miércoles, 1 de junio de 2011

Origen: Fría es la venganza, amargo el asesinato.


-¿Qué parte fue la primera que te saltaste?- preguntó, casi con timidez, aunque se imaginaba la respuesta.

-”No busques venganza...”



Los luminosos ojos dorados de Llwyn se entrecerraron, pero su rostro permaneció imperturbable. Era complicado leer entre líneas en los posibles pensamientos de un kaldorei.



-Imagino que no estarás interesado en escuchar esa parte de la historia...- dijo Eléboro, mirando directamente al elfo nocturno de cabello verde tumbado junto a ella-. Los druidas sentís un gran respeto por la vida; en esa parte de mi pasado me pasé de largo ciertas doctrinas...

-Al contrario- aseguró Llwyn-. Me gustaría conocer también esa parte de ti.

-¿Es curiosidad lo que anida en tu alma? ¿Como la vez en la que desafiaste a tu gente cometiendo el ignominioso acto de yacer con una enana?- preguntó, torciendo la comisura de sus labios en una burlona sonrisa.



El joven de cabello negro disimuló con un carraspeo el hecho de que su garganta había desobedecido y la saliva había tomado el camino que no era al intentar tragarla, después de escuchar las palabras de su amiga, pronunciadas con total tranquilidad. Puíta sacudió la cabeza en un gesto negativo a la par que sonreía y Ayubu soltó un “¡Kiá!”, lo suficientemente bajo como para no despertar la ira de su compañera.



-Reconozco que cuando éste joven comenzó a narrar tu historia, lo que sentía era mera curiosidad- explicó Llwyn, sin dejar de mirar a la enana. Los dos parecían no prestar atención a las reacciones de los demás-. Pero después de saber que bajo esa gélida coraza con la que llevas años cubriéndote late un corazón que es capaz de amar... me gustaría conocer la oscuridad que zanjó la deuda de sangre.

-Como quieras, pero posiblemente no vuelvas a tener la misma opinión sobre mí...

-En eso te equivocas- le dijo el druida, con seriedad.

-Muy bien, entonces permitiré que la voz de mi pequeño descanse, contándote yo misma lo que sucedió a partir de aquella noche...






“Después de verter toda mi rabia y mi dolor en forma de lágrimas sobre el cuerpo ya frío del único hombre al que he amado, tomé la determinación de pasar por alto la Lección Número Seis con todas sus consecuencias.




Con los ojos enrojecidos y la cabeza embotada, lo primero que hice fue intentar proporcionar descanso eterno a aquel mancillado cuerpo, que había cubierto como podía con sábanas. Salí fuera en dirección al cementerio. Incapaz de razonar, mi mente ni siquiera era consciente de que aún podía estar deambulando por allí aquel que le había arrebatado la vida a Björn; lo único que deseaba era encontrar al sepulturero y cuando lo hice, le pagué lo suficiente como para que se llevara el cadáver y lo enterrara donde yo le indiqué, sin hacer preguntas de ningún tipo. Esa noche aprendí otra lección al percatarme de la cara de codicia de aquel desdentado y sucio humano al ver las monedas brillar a la luz de la luna: con oro también se consiguen doblegar las voluntades...



Después de asegurarme de que Björn descansaría bajo la tierra de la que provenimos los enanos, regresé a la casa para hacer algo por lo que ya no podía ser regañada: registrar sus pertenencias. Después de limpiar la sangre que encharcaba el suelo, me dirigí hacia su bolsa y vacié su contenido sobre la cama: un par de mudas de ropa y una capa de repuesto, algunas piezas de oro ocultas bajo el fondo de la bolsa y una daga en una sencilla funda de cuero negro, aparte de las que solía llevar encima que descansaban sobre la silla; sin embargo, algo llamó mi atención: nunca había visto aquella daga, cuya hoja, del más puro mithril y surcada de runas la identificaban como pieza de manufactura enana; la empuñadura, cubierta de ébano y engastada con adornos de obsidiana y jade, era en sí misma una obra de arte, aunque tenía un detalle: una tira de cuero enrollada a su alrededor y pendiendo de ella, un colgante de plata con forma de pieza de ajedrez, el rey.




