domingo, 10 de abril de 2011

La Fábula del Búho

-Parece que está todo muy tranquilo hoy...- dijo el joven de cabello negro como ala de cuervo a su acompañante.

-Mejor, así podrás recuperarte del todo de tus heridas- contestó la enana de anaranjadas trenzas que estaba de pie a su lado, mirando el fuego que ardía en el hogar-. Puíta me ha dicho antes que la zona estará “blanca” ésta noche.



El joven de oscuros cabellos estaba sentado en su sillón de respaldo alto. La enana estaba junto a él, con el cuerpo apoyado contra el sillón y su brazo izquierdo reposaba sobre los hombros del hombre.



-¿Cómo te encuentras hoy?- preguntó ella.

-Mucho mejor. Casi no me duele ya- le aseguró, girándose a continuación para mirarla a la cara-. ¿Aún estás enfadada, Eléboro?



Sus miradas se encontraron. Los profundos ojos grises de él aguantaron la penetrante fuerza de los bellos ojos azules de ella, pero en su rostro no había rencor alguno. Una sonrisa asomó a los labios de la enana y su mirada se dulcificó, arropando con ella a aquel joven, deseoso de una respuesta.



Una mano acarició su oscura melena, para luego posarse en lo alto de su cabeza y alborotar aquellos cabellos, como si se tratara de un niño.



-¿Cómo voy a estar enfadada contigo, bobo?- le dijo ella, sonriente-. Tengo tu palabra de que no volverás a hacerlo, con eso me basta. Además... ¿quién puede regañarte con esos ojos que tienes?- él rió con ganas ante el comentario.

-¡Pues buena bronca me echaste en ese momento!

-Fue la ofuscación... y el miedo...- un estremecimiento recorrió la espalda del joven, ahora serio, al recordar la angustia y el dolor de su amiga al creer que lo había perdido.

-Fui un necio, perdóname...

-No hay nada que perdonar, pequeño- le dijo, dándole un tierno beso en los labios. Él la miró con una ceja alzada y una sonrisa traviesa-. No, no voy a dejar de llamarte pequeño...



Las risas de ambos inundaron la sala.



-¿Cenarás conmigo ésta noche?

-No me hagas preguntas tontas, anda.



Los dos rieron de nuevo mientras la enana salía a coger los servicios de la alacena y el joven disponía la mesa, que había colocado cerca del hogar. Al rato, vino cargada con platos, copas y cubiertos.



-Deja que te ayude- se ofreció él, tomando los enseres de entre sus brazos. El joven comenzó a colocarlos sobre la mesa-. Hay un servicio de más... ¿tenemos invitados ésta noche?

-Ya sabes que sí...- ambos se miraron y unas sonrisas cómplices asomaron a sus rostros, parcialmente iluminados con los resquicios de la luz del ocaso y el fuego del hogar, que difuminaban sus facciones entre danzarinas formas. La enana se giró hacia un rincón, permanentemente en sombras, de aquella acogedora sala-. ¿Nos acompañas, cielo?



Los dos miraban hacia aquel rincón, esperando pacientemente. De entre la calígine de aquel improvisado escondite surgió la figura de una mujer, ataviada con un vestido de vaporoso tejido. Con timidez, miró los rostros del hombre y la enana frente a ella y se ruborizó, avergonzada de haber sido descubierta.



-¿En serio pensaste que no sabíamos que estabas ahí agazapada?- le preguntó la enana, con una sonrisa capaz de desarmar a cualquiera.

-Eléboro... yo...- la mujer tartamudeaba, nerviosa. La enana frenó sus débiles intentos de explicación por su parte con un ademán de la mano, mientras chasqueaba la lengua y movía la cabeza en gesto negativo.

-No es necesario que nos pongas al corriente. Lo hecho, hecho está, deja de darle vueltas y hagamos las debidas presentaciones.



El joven se acercó a ella para cogerla de la mano y depositar suavemente sus labios sobre el dorso, sin dejar de mirarla con aquellos enigmáticos ojos grises.



-Milady...- susurró, con una educada reverencia. Las mejillas de la mujer se encendieron de nuevo ante tal cortesía-. Siento no poder deciros mi nombre, pero podéis llamarme “Narrador”.



