viernes, 8 de abril de 2011

Origen: el nombre de la Flor Venenosa

-¡Habla!, ¿donde está?- rugió el hombre, totalmente vestido de negro y con la cara cubierta. Sólo los ojos quedaban a la vista, oscuros y de intensa mirada-. No me hagas repetir la pregunta...


Un fortísimo puñetazo nubló la consciencia del joven atado a la silla de pies y manos. Uno de sus tres captores lo agarró del cabello con rudeza, obligándolo a levantar la cabeza y mirar a su torturador, a pesar de que sus ojos apenas podían ver de lo tumefactos que estaban.


-No estás en disposición de elegir, maldito imbécil...- le dijo acercando su embozado rostro al joven tanto como pudo-. Sólo tienes que decirnos su nombre y donde está...;es fácil...



El encapuchado esperó unos segundos pero no obtuvo respuesta alguna.


-Veo que eres duro de mollera...- le dijo a la vez que cogía un objeto que había sobre una destartalada mesa a su lado. Se lo colocó sobre la enguantada mano y lo enarboló delante de sus ojos. Un puño de brillante acero cubría ahora sus nudillos-. Necesitarás un incentivo para ver si eres capaz de hacer memoria...



El joven sintió el dolor del siguiente golpe como si de una explosión se tratara, inundando el interior de su cabeza como si le hubieran clavado miles de agujas candentes. Notó como los huesos de su nariz cedían y oyó el crujido de éstos al romperse. La sangre, caliente, llenó su boca del característico sabor ferroso.



Le soltaron la cabeza, que cayó sobre su pecho. Alguien le lanzó agua sobre la cara, para evitar que perdiera el sentido.



-Te lo repetiré sólo una vez más- oyó decir de nuevo al dueño de aquella fría y monótona voz-. Dime lo que quiero saber o te aseguro que te lo arrancaré del alma. Si ésto te ha dolido no querrás saber qué sentirás luego. Su nombre... y el lugar en el que se encuentra...



Lo agarraron de nuevo por el cabello. El joven apenas pudo distinguir lo que veían sus ojos, inflamados y anegados por un velo carmesí. Agotado, reunió las pocas fuerzas que le quedaban para hablar con un hilo de voz.



-N-no p-puedo...decirte donde e-está... porque realmente...n-no lo sé- dijo sin apenas hálito-. Tampo...co... puedo decirte... su nombre...porque lo de-desconozco...- sus labios temblaban al hablar y la sangre que le manaba de la nariz y la boca resbalaba por su mentón, cayendo a gotas sobre su sudorosa camisa. A sus oídos llegó el sonido de los nudillos del hombre al contraerse, listos para el siguiente golpe. Cogiendo aire con fuerza terminó diciendo:- Pero sé a quién... puedes...preguntarle.

-¿A quién?- quiso saber.

-A... la... tauren...- respondió el joven.


El mercenario miró al ensangrentado joven interrogativamente.


-¿Tan fuerte te he dado que ya se te ha nublado el juicio?- preguntó con sorna-. ¿Tauren? ¿De qué tauren estás hablando, pirado?


Una sonrisa asomó a los martirizados labios del joven y sus ojos grises miraron con intensidad a su captor.


-A la que está detrás tuyo, hijo de perra...



El embozado hombre se giró rápidamente, pero no lo suficiente como para ver la tremenda figura que se abalanzaba sobre él y le propinaba un zarpazo de fuerza inhumana. Sin poder hacer nada por evitarlo, el cuerpo del torturador recibió de lleno el impacto, estrellándose contra la pared. Entre las brumas de la inconsciencia, los ojos del hombre vieron a un enorme felino de color blanco y letales colmillos; de entre la enmarañada melena del animal surgían un par de cuernos. Con un espasmo de dolor bajó la vista, para ver, con horror, cómo se le escapaba la vida a través de las terribles heridas que cruzaban su pecho.



En una vorágine de garras y dientes, aquel imponente felino sesgó la vida de los otros dos hombres que apenas llegaron a ver aquello que los borraba de la faz de Azeroth.