Observando aquel hermoso puñal y preguntándome el significado de aquel colgante, si es que tenía alguno, reparé por el rabillo del ojo en algo que antes se me había pasado por alto: junto al resto de las pertenencias que yacían esparramadas encima de la colcha, asomando por debajo de la capa, había un apretado rollo de pergamino. Al abrirlo comprobé que eran varios documentos, unas listas de nombres, cantidades y transacciones; en todos ellos aparecía un sello con un símbolo, la palabra “Gadgetzan” y una firma ilegible, encima de la cual se leía “El Príncipe Mercante:”. Al leer aquellas listas descubrí que algo más se repetía: los nombres de Shutterfikk Von Pattel y Syzzix Potterfate aparecían en todas ellas...



Unas semanas después de aquello me encontraba recordando los hechos, ahogando mis penas en una jarra de cerveza aguada en una posada de mala muerte. Recordaba las últimas palabras de Björn, su cuerpo frío horas después, su entierro, la visión de las pertenencias que no me había quedado ardiendo en el fuego del hogar... Nada me importaba en aquel momento, me daba igual que entraran por aquella sucia puerta una caterva de enanos de brillante armadura que habían dejado sus grifos fuera, gritando: “¡Apresad a esa bastarda de pelo naranja!”.



Incluso pensaba que me harían un favor quitándome de en medio, pero no fueron unos guardias los que entraron por aquella puerta, aunque sí era enanos. Mi vista se desvió de la jarra para observar a aquellos que habían tapado la luz del exterior con sus cuerpos y vi a una pareja penetrar en la posada. Él no se parecía en nada a Björn y a ella me dio la impresión de que la había sacado de un prostíbulo, pero fue la actitud lo que hizo que me fijara en ellos: sonrientes y abrazados se sentaron a una mesa y charlaron animadamente, ajenos a las miradas furtivas de una joven embozada en una capa negra que parecía un poco grande para ella. Una muchacha que intentaba tragar, deshaciendo el nudo que le oprimía la garganta, reprimiendo las reveladoras lágrimas que hacían amago de acudir a sus ojos.



-¿Otra?- preguntó una voz ronca, que al principio decidí ignorar-. Te he preguntado si te pongo otra, muchacha...



Miré al que me hablaba, un humano de mediana edad con una bandeja en la mano, el posadero. Negué con la cabeza y el hombre se dio media vuelta para largarse cuando, sin saber muy bien por qué, le pregunté:



-¿Qué es Gadgetzan?


El posadero se giró y me miró como si le hubiera mentado a su madre, dudando de su honradez...


-¿Para qué quiere saber eso una joven como tú?

-¿Una joven como yo?- le pregunté, riéndome-. Vos no sabéis nada sobre mí...- acordándome de lo que eran capaces de hacer algunos metales para obtener colaboración, eché mano de mi bolsa y deslicé una moneda de oro sobre la mesa-. Tal vez antes no me expresé bien... ¿Qué es Gadgetzan?


El hombre cogió rápidamente la moneda antes de que alguien más posara la vista sobre ella y se inclinó para acercarse a mí.


-Una ciudad- me contestó-. Por llamarlo algo...; un antro goblin donde se manejan putas, juego y dinero a partes iguales.

-¿Donde está?

-Muy lejos de aquí. Olvídalo chica, ese sitio no es recomendable para una mujer...- me dijo, intentando zanjar aquella conversación.



Sin intención de hacerle daño, mi mano salió disparada y agarré la suya para evitar que se marchara. Lo miré y algo debió ver en mis ojos, porque tragó saliva y se agachó de nuevo para susurrarme:


-Está al otro lado del mar, en Kalimdor, en el desierto de Tanaris...

-¿Cómo llego hasta allí?

