domingo, 3 de abril de 2011

El escándalo Potterfate.

-Señor, tenéis unas manos muy largas- dijo la mujer intentando zafarse de las lascivas caricias de su acompañante, que intentaba llegar hasta unos límites que ella no parecía estar dispuesta a compartir.

-No seas tonta...- le susurró él con un ligero olor a vino en el aliento.

-¿Debo acaso recordaros para qué se supone que estabais en la posada?- el hombre la miró ceñudo, y dejó de lado su juego de manos-. No buscabais solamente vino y mujeres. Yo puedo daros la información que necesitáis y algo más...- sonrió, traviesa. Al hombre le brillaron los ojos ante la proposición-. Pero un callejón no es el sitio apropiado...; vayamos a mi casa.


Mientras recorrían las oscuras y húmedas callejuelas de camino a su casa, la mujer rememoraba los acontecimientos de unas horas antes:


“En la penumbra de una atestada taberna una silueta femenina escrutaba las sombras. Sentada en un rincón, con un vaso de vino frente a ella, observaba el ir y venir de los parroquianos y escuchaba su incesante parloteo.



De repente sus ojos se posaron en aquel hombre, que había entrado en la posada con un aire serio e intrigante. El extraño se movía despacio, mirando de hito en hito a los presentes y la mujer pudo observarlo con detalle. De unos treinta años, su imponente estatura y sus agradables rasgos no pasaban desapercibidos. Una melena castaño claro, jaspeada de mechones rubios, caía sobre sus hombros, tapados con una oscura capa.



Se dirigió directamente a la barra y cruzó unas palabras con el posadero, que meneó la cabeza negativamente en respuesta. Aquel hombre parecía estar buscando información de algún tipo. El posadero depósito frente a él una jarra y un vaso, que el hombre se llenó, para girarse luego y quedar encarado hacia el público disperso por la sala. De un sólo trago se bebió el contenido del vaso, que volvió a llenar; gesto que se repitió hasta que la jarra quedó vacía.



La mujer pormenorizaba la escena y cuando los ojos de él se posaron sobre los suyos, adoptó una seductora pose. El hombre chasqueó los dedos para pedir otra jarra que cogió junto con el vaso para encaminarse luego despacio, hacia la mesa ocupada por la sensual fémina.



-Si me permitís el atrevimiento señora, opino que una mujer de tan deslumbrante belleza como vos no debería estar tan sola- le dijo al llegar hasta ella, quedándose respetuosamente de pie, a su lado.

-Os agradezco el halago, caballero- le respondió con una radiante sonrisa que pareció desarmar al hombre-. ¿Me haríais el honor de acompañarme, pues?

-El honor es todo mío- le respondió, sentándose a su lado.

-¿Sois de por aquí? No reconozco vuestro apuesto rostro- el hombre su irguió de hombros ante la lisonja, mientras sus ojos se deslizaban atrevidamente sobre la figura de la mujer.

-Estoy de paso- le dijo, apurando de nuevo el contenido de su vaso que fue llenado inmediatamente por ella.

-¿Y cuánto os quedaréis?

-No mucho- le respondió, vaciando de nuevo su vaso-. El tiempo suficiente para conseguir lo que busco...

-¿Buscáis a alguien?- le dijo ella con otro vaso de vino. Una mirada a la camarera cercana a la mesa le indicó que debía traer otra jarra-. Conozco a mucha gente de la zona, tal vez podría seros de ayuda.

-Ciertamente sí, busco a alguien- el efecto del alcohol parecía estar desatando su lengua y sus ojos, que no se desviaban del escote de la mujer-. Pero parece ser bastante difícil de encontrar. De todas formas, toda una dama como vos no creo que pudiera saber nada sobre una mujerzuela enana...


Definitivamente, el vino había afilado su lengua.


-Yo conozco a una enana de dudosa reputación...- le dijo ella, alzando los dedos para coger unos de los rubios rizos de la cabellera del hombre y juguetear con él-. Una enana de anaranjados cabellos...- un respingo agitó al achispado hombre-. ¿Es a “ella” a quién buscáis, verdad?- le preguntó, haciendo especial énfasis en el “ella”. Él bajó la cabeza en señal de asentimiento. La mujer acercó su rostro y bajó la voz en un susurro cerca de su oído- Yo puedo contaros algunas cosas... pero no en éste lugar. Vayamos fuera.



