, no tienes nada más que sacarme...

-Siéntate, entonces- me indicó el orco, satisfecho con lo que estaba seguro de ganar.


Sin embargo, la suerte le volvió la espalda en el momento en que lo hice. A pesar de estar jugando a algo que conllevaba habilidad y azar, el hado se inclinó a mi favor...


-Tienes demasiada suerte, para ser una enana con pinta de muerta de hambre...- me espetó el orco, cuando gané mi tercera mano seguida.

-No está haciendo trampas, Kreck- sonó una voz a mi espalda, proveniente de alguien que parecía observar mis movimientos pero al que ignoré. Sólo tenía ojos para mi “amigo” Kreck. El orco murmuró un insulto y siguió sobando sus cartas.



-Tú ganas, perra- dijo, soltando los naipes que tenía en la mano, para mostrar que, otra vez, había perdido-. Espero que Shutterfikk no tarde demasiado con sus “quehaceres” para largarme cuanto antes. Hoy has tenido tu noche de suerte.


Intenté reprimir la furia en la mirada que le dirigí al orco. Era tal como me imaginaba, seguía siendo el guardaespaldas de aquel miserable.



"No lo sabes tú bien, querido..."



Con una sonrisa inocente, recogí la daga y mis ganancias, que habían sido bastante sustanciosas y me levanté de la mesa para dirigirme de nuevo a la barra para pedir unas rondas a la salud de “tan buen perdedor”. Nadie vio mi mano deslizarse hasta un pequeño frasco que llevaba en un bolsillo de mi camisa; nadie salvo Arcturius, que se percató de mis intenciones, pero con una mirada mía calló...



-Que la disfrutes...- dije, depositando la bebida delante del orco.


El bruto agarró la jarra de cerveza, levantándola en un gesto de saludo y la apuró como si fuera agua. Con un sonoro eructo, la depositó sobre la mesa con brusquedad.


-Los orcos sabemos aceptar la derrota.

-No lo pongo en duda- dije, sonriendo, mientras me daba media vuelta para localizar al posadero.

-¿Os quedaréis a pernoctar?- me preguntó el hombre, de forma educada.

-Tal vez ¿Muchos huéspedes ésta noche? Me gusta la tranquilidad...

-¡Oh! No muchos. Sólo hay tres habitaciones ocupadas y dos de ésas se quedarán vacías en breve, no se si me entendéis...

-Os comprendo- dije, luciendo mi mejor sonrisa-. Tomaré una, si es tal como me decís.



El tabernero me deslizó una pesada llave de hierro a la par que tomaba las monedas que había depositado sobre la mesa, parte del botín ganado aquella noche. Con paso rápido me encaminé hacia las escaleras, después de haber realizado una buena inversión y subí hasta la segunda planta. No me hizo falta escuchar detrás de las habitaciones ocupadas para saber cuál era en la que se alojaba el “Grilletes”: el guardia apostado delante de la puerta de una de ellas me dio la respuesta que buscaba; por fortuna no era el gnoll...



Me dirigí tranquilamente hacia la mía, al fondo del pasillo, saludando con un cortés gesto al pasar delante de él, que fue contestado con un gruñido. Capté claramente los sonidos que provenían del interior de la estancia y me apresuré. Los gemidos y jadeos me indicaban que los “quehaceres” de Von Pattel no tenían por qué alargarse demasiado.




En mi habitación hice un par de preparativos y me dispuse a terminar de perfilar mi destino, no importándome cual fuera el resultado.




Esperé pacientemente, hasta que la voz de mi “inversión” se hizo eco en el pasillo con melosas y arrulladoras palabras. Asomé la cabeza lo justo para ver a una esbelta joven de cabello moreno acariciar al hombre con un gesto cargado de erotismo, dejando claras sus intenciones, acompañando la exaltación de la virtud de su inminente amante con las mentiras que habían acompañado a mis palabras mientras depositaba en su mano otra parte de aquel botín para contratarla, al pie de las escaleras. El hombre no lo dudó un instante y jugueteó con las faldas de la muchacha aún antes de desaparecer por la puerta de la habitación que se había alquilado para “relajar a su fiel guardaespaldas”. Todo cortesía de Von Pattel, por supuesto...