-Tendrás que coger un barco primero. Desde allí, busca información sobre rutas comerciales u otros medios menos “legales”. Controlan bastante quién entra y quién sale de su territorio. Te diré el nombre de alguien que puede conseguirte un mapa si tantas ganas tienes de que te maten... si es que están de buen humor y eso es lo que deciden hacer contigo...



"Gadgetzan..."-pensé después con el mapa en la mano y el bolsillo un poco más vacío-. "No se por qué... pero me han entrado una ganas locas de hacer turismo..."



Durante los meses posteriores hice averiguaciones sobre el tal Potterfate, que parecía ser el que menos cuidado ponía en sus “transacciones”. No obtuve rastro alguno sobre Von Pattel, así que decidí mover los hilos de Syzzix Potterfate para que me llevaran hasta aquel malnacido. Sin embargo, la jugada no salió exactamente como yo esperaba, hecho del que puede dar fe mi querido Arcturius, y acabé en una celda, para ser colgada al día siguiente. Algo gané con todo aquello, aparte de arriesgar mi vida tal como Björn me dijo que no hiciera: una amistad inquebrantable...



Escapamos, estuvimos a punto de morir en el condenado Desierto de Sal, fuimos salvados por alguien que también añadió importantes lecciones a mi vida y el tiempo pasó...




Durante la temporada que viví junto a aquella dulce druida tauren de ojos azules, a mi mente acudían una y otra vez las palabras de Björn: “No busques venganza...” “No te metas nunca en encrucijadas personales...” “Haz que tu vida sea larga, con un final digno...”



Tal vez aquella pacífica existencia había calmado mis deseos de pagar con sangre, la sangre vertida; sin embargo, yo sabía que aquello no era más que una quimera que yo no podía robar, a la que no podía optar. Si me quedaba allí, tarde o temprano arrastraría a Tirma conmigo, porque no importaba a donde fuese, o lo que hiciese, mi pastel había sido cortado ya y los pedazos repartidos entre azar, destino y mis propios actos...


Pero alguien decidió compartir aquel pastel...”




-¿Verdad, Arcturius?


El enano la miró con sus dulces ojos azules y una sonrisa en su desdentada boca.


-Ciedto, do me abetecía dejadte sola... y be caíste bien...

-Las mujeres son tu condena...

-Y mi sadvación...




Se quedaron un rato cruzando las miradas, agradeciéndose el uno al otro en silencio, las siete décadas de amistad compartidas. La enana carraspeó y prosiguió con su relato...





“En el momento en que decidí marcharme de Mulgore, la rabia que prendía mi corazón como si fuera una brasa había dado paso a la fría indiferencia de la aceptación de mi auténtico destino: aquel por el que mi madre había entregado su vida. Von Pattel se convirtió en un fantasma, arrinconado en la oscuridad que Tirma había visto en mi alma.




Pasaron tres años y descubrí que el “Pastelero” es un jodido cabrón al que le gusta jugar con los mortales. Un día, estando ambos en una ciudad, en busca de algún botín que llevarnos a nuestras vacías faltriqueras, pasamos por delante de una posada que despertó un especial interés en mí. Con aspecto de ser un poco más cara de lo que nosotros nos podíamos permitir en aquel momento, el cartel con el nombre de aquella posada prendió una chispa en mis recuerdos y sin darme cuenta, mi mano se cerró instintivamente sobre un objeto que no se había separado de mí...



El cartel que colgaba chirriante sobre la puerta tenía pintada en su superficie una pieza de ajedrez, con unas letras doradas que decían: “Jaque al Rey”...



Al entrar, las miradas se posaron sobre ambos. Ignorándolas, me acerqué a la barra y pedí al posadero un par de jarras de la mejor cerveza que tuvieran, que pagué con las últimas monedas que nos quedaban. Sentándonos a una mesa, observé el ir y venir de los parroquianos hasta que mi vista se desplazó hacia un grupo en concreto que hizo que me atragantara: jugando a las cartas, se encontraban tres individuos de presencia poco amigable. Mis ojos se clavaron en uno de ellos, era el orco que había mantenido sujeto a Björn...