La mujer se puso en pie para salir y sintió una mano que se deslizaba impúdica hacia sus nalgas. Puso los ojos en blanco en un gesto exasperado que el hombre no pudo ver y se volvió, mostrándole una seductora sonrisa a la vez que le retiraba la mano.



-Sois muy atrevido...- le dijo-. Tal vez después de daros la información que necesitáis lleguemos a otro tipo de “acuerdo”-.Se volvió y salió por la puerta.”





-Es aquí- le dijo la mujer al llegar a la puerta de su casa.


Subiendo una escaleras, lo llevó hasta una acogedora estancia en la que brillaba el fuego de la chimenea, caldeando la sala. Dos sillones de respaldo alto y una mesita se encontraban frente a la lumbre. El hombre tomó asiento en uno de ellos.


-¿Podríais esperarme unos minutos?- le pidió, acariciando su brazo-. Voy a ponerme algo más “cómodo”...


Al rato, la mujer reapareció, llevando una bandeja en las manos que depositó sobre la mesita.


-Me he permitido traeros una jarra de mi mejor vino- le dijo, llenando una delicada copa de un hermoso cristal azul con el contenido de la jarra de plata que había traído y entregándosela. Se sentó en el otro sillón y llenó una segunda copa para ella misma.


El hombre miraba ensimismado aquella esbelta y hermosa figura a la luz del fuego. Una melena ondulada, negra como el ala de un cuervo, se desparramaba sobre unos hombros de sedoso y delicado aspecto. Unos profundos ojos grises enmarcaban un rostro más que bello, casi divino. El cambio de vestimenta consistía en un fino vestido de un tejido que dejaba entrever sus formas. El hombre tragó saliva, perdido entre aquellos exquisitos pliegues.


-¿No bebéis?- le preguntó. Con un carraspeo, el hombre miró su propia copa y dudó. La mujer, dándose cuenta del gesto, respondió llevándose su copa a los labios y bebiendo un buen trago ella primero. Tal y como esperaba, él se relajó y apuró el contenido de la suya.

-Un caldo excelente- le dijo, saboreándolo-. Y ahora, sin ánimo de ser grosero, me gustaría que me contarais qué sabéis vos de esa enana. Luego...

-...podremos pasar a cosas más interesantes...- le dijo ella, terminando la frase por él.


La mujer se acomodó en el asiento, cruzando las piernas en un erótico gesto.


-¿Conocéis el famoso escándalo Potterfate?- le preguntó a lo que él respondió con un gesto negativo-. Entonces será mejor que os lo cuente...




“Syzzix Potterfate era un famoso capitán esclavista del desierto de Tanaris. Era capaz de conseguir los mejores esclavos de la zona, ya fueran para los trabajos forzados o para que sirvieran de entretenimiento en las arenas de gladiadores. Arrogante y confiado como casi todos los goblins, su buena fortuna lo llevó un día a cometer un grave error y sus excesos con el trato a los esclavos le pasó factura.



Alguien se enteró de que Potterfate mandaba al otro barrio a esclavos ya vendidos por los motivos más nimios. Luego, cuando el pedido no llegaba, lo achacaba a supuestos “ataques” por el camino, recompensando al comprador con la mitad de la suma pagada, ya que la otra mitad se la quedaba como “gastos de manutención”, embolsándose poco a poco una importante cantidad de oro.



Aquel escándalo llegó a los oídos del Príncipe Mercante de Gadgetzan justo después de un desgraciado incidente con dos prisioneros enanos que Potterfate había conseguido un par de días antes y que la misma noche de su captura, no se sabía cómo, habían conseguido escapar.”





-¿Ella era uno de esos enanos?- preguntó el hombre, de improviso. La mujer arrugó el gesto ante la detención de su relato.

-Es muy grosero por vuestra parte interrumpir a una dama...- le reprendió ella. El hombre bajó la cabeza, azorado.

-Perdonad, tenéis razón. Soy todo oídos continuad, por favor.

-Dejadme entonces que os relate cómo escaparon aquellos cautivos.





“En una estrecha y fétida jaula, las pequeñas figuras de dos enanos, hombre y mujer, estaban sentadas en el suelo, encadenados de manos y pies. La enana abrió los ojos lentamente, recobrando la consciencia que había perdido desde hacía rato. Su mirada se paseó por la jaula, pasando por el desconocido enano sentado junto a ella y terminando en los grilletes que la sujetaban.