"El oro puede doblegar las voluntades. La de los hombres más aún si con ese oro se puede comprar un poquito de amor..."-pensé con ironía mientras me deslizaba furtivamente por el pasillo en penumbra.





Shutterfikk Von Pattel parecía llegar a un “acuerdo tácito” encima de una joven humana de cabello rojizo cuando la brillante hoja de una daga se interpuso entre su cuello y el vientre de la muchacha y una mano enguantada se cerraba con fuerza sobre su boca.



-Tú calladita- susurré a la chica-. Porque la hoja está tan cerca de su cuello como de tu barriga...

-No me hagas daño, p-por favor...- me pidió con una lastimera voz que me desarmó. Me quedé mirando unos segundos a los ojos verdes de aquella mujer, casi una chiquilla, vislumbrando en sus profundas ojeras la dureza de su profesión.

-¿Qué te une a éste cabrón?- pregunté, para asegurarme.

-N-nada... no soy más que una ramera...



En ese momento me acordé de las palabras que en su día me había dirigido Björn y se me hizo un nudo en la garganta:


“¿Vas a meterte a puta, Ratita? Porque con tu pasado y mis antecedentes es la única profesión a la que podemos optar...”



-Coge de éste malnacido todo lo que veas de valor y lárgate- le dije en un susurro-. Mantén la boca cerrada y no te preocupes, no te perseguirá por ello...



La joven obedeció sin poner objeción alguna. Era su supervivencia o la de aquel canalla verde que había estado sobándola por un precio. Cogió lo que pudo, se vistió atropelladamente y salió de la habitación sin pronunciar una palabra.



-Ahora sólo quedamos tú y yo- le dije, susurrando las palabras en su oído-. Uno de tus guardias está entretenido y el otro, vomitando las entrañas hasta que el veneno termine de hacer efecto y muera como un perro. Grita, y será el último sonido que emitas...



Lentamente, aflojé la presión en su boca, aumentando la del cuchillo hasta hacer que un hilo de sangre se deslizará por su piel.



-S-si lo que quierres es dinerro, podemos llegarr a un acuerrdo- dijo-. No hace falta ponerrse violentos...

-¡Si que hace falta, maldito cabrón!- mascullé con los dientes apretados por la rabia, mientras lo agarraba para darle la vuelta y ponerlo frente a mí.



Me llevé la mano libre al embozo y lo bajé para enseñarle mi rostro, atenazando luego su garganta. Su mirada de incomprensión y la ausencia total de reconocimiento en sus ojos me enervó.



-¿Hace falta que te recuerde quién soy? Porque prometiste matarme si volvías a verme, tal como hiciste con alguien que se encontraba indefenso...

-Crreo... que tendrrás que darrme más detalles...- me dijo, intentando respirar.



Aquella indiferencia fue la gota que colmó mi vaso...



-Hace poco más tres años, en una noche que prometía ser normal... irrumpiste en una habitación y asesinaste a sangre fría a un hombre- dije, mientras desplazaba la hoja del cuello, al vientre-. Se llamaba Björn, aunque también era conocido como Jorgenssen, El Tuerto, El Albino, Hidelfo...

-Ahorra empiezo a rrecorrdarr... tú... tú erras la putita del enano... a la que dejé vivirr...

-Hubiera sido mejor para ti que me hubieras enviado al infierno...- dije, enterrando la punta de la hoja en la piel, haciendo que el veneno que impregnaba la daga circulara, haciendo su trabajo-. Porque ahora te ahorrarías la agonía que vas a sufrir...; lo que estás sintiendo ahora mismo es la parálisis producida por la sustancia con la que está bañada esta hoja... ¿La reconoces?- le pregunté, poniéndosela delante de sus narices-. Era suya, la encontré junto a sus pertenencias. Es curioso que el destino me trajera hasta ti cuando ya me había olvidado de cobrar la sangre con sangre...

-¿Y d-después... qué...?- me preguntó con un hilo de voz.

-Nada. Björn puede que nunca descanse en paz. Yo me mancharé las manos adueñándome, por primera vez, de la vida de alguien que no me está atacando, de alguien desarmado, de alguien indefenso... tal como hiciste tú, pero a diferencia de ti, el matarte no me proporcionará placer, tan sólo me condenará un poquito más...