-El Pastelero es un hijo de la gran puta...- susurré, casi riéndome.


Arcturius me miró como si estuviera chiflada.



La mesa estaba rodeada de espectadores, que parecían observar con detenimiento la buena racha de suerte que tenía el orco, que desplumaba a los otros dos. Sin pensármelo dos veces, me levanté de mi asiento y me dirigí a la mesa, dejando a mi querido amigo con la duda de si seguirme o no. Mi mente no parecía ser consciente del hecho de que podía ser reconocida por aquel cabronazo; realmente quería comprobar si así era. Me puse a un lado y fijé mis ojos provocadoramente sobre la figura del orco, que seguía con su jugada, ajeno al odio que se destilaba hacia su persona como la hiel. Me miró y con sorpresa descubrí que me ignoraba; nada iba a sacarlo de su estado de concentración, ni siquiera una insignificante perra enana...



"No me recuerda..."-pensé- "Posiblemente ni siquiera se fijó en mi cara...; ayudó a destruir una parte de mi existencia y siguió con la suya, tan tranquilo..."



En un arrebato de ira, me di media vuelta y salí fuera a coger algo del aire frío de la noche, que parecía negarse a entrar en mis pulmones hasta que aspiré profundamente para calmar los desbocados latidos de mi corazón.



"Si él está aquí es posible que..."



-Eléboro ¿Qué te ocurre?- preguntó una voz a mis espaldas, haciéndome girar bruscamente para encontrarme con la preocupada mirada de Arcturius.



Tardé en responder más de lo que mi amigo hubiera deseado, haciendo bullir en mi mente un abanico de posibilidades con el que aplastar entre mis dedos todos los pedazos de mi pastel de la vida: el azar, el destino y mis acciones. Puse mis manos sobre sus hombros y las palabras brotaron de mi boca antes de darme cuenta que las había pronunciado.



-Arcturius, prométeme una cosa...

-¿Pero qué...?

-¡Prométemelo!

-Vale, lo prometo aún sin saber sobre qué estoy dando mi palabra...

-Haga lo que haga, oigas lo que oigas, no me sigas ésta noche. Márchate y busca un sitio donde alojarte...

-Me estás asustando- me dijo, con la desazón pintada en su rostro.

-Lo has prometido...




Y sin decir nada más, me introduje de nuevo en la oscura sala comunal y me dirigí a la mesa en la que me iba a apostar la vida...



-¿Puedo jugar?- pregunté. Los tres me echaron una mirada de arriba a abajo, calibrando la respuesta.

-¿Tienes dinero?- me preguntó el orco, a su vez.

-Tengo algo mejor...- dije, alzando la mano derecha mientras la izquierda se dirigía a mi bolsa para sacar lo que, a continuación, deposité despacio sobre la mesa-. Mírala si quieres.


"Si ésto significa algo para él, estás muerta..."-pensé.



El orco desplazó la mano y aceptó la invitación de ver si la apuesta merecía la pena. Con un rápido gesto desenfundó la daga y la observó con atención. La visión de aquella brillante hoja despertó más de un suspiro de admiración.



-Parece buena- dijo el humano que había estado jugando con ellos-. Yo de todas formas me retiro ya, no tienes nada más que sacarme...

-Siéntate, entonces- me indicó el orco, satisfecho con lo que estaba seguro de ganar.


Sin embargo, la suerte le volvió la espalda en el momento en que lo hice. A pesar de estar jugando a algo que conllevaba habilidad y azar, el hado se inclinó a mi favor...


-Tienes demasiada suerte, para ser una enana con pinta de muerta de hambre...- me espetó el orco, cuando gané mi tercera mano seguida.

-No está haciendo trampas, Kreck- sonó una voz a mi espalda, proveniente de alguien que parecía observar mis movimientos pero al que ignoré. Sólo tenía ojos para mi “amigo” Kreck. El orco murmuró un insulto y siguió sobando sus cartas.