-Mierda...- susurró.

-Vaya, al fin despiertas- le dijo su compañero de celda, amistosamente-. Te trajeron sin conocimiento y te ataron tal cual estás. Pensé que te habían roto la cabeza, pero pareces una hembra fuerte- el enano rió ante su propio comentario.


La enana miró con detalle al risueño prisionero. Era tan joven como ella, casi unos adolescentes para los estándares enanos. Con una barba incipiente de color castaño aquel enano no era, ni mucho menos atractivo, pero tenía unos dulces ojos azules. Sus ropas de cuero, ligeras y flexibles y su cara de pillo dejaban clara su posible “profesión”.


-¿Por qué te han trincado?- le preguntó él.

-Por robarle a ese malnacido de Potterfate- la enana se encogió de hombros-. Al menos el cabronazo no ha recuperado el botín, pero yo diría que para mañana a más tardar, mi cuello estará rodeado por una bonita soga... ¿y a ti?

-Por una mujer- la enana enarcó una ceja, interrogante-. No lo puedo evitar, me pierden las mujeres y ésta... puff- resopló-. Menudas caderas, y menudos pechos y...

-No me des más detalles, anda- le pidió ella-. ¿No eres un poco joven para andar tonteando? Aparte, y no quisiera ofenderte, pero no eres una belleza, la verdad-. El enano se echó a reír de nuevo.

-No, pero sé ganármelas con “otras cualidades”- le dijo, travieso- ¿Y tú no eres un poco joven para colgar de una maroma?

-¿De quién era la mujer?- preguntó ella de repente, haciendo caso omiso de la última pregunta.

-De Syzzix Potterfate- le contestó con un suspiro. Ahora fue ella la que rió.

-Eres enano muerto...

-Lo sé, pero ni la soga ni lo que quiera que tenga reservado para mí me va a quitar éste dulce sabor de los labios...- le dijo, pasando la lengua por ellos. La enana sonrió y meneó la cabeza-. Por cierto, me llamo Arcturius.

-¡¿Arcturius?!- le preguntó, asombrada-. Menudo nombre para un enano...

-Mis padres eran originales ¿y el tuyo? ¿es más apropiado para nuestra raza?- le preguntó, divertido.

-Te lo diría si supiera cómo me llamo...- ahora era el enano el que la miraba con asombro-. Mis padres hace demasiado tiempo que son incapaces de decírmelo, más que nada porque están muertos, o eso creo... y normalmente la gente que se dirige a mí me llama: “enana” o “¡Eh, tú!” o simplemente “zorra”...- se echó a reír ante lo ridículo que parecía todo aquello.

-Pues yo te llamaré Fuego, o Cielo, si me lo permites. Por el color de tu pelo y tus ojos.

-Llámame como te de la gana, que para el tiempo que vamos a estar aquí...

-Bueno, toda la noche, al menos.

-Que te crees tú eso...- le sonrió. El enano abrió la boca en un gesto de sorpresa.

-¿Piensas escaparte?- le preguntó, en un susurro.

-No pienso, “voy” a escaparme...- le contestó al mismo tiempo que se hurgaba el antebrazo izquierdo con la otra mano.

-¿Qué estás haciendo?- quiso saber su compañero.

-¡Shh! Calla, que me desconcentras.



Con los dedos parecía buscar algo debajo de la piel, cuando lo encontró, hizo presión y rascó con la uña, produciéndose una herida. A través de ella sacó un pequeño alambre.



-¡No me jodas!- dijo su estupefacto acompañante.

-Hay zonas donde es difícil registrar- aseguró ella, sin dejar de sonreír, para ponerse manos a la obra de inmediato con la cerradura de los grilletes. Unos cuantos intentos más tarde estaba libre de manos y procedía a liberar sus pies. Cuando acabó le preguntó al boquiabierto enano:

-¿Vienes o te quedas a la fiesta, Arcturius?


Sin pensárselo dos veces, el enano extendió los engrilletados brazos.


-¿Y los guardias?- preguntó él.

-Es de madrugada y los goblins son muy predecibles...; o duermen en sus puestos de guardia o están en la posada bebiendo, jugando o gastándose el jornal con fulanas...- la enana se afanaba con la cerradura de la celda mientras hablaba. Con un clic, éste cedió y la puerta quedó abierta.