Ensangrentado y jadeante, el felino miró al joven desde unos hermosos ojos azules. Su forma se desdibujó, dando paso a una silueta antropomórfica. Unas manos arrancaron las ataduras que laceraban las muñecas y las piernas de aquel debilitado hombre y unos poderosos brazos lo cargaron sobre un ancho hombro.



El joven notó como ascendían por unas angostas escaleras y salían al exterior. Estaba oscuro fuera, parecía ser ya noche cerrada y el aire seco y frío del desierto a esa hora golpeó su rostro, arrancando un gemido de sus labios.



-Debo sacarte cuanto antes de aquí- le dijo una grave voz-. Necesitas curación urgentemente, pero no puedo entretenerme o nos descubrirán. Deberás aguantar hasta que lleguemos a un lugar seguro.



Lo depositaron en el suelo. Aquellas manos inspeccionaban rápidamente el estado de sus heridas. El joven levantó la mirada y se encontró con el preocupado rostro de una tauren hembra de blanco pelaje. Los ojos de ella, azules como el cielo en verano, le miraban con ternura y evidente inquietud mientras acariciaba su oscuro y sucio cabello.


-¿Puedes montar?- le preguntó.

-Creo que sí... si me echas una mano.



La tauren lo ayudó a ponerse en pie para a continuación transformarse en un hermoso guepardo de gran tamaño. Se recostó sobre sus patas para que el joven pudiera subirse a su lomo, montando a horcajadas. Las manos del hombre se agarraron al suave pelaje de su cuello y las rodillas hicieron presión sobre sus costillas, indicando así que estaba listo para partir.



El felino se puso en pie despacio, para asegurarse que el hombre sobre ella estaba bien afianzado y se dispuso a correr hacia las cercanas fronteras de Vallefresno.



A los pocos minutos de haber empezado el viaje, el cuerpo del joven resbaló de su lomo y cayó al suelo cuan largo era. La tauren, volviendo a recuperar su forma original, se agachó para comprobar alarmada que había perdido la consciencia. Con rapidez sacó una cuerda de su bolsa y cargándose al hombre sobre sus anchas espaldas, pasó la cuerda a su alrededor, enrollándolo a él también y atándole de manos y pies por delante de su cintura. Rezando a la Gran Madre para que las improvisadas ataduras dieran resultado, volvió a tomar la forma del guepardo y echó a correr con el desmayado joven sujeto a ella.



Lograron alcanzar así los hermosos y frondosos bosques de Vallefresno, tan diferentes de la desértica zona del norte de Los Baldíos que acababan de cruzar. La áspera cuerda había lacerado su piel con el roce al correr, pero no le importaba, debían llegar a su guarida cuanto antes o aquel joven de oscuros cabellos moriría. No estaba dispuesta a permitir tal cosa.




Paró su carrera al llegar a un majestuoso árbol cuyo tronco era tan ancho como una casa. Tornando de nuevo a su forma tauren, desató la cuerda para depositar suavemente al hombre en el suelo. Con rapidez, pronunció una palabras mientras un brillo verdoso asomaba entre sus dedos. De la base del tronco asomó una rendija de luz con la misma tonalidad y, como si tuviera vida propia, la corteza de aquel bello árbol se retorció, dando paso a una puerta por la que entró con premura la tauren, llevando entre sus brazos el maltrecho cuerpo del joven. La puerta se cerró tras ellos como si nada hubiera perturbado las armoniosas formas de aquella gigantesca y milenaria secuoya.







Sus ojos se abrieron lentamente y miraron a su alrededor. Unas tenues luces mágicas, parecidas a los fuegos fatuos, iluminaban la espaciosa estancia en la que se encontraba. Las paredes de la sala estaban surcadas de los nudosos y retorcidos entresijos de la piel de los árboles. Una escalera de caracol a su izquierda, formada a partir del mismo material de las paredes, serpenteaba hacia el segundo nivel de aquel extraño lugar. Aspiró con fuerza, percibiendo los olores del bosque, y tomó conciencia de su propio espacio en aquella habitación.



Tumbado sobre un lecho de grandes dimensiones, se hallaba cubierto hasta la cintura por una cálida piel, suave como la gamuza. Sus heridas estaban parcialmente sanadas y al tocarse la nariz, descubrió que alguien había recolocado sus huesos aunque aún le dolía horrores. Un grueso y opresivo vendaje cruzaba su pecho; por el sordo dolor al respirar imaginó que le habían roto también alguna costilla.