-Tú ganas, perra- dijo, soltando los naipes que tenía en la mano, para mostrar que, otra vez, había perdido-. Espero que Shutterfikk no tarde demasiado con sus “quehaceres” para largarme cuanto antes. Hoy has tenido tu noche de suerte.


Intenté reprimir la furia en la mirada que le dirigí al orco. Era tal como me imaginaba, seguía siendo el guardaespaldas de aquel miserable.



"No lo sabes tú bien, querido..."



Con una sonrisa inocente, recogí la daga y mis ganancias, que habían sido bastante sustanciosas y me levanté de la mesa para dirigirme de nuevo a la barra para pedir unas rondas a la salud de “tan buen perdedor”. Nadie vio mi mano deslizarse hasta un pequeño frasco que llevaba en un bolsillo de mi camisa; nadie salvo Arcturius, que se percató de mis intenciones, pero con una mirada mía calló...



-Que la disfrutes...- dije, depositando la bebida delante del orco.


El bruto agarró la jarra de cerveza, levantándola en un gesto de saludo y la apuró como si fuera agua. Con un sonoro eructo, la depositó sobre la mesa con brusquedad.


-Los orcos sabemos aceptar la derrota.

-No lo pongo en duda- dije, sonriendo, mientras me daba media vuelta para localizar al posadero.

-¿Os quedaréis a pernoctar?- me preguntó el hombre, de forma educada.

-Tal vez ¿Muchos huéspedes ésta noche? Me gusta la tranquilidad...

-¡Oh! No muchos. Sólo hay tres habitaciones ocupadas y dos de ésas se quedarán vacías en breve, no se si me entendéis...

-Os comprendo- dije, luciendo mi mejor sonrisa-. Tomaré una, si es tal como me decís.



El tabernero me deslizó una pesada llave de hierro a la par que tomaba las monedas que había depositado sobre la mesa, parte del botín ganado aquella noche. Con paso rápido me encaminé hacia las escaleras, después de haber realizado una buena inversión y subí hasta la segunda planta. No me hizo falta escuchar detrás de las habitaciones ocupadas para saber cuál era en la que se alojaba el “Grilletes”: el guardia apostado delante de la puerta de una de ellas me dio la respuesta que buscaba; por fortuna no era el gnoll...



Me dirigí tranquilamente hacia la mía, al fondo del pasillo, saludando con un cortés gesto al pasar delante de él, que fue contestado con un gruñido. Capté claramente los sonidos que provenían del interior de la estancia y me apresuré. Los gemidos y jadeos me indicaban que los “quehaceres” de Von Pattel no tenían por qué alargarse demasiado.




En mi habitación hice un par de preparativos y me dispuse a terminar de perfilar mi destino, no importándome cual fuera el resultado.




Esperé pacientemente, hasta que la voz de mi “inversión” se hizo eco en el pasillo con melosas y arrulladoras palabras. Asomé la cabeza lo justo para ver a una esbelta joven de cabello moreno acariciar al hombre con un gesto cargado de erotismo, dejando claras sus intenciones, acompañando la exaltación de la virtud de su inminente amante con las mentiras que habían acompañado a mis palabras mientras depositaba en su mano otra parte de aquel botín para contratarla, al pie de las escaleras. El hombre no lo dudó un instante y jugueteó con las faldas de la muchacha aún antes de desaparecer por la puerta de la habitación que se había alquilado para “relajar a su fiel guardaespaldas”. Todo cortesía de Von Pattel, por supuesto...


"El oro puede doblegar las voluntades. La de los hombres más aún si con ese oro se puede comprar un poquito de amor..."-pensé con ironía mientras me deslizaba furtivamente por el pasillo en penumbra.





Shutterfikk Von Pattel parecía llegar a un “acuerdo tácito” encima de una joven humana de cabello rojizo cuando la brillante hoja de una daga se interpuso entre su cuello y el vientre de la muchacha y una mano enguantada se cerraba con fuerza sobre su boca.