-Pero para salir de aquí...

-Sólo me sé dos caminos- le explicó-. O cruzamos el desierto de Tanaris hasta el sur o vamos hacia el norte y cruzamos el Desierto de Sal hasta llegar a las Mil Agujas.

-Pero sin comida, ni agua, ni armas...

-Ya se nos ocurrirá algo, aún estás a tiempo de quedarte. Además... yo tengo armas- le dijo, alzando las manos vacías.

-Voy contigo- le dijo él, haciendo crujir sus nudillos.



Sigilosos, como dos felinos, se movieron entre las sombras, evitando ser descubiertos. Tal y como había dicho su compañera, no había demasiados guardias, despiertos al menos, pero de la posada salía una algarabía de gritos y música que indicaba donde estaba el resto de la guarnición.



Con los gestos de una de sus manos, la enana le indicó a su nuevo amigo la posición del único soldado despierto, el que los separaba del portón de la ciudad al exterior. Él asintió y cogiendo una piedrecilla del suelo, la arrojó a los pies del cansado guardia, que se giró asustado, mientras su compañera se deslizaba furtiva entre la oscuridad.


-¿Quién va?- preguntó el goblin a las sombras.



De detrás de él surgió una mano que le agarró la boca con fuerza mientras un robusto brazo le rodeaba el cuello. Con un brusco tirón, los huesos cedieron y el goblin cayó desplomado al suelo.



-Démonos prisa antes de que lo encuentren- le dijo al tiempo que saqueaba el cadáver del soldado.



Le pasó la espada corta que portaba a su colega, quedándose ella con la daga que ocultaba el goblin en la bota. Unos trozos de pan y queso rancios y un mermado pellejo de agua fueron los restos del botín.



Salieron a toda prisa con destino al Desierto de Sal, poniendo entre ellos la máxima distancia posible.”





-¿Estáis bien, caballero?- preguntó la mujer-. Os habéis quedado lívido... no tenéis buen aspecto... ¿No os agrada mi relato?



La jarra de plata estaba vacía y la copa en la mano del hombre también. Tenía los ojos vidriosos y su cuerpo temblaba como si fuera presa de terribles escalofríos, bamboleándose sobre el sillón. La copa resbaló de su mano, rompiéndose con estrépito al llegar al suelo y el cuerpo de aquel hombre se derrumbó, inconsciente.


-¡Joder!- soltó la hasta entonces, educada mujer-. ¡Pensé que no le haría efecto nunca! Incluso con el antídoto estoy que no me tengo en pie...



De entre las sombras de la estancia, surgió una silueta y la enana de anaranjadas trenzas hizo su aparición, llevando un cubo en la mano que puso delante de la mujer.


-Métete los dedos en la garganta y vomita, anda.



La mujer no se hizo de rogar y expulsó de su cuerpo hasta la última gota del vino drogado mientras la enana se agachaba para comprobar el pulso del hombre.


-¿Está vivo?

-Sí, sólo lo he dormido. Un poquito de mirra, otro tanto de beleño negro... y dormirá como un bebé. Posiblemente se despierte dentro de dos días con un horroroso dolor de cabeza.

-¿Es él, no?

-Flames Gond- le respondió la enana-. Un estúpido agente del IV:7 al que le pierden el vino y los escotes. No sé ni cómo no lo han matado ya en algún oscuro callejón. No es peligroso, ni mal hombre. Un poco pulpo, eso sí...

-Y tanto. Anda que no me ha manoseado el muy guarro- le aseguró la mujer que miraba cómo la enana se sacaba del jubón un tubito de cristal con un líquido verdoso dentro-. ¿Qué es?- quiso saber.

-Un regalo de un alquimista y un gran favor que voy a hacerle a éste desgraciado- le explicó, abriendo el tapón del frasco y derramando su contenido en la boca del hombre-. Es una poción para olvidar. Cuando despierte sólo recordará alguno de sus estúpidos seudónimos como si fueran su nombre real y poco más. Cuando el IV:7 compruebe que está medio lelo e incapacitado para su “función” si es que tiene alguna, lo dejarán en paz. No sé ni por qué me molesto en salvar su maldito culo...



En ese momento apareció por la puerta un feo y desdentado enano.