-Me tranquiliza que hayas despertado- le dijo una voz profunda desde la oscuridad.



De una puerta al fondo de la sala surgió la alta figura de la tauren hembra. Ataviada con un sencillo vestido del color de la foresta, su dulce rostro lo observaba con cariño. En sus manos traía una bandeja con frutas, que depositó en una mesita al lado de su cama, para sentarse junto a él a continuación. Una enorme mano se alzó para apartar un rebelde y oscuro mechón de los ojos del joven, con el gesto que usaría una madre con su retoño.



-Iban a por ella...- susurró el joven mirando a la tauren con unos cálidos ojos grises-. Los informadores han llegado más lejos ésta vez y casi dan con su paradero. Si yo no hubiera hecho de señuelo...

-Te habrían matado de no haber aparecido yo- le reprendió-. Pusiste en riesgo tu vida...

-...como hizo ella con la suya para salvarme- dijo el joven, tajante. La tauren suspiró ante la evidencia irrefutable de ese hecho-. Defender a aquellos a los que quieres, proteger sus vidas aún a costa de la tuya. Tú me enseñaste eso- le dijo, con una sonrisa arrebatadora.

-Lección que aprendiste bien- le dijo ella, tomándole de la mano-. Pero imagino que sabes lo que se va a enfadar cuando se entere ¿no?. No creo que ella te salvara, proporcionándote de nuevo una vida, para que tú la expongas sin vacilación. Podías haberme avisado- le dijo, señalando un tatuaje con forma de hoja que lucía el joven en la parte interna del antebrazo.

-No tuve tiempo- susurró, con la voz quebrada-. Antes de darme cuenta, esos malnacidos me atraparon- aquellos ojos grises la miraron con intensidad-. Noté la reacción del tatuaje; sabía que vendrías- dijo, tumbando la cabeza en la almohada.


La tauren volvió a suspirar.


-Intenté inculcarte la paciencia y la disciplina propias de nuestra raza, pero de ella aprendiste la terquedad enana, sin duda alguna- le dijo, sonriéndole-. Descansa, anda. Luego podrás comer algo.



El joven suspiró y miró al techo, perdiéndose en los dolorosos recuerdos de esa noche.



-Querían su nombre- dijo de repente, sacando a la tauren de la labor que había comenzado-. ¿Recuerdas aquellos días?- le preguntó.

-¿Cómo voy a olvidarlos?- le contestó ella, risueña-. Pero ahora deberías descansar y no hablar...

-Debo hablar.- le dijo él, firme-. Porque quiero que conozcas la versión que salió de sus labios; la que me contó a mí...



Durante unos minutos calló, buscando en los legajos de su memoria. Tomando aire profundamente, con los ojos hacia el techo, mirando sin ver, comenzó a relatar la historia con una suave voz.







“La pareja de enanos avanzaba a duras penas por aquel infinito desierto blanco. El agua se les había acabado el día anterior y la comida sólo había dado para una exigua ración. Sus estómagos rugían y sus lenguas, que habían empezado ya a hincharse y amoratarse, clamaban por saciar su sed; pero en la basta inmensidad de aquel yermo salado sólo veían la blancura y, muy pronto, la muerte.



Habían evitado a toda costa el Circuito del Espejismo. Una chaladura propia del afán lucrativo del que hacían gala los goblins, que habían creado una pista de carreras en medio de aquel desolado lugar. Desde luego, espacio para poner a prueba sus extravagantes creaciones no les faltaba. Entre goblins y gnomos, uno se preguntaba si el objetivo de aquellas competiciones era saber qué vehículo era el más rápido o el más estrambótico. Una cosa era segura, chiflados o no, eran goblins y los enanos no dudaron de la rapidez con la que podían hacer circular las noticias entre ellos.



Estaban ya a una distancia segura de aquellas instalaciones pero aún les quedaba bastante para llegar a las Mil Agujas, donde otra basta y seca extensión de terreno les esperaba más llena de peligros que la anterior.



-Fuego, no es por ser pesimista...- le dijo el exhausto enano-. Pero para mí que no salimos de ésta.