-Tú calladita- susurré a la chica-. Porque la hoja está tan cerca de su cuello como de tu barriga...

-No me hagas daño, p-por favor...- me pidió con una lastimera voz que me desarmó. Me quedé mirando unos segundos a los ojos verdes de aquella mujer, casi una chiquilla, vislumbrando en sus profundas ojeras la dureza de su profesión.

-¿Qué te une a éste cabrón?- pregunté, para asegurarme.

-N-nada... no soy más que una ramera...



En ese momento me acordé de las palabras que en su día me había dirigido Björn y se me hizo un nudo en la garganta:


“¿Vas a meterte a puta, Ratita? Porque con tu pasado y mis antecedentes es la única profesión a la que podemos optar...”



-Coge de éste malnacido todo lo que veas de valor y lárgate- le dije en un susurro-. Mantén la boca cerrada y no te preocupes, no te perseguirá por ello...



La joven obedeció sin poner objeción alguna. Era su supervivencia o la de aquel canalla verde que había estado sobándola por un precio. Cogió lo que pudo, se vistió atropelladamente y salió de la habitación sin pronunciar una palabra.



-Ahora sólo quedamos tú y yo- le dije, susurrando las palabras en su oído-. Uno de tus guardias está entretenido y el otro, vomitando las entrañas hasta que el veneno termine de hacer efecto y muera como un perro. Grita, y será el último sonido que emitas...



Lentamente, aflojé la presión en su boca, aumentando la del cuchillo hasta hacer que un hilo de sangre se deslizará por su piel.



-S-si lo que quierres es dinerro, podemos llegarr a un acuerrdo- dijo-. No hace falta ponerrse violentos...

-¡Si que hace falta, maldito cabrón!- mascullé con los dientes apretados por la rabia, mientras lo agarraba para darle la vuelta y ponerlo frente a mí.



Me llevé la mano libre al embozo y lo bajé para enseñarle mi rostro, atenazando luego su garganta. Su mirada de incomprensión y la ausencia total de reconocimiento en sus ojos me enervó.



-¿Hace falta que te recuerde quién soy? Porque prometiste matarme si volvías a verme, tal como hiciste con alguien que se encontraba indefenso...

-Crreo... que tendrrás que darrme más detalles...- me dijo, intentando respirar.



Aquella indiferencia fue la gota que colmó mi vaso...



-Hace poco más tres años, en una noche que prometía ser normal... irrumpiste en una habitación y asesinaste a sangre fría a un hombre- dije, mientras desplazaba la hoja del cuello, al vientre-. Se llamaba Björn, aunque también era conocido como Jorgenssen, El Tuerto, El Albino, Hidelfo...

-Ahorra empiezo a rrecorrdarr... tú... tú erras la putita del enano... a la que dejé vivirr...

-Hubiera sido mejor para ti que me hubieras enviado al infierno...- dije, enterrando la punta de la hoja en la piel, haciendo que el veneno que impregnaba la daga circulara, haciendo su trabajo-. Porque ahora te ahorrarías la agonía que vas a sufrir...; lo que estás sintiendo ahora mismo es la parálisis producida por la sustancia con la que está bañada esta hoja... ¿La reconoces?- le pregunté, poniéndosela delante de sus narices-. Era suya, la encontré junto a sus pertenencias. Es curioso que el destino me trajera hasta ti cuando ya me había olvidado de cobrar la sangre con sangre...

-¿Y d-después... qué...?- me preguntó con un hilo de voz.

-Nada. Björn puede que nunca descanse en paz. Yo me mancharé las manos adueñándome, por primera vez, de la vida de alguien que no me está atacando, de alguien desarmado, de alguien indefenso... tal como hiciste tú, pero a diferencia de ti, el matarte no me proporcionará placer, tan sólo me condenará un poquito más...



Lentamente, como si hubiera tenido vida propia, la brillante hoja de mithril de una daga manufacturada por las hábiles manos de un artesano enano, penetró en la carne del goblin, arrancándole un gemido agónico, hasta que el colgante que pendía de su empuñadura quedó manchado de sangre.