-Ya estás aquí- le dijo ella, levantándose-. Dile a Ayubu que te eche un cable para dejar a éste tirado por ahí. Dejadle medio en cueros para que parezca alguien al que ya han limpiado y no llame la atención de los rateros- el enano asintió, disponiéndose a salir para avisar a su compañero-. ¡Espera!- le pidió ella. Con un rápido gesto le dio un beso en la mejilla a su barbudo amigo, que sonrió, frotándose el lugar donde se habían posado sus labios.- La historia me ha hecho recordar que hace tiempo que te debía uno, Arcturius...

-Hacía bucho que do me llamabas así...

-Me sigue pareciendo raro, que conste.



La mujer carraspeó para llamar la atención de los presentes, que se giraron hacia ella.


-Por cierto... ¿el efecto del cacharro cuando pasará?


La enana escrutó con la mirada aquel femenino y sensual cuerpo de arriba a abajo.


-Pues... suponiendo que tus “dos” piernas aparecían depiladas a la hora de la función... debería estar pasándose ya- le dijo, mientras miraba la cara interrogativa de la mujer, que miró hacia abajo para comprobar que una de sus bien torneadas y eróticas piernas ofrecía ahora un aspecto musculoso y bastante más velludo-. Siento que hayas tenido que pasar por el mal trago de lidiar con éste salido.

-No tiene importancia- le dijo con una voz que se había tornado más grave-. No ha estado mal eso de manipular a alguien con tus encantos... y me han quedado un buen par de “buenas razones” para creerlo. Me siento mona y todo.



Los tres se echaron a reír mientras el cuerpo de la mujer iba cambiando, transformándose de mujer a hombre, conservando su hermosa melena de pelo negro como el ala de un cuervo y sus profundos ojos grises.



-Ve a tu habitación y comprueba que lo tengas todo...- le sugirió la enana. Con una mirada de terror en su rostro, el joven salió como una bala hacia su cuarto.



Un grito resonó por el pasillo. Al llegar, la enana vio al joven desnudo frente al espejo.


-¿Q-qué?...p-pero q-ué.. mi... mi... la... la... mi...- tartamudeaba-. ¡Aaargh, por los dioses!



La enana asomó la cabeza por detrás de él para ver la imagen del espejo. Su cuerpo joven y musculoso ofrecía su habitual aspecto si no fuera por el detalle de que donde debía estar su “masculinidad” no había absolutamente nada.



-¡¿Qué le ha pasado a mi... a mi....?! ¡¿Donde está?!- gritaba histérico.

-Mmm posiblemente sea un efecto secundario del artefacto...- le dijo la enana acariciándose el mentón.

-¡No me dijiste nada de “efectos secundarios”!

-Vaaaaaaale- le dijo ella, alzando las manos en un gesto indefenso-. Voy a hablar con el barbudo ingeniero gnomo a ver qué me dice...; ¿quién sabe? A lo mejor ha ido a parar al plano infernal y sus demonios se están entreteniendo... sobretodo la súcubo- le dijo, con una sonrisa capaz de desarmar a cualquiera-. ¿Quieres que te haga otro agujero mientras?- el joven la fulminó con la mirada-. Lo tomaré como un no...


Cuando estaba a punto de salir por la puerta, dejando al apuesto joven de pelo negro con su reflejo, se volvió para preguntar:

-¿Si la tiene él... puedo quedármela un ratito antes de devolvértela?



El joven se puso colorado como un tomate y la enana cerró la puerta un segundo antes de que el grueso libro que había lanzado se estrellara contra su cabeza.

3 comentarios:

  1. Arcturius...¿quien lo iba a decir?-pensé

    Parece ser que escuchar todoas estas historias me va a abrir muchas dudas despejando otras...

    ResponderEliminar
  2. Nunca se sabe cuántas ventanas abren mis relatos ni cuántas puertas quedarán selladas para siempre, pero escucharlas agazapada entre las sombras de mi confortable estancia... auguran un incierto futuro para vos.

    Eso sí, hablando de temas menos siniestros: el gnomo estuvo riéndose a mi costa más de una semana.

    No debo confiar en la ingeniería de un condenado brujo...

    ResponderEliminar
  3. Da gusto ser uno de los pocos espectadores que no a acabado muerto o amnésico despues de oir una de tus asombrosas historias. Espero seguir gozando de la misma suerte de aquí en adelante, ya que, si hay que deseos menos que ser un gnomo cotilla es ser un gnomo muerto.

    ResponderEliminar