La dama se sumergió absorta en aquellos ojos cristalinos, como la superficie de un estanque, lleno de secretos en su interior. Un carraspeo de la enana la sacó de su estupor y la devolvió a la realidad.



-Imagino que debes tener un hambre atroz, pero lo primero es lo primero- se acercó a ella y la tomó de la mano, para llevarla fuera de la sala, avanzando por un pasillo decorado con hermosos tapices.



Sus pisadas sonaban débilmente sobre el suelo, cubierto por una suave alfombra que cubría toda la extensión del corredor. Puertas talladas con bonitos motivos florales pasaban ante sus ojos a ambos lados de la pared, hasta que se pararon delante de una de ellas. La enana la abrió y con un gesto de la mano la invitó a entrar.




Una humeante y cálida atmósfera inundó sus sentidos, cargándolos con un sutil aroma a hierbas aromáticas. Se encontraba en una sala decorada con bellísimos mosaicos de tonalidades azules. En las paredes había colgados varios espejos. En un lado, un mueble-estantería cargado de toallas; al otro, una vitrina repleta de frascos de sales, perfumes y jabones. En el centro de la estancia, una enorme bañera de patas de león doradas, llena de abundante agua caliente y espumosa.



La mujer suspiró ante tal despliegue de maravillosas sensaciones.



-Cómo te cuidas...- susurró, asombrada aún. La risa de la enana sonó a sus espaldas.

-Apenas puedo permitirme el lujo de usarlo- aseguró-. Procuro estar aquí el menor tiempo posible, pero sí, es hermoso y no, no preguntes de donde salen los fondos para tales caprichos- le dijo, picarona-. Adelante, todo tuyo.




La dama se despojó de su vestido sin pudor ya que estando entre mujeres no había nada que ocultar y lentamente se metió en aquella humeante bañera. Al sentarse y quedar cubierta casi hasta el cuello no pudo evitar un suspiro placentero. El agua estaba muy caliente y sus músculos se relajaron casi al instante. El aroma que ascendía hasta sus fosas nasales indicaba que aquel agua había sido aderezada con sales.



-¿Qué tal?- quiso saber la enana.

-Mmmm, sin palabras- contestó la dama, en un susurro. En ese momento su vista se desplazó hasta una pequeña bandejita de plata con una pastilla de jabón. Sus ojos se abrieron como platos al reconocerlo-. ¿Es el mismo...?

-Sí, el mismo que robé para ti aquella vez, pero no usarás ese hoy...- la enana se dirigió a la vitrina, para sacar una caja de madera profusamente labrada y nácar, con un cierre de mithril-. Éste es mucho mejor.




Al abrirla, la mujer observó una hermoso frasquito con un líquido azul en su interior. La botella tenía forma de lágrima y estaba protegida por un acolchado cubierto de seda roja.




-Es una antiquísima receta de la época de los Altos Elfos- le explicó, dejando a la dama boquiabierta-. Una gotas de éste jabón sobre tu piel te harán saborear las mieles más exquisitas.

-¿De donde lo has...?

-Esas cosas no se preguntan, cielo -contestó, sonriente-. Anda, cógelo, no muerde. Pon unas gotas sobre la esponja...




Al abrir el delicado tapón y verter unas gotas de aquel espeso líquido, captando su olor, a su mente acudieron evocaciones de inmensos prados primaverales jaspeados de flores silvestres más allá de donde la vista pudiera alcanzar.




-¿A que es la leche?- la cantarina risa de la enana la sacó de su ensoñación-. Por cierto...- le dijo, apoyándose con los brazos cruzados en el filo de la bañera-. ¿Te has quedado para conocer mis secretos o...?

-Debo reconocer que al principio quería saber más sobre ti, sobre ese pasado que intentas ocultarnos siempre- le explicó la joven-. Pero luego... me quedé porque sus relatos me fascinaban, su forma de narrarlos...