-Jaque mate, hijo de puta...

-Eléboro...- sentí que alguien susurraba a mi espalda y me giré, para ver a Arcturius observándome desde el umbral de la puerta.



Escudriñé su mirada azul, intentando encontrar un reproche, vergüenza, miedo o repulsión por aquel acto, pero no hallé nada de aquello. En su lugar sólo había congoja, dolor... y aceptación.



-Te dije que te quedaras al margen, Arcturius...- susurré, con los ojos anegados en lágrimas.

-No se puede confiar en la palabra de un enano ladrón...


Algo parecido me habían dicho una vez.


-Vayámonos de aquí antes de que descubran los dos cadáveres- me dijo.

-¿Dos...?- pregunté, presa de la confusión.

-El guardia terminó su labor antes de lo previsto- me dijo, mostrando un cuchillo cuya hoja brillaba por la sangre adherida en él-. La chica guardará silencio, como la otra...; estamos juntos en ésto, yo así lo he decidido, Eléboro. Por suerte o por desgracia compartimos una vida, pero en ningún momento he lamentado el haberte conocido en aquella sucia celda...





Y así, aquel enano selló para siempre su destino, uniéndolo al mío. Como le dije a Shutterfikk, su muerte no me proporcionó placer, pero si paz a mi espíritu, con algo tan execrable como el asesinato a sangre fría. Ni siquiera intenté convencerme a mí misma de que había librado al mundo de un monstruo. No tenía derecho a erigirme juez, jurado y verdugo, simplemente tenía la necesidad de hacerlo, se lo mereciera o no...”






-Como has podido comprobar, mis actos han ofendido aquello que defendéis los druidas con vuestra doctrina- dijo Eléboro a Llwyn, que permanecía sereno.

-Y como yo te dije antes, te equivocabas al pensar que mi opinión sobre ti iba a variar después de contármelos. Tal vez los kaldorei estén acostumbrados a juzgar a toda una raza por los actos de unos pocos individuos. La longevidad hace que, tarde o temprano, adoptemos una posición exclusivista y presuntuosa, pero creo que sabes que yo no soy un kaldorei al uso, ni mi hermano tampoco. No juzgo, tan sólo intento comprender, lo acepte o no.

-No sé si creerte...

-Si no crees mis palabras, es que tal vez no conoces a éste kaldorei lo suficiente. Los dioses te juzgarán en su día, no yo.

-Hablas como tu hermano- dijo ella, sonriendo.

-¿Puedo verla?- preguntó Llwyn, de repente, confundiendo a la enana de anaranjadas trenzas.

-Es sorprendente la habilidad que tenéis para cambiar de conversación...- contestó ella con una débil risa, mientras se dirigía a su bolsa para sacar lo que suponía que era la petición del elfo.





Eléboro depositó en las manos de Llwyn una daga de negra empuñadura, forrada de ébano, engastada con adornos de obsidiana y jade y una tira enrollada a su alrededor de la que pendía una pieza de ajedrez moldeada en plata, enfundada en una vaina de sencillo cuero negro. El druida sacó con cuidado la hoja de la funda, admirando el exquisito trabajo del artesano. Había sido adecentada recientemente y su superficie lucía un impecable bruñido.




-Jamás he vuelto a usarla...

-¿Alguna vez descubriste lo que significaba para él?- le preguntó, devolviendo la daga a sus manos.

-Nunca, pero sé lo que significa para mí, eso es suficiente.

-Me alegra que hayas compartido ésto conmigo, querida amiga.

-Hay personas a las que merece la pena contarles nuestros secretos más íntimos...




Llwyn no dijo nada, simplemente la estrechó entre sus brazos.



-Dile a tu hermano que me perdone por no haberme despedido de él...- susurró la enana al oído del elfo.

-No te preocupes. Es sacerdote, el perdón forma parte de su vida...- aseguró Llwyn, arrancando una ligera risa en Eléboro.