-Prefiero que el sol seque y blanquee mis huesos porque ese sea mi destino, que colgar de una cuerda, pasto de los buitres- le contestó ella, casi sin fuerzas-. Y no me llames Fuego, ahora prefiero que me llames Cielo, o Lluvia o algo fresco...

-Bueno, “Océano”, al menos una cosa es segura- le comentó su compañero con una sonrisa en sus agrietados labios-. Quedaremos tan salados que ni los buitres que revolotean por aquí querrán saborearnos...


La enana rió, aunque más que risa, de su garganta brotó una tos quejumbrosa.


-Eres la leche, Arcturius...-le dijo-. Si tengo que morir, me alegro de hacerlo junto a alguien que se toma la vida con tan buen humor...

-Eso es... que me ves... con buenos ojos...



Uno cuántos pasos más adelante el enano se tambaleó y cayó al suelo, su compañera le siguió, derrumbados los dos por el agotamiento y la sed. Estaban justo en la frontera con las Mil Agujas.



Al rato una voz profunda rompió el relativo silencio del yermo, que era azotado por sibilantes rachas de viento.


-¡Napayshni ha encontrado algo!



La enana, aún consciente, no entendió aquellas palabras, pronunciadas en un idioma desconocido para ella. En ese momento vio, por el rabillo del ojo, una peluda forma que olisqueaba su reseco rostro. Una húmeda lengua pasó por su nariz; el animal parecía deleitarse con el saborcillo salado de aquella piel.



Otra figura, alta y oscura llegó corriendo hasta ellos y se agachó, para comprobar su estado. La enana intentó hablar, pero de su garganta sólo salió un gemido lastimero.



-¿Están vivos?- preguntó otra voz diferente.

-Sí, pero no creo que les quede mucho.

-Les llevaremos a Viento Libre- dijo la voz anterior, con determinación y ésta vez, en común.

-¿Estás loca? ¡Son enanos!- exclamó la otra, en la misma lengua-. No te dejarán entrar cargando con miembros de la Alianza sobre tus hombros.

-No son miembros de la Alianza. Para mí son seres vivos, y se están muriendo. Me da igual lo que diga el Consejo. Les atenderemos y luego los llevaremos a Mulgore- le dijo a su compañera- Sin rechistar, Índigo.



La enana había escuchado anteriormente voces como aquellas. Graves y profundas, su hablar tranquilo y cadencioso las identificaba entre las brumas de inconsciencia que nublaban su mente.



"Tauren. Son dos hembras tauren." -pensó para sí, reconociendo aquella ancestral y honorable raza. Con un suspiro, su tambaleante lucidez se desvaneció, sumiéndola en la oscuridad.



Se despertó en una acogedora cabaña que olía a hierbas aromáticas y lumbre recién encendida. Tumbada sobre un jergón de pieles en el suelo, la cabeza le daba vueltas y era presa de la confusión.



-Por fin despiertas- le dijo la familiar voz del enano, que estaba sentado a su lado con las piernas cruzadas y se disponía a morder una jugosa pieza de fruta-. Estamos a salvo entre éstas paredes, creo.


La enana estiró la mano para intentar coger aquella fruta que le hacía la boca agua y mermaba sus sentidos, aún más.


-No debes hacer eso todavía- le dijo la voz de una de las tauren que los había salvado, hablando en común con un marcado acento-. Acabas de despabilarte y sólo dejaré que bebas agua en pequeños sorbos, como he hecho cuando te desvelabas brevemente para luego desmayarte de nuevo. Como dice tu pequeño amigo, aquí estás a salvo.

-¿Cuánto tiempo...?- logró articular, no sin esfuerzo.

-Día y medio- contestó la tranquilizadora voz-. Tu amigo despertó a las pocas horas pero tú has tardado bastante más.



La enana levantó la vista para fijarse en su interlocutora. Ante ella se alzaba una imponente hembra tauren de color blanco. Un práctica vestimenta la cubría, consistente en unos pantalones fuertes y flexibles y un jubón de cuero marrones. Sus ojos, de un intenso color azul, la miraban con amabilidad. Su aspecto inspiraba sosiego y respeto. Se arrodilló junto a ella y la ayudó a incorporarse, poniendo un cuenco de agua fresca sobre sus labios.