-Tiene una voz cautivadora, el puñetero- la enana la miraba fijamente y la mujer no pudo evitar que los colores subieran de nuevo a su rostro. Eléboro desvió la vista de repente y se distrajo, sumida en sus pensamientos-. Ojalá algún día pueda llevar la vida de cualquier otro hombre. Enamorarse, casarse si lo desea, tener hijos...; daría mi existencia por proporcionarle esa libertad...; pero es tan cabezón como yo...- suspiró, para volver a mirar de nuevo a los ojos a la joven-. No pongas esa cara mujer, te has puesto tan colorada como si hubieras recibido las sensuales caricias de un Señor del Fuego...




La mujer dio un respingo ante el comentario y se hundió más en el agua, soportando las alegres carcajadas de la enana.




-Te dejo a solas- le dijo, enjugándose las lágrimas que habían brotado de sus ojos por la risa-. Tómate el tiempo que quieras.




Estando ya a solas con su relajante baño, escuchó un toque a la puerta del baño.



-Perdonadme milady... ¿Puedo entrar? Sólo he venido a dejaros una cosa- sonó la voz del joven, apagada tras la puerta cerrada.



La dama dio un brinco, azorada y se tapó con la espuma todo lo que pudo.



-S-si... a-adelante- tartamudeó.


La puerta se abrió despacio y el joven entró con la cabeza gacha, dándose la vuelta inmediatamente. Llevaba algo en las manos.



-Eléboro me ha pedido que os traiga una vestimenta más apropiada para la cena que la que llevabais- le dijo, carraspeando nervioso-. Os la dejo aquí mismo, espero sea de vuestro agrado- dijo, depositando delicadamente un vestido sobre la silla al lado de la puerta para luego salir por ella, dejándola a solas de nuevo.




Al salir de la bañera y secarse con una suave toalla colgada cerca de ella, reparó en el vestido. Acercándose a la silla lo cogió y un suspiro escapó de sus labios. De un intenso color añil, la falda de exquisito tafetán llegaba hasta el suelo. La parte de arriba, con un cuello alto abierto en un pronunciado escote en v, era de terciopelo del mismo color, con bordados en hilo de oro. Las mangas, largas y estrechas en un principio, se iban ensanchando a medida que llegaban a las muñecas, para terminar en vaporosos pliegues de seda, a juego con los del cuello, que se derramaban sobre el escote. Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas al ver el maravilloso regalo.




Un rato más tarde apareció en la sala. Peinada de manera que su cabello suelto cayera sobre su espalda, sonreía con timidez a los presentes sin levantar la cabeza.



-Estáis preciosa- le dijo el joven.

-Adulador...- rió la enana-. Ven a sentarte y levanta la cabeza o te tropezarás con los pliegues del vestido.




La joven obedeció y otro suspiro de estupefacción escapó de sus labios. Ante ella habían dispuesto una mesa con generosas viandas de todo tipo; carnes, pescados, verduras, frutas y deliciosos pasteles que le hicieron la boca agua con su mera visión, pero lo que mas le impactó fue el aspecto que ofrecían sus anfitriones.



De pie junto a la mesa, el joven y la enana ofrecían sus mejores galas. El hombre iba ataviado con una botas altas hasta la rodilla y lustrosas, de color negro. Por el brillo parecían recién aceitadas. Un sencillo pantalón negro de corte elegante y una túnica color crudo, ceñida con un cinturón negro de hebilla plateada y una capa corta con esclavina que descansaba sobre su hombro derecho, sujeta por una fina cadena también de plata, completaban su atuendo. Estaba realmente guapo con su cabellera impecablemente peinada, pero la enana la dejó sin habla.



Se había soltado sus habituales trenzas y su pelo suelto parecía fuego vivo, con bucles que caían delicadamente, desparramándose sobre sus hombros de piel clara. Ataviada con un vestido largo de seda verde pálido, con primorosos bordados en plata que mostraban un diseño de enredaderas subiendo por las mangas, parecía sacada de un cuento de hadas.



-Cierra la boca o te dolerá la mandíbula- le dijo, sonriente-. Vale, no estás acostumbrada a verme así pero aunque no te lo creas yo también puedo resultar femenina cuando quiero, tan sólo es que no suelo quererlo con mucha asiduidad...



Esperaron a que ella tomara asiento primero para luego hacerlo ellos dos. El joven puso delante de ella una copa de vino.



-Una de las mejores cosechas de Pinot Noir- le dijo.