3 comentarios:

  1. *Se acuerda de Demian Elric y las consecuencias del odio y el afan de venganza*. El odio es una espada sin vaina que vaga descontrolada en busca de sangre. Mientras el odio siga siendo odio esa espada seguirá buscando sangre hasta que, finalmente, las últimas gotas que la impregnen sean las de la mano que empuña tan horrible sentimiento.

    Me alegro de que pararas a tiempo y no te dejaras consumir por ese sentimiento *se acuerda del cadaver, desnudo y decapitado, de Demian y no puede evitar estremecerse* podria haber sido peor.

    Me alegro de gozar de tu simpatia y que seas una de las pocas personas en este mundo dignas de ser llamadas "amigo", pero sobretodo me alegro de que sigas siendo Eleboro y no te convirtieses en un monstruo llamado odio.

    PD: Se que ya te has fundido el dinero de la cartera, pero al menos devuélvemelá por correo, que no sabes lo que me costó comprarla en una oferta exclusiva de "el corte Darnassiano".

    (Estás hecha toda una escritora. Me ha encantado).

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  2. La deuda de sangre que se paga con la misma moneda deja en nuestra boca un sabor metálico y amargo como la hiel.

    La ira descontrolada puede llegar a abrirte las puertas del infierno, pero en ocasiones, templar esa ira a tiempo es una tarea harto complicada.

    "A la mente del Narrador acuden las imágenes de hechos sucedidos no ha mucho tiempo. Traga saliva cuando se ve a sí mismo sujetando la garganta de un hombre al que previamente habían torturado y recuerda como le arrebató la vida sin ser consciente siquiera de ello..."



    *Penicilina corre rauda a buscarte.
    -Bicar, me han dejado ésto para ti...- te dice, a la par que te entrega un paquete.
    -¿Para mí? ¿Quién te ha dado ésto?- preguntas, confuso.
    -Un chiquillo humano...- comienza a explicarte-. Parecía un raterillo; se acercó a mí y me preguntó si era la hermana de Bicarbonator Químicobum, asentí con la cabeza y me lanzó eso para que te lo entregara. Salió corriendo como alma que lleva C'thun...
    -¿Y tú le dices a cualquiera que eres mi hermana y aceptas cosas de su parte para dármelas? ¿Y si es algo peligroso? Un artefacto goblin o peor aún, gnomo...
    -¡Cállate y ábrelo, que me tienes en ascuas!

    Con cautela, quitas el envoltorio y descubres una faltriquera de cuero de kodo marrón, con doble cierre, impecable y lustrosa. Atónito, observas la bolsita, reconociéndola como tuya, aunque la recuerdas un poco más sucia...y llena.

    Al abrirla, ves en su interior una nota y una figurita...: un colgante de mithril con forma de gato...

    En la nota pone lo siguiente:

    "Pensé que te gustaría.
    Cuélgalo de tu cuello o ponlo alrededor de la empuñadura de tu arma, haz lo que quieras con él, pero si vas a darle un significado, dí cuál es antes de que tus huesos acaben en tierra, o alguien le dará uno diferente...
    Hace tiempo aprendí esa lección.
    Por cierto, he limpiado y aceitado tu faltriquera, que tenía más mierda que la cama de un gnoll, espero que no te haya importado.
    ¡Ah! Y olvídate de tus cien monedas de oro que yo NO he visto...
    Cree en la palabra de una pícara o no, pero el colgante no es robado.

    Firmado: E"*

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  3. Al despertar siento cansancio,como si me agotara el deseo de venganza de mi misma es este sueño,ya que esta vez no veía una figura femenina sino que he vivido desde mis ojos,en primera persona el relato.

    En realidad,no deseo pago de sangre petiso que pago con hiel,que el amargo sabor que paladeo en mis noches fuera degustado por aquellos que ansían ver a esta maga derruida y sin poder.

    Adoro el tono de voz tan familiar para mi...estoy segura...volverá a mostrarme un dulce sueño la próxima noche...

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