-Despacio, o te hará daño- le explicó-. Sois muy fuertes. Nadie cruza el inmenso Desierto de Sal y sobrevive a ello sin los medios necesarios.

-¡Los enanos somos una raza ruda y resistente!- coreó el enano alegremente.

-...Y cabezota...- susurró la enana, cuando paró de beber. El comentario hizo reír a la tauren-. ¿Vas a entregarnos?- preguntó, de repente. La hembra tauren la miró inquisitiva.

-¿Entregaros? ¿A quién? ¿Y por qué?- quiso saber.

-A los goblins, o a la Horda, lo mismo da. Somos esclavos fugitivos... seguro que nuestras cabezas tienen precio- le dijo, con frialdad.

-¿Es ese tu miedo?- le preguntó.

-He visto mucho como para tener miedo. Creo que he aprendido a enmascararlo con indiferencia...

-Duras palabras para alguien que parece muy joven- le dijo la tauren-. Entonces déjame que te diga una cosa. Nuestra raza siente un gran respeto por los seres vivos. La Gran Madre es la única que guía y decide nuestros destinos- aquella tauren hablaba con una voz consoladora, capaz de disipar la angustia de sus corazones-. Las razas que se sirven de otros para medrar dentro de un mundo que no les pertenece no merecen pisar la tierra que la Gran Madre ha puesto bajo ellos, no importa cual sea su procedencia. En cuanto al tema de la Alianza o la Horda...- en ese punto hizo un alto-. Te diré cuál es mi opinión personal. Yo respeto a nuestro Gran Jefe, siento un reverencial respeto por nuestro Archidruida, por nuestros ancianos, por los espíritus de la tierra, los bosques y el agua. Respeto a nuestro Jefe de Guerra por lo que es: una persona sabia y tolerante que ha transformado a sus gentes, inculcándoles que la consideración por sus semejantes no significa deshonor ni cobardía. Las palabras “Horda” o “Alianza” no tienen un significado concreto en mi mente. Dentro de todo cuerpo late un corazón que puede ser noble o vil, valiente o cobarde, leal o traicionero...; los actos de las personas son los que conforman mi versión de la Horda y de la Alianza que para mí, vienen a ser lo mismo, al margen de la política y la burocracia escondidas tras esas palabras- posó una enorme mano en la anaranjada cabeza de la enana-. Espero que éste discurso te haya dado una respuesta.

-Mmm yo me atrevería a decir que sí- dijo el enano con una enorme sonrisa-. Por cierto, yo me llamo Arcturius y esa pasmada y boquiabierta enana de ahí es Fuego, o Cielo u Océano o... lo que a ella le apetezca que la llame.

-¿No tienes nombre?- le preguntó, a lo que la enana respondió con un gesto negativo de la cabeza-. Habrá que solucionar eso, entonces.





Pasaron los días, que dieron paso a las semanas y los enanos iban recuperando sus fuerzas. Animada, la enana pasaba largas horas en compañía de su sabia anfitriona mientras Arcturius hacía rabiar incesantemente a su fiel amiga, la joven tauren a la que había llamado Índigo. A Napayshni, el enorme lobo gris que acompañaba a la cazadora a todos lados, parecía caerle especialmente bien el enano.



-¿Qué es aquella enorme estructura?- le preguntó un día la enana a su nueva amiga, señalando lo que parecía ser una ciudad a lomos de una montaña.

-Es Cima del Trueno, nuestra capital.

-Es impresionante- le confesó-. ¿Por qué vives tan apartada, entonces?- quiso saber, después de haber comprobado que la humilde cabaña en la que vivían estaba bastante lejos de allí.

-Porque a los druidas nos gusta estar en contacto con la naturaleza- le explicó-. Me siento mucho mejor sin el ajetreo de una ciudad, a pesar de que mi gente es muy sosegada en sus costumbres.

-¿Druida? ¿Así que eso es lo que eres?- quiso saber, con un matiz de sorpresa en la voz-. Nunca he visto a ninguno de los tuyos. Con razón te pasas el día cogiendo hierbas...- la tauren rió con ganas ya que estaba agachada, haciendo precisamente eso.