Lentamente, como si hubiera tenido vida propia, la brillante hoja de mithril de una daga manufacturada por las hábiles manos de un artesano enano, penetró en la carne del goblin, arrancándole un gemido agónico, hasta que el colgante que pendía de su empuñadura quedó manchado de sangre.



-Jaque mate, hijo de puta...

-Eléboro...- sentí que alguien susurraba a mi espalda y me giré, para ver a Arcturius observándome desde el umbral de la puerta.



Escudriñé su mirada azul, intentando encontrar un reproche, vergüenza, miedo o repulsión por aquel acto, pero no hallé nada de aquello. En su lugar sólo había congoja, dolor... y aceptación.



-Te dije que te quedaras al margen, Arcturius...- susurré, con los ojos anegados en lágrimas.

-No se puede confiar en la palabra de un enano ladrón...


Algo parecido me habían dicho una vez.


-Vayámonos de aquí antes de que descubran los dos cadáveres- me dijo.

-¿Dos...?- pregunté, presa de la confusión.

-El guardia terminó su labor antes de lo previsto- me dijo, mostrando un cuchillo cuya hoja brillaba por la sangre adherida en él-. La chica guardará silencio, como la otra...; estamos juntos en ésto, yo así lo he decidido, Eléboro. Por suerte o por desgracia compartimos una vida, pero en ningún momento he lamentado el haberte conocido en aquella sucia celda...





Y así, aquel enano selló para siempre su destino, uniéndolo al mío. Como le dije a Shutterfikk, su muerte no me proporcionó placer, pero si paz a mi espíritu, con algo tan execrable como el asesinato a sangre fría. Ni siquiera intenté convencerme a mí misma de que había librado al mundo de un monstruo. No tenía derecho a erigirme juez, jurado y verdugo, simplemente tenía la necesidad de hacerlo, se lo mereciera o no...”






-Como has podido comprobar, mis actos han ofendido aquello que defendéis los druidas con vuestra doctrina- dijo Eléboro a Llwyn, que permanecía sereno.

-Y como yo te dije antes, te equivocabas al pensar que mi opinión sobre ti iba a variar después de contármelos. Tal vez los kaldorei estén acostumbrados a juzgar a toda una raza por los actos de unos pocos individuos. La longevidad hace que, tarde o temprano, adoptemos una posición exclusivista y presuntuosa, pero creo que sabes que yo no soy un kaldorei al uso, ni mi hermano tampoco. No juzgo, tan sólo intento comprender, lo acepte o no.

-No sé si creerte...

-Si no crees mis palabras, es que tal vez no conoces a éste kaldorei lo suficiente. Los dioses te juzgarán en su día, no yo.

-Hablas como tu hermano- dijo ella, sonriendo.

-¿Puedo verla?- preguntó Llwyn, de repente, confundiendo a la enana de anaranjadas trenzas.

-Es sorprendente la habilidad que tenéis para cambiar de conversación...- contestó ella con una débil risa, mientras se dirigía a su bolsa para sacar lo que suponía que era la petición del elfo.





Eléboro depositó en las manos de Llwyn una daga de negra empuñadura, forrada de ébano, engastada con adornos de obsidiana y jade y una tira enrollada a su alrededor de la que pendía una pieza de ajedrez moldeada en plata, enfundada en una vaina de sencillo cuero negro. El druida sacó con cuidado la hoja de la funda, admirando el exquisito trabajo del artesano. Había sido adecentada recientemente y su superficie lucía un impecable bruñido.




-Jamás he vuelto a usarla...

-¿Alguna vez descubriste lo que significaba para él?- le preguntó, devolviendo la daga a sus manos.

-Nunca, pero sé lo que significa para mí, eso es suficiente.

-Me alegra que hayas compartido ésto conmigo, querida amiga.

-Hay personas a las que merece la pena contarles nuestros secretos más íntimos...




Llwyn no dijo nada, simplemente la estrechó entre sus brazos.



-Dile a tu hermano que me perdone por no haberme despedido de él...- susurró la enana al oído del elfo.

-No te preocupes. Es sacerdote, el perdón forma parte de su vida...- aseguró Llwyn, arrancando una ligera risa en Eléboro.