-Ésto parece una celebración...- musitó la joven, asombrada.

-Agasajamos a nuestra invitada como se merece, nada más- dijo la enana, guiñándole un ojo.



Comieron hasta reventar. La dama intentaba ser comedida pero llevaba un hambre canina y saboreó cuanto pudo aquellos manjares. Sus anfitriones sonreían al verla saciar su apetito.



-Está delicioso- dijo la dama.

-Es cosa del Puíta- aseguró la enana, a lo que la mujer contestó con un respingo de asombro-. Una de sus mejores cualidades...- la joven miró en derredor, buscando con la mirada-. No está, de todas formas tampoco hubiera podido mirarte a la cara. Creo que aún le escuece el bofetón- dijo entre risas.



Los tres rieron ante el comentario.



Terminaron de comer y la copa de la dama volvió a llenarse por las manos del joven.



-Así que os gustan mis historias...¿Queréis que os cuente una?- preguntó el joven a lo que la mujer contestó con un vehemente gesto de asentimiento y un brillo intenso en los ojos-. De acuerdo, pues...; os contaré la Fábula del Búho...




La joven se acomodó, expectante.







“Érase un vez...- empezó, después de aclararse la garganta, se paró para mirar a la dama-. No me miréis con esa cara, los mejores relatos siempre empiezan así...




Érase una vez- prosiguió- un búho al que le daba miedo salir de su pequeño bosque. Envuelto siempre por las mismas ramas, de los mismos árboles, a aquel búho no terminaba de gustarle su hogar, pero era lo único que había conocido desde que era polluelo y no ansiaba otra cosa. Allí tenía cobijo y alimento y conocía todos los rincones de su pequeño mundo.




Pero un día, un tenue resplandor captó su atención en la lejanía. Acostumbrado a las mismas tonalidades oscuras de su bosque, aquella luz dorada y radiante produjo en él una atracción irresistible; pero para llegar hasta ella tendría que abandonar la comodidad de su hogar. Día tras día, el atrayente destello seguía en su lugar pero sin apenas ser consciente de ello, el búho se acercaba poco a poco a su origen.




Sin darse cuenta, aquella luz lo había arrastrado al lindero exterior de su bosque y al encontrarse en un lugar totalmente desconocido, al búho le entró miedo y un vahído nubló su mente.



-¿Estás bien?- le preguntó una voz entre las brumas de la inconsciencia.




El búho abrió los ojos para encontrarse con una criatura que lo miraba, preocupada. Al ver a aquel desconocido, se asustó tanto que quedó sentado de golpe, intentando apartarse a golpe de ala, pero su espalda tropezó con algo y al mirar hacia arriba vio a otra criatura observándole. Gritó, presa del pánico, estaba rodeado de extraños.



-Tranquilo, tranquilo... ¿Acaso no has visto nunca a otros pájaros?- le preguntó de nuevo aquella tranquilizadora voz.

-N-no...- tartamudeó-. Siempre he estado solo en mi bosque.

-Vaya, entonces tendremos que presentarnos. Soy Eleassir, el Cuervo. Ése grandote a tu espalda es Seray, el Gavilán. Ése de ahí pequeño y travieso es Vanelli, el Cisne.

-Pronto creceré y seré tan blandito y achuchable que te querrás morir- le dijo el polluelo, risueño.



Uno a uno, las aves se fueron presentando.



Biroathir, el Halcón Peregrino; Dilen, la Lechuza; Ghazur, el Águila Pescadora...



El búho levantó la cabeza y vio una enorme ave volando sobre sus cabezas.



-Ése es Pommeryel, el Cóndor, nuestro Guardián.

-¿Guardián?- preguntó el confundido búho.

-Nos protege y nos guía. Puede parecer serio y a algunos parece darles miedo hablar con él, pero si miras en la profundidad de sus ojos, verás un corazón cálido y una mente sabia, dispuesto siempre a darte sus consejos.

-¿Y qué hacéis? Sois muy diferentes entre vosotros, y no parecéis tener un bosque seguro como el mío...



Eleassir, el Cuervo, rió ante el comentario.