-No es eso lo único que hacemos, pequeña- la enana sonrió de oreja a oreja ante la respuesta.

-No importa, me gustan las plantas y las flores.

-¿Quieres que te enseñe a usarlas?- le preguntó a lo que ella contestó con una mirada brillante, fascinada-. Puedo enseñarte a identificarlas y usarlas para el bien, o para el mal...

-¿Mal? ¿Acaso pueden dañar?- le preguntó, acariciando los pétalos de una hermosa flor morada.

-Esa flor que disfruta con tus caricias...- empezó a decirle la tauren-. Es muy bella ¿verdad?- la enana asintió-. Al contacto es suave... pero desde sus raíces,
pasando por el tallo, las hojas y los pétalos, todo es venenoso. Preparada debidamente, la totalidad de esa hermosa y, aparentemente inofensiva flor, es extremadamente letal- la enana pegó un brinco y soltó la flor, asombrada ante la revelación de su naturaleza-. No te dejes engañar por las apariencias, las criaturas de la Gran Madre pueden ser exuberantes y espléndidas, pero también pueden anidar oscuridad en su interior.

-Se parece a mí...- susurró distraída la enana, sin dejar de mirar aquella flor. La tauren miró su rostro y supo que tenía razón. Bajo aquella aparente fragilidad se escondía un secreto que sólo ella parecía conocer y, a pesar de tener un corazón puro, el destino la había desviado hacia un camino colmado de tinieblas-. ¿Cómo se llama?- quiso saber.

-Eléboro- le contestó su amiga-. Esa es la variedad de Eléboro Negro, pero hay muchas otras, igualmente bellas y mortales.

-Eléboro...- susurró la enana, más para sí misma que para su compañera.



La tauren sonrió con tristeza. En el fondo de su corazón sabía que lo que le pudiera enseñar podría ser usado para fines poco éticos a ojos de un druida, pero tenía fe en que algún día, aquella incipiente oscuridad diera paso a la luz, sin haber devorado su esencia en el camino. La Gran Madre guardaba para sí los designios que daban forma a las líneas del destino de cada uno y sólo ella podía saber lo que tenía preparado para aquella pequeña criatura.



Al volver a la cabaña, fueron recibidas por un risueño enano que sujetaba entre sus manos una especie de jubón mal cosido.



-Fuego, mira lo que me ha enseñado a hacer Índigo. Muy bonito no es pero con el tiempo...- la enana se acercó y acarició distraída el cuero, no parecía estar entre los presentes.

-No te ha quedado tan mal- le dijo, dándole una palmada en el hombro-. ¿Me enseñarás a mí también?- le preguntó a la cazadora, que asintió con la cabeza-. Por cierto Arcturius... deja de llamarme Fuego- el enano enarcó una ceja, interrogante-. Tengo un nuevo nombre...

-¿Ah, sí? ¿Y cual es?

-Eléboro...- respondió con una voz carente de sentimientos que erizó los pelos del enano.




Las semanas dieron paso a los meses y su nueva instructora enseñó a la enana todo lo que sabía sobre las plantas y sus usos, pero con amargura constató que tenía una habilidad innata para manipular todas aquellas que pudieran usarse para emponzoñar cuerpos, mentes y objetos. Con destreza aprendió a controlar las cantidades que convertían una sustancia beneficiosa, en una letal.





-Debo irme- le dijo un día la enana, mientras paseaban en busca de nuevos componentes. La tauren sonrió con tristeza ante la revelación.

-Hace tiempo que sé que quieres irte...

-No me malinterpretes, amiga mía- le dijo, muy seria-. Deseo quedarme, pero si lo hago, algún día me encontrarán y me gustaría que éste lugar siguiera siendo el remanso de paz que es, donde nada perturbe su sosiego. Donde alguien, con más fortuna que yo, pueda disfrutar de tus lecciones y tu compañía sin temor a lo que pueda esconderse tras su espalda...



Las lágrimas asomaron a los ojos de la enana de anaranjado cabello. La tauren abrió los brazos y aquella pequeña figura se acurrucó entre ellos.


-Jamás te olvidaré, mi Pequeña Flor Venenosa...”








El joven cesó su relato y miró a su alrededor; aparentemente estaba sólo. En algún momento de la historia, perdido entre sus propios recuerdos, no se percató del movimiento de la tauren; pero ésta no se había marchado. Estaba sentada en la escalera de caracol y escuchaba atentamente, ocultando su figura.




De repente, una silueta surgió de la oscuridad de la entrada a la sala, acercándose hasta él a grandes zancadas. Todo lo grandes que le permitían sus pequeñas piernas. Sin reparar en la figura de la escalera, llegó hasta el joven seguida por una elfa nocturna vestida con los ropajes que la identificaban como miembro del Círculo Cenarión, que se disculpaba débilmente ante la dueña de la casa. Con un gesto de la mano, la tauren le quitó importancia y le indicó que debían quedarse a solas.




-¡No vuelvas a hacer eso jamás!- le gritó la enfurecida enana de cabello color naranja-. ¿Me oyes? ¡Jamás!- siguió-. ¡No salvé tu vida para que la pongas en peligro! ¡No me importa si me encuentran de una vez! ¡Ya bastantes veces pongo en riesgo tu seguridad cada vez que alguno de esos babosos viene a por mí!

-Eléboro...- susurró el joven, asombrado ante tal estallido de ira.

-¡¡No soportaría perderte!!- bramó, mientras las lágrimas surcaban sus mejillas. De un salto se arrojó a la cama y cubrió las manos de él entre las suyas. El joven de pelo oscuro y profundos ojos grises tragaba saliva a duras penas, embargado por la emoción.


-Nunca vuelvas a hacer de cebo, nunca vuelvas a asustarme así, mi pequeño y díscolo niño...- el hombre la cubrió con sus brazos.

-Lo... lo siento...- le susurró, dándole un beso en la coronilla.

-Lo avisé de que te enfadarías, pero nunca me hace caso- le dijo una suave voz a sus espaldas-. Deja que se recupere un poco antes de reprenderlo como se merece. Al fin y al cabo, nosotras le enseñamos a comportarse así. No volverá a hacerlo. Se ceñirá a su papel de desviar las atenciones de tus enemigos sin imprudencias-. La enana se separó un poco del joven para mirar a los ojos, azules como el cielo en verano, de aquella tauren a la que no había prestado atención hasta ese momento, nerviosa y asustada como estaba.


-Hola mi Pequeña Flor Venenosa...- le dijo la tauren agachándose con los brazos abiertos. La enana se arrojó contra ellos, estrechándola con fuerza en un tierno abrazo.

-Tirma...

6 comentarios:

  1. Me resultan tremendamente familiares tus relatos,sus protagonistas,tu forma de narrarlos,me ralaja y aparta mi mente de fantasmas indeseados...seguiré aqui escondida escuchando tus historias...

    *Como siga asi vestida aqui sentada voy a coger frio! pero con un relato asi de cargado de momentos de emocion ¿como interrumpir con un traje de seda transparente para que me cuente mas?...*

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  2. Nos os preocupéis hermosa dama. Me congratula saber que mi voz sosiega vuestro espíritu, proporcionándoos la paz necesaria, aunque a veces me vea obligado a relatar acontecimientos dolorosos.

    *El Narrador se acerca a la durmiente figura acurrucada entre las sombras y deposita una cálida manta sobre sus hombros.

    "Dulces Sueños, bella hechicera"- le susurra al oído.*

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  3. Muy bueno, de verdad los relatos se vuelven como una adiccion!
    cp.

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  4. Muchas gracias por tu comentario.
    Que alguien disfrute leyéndolos, al igual que yo lo hago al escribirlos, anima mucho.

    La próxima noche volveré a narrar, para todo aquel que desee escuchar, un Relato entre las Sombras... :)

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  5. Esa Tirma, esa ropa ventilada... qué tiempos...

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  6. "No me lo puedo creer...
    Mis ojos deben engañarme...
    ¡Pero si es aquel que proporcionaba a nuestra Tirma los modelos exclusivos con ventilación de una calidad inigualable!"

    *Off-rol:¡Ese toro hermoso y gallardo que con sólo enseñar los tótem, Azeroth, Terrallende y Rasganorte temblaban a su paso!
    No veas la alegría que me ha dado este comentario. Me ha traído unos bonitos recuerdos, sí señor...

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