-Lo que hacemos es fácil: ser amigos y aprender los unos de los otros lo que hay más allá de las fronteras de nuestros ojos- le explicó-. Todos tuvimos en algún momento un bosque seguro como el tuyo, pero por unas circunstancias o por otras, tuvimos que abandonarlo, abriendo nuestras alas al resto del mundo.

-No lo entiendo...- confesó el búho.

-Ven con nosotros, acompáñanos durante un tiempo y lo comprenderás.





Y así, el Búho Sin Nombre acompañó a aquellas aves. De unas aprendió que con esfuerzo y dedicación se podía ser fuerte. De otras, que la imaginación y la curiosidad no deben ser tildadas como cosas de polluelos. Vanelli, el Cisne, lo hacía reír con sus ocurrencias, Biroathir, el Halcón Peregrino, lo encandilaba con sus relatos, ocurrentes y a veces, picantones. Eleassir, el Cuervo, le hablaba sin tapujos, con confianza, enseñándole cosas que la vida le había hecho aprender y otras que había ido conociendo a lo largo de los años y que al Búho Sin Nombre le agradaban.



Hasta que un día Eleassir, el Cuervo, le preguntó:

-¿No sabes volar, verdad?

-Sí que sé- respondió ofendido el búho.

-No sabes, sólo saltas de rama en rama, sin desplegar del todo tus alas- le dijo, sin asomo de burla en su voz-. Ven.



Eleassir, el Cuervo, lo llevó hasta un promontorio cercano y le dijo:

-Mira allá abajo.



El búho obedeció y sintió como lo empujaban. Con pánico vio como se precipitaba contra el suelo y cerró los ojos con fuerza.



-¡Abre las alas y vuela!- le gritaba Eleassir, el Cuervo, desde lo alto de la colina.



El búho así lo hizo y descubrió que había dejado de caer. Con reparo, abrió lentamente los ojos y se encontró volando. Las ráfagas de viento acariciaban su rostro y se colaban en los entresijos de sus plumas, produciendo un cosquilleo que estremeció cada fibra de su ser.



-¡Estoy volando!- gritó, extasiado.

-¡Ya lo creo que vuelas!- le dijo Eleassir, el Cuervo, con las alas desplegadas a su lado.




Como un torbellino grisáceo, Biroathir, el Halcón Peregrino, voló entre ellos, haciendo caídas en picado y girando alrededor del búho, que no podía dejar de mirarle. Dilen y Ghazur volaban juntos, rozando las puntas de sus alas. El imponente cuerpo de Seray, el Gavilán, voló sobre sus cabezas llevando encima a Vanelli, el Cisne, que era muy pequeño aún para volar por sí mismo, pero que reía y gritaba de alborozo.



-Mira lo que hay debajo tuyo, abre también los “ojos”- le pidió Eleassir, el Cuervo.




El búho lo hizo y tuvo que reprimirse para no lanzar una exclamación de asombro. A sus pies se extendía un paraje interminable de montañas, bosques, valles, ríos que caían en tumultuosas cascadas.




-Es hermoso...- susurró, jadeante.

-Pero no todo lo es- le aseguró Eleassir, el Cuervo-. Mira hacia tu izquierda.




El búho lo hizo y vio un espectáculo dantesco. Una montaña escupía lava, el fuego consumía algunas partes del bosque, unos ejércitos de extrañas criaturas de dos patas combatían entre ellos, sembrando el suelo a sus pies con una alfombra carmesí.



-El mundo es así. Puede resultar hermoso, pero también aterrador y desconocido. Es normal que le temas pero...¿cerrarías tus ojos para siempre a las hermosas imágenes que hemos visto más atrás con tal de no volver a ver éstas?

-Es demasiado complicado para un insignificante búho gris...



Eleassir, el Cuervo, rió a pico batiente.



-¿Insignificante búho gris? ¿Es eso lo que te han enseñado en tu pequeño bosque?- se giró hacia los demás-. ¡Chicos, vamos a un estanque para enseñarle algo a éste “búho gris”...!




Los demás corearon las risas de Eleassir, el Cuervo, y lo siguieron, hasta posarse en la linde de un hermoso estanque, quieto y cristalino como un espejo.



-Asómate y dime lo que ves...”Búho Gris Sin Nombre”...



El búho observó su reflejo y un suspiro de estupefacción salió de su pico. Ante él no veía la imagen del insulso búho de color gris que siempre había pensado que era. Lo que veían sus ojos era el reflejo de una impresionante Lechuza Nival. Hermosa, de blancas plumas y dorados ojos...



-Ése eres tú...”









La voz del joven cesó, mirando a la mujer que a su vez lo miraba con ojos adormilados, que se fueron cerrando hasta quedar profundamente dormida.




-El sedante le ha hecho efecto, pero le ha dado tiempo a escuchar tu historia- dijo la enana, acercándose a la joven para tomarle el pulso.

-¿Qué recordará?- quiso saber él. La enana acarició el cabello de la mujer con suavidad.

-De ésta noche lo recordará casi todo, menos que ha estado con nosotros. Tampoco será capaz de recordar ésta casa ni su ubicación. En su mente se dibujará ésta velada como un dulce sueño, acompañada por unos anfitriones inidentificables. Es lo mejor para ella. Conocer nuestros secretos desde ésta habitación sólo le puede acarrear trágicas consecuencias. Dentro de unos días me verá y me saludará tímidamente, como hace siempre.

-Pero ya no escuchará mis relatos...- dijo él, apenado.

-Sí lo hará, pero siempre a través de un sueño, del que despertará siendo consciente de que sólo ha sido eso, un sueño... o una pesadilla...; la magia de la poción es muy fuerte.

-Algún día tendrás que contarme quién te prepara esos brebajes- le dijo el joven con una sonrisa. La enana enarcó una ceja.

-¿No te he contado la historia de Verde y Azul?- preguntó a lo que el joven respondió con un gesto negativo-. Vaya... tendré que hacerlo un día de éstos, pero ahora mismo asuntos más urgentes me requieren- le dijo mientras salía a toda prisa de la sala.

-¿Adonde vas?- quiso saber el hombre.

-¡A quitarme éste vestido que no puedo respirar!- la enana oyó desde el pasillo la risa del joven de pelo negro como ala de cuervo.





La mujer abrió los ojos para contemplar los rayos de sol colarse juguetones entre las rendijas de las cortinas. Acostada en su cama, recordaba un maravilloso sueño donde era agasajada por unos anfitriones sin rostro conocido. Recordaba una suculenta cena que terminó con una dulce historia... sobre un búho...




Rió como una niña ante lo deliciosa que había sido aquella ensoñación. Lentamente se levantó de la cama, para acercarse al armario y coger un vestido para cambiarse el camisón que llevaba. Con un jadeo de asombro, vio dentro del armario un hermosísimo vestido de tafetán y terciopelo azul, bordado en oro que no recordaba haber poseído en la vida. Lo sacó con cuidado y acarició aquellos delicados bordados, sintiendo el suave tacto de los tejidos entre sus dedos.




Y recordó que en su fantasía, alguien depositaba un tierno beso en su mejilla y una masculina voz le susurraba al oído:



Te mostraré un dulce sueño la próxima noche...






*N. del A.: Este relato fue concebido como un regalo para alguien especial. Lleno de guiños a situaciones ocurridas dentro y fuera del juego; detalles reconocibles por la persona a la que va dedicado y por amigos cercanos a esos momentos. Desde aquí, un beso a una hermosa Lechuza Nival.

5 comentarios:

  1. Te mostraré un dulce sueño la próxima noche...

    Intuyo que mis sueños van a ser la mar de interesantes..no diré que quiero dormir mucho...pero tampoco negaré que disfrutaré de esos momentos en compañia de mi apuesto narrador.

    (GRACIAS.Te quiero mucho!)

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  2. *A tu mente acude una frase como si alguien la hubiera puesto ahí. Piensas que es la brumosa reminiscencia de algún antiguo recuerdo. Una suave voz te dice:

    "El viento acariciará tu rostro en esos sueños, como acaricia las alas de una hermosa Lechuza Nival..."*

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  3. (Sin palabras, me quieto el sombrero ante tí. Me has tocado la fibra sensible hasta reducirme a compota, eres increible)

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  4. Gracias, me a gustado el Relato.
    cp.

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